Wednesday, June 26, 2013

Filosofía de la Educación: una concepción

Universidad de Puerto Rico
Recinto de Río Piedras
Facultad de Educación

EDFU 4019: Fundamentos Filosóficos de la Educación
Pedro I. Subirats Camaraza

Filosofía de la educación: una concepción

La educación es un hecho existente desde el inicio de la humanidad, desde que la naturaleza contó con la civilización (cultura, técnica, instituciones), aproximadamente dos millones de años. Tal hecho desde tiempos remotos ha constituido un permanente interrogante, susceptible de múltiples  interpretaciones. Desde que el animal llegó a ser humano, y por lo mismo animal racional, preguntó y se preguntó qué hacer para ser más humano. La respuesta no era más que la respuesta al concepto mismo de educación, porque educar es humanizar, hacerse íntegramente persona. Esta respuesta continúa siendo problemática, por cuanto hacerse persona, antes como ahora, conlleva siempre un conjunto de valores cuya selección, jerarquía y realización escapan a las predicciones hipotéticas, a exactitud matemática, verificación empírica o eficacia tecnológica. De aquí nuestra ignorancia tecno-científica ante la pluralidad de opciones antropológicas y modelos educativos. La herencia nos da el ser, pero no cómo hemos de ser, pues nacemos humanos, pero no humanizados; sociables, pero no socializados; morales, pero no moralizados. Aprendemos a ser humanos, sociales, morales... por medio de la educación. El nacimiento nos da las capacidades, la educación desarrolla las facultades y potencialidades que la herencia nos proporciona. Es tarea de toda educación: hacer que la persona que nace aprenda a ser humana entre los humanos, optando por unos u otros valores y modos de ser; pues cabe la posibilidad de optar por la barbarie o la cultura civilizada, gran dilema histórico. La importancia de este hecho, la educación, tan complejo como imprescindible, no heredado, sino adquirido, ha ocupado buena parte del pensamiento desde la antigüedad, por cuanto el aprendizaje humano comporta un conjunto de saberes y prácticas  cuyo conocimiento es imprescindible a todo educador, pues no educa sólo quien quiere, sino quien, además, sabe educar. La filosofía educativa esclarece lenguaje y presupuestos epistemológicos, antropológicos y axiológicos, condicionantes de toda acción educativa.

“Todos los hombres desean por naturaleza el saber”. Con estas palabras Aristóteles inicia su Metafísica manifestando, de este modo, la tendencia intrínseca de todo ser humano hacia la sabiduría. El deseo de saber fue una necesidad desde que el hombre es hombre -uso el vocablo sin intención de género-, un problema a solucionar, para conocer mejor nuestra enigmática condición y así guiarnos con sabiduría a lograr una vida más humana. De esta ansia de saber nació la pregunta. Por eso, el ser humano, eterno preguntón, siempre ha preguntado y se ha preguntado, es un ser que pregunta y se pregunta. Preguntar implica siempre un distanciamiento, alejarse en el espacio de las ataduras de la experiencia sensible a fin de poder introducir la perplejidad que motiva el juicio crítico. El hecho de preguntar es ya un saber, un saber ignorado, pero saber que, desde la ignorancia, demanda respuesta, aunque no siempre la pregunta haya logrado una respuesta eficaz. La eficacia en nada mengua su valor. De aquí que la pregunta y el problema sean momentos importantes para lograr la sabiduría, al margen de las respuestas y soluciones alcanzadas. La filosofía educativa se estudia no tanto por las respuestas -aunque éstas importan-, sino por el valor de las preguntas, que amplían la concepción de lo posible, enriquecen la imaginación y ponen atención a la tentación del dogmatismo y las ideologías que impiden el espíritu libre de investigar, conocer y saber la verdad.

El saber es siempre una curiosidad, un impulso que se concreta y multiplica en múltiples saberes: unos saberes se dirigen dinámicamente hacia el mundo material y sensible de la apariencia -doxa-, otros hacia la verdadera realidad -nous- unos son falibles, otros infalibles (Platón, La República); algunos son inmediatos y otros mediatos, unos teóricos y otros prácticos; miran el microscopio en el laboratorio o por el telescopio en el observatorio astronómico; buscan el universo físico o entran en el universo interno espiritual... fueron distintos modos de saber desde tiempos inmemoriales, para satisfacer unas u otras necesidades del ser humano. En todo saber existe un significante que señala una actividad mental, bien destinada hacia las cosas y artefactos culturales del mundo; o hacia las personas; o circunstancias; o estados mentales.

