La palabra griega filosofía empieza designando simplemente “afán de saber”, el “amor a la sabiduría”. Solo más tarde recibe, por obra sobre todo de Platón y Aristóteles, el sentido más definido y característico de esfuerzo metódico del pensamiento que trata de construir una teoría racional de la realidad.
Pero aún dentro de esta caracterización, los cambios del concepto de filosofía a lo largo de la historia, así como la amplitud y variedad de los productos culturales que a sí mismos se han designado con el nombre de filosofía, hacen imposible el intento de construir, de antemano, un concepto o una definición unívoca, definitiva y universal de qué es filosofía a base de comparaciones históricas de autores, ideas o corrientes del pensar filosófico. La formulación de su tarea y objeto -qué es filosofía, qué hacemos al filosofar, cómo se filosofa, para qué-, se ha venido modificando a tenor con las circunstancias históricas y también a medida que de ella se han ido emancipando las ciencias particulares que antaño en sus orígenes constituían un saber unificado –física, astronomía, psicología, botánica, política, sociología, psicología, mecánica y demás ciencias-.
Tampoco es posible fijar, desde un punto de vista sistemático, el ámbito de estudio, el objeto y el método del saber filosófico, como suele hacerse desde el principio con cualquier ciencia metódica y profesión: contabilidad, química, psicología, ingeniería, arquitectura, etc., que definen con precisión su ámbito de conocimiento y método de estudio. Es improbable que el profesor de ingeniería, el primer día de clase, luego de definir “qué es, cómo se hace, a qué mercado responde, cuáles son los productos” de la ingeniería, dedique el resto del semestre a cuestionar, precisamente, esas mismas nociones de definición o caracterización. Contabilidad e ingeniería son esto y esto, se acabó, ahora manos a la obra con los principios, leyes, técnicas y aplicaciones, etc. No así tu profesor de filosofía. Es tarea vertebral de la filosofía pensarse y justificarse, o no, a sí misma en el proceso que la razón desarrolla en su comprensión de la realidad.
Toma esto en consideración y no te impacientes cuando tu maestro de filosofía, que serás tú mismo, haga de la pregunta sobre sí misma el gusto por pensarse. Con todo, echemos una ojeada a la metamorfosis de la filosofía a lo largo de la historia, en tres grandes pinceladas a ver si, a pesar de sus transformaciones, podemos intuir algún motivo unitario de la experiencia filosófica.
Empecemos con Aristóteles. En la Grecia clásica, el filósofo hizo una caracterización de la filosofía que perdura por siglos. La define como ciencia del ser en general, y de los ámbitos de todo lo existente en particular (Naturaleza, hombre, sociedad, gobierno, etc.). La filosofía sería la ciencia universal. Pronto se ligó a esta definición una segunda acepción. El hecho de que la filosofía griega se desarrollara al mismo tiempo que se iban desintegrando las primitivas creencias mítico-religiosas, así como las costumbres morales que en ellas se fundaban, hizo que la filosofía incorporara a su tarea y convirtiera en sus temas centrales el planteamiento racional -frente al mítico-religioso- de cuestiones como origen y destino del hombre, la naturaleza del estado y leyes, la virtud y el bien, la educación y su finalidad para conducir rectamente la vida. Así, a partir del Helenismo, la filosofía adquiere, junto a su sentido teórico, una dimensión práctica: la filosofía es también un arte de vivir. Es decir, la filosofía tiene mucho que ver con el sentido de la vida.
Durante la Edad Media la filosofía, en esta acepción helenista, se encontró con que, a su manera, la religión resolvía el problema de la existencia y el sentido, al ofrecer un conjunto de normas morales para orientar y dirigir la vida y, en consonancia con ella, proporcionaba una idea general y teórica de la existencia del mundo y del hombre, elaborada a partir de la revelación y del dogma. De manera que a la filosofía solo le queda, durante el predominio de la doctrina eclesiástica que duró siglos (incluso hasta hoy) el papel subalterno de fundar, elaborar y defender racionalmente el dogma. Filosofía es tan solo ahora lo que se conocía como “ancilla Theologiae”, criada, sierva de la teología.
