Thursday, December 29, 2016

Tacto educativo


De las varias acepciones de la palabra “tacto” en el diccionario, me refiero a la habilidad para tratar con una persona de manera sensible y respetuosa o para actuar con acierto en asuntos delicados. Es una habilidad básica en el trato cotidiano en que los humanos se educan en simplemente la presencia, influencia, imitación, socialización, así como en el trato o las relaciones más formales en instituciones que asumen roles de educación reglamentada. En éstas, quizá la falta de tacto sea uno de los problemas más graves en las relaciones educativas de signo pedagógico, que explora con amplitud y profundidad Max van Manen[1].  Por intuición y experiencia los estudiantes se quejan, con razón, de esta carencia al decir que un maestro es inaccesible, insensible, indiferente en ayudar, arrogante, se cree superior por el simple hecho de “saber” una materia que el estudiante desconoce. Claro está, los estudiantes podrán no saber la materia, pero sí perciben al maestro/a con genuino interés en ayudar: entonces nace el respeto, la consideración, el confiar, el afecto, condiciones básicas en el proceso educacional de aprender y enseñar.   

J.F Herbart (1776-1841) fue el primero en referirse al tacto pedagógico. El pedagogo tomó la palabra tiempo usada en música que se mide por la aguja de un metrónomo que oscila entre dos polos, que son la pura teoría y la acción no razonada. Con la noción de tacto se expresa la necesidad del educador de vincular esos dos extremos. Es un obrar en un espacio intermedio entre teoría y práctica; un juicio rápido, o mejor, una intuición en la acción en una situación determinada que no requiere aplicar directamente una teoría preconcebida. Si se tiene una teoría educativa reflexionada y verificada en la experiencia, que es parte de la mentalidad actitudinal del educador, entonces esa teoría opera en el trasfondo de la consciencia. La intuición del educador se “encarga” de adaptar o modular la teoría a la situación concreta.

El tacto es habilidad de razón práctica intuitiva, actúa en la inmediatez del aquí/ahora. Se aprende esa habilidad al actuar habitualmente, repetidas veces, con tacto. Apropiado el juego de palabras: que el contacto educativo sea con tacto. Podemos comprender el tacto educativo en dos sentidos: una sensibilidad especial en las relaciones humanas que ayuda a no violar o invadir la intimidad de la persona; y una capacidad o disposición del educador en su modo de interpretar y comprender la realidad de los educandos.

En el primer sentido, el tacto se identifica con virtudes éticas del trato entre personas y en sociedad: humildad, justicia, buena fe, generosidad, tolerancia, compasión, prudencia, urbanidad -virtud olvidada-, buen humor, solidaridad, camaradería, etc., esas virtudes en relaciones humanas en culturas y sociedades que privilegian y custodian dignidad, derechos, civismo ciudadano. El tacto educativo es capacidad de percibir las situaciones en actuar correctamente cuando el educador carece, respecto a la situación, de un saber seguro derivado de teorías generales. En el relato del Buen Samaritano, paradigmático en actuar compasivo budista y cristiano, Jesús no asume hizo un cálculo premeditado y analítico derivado de teoría moral (que debió ser en el sacerdote y el levita, doctores en ley mosaica, quienes ignoraron al herido). El obrar del Samaritano no resulta de aplicar una teoría moral a la práctica concreta, al contrario, es obrar espontáneo fruto de disposición de ánimo compasiva en un hábito natural. Pero ello no implica que personas virtuosas carezcan de reflexión o investigación de su experiencia, en que aparece la teoría que aclara, ilumina e inspira la práctica. También de acuerdo con este sentido, el tacto es la cualidad en virtud de la cual sabemos mantener distancia, evitar lo chocante, herir, el excesivo acercamiento y la violación de la esfera privada e íntima, como ocurre con chisme, el entrometimiento o la indiscreción, en la humillación y burla a los demás.

En el segundo sentido, el tacto es manera de conocer (episteme), ser (ontología) y obrar (ética), unión indisoluble. Es función del desarrollo intelectual, ético, estético, histórico, que define la idea filosófica alemana Bildung, de difícil traducción, cuyo significado es la “formación” integral que unifica conocimiento y sentimiento; formación en que fluyen armónicamente la sensibilidad y el carácter del intelecto refinado con moral profunda.

En el primer sentido el trato supone cierta dotación natural, en el segundo sentido el trato es educable. Educación intelectual discierne lo verdadero y falso. Educación ética diferencia bien y mal. Educación estética distingue bello y grotesco. Educación histórica hace comprender lo posible y deseable a partir de las experiencias pasadas, que a la vez capacitan para prever el futuro aún incierto.