El conocimiento se encuentra más cercano a la ciencia, el pensar más unido a la filosofía. La razón ha jugado en todos ellos un papel fundamental, aunque no siempre con el mismo éxito. Los mitos fueron las respuestas iniciales del hombre en su deseo de saber. La razón en ellos tuvo un papel importante en la pregunta, aunque no acertada en la respuesta. Actualmente las ciencias naturales tienen un éxito diferente a la filosofía y humanidades, pero en todos los casos el ser humano siempre ha buscado la verdad, la correspondencia entre las creencias y los fenómenos, la concordancia entre el pensamiento y la realidad, lo que uno piensa es verdad y lo que en realidad es verdadero, no tanto en las cosas sino en el ser mismo.

La filosofía es un saber que no siempre se comprende por los estudiantes, y lo entiendo, cuando los temas y problemas se plantean alejados de la vida, y su lenguaje poco o nada es vehículo de curiosidad e interés que involucre existencialmente. Es una situación lo más opuesta al origen y al significante etimológico del vocablo filosofía, pues philo-sophía fue el “amor a la sabiduría” y como todo amor, comunicativo, erótico, apasionado, ingenioso, bello y necesitado. Así lo entendió Platón en el Banquete (201e-205a): “Cuando nació Afrodita (diosa de la belleza) los dioses celebraron un banquete [...]. Entre tanto Poros (el Ingenio) como estaba embriagado de néctar, penetró en el huerto de Zeus y en el sopor de la embriaguez se quedó dormido. Penia (la Pobreza), movida por su indigencia, tramando hacerse un hijo de Poros se acostó a su lado y concibió a Eros (el Amor). Este ser tiene así una naturaleza mixta; como hijo de la pobreza es siempre indigente y necesitado, mas como hijo del Ingenio es intrépido, diligente y fértil en recursos. Y por haber sido concebido al nacer Afrodita, es servidor de la Belleza [...]. Como la Sabiduría es una de las cosas más bellas y el Amor es deseo de lo bello, Eros (el Amor) es también filósofo. El amor a la sabiduría se encuentra, por eso, en el término medio entre la sabiduría y la ignorancia. Y esa es la naturaleza del que filosofa: la de ser intermedio, pues está entre los dioses, que poseen la sabiduría, y las bestias ignorantes”.


La filosofía fue así, en sus orígenes, el amor a la sabiduría, pasión y hambre permanente de saber. Un saber que, al igual que el amor, es sabroso, agradable y gratificante. Este deseo de saber conduce, a la pregunta “al modo filosófico”: interrogarse por el fundamento, el ser y el sentido -arjé, eidos-, sin que siempre encontremos adecuada respuesta, ya que la verdad se vislumbra, pero jamás se posee. La tarea del filósofo es preguntar, estar siempre en camino, búsqueda siempre inacabada de la verdad, pues el verdadero filósofo, como advirtió Platón, es el que gusta de contemplar la verdad. Tal “contemplación”, sin embargo, no es sinónimo de “posesión”, pues todo filosofar es “carencia” y quien alcanza la verdad deja de desearla y, por lo mismo, de filosofar. Un deseo de conocer el fundamento, frente a las apariencias, porque atiende a lo radical, a los principios, al fundamento que posibilita el ser de los entes, lo “trascendental”. Y como el amor, la sabiduría surgió y se desarrolló dando respuestas a situaciones concretas y vitales de la existencia, para hacer esta más humana y feliz. Urge, pues, una filosofía de carne y hueso, de concepciones nuevas sobre realidades cotidianas y urgentes, una filosofía afilada, problemática e interrogativa, “in-útil” para el tecnólogo, pero abierta y atenta a los problemas económicos, políticos y sociales del momento. Un saber que bien puede definirse con las siguientes palabras-claves: interrogativo, inquieto, clarificador de hechos y lenguajes, crítico y reflexivo, que sabe más allá del conocimiento sensible.

Es importante entender este espacio compartido entre filosofía y educación que origina la filosofía de la educación. Este espacio epistemológico compartido lo confirma la historia. La simple relación entre Historia de la Filosofía e Historia de la Educación manifiesta un gran número de autores y temas comunes a ambos campos. Ello pone de manifiesto, ya desde el inicio, que quienes se ocuparon de la Filosofía lo hicieron también de la Educación: desde Platón en la antigüedad a Dewey en nuestro tiempo.