La inevitable consecuencia de esta relación fue una metódica enemistad, cada vez más abierta, entre filosofía y teología. A partir del Renacimiento la filosofía tratará de construir su saber con total independencia de intereses religiosos, que casi nunca son del conocer por sí, sino del poder político-económico de su época y de la salvación en el trasmundo. Partiendo tan sólo de la razón y de la experiencia humana razonada, la filosofía moderna se presenta, frente al dogma, con las pretensiones de una sabiduría secular, humanista, de este mundo, dirigiendo ahora de nuevo sus esfuerzos al estudio del problema que en la Antigüedad le había asignado: fundar racionalmente una teoría del mundo y del valor de la vida, llevar a cabo una reflexión abierta y crítica sobre la totalidad de lo real.
En esta situación va la filosofía, sin embargo, a recibir una dura conmoción por obra de un filósofo importante, Kant, del que hablaremos en el curso. Este gran pensador muestra de manera bastante convincente la imposibilidad de un conocimiento filosófico -metafísico, eso también lo veremos en otro ensayo- del mundo al lado o sobre el que proporcionaban las ya muy evolucionadas ciencias particulares tras aplicar a los fenómenos su método experimental. Como dice Ortega y Gasset, Kant, a modo de guardia urbano, detiene el ansia de circulación filosófica metafísica diciendo, más o menos, ‘quede en suspenso ese filosofar mientras no se contesta a la pregunta de si es posible esa pretensión de un conocimiento de la totalidad de lo real’. Y con la renuncia, al menos provisional, a ese concepto totalizador, la tarea filosófica se circunscribe a una autorreflexión crítica del conocimiento, de sus posibilidades, condiciones y límites, es decir, a la epistemología o teoría del conocimiento.
Pero tampoco este nuevo concepto reductivo de la filosofía alcanza vigencia general, pues diversidad de movimientos y corrientes posteriores y contemporáneas vuelven a entender la filosofía como ciencia universal, exigiendo de ella luz acerca del nexo total de las cosas y del valor de la vida. Por decirlo de un modo visual o gráfico, la filosofía ha de intentar comprender cómo las cosas, en el sentido más general de la palabra, cuelgan en el universo o se interconectan, relacionan o integran, en el sentido más general de esas palabras.
Muchos han sido, como ves, los motivos que han llevado, y que llevarán, a filosofar a lo largo del tiempo. No sólo la búsqueda de una explicación racional de los procesos naturales o de las condiciones del conocimiento científico; también la experiencia moral, la necesidad de encontrar valores que orienten y den sentido a la acción humana; la búsqueda de una concepción de la sociedad justa; el hecho de creaciones artísticas, de la belleza; el fenómeno de la experiencia religiosa; la claridad del lenguaje y significados de las palabras y símbolos que usamos al comunicarnos; y tantos otros.
Con esta variedad y multiplicidad de motivos son comprensibles las metamorfosis de la filosofía, que realiza, así, a lo largo de la historia, una peregrinación del atender.
No es que la filosofía haya sido muchas cosas distintas entre sí. Lo que sucede más bien, es que, como dice Ortega, “cada época es un régimen atencional determinado, un sistema de preferencias y proposiciones, de clarividencias y de cegueras” (El espectador).
Y solo divisando la amplitud del panorama abierto, el horizonte sin límites del filosofar, es que vamos por la vida peregrinando con atención a la vida, en que todo es captable, todo hace sentido hasta el sinsentido, todo enriquece en su misteriosa multiplicidad la unidad de la experiencia filosófica.
Por supuesto que tal experiencia, como la de nadar, besar, bailar, no se entiende sin hacerla una práctica, es decir, no leer sobre filosofía sino filosofar. De poco o nada ayuda consultar un manual de instrucciones con los pasos de bailar salsa o merengue, sin mover o agitar tu cuerpo en la pista de baile.
A propósito de ello, si estás distraído mirando celular y desenfocado de tan introductoria lectura, apenas has pensado lo que lees, o si lo pensaste, ya no lo recuerdas, etcétera.
Por el contrario, si te has esmerado con cierta atención a pensar lo que estás leyendo, a cuestionar lo que lees, a regurgitar las ideas una y otra vez, haces un auténtico esfuerzo por filosofar. Tu profesor/a de filosofía te acompañará en el camino.
Pedro Subirats Camaraza
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