Universidad de Puerto Rico
Recinto de Río Piedras
Facultad de Educación
Departamento Fundamentos de la Educación
Fundamentos Filosóficos de la Educación (EDFU 4019)
Pedro I. Subirats Camaraza
Filosofía de la educación: ante todo pensar
La educación es un hecho existente desde el inicio de la humanidad, desde que la naturaleza contó con civilización (cultura, técnica, instituciones), aproximadamente hace dos millones de años. Tal hecho milenario ha constituido un permanente interrogante, susceptible de múltiples estudios e interpretaciones. Desde el momento que el animal evoluciona al humano, y por lo mismo animal racional, se preguntó qué hacer para ser más humano. La respuesta a tal interrogante no era más que la respuesta al concepto mismo de educación, por cuanto educar es humanizar, esto es, hacerse íntegramente humano. Esta respuesta continúa siendo problemática, por cuanto hacerse humano -humanizarse-, antes como ahora, conlleva siempre un conjunto de fines, valores y medios cuya selección y realización escapan a las predicciones hipotéticas, a la exactitud matemática, a la verificación científica o a la eficacia técnica. De aquí nuestra “ignorancia científico-técnica” ante la pluralidad de opciones antropológicas y modelos educativos. La herencia nos da el ser, pero no el modo de ser, pues nacemos humanos, pero no humanizados; sociables, pero no socializados; morales, pero no moralizados. Aprendemos a ser humanos, sociales, morales... por medio de la educación. El nacimiento da las capacidades, la educación desarrolla las facultades y potencialidades que la herencia nos proporciona. Esta es la tarea de toda educación: hacer que la persona que nace aprenda a ser humana entre los humanos, optando por unos u otros valores. Porque cabe la posibilidad, tan real ayer y hoy, que se opte por ser salvajes que destruyen tanto a la propia especie como al planeta total: barbarie o civilización.
La importancia de este hecho, la educación, tan complejo como imprescindible, no heredado, sino adquirido, ha ocupado buena parte de los grandes pensadores de todos los siglos, por cuanto el aprendizaje humano comporta un conjunto de saberes filosóficos, científicos, económicos, sociopolíticos, psicológicos, tecnológicos, entre otros, cuyo conocimiento es necesario a todo educador, pues no educa sólo quien quiere educar, sino quien, sobre todo, sabe educar. La filosofía de la educación es un saber cuyas aportaciones dan sentido a la educación, esclarece lenguaje y supuestos
epistemológicos, antropológicos y axiológicos, que condicionan la acción educativa.
“Todos los humanos desean por naturaleza el saber”. Con estas palabras Aristóteles inicia su Metafísica manifestando, de este modo, la tendencia intrínseca de todo ser humano hacia saber, que en el sentido prístino de la filosofía es saber vivir bien: la sabiduría. El deseo de saber fue una necesidad desde que el hombre es hombre (vocablo sin género), un problema a solucionar, para guiarnos con sabiduría, y así lograr una vida más humana. De esta ansia de saber nace la pregunta. Por eso, el ser humano, eterno preguntón, siempre ha preguntado y se ha preguntado, es un ser que pregunta y se pregunta. Preguntar implica siempre un distanciamiento, alejarse en el espacio de las ataduras de la experiencia sensible a fin de poder introducir la perplejidad que motiva el juicio crítico. El hecho de preguntar es ya un saber, un saber ignorado, pero saber que, desde la ignorancia, demanda respuesta, aunque no siempre la pregunta haya logrado una respuesta eficaz. La eficacia de una respuesta en nada mengua el valor de la pregunta. De aquí que la pregunta y el problema sean momentos importantes para lograr la sabiduría, al margen de las respuestas y soluciones alcanzadas. La Filosofía se estudia no por las respuestas concretas a los problemas que plantea, sino por el valor de los problemas mismos; estos problemas amplían la concepción de lo posible, enriquecen la imaginación intelectual, y disminuyen la seguridad dogmática que cierra el espíritu a investigar y saber.
