Saturday, December 31, 2016

Elephant in the Room


El sistema escolar es un anacronismo. Peligroso. Empezó mal, continuó peor y sigue vigente. Es una de las tantas idioteces humanas. La idea y la práctica de que nuevas generaciones vayan a la escuela para enseñarles conocimientos, comportamientos, habilidades, encerrados en un salón de clase, antes que aprendan en vida cotidiana, la familia, data del siglo XVII, un autor lo justifica, Comenio. En siglos XVIII y XIX, Europa, Estados Unidos, América Latina, y colonias europeas, se forman sistemas escolares calcados a imagen y semejanza de hospitales, cárceles y fábricas de la naciente era industrial. La escuela nace con ideas falsas: 1) escuela y educación es lo mismo; 2) niños y jóvenes no se motivan intrínsecamente; 3) idea patológica del humano pecaminoso en su origen, que requiere doble disciplina, castigos físicos y disciplina de disciplinas académicas a memorizar; 4) que niños y jóvenes son incapaces de decidir su aprendizaje, y eso es dominio del adulto con absoluta autoridad; 5) humanos son uniformes y deben ser sometidos a idéntica forma de enseñanza y aprendizaje, al mismo molde y patrón; 6) se nace como una tabla rasa, ser vacío a ser llenado desde afuera; y otras ideas estúpidas.  

El siglo XX trae la escolaridad masificada y obligatoria en países “desarrollados” en democracia.
El sistema escolar, que nace defectuoso, empeora, por aquello que árbol torcido no se endereza. Es una lástima someter a millones de seres nacientes al mismo régimen escolar, misma anatomía psicológica y espiritual. Lástima por ignorancia. Del siglo XVIII a hoy hablan voces elocuentes sobre educación en general, y en particular la modalidad escolar. Primera voz profética fue Rousseau, siguen centenares, Pestalozzi, Thoreau, Emerson, Alcott, E. Key, Montessori, Steiner, Decroly, Ferrer-Guardia, Tolstoy, Krishnamurti, Dewey, son tantos con frescas ideas filosóficas en educación y prácticas pedagógicas sensatas, racionales, de sentido común, inteligentes, en el placer de aprender…

La plataforma escolar que padecemos desde el siglo XVIII está atrapada en un chip algorítmico que programa instrucciones al sistema: todos/as estudiantes son iguales en genética, psiquismo, necesidad, interés, talento, talante, ritmo, vocación, contexto, esa identidad uniforme es para ser formados (de ahí la palabra “formación” tan fea y tan usada), se forman para ser conformados en una enseñanza en línea de ensamblaje industrial, mecánico, que insertan en molde prefabricado a estudiantes para darles la forma o formación con el mismo currículo, tiempo, salón, contenido, enseñanza, aprendizaje, estándar, evaluación, exámenes, grados, premios, castigos, diplomas; es lo mismo para todos en la fábrica escolar que moldea, forma y conforma. Pero si nos fijamos atentamente, es fácil saber que Ana, José, María, Luis, Sonia, Olga, Julio, poseen tonos diversos, talantes distintos, en variaciones de ritmos, con su propia musicalidad existencial. Merecen de la sociedad adulta el respeto, la confianza, la libertad, y por qué no, el amor, de poder ser.      
   
Mark Twain en su delicioso cuento, The Stolen White Elephant, narra unos detectives ineptos que buscan un elefante en un comedor, es evidente está ahí, fastidia, molesta, caga, todos saben ahí está un elefante jodiendo con mal olor. Es metáfora literaria perfecta a un problema obvio que se sabe, es evidente, todos reconocen el problema, saben la solución inmediata, pero nadie lo admite diciendo  “carajo, saquemos a ese elefante”. Cualquier parecido con el sistema escolar actual no es coincidencia.



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