De las varias acepciones
de la palabra “tacto” en el diccionario, me refiero a la habilidad para tratar
con una persona de manera sensible y respetuosa o para actuar con acierto en
asuntos delicados. Es una habilidad básica en el trato cotidiano en que los
humanos se educan en simplemente la presencia, influencia, imitación,
socialización, así como en el trato o las relaciones más formales en
instituciones que asumen roles de educación reglamentada. En éstas, quizá la
falta de tacto sea uno de los problemas más graves en las relaciones educativas
de signo pedagógico, que explora con amplitud y profundidad Max van Manen[1]. Por intuición y experiencia los estudiantes
se quejan, con razón, de esta carencia al decir que un maestro es inaccesible, insensible,
indiferente en ayudar, arrogante, se cree superior por el simple hecho de
“saber” una materia que el estudiante desconoce. Claro está, los estudiantes
podrán no saber la materia, pero sí perciben al maestro/a con genuino interés
en ayudar: entonces nace el respeto, la consideración, el confiar, el afecto, condiciones
básicas en el proceso educacional de aprender y enseñar.
J.F Herbart
(1776-1841) fue el primero en referirse al tacto pedagógico. El pedagogo tomó
la palabra tiempo usada en música que
se mide por la aguja de un metrónomo que oscila entre dos polos, que son la
pura teoría y la acción no razonada. Con la noción de tacto se expresa la
necesidad del educador de vincular esos dos extremos. Es un obrar en un espacio
intermedio entre teoría y práctica; un juicio rápido, o mejor, una intuición en la acción en una situación
determinada que no requiere aplicar directamente una teoría preconcebida. Si se
tiene una teoría educativa reflexionada y verificada en la experiencia, que es parte
de la mentalidad actitudinal del educador, entonces esa teoría opera en el
trasfondo de la consciencia. La intuición del educador se “encarga” de adaptar
o modular la teoría a la situación concreta.
El tacto es habilidad
de razón práctica intuitiva, actúa en
la inmediatez del aquí/ahora. Se aprende esa habilidad al actuar habitualmente,
repetidas veces, con tacto. Apropiado
el juego de palabras: que el contacto educativo sea con tacto. Podemos
comprender el tacto educativo en dos sentidos: una sensibilidad especial en las
relaciones humanas que ayuda a no violar o invadir la intimidad de la persona;
y una capacidad o disposición del educador en su modo de interpretar y
comprender la realidad de los educandos.
En el primer sentido,
el tacto se identifica con virtudes éticas del trato entre personas y en
sociedad: humildad, justicia, buena fe, generosidad, tolerancia, compasión,
prudencia, urbanidad -virtud olvidada-, buen humor, solidaridad, camaradería,
etc., esas virtudes en relaciones humanas en culturas y sociedades que
privilegian y custodian dignidad, derechos, civismo ciudadano. El tacto educativo
es capacidad de percibir las situaciones en actuar correctamente cuando el educador carece, respecto a la situación,
de un saber seguro derivado de teorías generales. En el relato del Buen
Samaritano, paradigmático en actuar compasivo budista y cristiano, Jesús no
asume hizo un cálculo premeditado y analítico derivado de teoría moral (que
debió ser en el sacerdote y el levita, doctores en ley mosaica, quienes
ignoraron al herido). El obrar del Samaritano no resulta de aplicar una teoría
moral a la práctica concreta, al contrario, es obrar espontáneo fruto de
disposición de ánimo compasiva en un hábito natural. Pero ello no implica que
personas virtuosas carezcan de reflexión o investigación de su experiencia, en
que aparece la teoría que aclara, ilumina e inspira la práctica. También de
acuerdo con este sentido, el tacto es la cualidad en virtud de la cual sabemos
mantener distancia, evitar lo chocante, herir, el excesivo acercamiento y la
violación de la esfera privada e íntima, como ocurre con chisme, el
entrometimiento o la indiscreción, en la humillación y burla a los demás.
En el segundo
sentido, el tacto es manera de conocer (episteme), ser (ontología) y obrar
(ética), unión indisoluble. Es función del desarrollo intelectual, ético,
estético, histórico, que define la idea filosófica alemana Bildung, de difícil traducción, cuyo significado es la “formación”
integral que unifica conocimiento y sentimiento; formación en que fluyen
armónicamente la sensibilidad y el carácter del intelecto refinado con moral
profunda.
En el primer sentido el
trato supone cierta dotación natural, en el segundo sentido el trato es
educable. Educación intelectual discierne lo verdadero y falso. Educación ética
diferencia bien y mal. Educación estética distingue bello y grotesco. Educación
histórica hace comprender lo posible y deseable a partir de las experiencias
pasadas, que a la vez capacitan para prever el futuro aún incierto.