El saber es así siempre una curiosidad, un impulso que se concreta y multiplica en múltiples saberes: unos saberes se dirigen hacia el mundo sensible de la apariencia -doxa-; otros hacia la verdadera realidad -nous-; unos son falibles, otros infalibles; inmediatos y mediatos; teóricos y prácticos; del universo cósmico y del universo del alma... fueron distintos modos de saber desde la antigüedad clásica, deseados para satisfacer unas u otras necesidades del ser humano. La carencia de la sabiduría es la ignorancia, un no saber, pero un no saber dolorido. “¿Por qué le duele al hombre la ignorancia, como le duele un miembro que nunca hubiese tenido?” (Ortega y Gasset). Pero no toda ignorancia duele por igual, ya que afecta de modo distinto a la vida. Urge, pues, liberarse sobre todo, y en un primer momento, de las necesidades vitales, las de sobrevivir. El resto son ignorancias que duelen menos, al menos no tan urgente para sobrevivir. Aunque la urgencia en nada desmerece la dignidad; al contrario, la urgencia conduce a la necesidad, pero no a la dignidad. De aquí que Aristóteles afirmara que todos los saberes pudieran ser más necesarios y urgentes que la sophía, sabiduría, pero mejor y de más dignidad que éste, ninguno.
En todo saber existe un significante que señala una actividad mental, bien destinada hacia las cosas o más allá de ellas: “mirar” y “conocer”. “Mirar es recorrer con los ojos lo que está ahí, y conocer es buscar lo que no está ahí: el ser de las cosas. Es precisamente un no contentarse con lo que se puede ver, antes bien, un negar lo que se ve como insuficiente y un postular lo invisible, el ‘más allá’ esencial” (Ortega, el filósofo vitalista). Conocer y pensar. El conocimiento se encuentra más cercano a la ciencia, el pensar más a filosofía. La razón -como capacidad de analizar situaciones, resolver problemas y responder preguntas- ha jugado en todos un papel central, aunque no siempre con el mismo éxito. Los mitos fueron las respuestas iniciales del hombre en su deseo de saber. La razón tuvo un papel importante en la pregunta, aunque no acertada en respuesta. Actualmente las diversas ciencias y tecnologías han obtenido un éxito diferente a la filosofía. En todos los casos el ser humano busca conocer, pero la filosofía indaga el saber, la correspondencia entre las creencias y los fenómenos, la concordancia entre el pensamiento y la realidad, lo que uno piensa es verdad y lo que en realidad es verdadero, no tanto en las cosas, sino en el ser mismo.
Filosofía de la educación es un saber presente en cursos de universidades. Presencia no siempre bien recibida por los estudiantes, cuando sus temas -que también son problemas- se plantean alejados de la vida, y su lenguaje poco o nada es vehículo de comunicación, de interés y creatividad... Una situación lo más opuesta al origen y al significante etimológico del vocablo filosofía, pues la philo-sophía fue el “amor a la sabiduría” y como todo amor, comunicativo, erótico, apasionado, ingenioso, bello y necesitado. Así lo entendió Platón en el Banquete (201e-205a): “Cuando nació Afrodita (diosa de la belleza) los dioses celebraron un banquete [...]. Entre tanto Poros (el Ingenio) como estaba embriagado de néctar, penetró en el huerto de Zeus y en el sopor de la embriaguez se quedó dormido. Penia (la Pobreza), movida por su indigencia, tramando hacerse un hijo de Poros se acostó a su lado y concibió a Eros (el Amor). Este ser tiene así una naturaleza mixta; como hijo de la pobreza es siempre indigente y necesitado, mas como hijo del Ingenio es intrépido, diligente y fértil en recursos. Y por haber sido concebido al nacer Afrodita, es servidor de la Belleza [...]. Como la Sabiduría es una de las cosas más bellas y el Amor es deseo de lo bello, Eros (el Amor) es también filósofo. El amor a la sabiduría se encuentra, por eso, en el término medio entre la sabiduría y la ignorancia. Y esa es la naturaleza del que filosofa: la de ser intermedio, pues está entre los dioses, que poseen la sabiduría, y las bestias ignorantes”.