El malentendido de la filosofía, contrario a la riqueza que aporta al pensar y vivir, debe corregirse en el interior mismo de docentes y escritores de filosofía. Por lo general existe la impresión de que filosofar se identifica con aburrimiento, incomprensión, “in-utilidad”. Y si es así, no necesariamente ha de serlo, ni lo fue en sus orígenes, pues la filosofía que no surja del contacto con la realidad cotidiana, sino al margen de ella, no es una filosofía de la vida, no una filosofía del ser humano que quiere, siente y desea, y por tanto, no una filosofía de la educación. Para recuperar el sentido vital, en buena parte hoy perdido, hemos de recordar los orígenes, el nacimiento mismo de la filosofía y así restaurar la situación de vitalidad originaria, pues la filosofía no nació en el retiro, sino en Mileto, el mercado antiguo en el que los pueblos del Mediterráneo intercambiaban sus mercancías, y los más antiguos pensadores no fueron ascetas alejados del mundo, sino hombres curiosos, abiertos al mundo y a sus problemas.

La filosofía, y aún menos filosofía educativa, no se alejan del mundo de la vida. El nacimiento del pensar filosófico y el origen del interés pedagógico van prácticamente unidos. Resulta, pues, desde el principio, imposible separar filosofía y educación. Ello parece lógico, dado que el complejo mundo de la educación no se realiza de modo espontáneo, como sucede en cualquier proceso biológico o natural, sino que necesita de una visión filosófica que proporcione al proceso educativo una determinada visión del ser humano, entre las múltiples posibles.

Sin filosofía de la educación queda sin respuesta, al menos de modo explícito, cuanto afecta a la reflexión, a la crítica, al fundamento, a los fines y valores... Interrogantes tales como: ¿Qué elegir? ¿Es posible educar sin referente antropológico, sociopolítico, cultural? ¿Se debe imponer al educando una opción contra su voluntad? ¿Deben los políticos imponer su modelo ideológico porque gozan de mayoría? ¿Cómo debe ser ejercida la autoridad del maestro? ¿Es posible neutralidad en educación? ¿Son indiferentes los medios? De aquí que muchos silencios a esos y otros interrogantes, quizá convengan a ciertos políticos o burócratas que quieren ver en la educación intereses particulares, pero no a educadores. Educar, además de ser un problema tecnológico, es un problema filosófico. La insuficiencia científica abre el camino necesariamente al mundo de la reflexión, de la clarificación y de la crítica, esto es, al ámbito de fines y valores, al ámbito de la filosofía educativa.

La filosofía educativa no es dogmática, pero tampoco indiferente. En ella se debaten problemas del conocimiento, del bien, de la verdad, siempre condicionados por la idea que tengamos del ser humano y su mundo. El mito de la caverna ilustra el enlace inseparable entre filosofía y educación. El filósofo anda a la búsqueda del fundamento, del ser, que aunque presente, se oculta frecuentemente tras las sombras, y el educador, al igual que el filósofo, recorre el camino a la contemplación de la verdad, mirar al sol cara a cara. Por eso, el filósofo es necesariamente educador, auténtico educador, sin ánimo de adoctrinamiento. Ansiosamente busca la verdad allá donde se encuentre, por encima de las apariencias, fraudes y engaños. Así, filosofar la educación es preguntar, re-flexionar, criticar, desenmascarar, crear problemas ahí donde había complacencia. El filósofo y el educador, porque no se creen en posesión de la verdad, constantemente la buscan, siempre en camino, en permanente horizonte abierto.  Concebir la educación al margen de la filosofía es un error, ya que sería un saber desorientado, carente de pluralidad, “irreflexivo” y “des-erotizado”. Y ello ya deja de ser filosofía y educación, pues la filosofía y la educación nacen de la diversidad, del “eros” como ya describió Platón en el Banquete.


Para nosotros la filosofía de la educación se ocupa de pensar las razones para educar desde la reflexión de los fundamentos y supuestos:
- antropológicos (ser humano)
- teleológicos (fines de la vida)
- epistemológicos (conocimiento, verdad)
- axiológicos (valores del bien y la belleza)

Ninguna ciencia ni tecnología es capaz de preguntar los interrogantes críticos de la filosofía.

La filosofía de la educación es un saber racional y crítico de las condiciones de educabilidad del ser humano; es un pensar la alétheia, lo auténtico, lo verdadero; un pensar la pregunta, y posibles respuestas, a ¿qué humano, qué educación, qué mundo, por qué?

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