El tacto es cualidad relacional, un “tono”,
tonalidad, en el comportamiento del educador con sensibilidad y flexibilidad
en cada situación. Se traduce en amabilidad, en confiar, en la libertad
benevolente que no pre-juzga, que sabe cambiar percepciones prejuiciadas por
miradas positivas, ver lo mejor en
otro, su potencial que acaso subestima. Similar al coach deportivo que cree en jugadores,
puso mirada en el potencial no realizado. Tacto es también una cualidad reflexiva en decisiones rápidas
en contextos singulares en que hay incertidumbre, porque problemas a resolver
son siempre únicos -podrán parecerse a problemas en situaciones anteriores,
pero siempre lo que ocurre en el presente es inédito, como si fuese por primera
vez-. Es el zen budismo en el presente.
El tacto pide al
educador confianza en sí y libertad de improvisar. Es una lástima que en la educación
de educadores se ignore la dimensión teatral y lúdica en la vida humana. Nadie
como actores saben la importancia crucial, por un lado, de la disciplina mental
de reflexionar en y sobre la actuación, y por otro, de saber fluir en la
improvisación del momento -cada momento es irrepetible e irreversible, pero se aprende de ellos-.
El tacto educativo
conecta la sensibilidad y simpatía del educador con la necesidad del educando.
El educador no educa “a la fuerza”; no se puede ayudar a quien no quiere ser
ayudado, o a quien no sabe necesita ayuda y la rechaza; el educador ha de jugar
necesariamente con una variable definitiva: la libertad del educando. Así, es
necesario reflexionar sobre las mejores condiciones en que la libertad y la
responsabilidad es orientada y asumida por quien se educa. Respetar la
autonomía y la esfera de intimidad del educando es esencial. Si actúa con
criterio educativo, el educador será capaz de influir, es influencia que no es autoritaria,
manipuladora. Detrás del egocentrismo y del autoritarismo de los educadores
suele ocultarse la inseguridad, el miedo, la culpa propia proyectada en los
demás, como atinadamente estudia el psicoanálisis.
Algunas
características del tacto educativo son las siguientes:
·
preserva el espacio de libertad e intimidad
del educando
·
protege lo que es vulnerable, el sufrimiento
oculto o abierto
·
previene y defiende del daño
·
acentúa y busca el bien del otro
·
acompaña al educando aprendiendo uno mismo en
el proceso educativo
Tómese en cuenta un
factor importante, uno de los problemas más graves en educación: la obsesión
por el control, la manía de querer planificar lo imposible de prever ni dirigir.
El tacto educativo no
se puede planificar. Es imposible, surge en la espontaneidad que se intuye.
Ciertamente podrá estar inspirado por ideas o reflexionado por teorías, pero se
rige por los sentimientos y la afectividad.
Actuar con tacto es
ser consciente de los sentimientos de los demás, especialmente en la
vulnerabilidad, en las zonas de intimidad, de silencio, del secreto personal en
todos que guardamos para no herirnos al ser descubierto por otros. Al actuar
con tacto vemos una situación que reclama sensibilidad en entender qué hacer,
cómo, por qué.
El tacto educativo
subraya la dimensión terapéutica educativa, rehaciendo las roturas humanas
-dudas, frustraciones, culpas, miedos-. En la modernidad se perdió la tradición
que integraba paideia y therapeia, es decir, educación en su
crucial función sanadora. El ser humano sufre, es un dato indiscutible, y el
educando -niño, joven, adulto- entra en una relación educativa con su carga de
sufrimientos, angustias, perplejidades, fracasos.
¿Se desentiende la
educación de la condición humana?
Hannah Arendt
advirtió el fracaso de Humanidad en el Holocausto. La rotura profunda del
mal-estar humano no se rehace con tecnologías educativas, ni con objetivos o
metas “educativas” enfocadas en la consecución de poder, prestigio, posesiones,
en identidad a través del comercio humano, en el empresarismo y ese tipo de
tonterías que “pasan” por ser fines educativos. La vulnerabilidad humana se
trata, comprende, sana si es posible, en relaciones de contacto con afecto, sensibilidad,
delicadeza, benevolencia en el trato.
La revolución
copernicana en educación consiste en volver la espalda al proyecto del doctor
Frankestein, educar es fabricar. La nueva
educación se centra y concentra en la relación entre sujetos que se educan en
reciprocidad, alteridad, acogimiento. La función central del educador, digamos
en las instituciones, es abrir espacio micros en salones de clase, en que
estudiantes sientan y experimenten la libertad, la confianza, en construirse a
sí mismo como sujeto en la vida, heredero
de una historia humana en la que sepa qué está en juego: nada menos que salir
de la ley de la selva (Hobbes), y entrar resuelto en la humanización que
hospeda a todos en dignidad y paz. El tacto educativo, así, consiste en descubrir
con mirada delicada las aptitudes del educando, y guiarle con prudencia. O decirlo
diáfanamente: tacto educativo es la mirada amorosa.
1] Max van Manen, The
Tact of Teaching: the meaning of pedagogical thoughtfulness, una obra
fundamental para docents en todo nivel de enseñanza. En este
ensayo, sin embargo, parto de las reflexiones de Rousseau, Emilio; M. Scheler, Sobre la
simpatía; y Alain, Conversaciones
sobre educación.
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