El sistema
escolar es un anacronismo. Peligroso. Empezó mal, continuó peor y sigue
vigente. Es una de las tantas idioteces humanas. La idea y la práctica de que nuevas
generaciones vayan a la escuela para enseñarles conocimientos, comportamientos,
habilidades, encerrados en un salón de clase, antes que aprendan en vida
cotidiana, la familia, data del siglo XVII, un autor lo justifica, Comenio. En siglos
XVIII y XIX, Europa, Estados Unidos, América Latina, y colonias europeas, se forman
sistemas escolares calcados a imagen y semejanza de hospitales, cárceles y
fábricas de la naciente era industrial. La escuela nace con ideas falsas: 1) escuela
y educación es lo mismo; 2) niños y jóvenes no se motivan intrínsecamente; 3)
idea patológica del humano pecaminoso en su origen, que requiere doble disciplina,
castigos físicos y disciplina de disciplinas académicas a memorizar; 4) que
niños y jóvenes son incapaces de decidir su aprendizaje, y eso es dominio del
adulto con absoluta autoridad; 5) humanos son uniformes y deben ser sometidos a
idéntica forma de enseñanza y aprendizaje, al mismo molde y patrón; 6) se nace
como una tabla rasa, ser vacío a ser llenado desde afuera; y otras ideas
estúpidas.
El siglo XX
trae la escolaridad masificada y obligatoria en países “desarrollados” en
democracia.
El sistema
escolar, que nace defectuoso, empeora, por aquello que árbol torcido no se
endereza. Es una lástima someter a millones de seres nacientes al mismo régimen
escolar, misma anatomía psicológica y espiritual. Lástima por ignorancia. Del siglo
XVIII a hoy hablan voces elocuentes sobre educación en general, y en particular
la modalidad escolar. Primera voz profética fue Rousseau, siguen centenares,
Pestalozzi, Thoreau, Emerson, Alcott, E. Key, Montessori, Steiner, Decroly, Ferrer-Guardia,
Tolstoy, Krishnamurti, Dewey, son tantos con frescas ideas filosóficas en
educación y prácticas pedagógicas sensatas, racionales, de sentido común,
inteligentes, en el placer de aprender…
La plataforma
escolar que padecemos desde el siglo XVIII está atrapada en un chip algorítmico
que programa instrucciones al sistema: todos/as estudiantes son iguales en genética, psiquismo,
necesidad, interés, talento, talante, ritmo, vocación, contexto, esa identidad
uniforme es para ser formados (de ahí la palabra “formación” tan fea y tan
usada), se forman para ser conformados en una enseñanza en línea de ensamblaje
industrial, mecánico, que insertan en molde prefabricado a estudiantes para darles
la forma o formación con el mismo currículo,
tiempo, salón, contenido, enseñanza, aprendizaje, estándar, evaluación, exámenes,
grados, premios, castigos, diplomas; es lo mismo
para todos en la fábrica escolar que moldea, forma y conforma. Pero si nos
fijamos atentamente, es fácil saber que Ana, José, María, Luis, Sonia, Olga,
Julio, poseen tonos diversos, talantes distintos, en variaciones de ritmos, con
su propia musicalidad existencial. Merecen de la sociedad adulta el respeto, la
confianza, la libertad, y por qué no, el amor, de poder ser.
Mark Twain en
su delicioso cuento, The Stolen White Elephant,
narra unos detectives ineptos que buscan un elefante en un comedor, es
evidente está ahí, fastidia, molesta, caga, todos saben ahí está un elefante
jodiendo con mal olor. Es metáfora literaria perfecta a un problema obvio que
se sabe, es evidente, todos reconocen el problema, saben la solución inmediata,
pero nadie lo admite diciendo “carajo,
saquemos a ese elefante”. Cualquier parecido con el sistema escolar actual no
es coincidencia.
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