La filosofía fue en sus orígenes el amor a la sabiduría, pasión permanente de saber. Saber amoroso. Este deseo de saber conduce, a través de la pregunta, a la búsqueda. Así, preguntar “al modo filosófico” es interrogarse por el fundamento, el ser, sentido, principio, origen, -arjé, eidos-, sin que encontremos adecuada respuesta, ya que la verdad se vislumbra, se intuye, pero jamás se posee en su totalidad o para siempre. La tarea del filósofo es preguntar, estar siempre en camino. Una búsqueda, siempre inacabada, de la verdad, pues el verdadero filósofo, como advirtió Platón, es el que gusta de contemplar la verdad. Tal “contemplación”, sin embargo, no es sinónimo de “posesión”, pues todo filosofar es “carencia” y quien alcanza la verdad deja de desearla y, por lo mismo, de filosofar. Un deseo de saber el fundamento, frente a las apariencias, porque atiende a lo radical, a los principios, a lo que posibilita el ser de los entes, lo “trascendental”. Y como el amor, la sabiduría surgió dando respuestas a situaciones vitales de la existencia, para hacer ésta más humana, plena y feliz.
Urge, pues, una filosofía educativa de carne y hueso, de concepciones nuevas sobre realidades cotidianas y urgentes, una filosofía educativa afilada, problemática e interrogativa, “in-útil” para el tecnólogo y el científico, pero abierta y atenta a los problemas económicos, sociopolíticos, éticos, culturales, del momento. Un saber que se comprender con estas palabras-clave: interrogativo, clarificador de hechos y lenguajes, crítico, reflexivo, sabe que hay algo más allá del conocimiento sensible. Y por ello es necesario, acaso imprescindible, para saber vivir bien como persona. Así, la educación se ha de comprender en un sentido filosófico.
Es importante entender este espacio compartido entre el saber filosófico y el saber educativo que da origen a la filosofía de la educación. Este espacio epistemológico compartido lo confirma la historia. La simple relación entre el contenido de obras de Historia de la Filosofía e Historia de la Educación manifiesta un gran número de autores y temas comunes a ambos campos. Ello pone de manifiesto, ya desde el inicio, que quienes se ocuparon de la Filosofía lo hicieron también de la Educación: desde Platón en la antigüedad a Dewey en la modernidad, incontables filósofos han pensado la educación y la han colocado en el centro, no la periferia, de su pensar.
En cuanto a la filosofía, es lamentable su poca atención en la educación, por diversas razones, va una: contenido, lenguaje y enfoque de los cursos filosóficos en su teórico alejamiento de la vida, en su abstracción desprovista de vida concreta. Esta situación ha deparado una concepción de la filosofía estrechamente vinculada o identificada con la ineficacia, la esterilidad, el aburrimiento y la incomprensión, la “in-utilidad”. Y si ello es así, no necesariamente ha de serlo, ni lo fue en sus orígenes, pues la filosofía que no surja del contacto con la realidad cotidiana, sino al margen de ella, quizá sea filosofía pura, pero no filosofía de vida, no filosofía del ser humano que quiere, siente y desea, y por tanto, no filosofía de la educación.
Para recuperar el sentido vital, hoy perdido, quizá convenga recordar los orígenes, el nacimiento de la filosofía y así restaurar la situación de vitalidad originaria, pues la filosofía no nació en el retiro, sino en Mileto, el mercado del mundo antiguo en el que pueblos del Mediterráneo intercambiaban sus mercancías, y los más antiguos pensadores no fueron ascetas alejados del mundo, sino hombres curiosos, abiertos al mundo y a sus problemas. La filosofía, y filosofía de educación, no puede, ni debe, alejarse del mundo de la vida. El nacimiento de la preocupación filosófica y el origen del interés educativo van prácticamente unidos. Desde el principio es imposible separar filosofía y educación. Es lógico, dado que el complejo mundo de la educación no se realiza de modo espontáneo, como sucede en cualquier proceso biológico o natural, sino que necesita de una visión filosófica que proporcione al proceso educativo una determinada visión del ser humano, entre las múltiples posibles.