El tacto es cualidad relacional, un “tono”, tonalidad, en el comportamiento del educador con sensibilidad y flexibilidad en cada situación. Se traduce en amabilidad, en confiar, en la libertad benevolente que no pre-juzga, que sabe cambiar percepciones prejuiciadas por miradas positivas, ver lo mejor en otro, su potencial que acaso subestima. Similar al coach deportivo que cree en jugadores, puso mirada en el potencial no realizado. Tacto es también una cualidad reflexiva en decisiones rápidas en contextos singulares en que hay incertidumbre, porque problemas a resolver son siempre únicos -podrán parecerse a problemas en situaciones anteriores, pero siempre lo que ocurre en el presente es inédito, como si fuese por primera vez-. Es el zen budismo en el presente.

El tacto pide al educador confianza en sí y libertad de improvisar. Es una lástima que en la educación de educadores se ignore la dimensión teatral y lúdica en la vida humana. Nadie como actores saben la importancia crucial, por un lado, de la disciplina mental de reflexionar en y sobre la actuación, y por otro, de saber fluir en la improvisación del momento -cada momento es irrepetible e irreversible, pero se aprende de ellos-.

El tacto educativo conecta la sensibilidad y simpatía del educador con la necesidad del educando. El educador no educa “a la fuerza”; no se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado, o a quien no sabe necesita ayuda y la rechaza; el educador ha de jugar necesariamente con una variable definitiva: la libertad del educando. Así, es necesario reflexionar sobre las mejores condiciones en que la libertad y la responsabilidad es orientada y asumida por quien se educa. Respetar la autonomía y la esfera de intimidad del educando es esencial. Si actúa con criterio educativo, el educador será capaz de influir, es influencia que no es autoritaria, manipuladora. Detrás del egocentrismo y del autoritarismo de los educadores suele ocultarse la inseguridad, el miedo, la culpa propia proyectada en los demás, como atinadamente estudia el psicoanálisis.  

Algunas características del tacto educativo son las siguientes: 
·         preserva el espacio de libertad e intimidad del educando
·         protege lo que es vulnerable, el sufrimiento oculto o abierto
·         previene y defiende del daño
·         acentúa y busca el bien del otro
·         acompaña al educando aprendiendo uno mismo en el proceso educativo

Tómese en cuenta un factor importante, uno de los problemas más graves en educación: la obsesión por el control, la manía de querer planificar lo imposible de prever ni dirigir. 
El tacto educativo no se puede planificar. Es imposible, surge en la espontaneidad que se intuye. Ciertamente podrá estar inspirado por ideas o reflexionado por teorías, pero se rige por los sentimientos y la afectividad.

Actuar con tacto es ser consciente de los sentimientos de los demás, especialmente en la vulnerabilidad, en las zonas de intimidad, de silencio, del secreto personal en todos que guardamos para no herirnos al ser descubierto por otros. Al actuar con tacto vemos una situación que reclama sensibilidad en entender qué hacer, cómo, por qué.

El tacto educativo subraya la dimensión terapéutica educativa, rehaciendo las roturas humanas -dudas, frustraciones, culpas, miedos-. En la modernidad se perdió la tradición que integraba paideia y therapeia, es decir, educación en su crucial función sanadora. El ser humano sufre, es un dato indiscutible, y el educando -niño, joven, adulto- entra en una relación educativa con su carga de sufrimientos, angustias, perplejidades, fracasos.

¿Se desentiende la educación de la condición humana?

Hannah Arendt advirtió el fracaso de Humanidad en el Holocausto. La rotura profunda del mal-estar humano no se rehace con tecnologías educativas, ni con objetivos o metas “educativas” enfocadas en la consecución de poder, prestigio, posesiones, en identidad a través del comercio humano, en el empresarismo y ese tipo de tonterías que “pasan” por ser fines educativos. La vulnerabilidad humana se trata, comprende, sana si es posible, en relaciones de contacto con afecto, sensibilidad, delicadeza, benevolencia en el trato.

La revolución copernicana en educación consiste en volver la espalda al proyecto del doctor Frankestein, educar es fabricar. La nueva educación se centra y concentra en la relación entre sujetos que se educan en reciprocidad, alteridad, acogimiento. La función central del educador, digamos en las instituciones, es abrir espacio micros en salones de clase, en que estudiantes sientan y experimenten la libertad, la confianza, en construirse a sí mismo como sujeto en la vida, heredero de una historia humana en la que sepa qué está en juego: nada menos que salir de la ley de la selva (Hobbes), y entrar resuelto en la humanización que hospeda a todos en dignidad y paz. El tacto educativo, así, consiste en descubrir con mirada delicada las aptitudes del educando, y guiarle con prudencia. O decirlo diáfanamente: tacto educativo es la mirada amorosa.



1] Max van Manen,  The Tact of Teaching: the meaning of pedagogical thoughtfulness, una obra fundamental para docents en todo nivel de enseñanza. En este ensayo, sin embargo, parto de las reflexiones de Rousseau, Emilio; M. Scheler, Sobre la simpatía; y Alain, Conversaciones sobre educación.

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