16. Educar humanos no es comparable a producir objetos o
fabricar artículos. Tan evidente verdad se olvida o ignora en instituciones
“educativas” al tratar al humano como si fuese una mercancía a ser circulada en
mercados de compra-venta de consumo. Desde temprana niñez se sienta a niños en
pupitres en fila por largos años escolares, y aburridos. Se pudo aprovechar ese
tiempo en educar -educere y educare-
el desarrollo humano integral. Al ignorar lo que ya sabemos del ser humano
-antropología, psicología, sociología…- la
escuela sigue calcada a imagen y semejanza del diseño conceptual y estructural
del siglo XVIII modelado según la mentalidad de los hospitales, las cárceles y
las fábricas.
17. El modelo fabril de producción industrial metió la
escuela en un callejón sin salida, que al cabo de tres siglos colapsó. No se
puede concebir la educación como una industria de producir, distribuir y
mercadear al por mayor artículos de consumo -humanos con títulos académicos- para
transacciones de compraventa empresarial. Artículos y materia prima son seres
humanos, la clientela estudiantil de las universidades. En etapas anteriores de
escolaridad, en niñez y juventud, se les somete a la crueldad pedagógica de
grados por año y edades, mismas materias a la misma hora a todos uniformemente,
como productos en línea de ensamblaje industrial; mismo currículo, misma
enseñanza, misma evaluación, etc.
18. De nuevo, recordemos a este respecto la distinción en
la filosofía griega entre poiesis y praxis, la capacidad humana desplegada en
dos direcciones:
-
Producir o fabricar objetos (poiesis, en inglés se emplea el verbo to make), por la que el sujeto realiza
algo que es exterior a sí mismo, es el hacer.
-
Acción (praxis,
en inglés to do), cuyo efecto no
es una realidad material sino algo que, de algún modo, queda en el sujeto que
obra y le perfecciona, es el ser.
Son dos tipos de
acción que se diferencian por la intencionalidad y el resultado. Una intenta
fabricar algo cuyo resultado es exterior al ser que “fabrica”, desde luego, al
humano, aunque se puedan fabricar equipos tecnológicos que produzcan cosas,
siempre es igual intención y resultado: algo exterior al humano. La otra acción
no pretende nada más que enriquecer al propio ser. Una se orienta a la
exterioridad, otra se orienta a la interioridad. La poiesis no tiene razón de ser sino en un producto externo. En la praxis la razón de ser es el ser-en-sí.
Es similar a las dos orientaciones de Erich Fromm, ser y tener (no digo “tengo
felicidad” sino “soy feliz”).
19. Educar no es una
actividad que pueda incluirse entre las tareas productivas sino que constituye praxis particular, muy cercana a la
creación artística y, como tal, está orientada por principios intrínsecos a la
acción misma que son los que permiten distinguir las buenas prácticas
educativas de las que no lo son, por ejemplo, prácticas manipuladoras y
prácticas que liberan, claramente pensadas y explicadas por Freire. Podemos,
sin duda, distinguir las prácticas, pero no se transfieren de modo automático:
“mira lo que hago bien, hazlo igual”. No en educación. Porque la educación no
es ciencia con protocolos replicables, sino un arte con elementos creativos de
improvisación, espontaneidad en la idiosincrasia del educador, que es fruto de
su experiencia destilada en saber y saber hacer. ¿Cómo se enseña? Nadie sabe.
Los problemas que deben afrontarse en educación se inscriben en una amplia red
de cuestiones intelectuales, morales, sociopolíticas y normativas que impiden
considerar este qué-hacer como un trabajo mecánico, industrial, mercantil. Por
eso se ha comparado a la educación como un arte, una artesanía, es idea en la
antigüedad en los diálogos socráticos. Y como cualquier arte, los buenos
resultados son fruto del entrelazamiento de condiciones naturales o talento del
que actúa, los conocimientos que ha adquirido, experiencia que ha madurado y la
prudencia para aplicar las acciones adecuadas en cada momento particular.
20. Apenas se
conversa esta idea de la educación como un arte. Lástima porque escuelas y
universidades podrían ayudar en la educación de la estética, la sensibilidad,
la imaginación, esas facultades, talentos, en el centro de la obra artística.
Obra, dicho sea claramente, del propio ser, la obra de arte en cada persona, el
arte de crearse uno mismo en la belleza y el amor de su ser, que se extiende a
los demás. En facultades de educación universitarias en que futuros educadores
se educan, urge esa reflexión, aunque sea teórica, de educar como arte, puesto
que vivimos un mundo sin estética, ruidoso y contaminado de fealdad visual.
21. Educación es un
arte semejante a la agricultura o la medicina porque, a pesar de todos los
estímulos y guías exteriores que puedan proporcionar el maestro, el labrador o
el médico, el impulso al desarrollo humano, el crecimiento de la planta o la
recuperación de la salud provienen esencialmente “desde adentro” del viviente,
y los estímulos y condiciones externas sólo son capaces de prestar una ayuda
que facilite estos procesos interiores. Así, aunque hay aspectos técnicos y
metodológicos en la tarea educativa, éstos no son los más determinantes, porque
en su ejercicio prevalecen los rasgos no mecánicos ni técnicos, sino artísticos
e intuitivos. Buen educador responde a los retos y necesidades que plantea cada
persona y situación particular. Pues toda educación acontece en un contexto
aquí y ahora; y acciones educativas son siempre en el presente, por tanto,
inéditas; es decir, impredecibles. Sólo se responde al presente, siempre nuevo,
en un arte intuitivo de creatividad educadora.
22. Pero educadores
no gozan de misma libertad que tienen los artistas quienes, en cierto sentido,
pueden hacer lo que quieran y sólo están “sometidos” a los condicionamientos de
la materia con que trabajan y sus habilidades artísticas e inspiración. Por el
contrario, la tarea de los educadores está sometida
a los requerimientos de las condiciones laborales en que trabajan:
burocráticas, sociopolíticas, salariales, técnicas, la situación psicosocial.
23. En sentido de
equilibrio, la educación se sitúa, por un lado, en el terreno intermedio entre
la creatividad personal del artista, y por otro, el cumplimiento a reglas del
trabajo burocrático-técnico, que se añaden exigencias absurdas de asumir
responsabilidades que evidentemente corresponden a otras instancias sociales y
otros sujetos, ante todo, las familias. ¿Qué hacer? Pues ejercer el arte
estratégico de crear espacios micro en salón de clase con estudiantes, una
relación educativa en libertad, confianza, esperanza, condiciones que
posibilitan florecer a una auténtica educación. Seguimos.
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