Sin filosofía de la educación quedan sin respuesta, al menos de modo explícito, cuanto afecta a la reflexión crítica de los fines y valores en educación. Interrogantes como: ¿Qué elegir? ¿Es posible educar sin referente antropológico, social, político? ¿Se debe imponer al educando una opción contra su voluntad? ¿Qué dimensiones humanas educar? ¿Es posible la neutralidad en educación? ¿Son indiferentes los medios tecnológicos? ¿Qué conocimientos enseñar, por qué? ¿Todos los estudiantes deben estudiar lo mismo? ¿Debe la universidad ser para todos? Ninguna de esas preguntas se puede pensar sin consideraciones filosóficas. De aquí que muchos silencios a esos y otros interrogantes, convengan a ciertos políticos y burócratas que quieren ver en la educación sólo medios y tecnologías, pero no a educadores con conciencia crítica. Educar, además de ser problema de métodos, técnicas y sistemas, es ante todo un problema filosófico. La insuficiencia científica y tecnológica abre el camino necesariamente al mundo de la reflexión, de la clarificación y crítica, esto es, al ámbito de los fines y valores de la educación, al ámbito de la filosofía educativa.
Las respuestas no serán unánimes. La filosofía, y aquí radica parte de su grandeza, nunca es dogmática, pero tampoco indiferente. En ella se debaten problemas del conocimiento, verdad, valor, vida buena en sociedad, siempre condicionados por la idea del ser humano y el mundo. El mito de la caverna ilustra el enlace inseparable entre filosofía y educación. El filósofo anda a la búsqueda del fundamento, del ser, que aunque presente, se oculta tras las sombras de lo aparente, falso, lo inauténtico, y el educador, al igual que el filósofo, ha de recorrer el camino a la contemplación de la verdad, del bien, mirar al sol cara a cara. Por eso, el filósofo es auténtico educador, sin ánimo de adoctrinar. Ansiosamente busca la verdad allá donde se encuentre, por encima de apariencias, intereses, falsedades y fraudes tan comunes en educación. Así, filosofar la educación es preguntar, desenmascarar, crear sospechas ahí donde hay complacencia con mediocridad, indulgencia con la corrupción, condescendencia con la incompetencia. Filósofo y educador, que no se creen en posesión de la verdad, constantemente la buscan, siempre en camino, siempre con horizonte abierto.
Concebir, pues, la educación al margen de la filosofía es un error, ya que sería un saber desorientado, carente de pluralidad, “irreflexivo”, “poseído” y “des-erotizado”. Y ello ya deja de ser filosofía y educación, pues la filosofía como la educación nace de la pluralidad, “eros” o deseo, como ya describió Platón en el Banquete. Así, el plural de filosofías expresa mejor su contenido, es decir, pluralidad de concepciones al saber filosófico y, en consecuencia, a filosofía de la educación. Ningún filósofo serio, ni escuela filosófica rigurosa, ni filosofía con apertura, se ha atrevido a presentar su concepción del mundo como única y verdadera, así como ningún modelo educativo ha logrado imponerse sobre los demás. Lo que no significa que todos valen igual.
La historia de la filosofía como de la educación, refleja la pluralidad de concepciones.
Pero todas tienen un fondo común: pensar. A la pregunta ¿en qué consiste filosofar la educación? Ante todo, pensar. Pensar el fenómeno educativo en sus fundamentos. Pensar sobre la educabilidad del ser humano, sus posibilidades, límites, condiciones. Pensar alétheia, lo auténtico, lo verdadero. Pensar sintético sobre la educación como fenómeno histórico. Pensar qué se dice en el lenguaje educativo. Pensar argumentos a favor o en contra de una determinada concepción educativa. Pensar la identidad del ser humano, qué queremos al educarnos, por qué. Pensar la diferencia entre los fines y medios educativos. Pensar qué conocimientos valen para educar, por qué. Pensar por qué conocemos tantas cosas y somos tan infelices.
Ante todo, pensar con claridad, imaginación y sentido crítico. No pidamos más a la filosofía educativa, ni tampoco menos.
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