En este incierto y complejo mundo, las
organizaciones educativas requieren repensarse en concepción, diseño y
funcionamiento. En los modos de pensar y vivir la realidad fluida, no estática
en tiempo y lugar, en movimientos constantes sin dirección ni control, a pesar
de los empeños ingenuos de planificadores racionalistas y voluntaristas que se
antojan de ordenar las cosas a su capricho en planes a ejecutar en, por ejemplo
-insólita estupidez- diez años, o planes estratégicos típicos que no se
ejecutan por la imposibilidad misma del diseño inejecutable. Las organizaciones
educativas -escuelas y universidades- enfrentan numerosos problemas que son
imposibles de anticipar y conocer antes de que ocurran.
Es necesario crear una atmósfera de
pensamiento honesto y libre para repensar la realidad. No podemos seguir
relacionándonos con el mundo como si la realidad tuviera una existencia de
“objeto”, algo externo a nosotros como conocedores y actores, independiente del
mismo acto de conocer y de las acciones efectuadas.
No niego la existencia objetiva de lo
real, es absurdo, pero los elementos que disponemos para conocer y actuar, nos
hacen prudentes a poner entre paréntesis esa objetividad, y a proceder en
consecuencia.
Más aún: hemos de reconocer que la
naturaleza elusiva de lo real, su indeterminación, no es solamente una
condición dada por el observador, sino que es propia de la phýsis misma. La realidad aparece, en su condición propia,
incierta, indeterminada, ambivalente, puesta en escena: enactuada, dice Maturana, en el proceso de nuestro relacionarnos
cognitivamente. De un modo aún inexplicable, participamos en “producción” o
“construcción” (metáforas de ingeniería inadecuadas a educar, pero son las más
usadas), participamos, repito, de lo que constituye nuestra realidad, lo
hacemos en cognición, valoración, emocionalidad. Nada hay que quede fuera de
nuestra mente corporizada.
Conocer y saber no es lo mismo. El
saber (“ya lo sé”) excluye la búsqueda, la duda, el continuo rehacerse que es
propio del conocer. La certidumbre lleva a la falta de respeto por la opción
diferente, a la imposición, la rigidez mental, el adoctrinamiento, el
dogmatismo aferrado a ideologías. Las cosas son como son, y pueden ser como
pudieran ser. Mucho de lo que es, no sólo es insatisfactorio, sino demente y
brutal. Las cosas son como son, pero no tienen por qué ser así. Por lo menos,
son cuatro los elementos que ayudan a imaginar un paradigma proactivo para
repensar las organizaciones educativas.
Aclaro, por “teorizar” me refiero a
reflexión autocrítica hecha en, desde y para la praxis. Primero, teorizar los
fundamentos epistémicos de la conducta humana para una revisión radical de los
modelos mentales que sustentan concepciones de la realidad, del humano, del
conocimiento, del bien, de la cultura, las tecnologías, y modos efectivos de
organizarse para lograr propósitos comunes. Segundo, teorizar fundamentos de la
teoría organizacional educativa que actualmente sustenta su concepción, diseño
y funcionamiento, y reconocer la visión mecanicista, burocrática, tecnócrata,
en que se pretende, mediante el espejismo de relaciones pedagógicas
causa-efecto, encajar, amoldar, “formar” al sujeto humano en moldes
predeterminados y estandarizados. Tercero, conjugar la teoría y la práctica de
tal modo que, en interacción de pensar y actuar, las personas se apropien de
aprendizajes significativos que transformen sus vidas y de la propia
organización como organismo de sujetos que conversan y aprenden juntos (conversar es estar juntos en algo, del
latín, cum-versari). Nuestra vida
social y organizacional es estar junto a otros en el enactuar de los múltiples
universos en que podemos vivir. Cuarto, crear métodos sencillos que lo hagan
posible, con minimalismo de reglas, normas, y de jerarquías que torpedean las
iniciativas excéntricas, fuera del centro jerárquico.
Hagamos una suposición acerca de la
naturaleza de las cosas: que los posibles resultados que una persona imagine
respecto de una acción que él o ella pueda ejecutar, no se pueden enumerar a partir de un conocimiento,
por completo que sea, de lo que es y de lo que ha sido. De aquí se deducen,
entre otras, dos consideraciones. La decisión mediante la cual una persona
identifica y elige aquel de sus posibles actos que sugiere el resultado que
desea, no es mera respuesta a circunstancias, y contiene dosis de inspiración, intuición, creatividad, que
introduce novedad en la secuencia histórica de las situaciones. La decisión se
convierte así en el centro de una incesante creación de historia, y adquiere el
significado que le dan la intuición, inspiración, creatividad, que son
actitudes abiertas y activas, sin miedos, en vez de querer hacer, como
pretenden burócratas, un cálculo secuencial de la conducta humana, un pasivo
eslabón en cadenas de sucesos inevitables.
Otra consideración es que al analizar
la decisión, el empleo de variable de incertidumbre distributiva, es decir, la probabilidad, es un principio
inadecuado, y dar paso a una variable de incertidumbre no distributiva, es
decir, la posibilidad, entendida como
variable diferenciable, ligada a emoción, cognición, espiritualidad, que se
manifiesta en sorpresa del acontecimiento no previsto, epifanía del instante de
lucidez, asombro ante el misterio, en revelación de una idea que no se sabe de
dónde viene ni cómo se tiene acceso, de un encantamiento con la fluidez del
presente.
Repensar: el desafío de abandonar
determinismo, dogmatismo, reduccionismo, solipsismo, nada de eso es educativo, y todo eso permea las
organizaciones educativas imprimiéndoles su sello; el reto de aceptar la
complejidad e incertidumbre como puntos de partida del conocimiento, las
decisiones y las acciones; reconocer que muchas decisiones y acciones responden
a la experiencia intuitiva del vivir en
la improvisación del momento, lo que
no significa que la reflexión esté ausente, sino que le es inherente a la
experiencia de vivir; reconocer que no existe educación neutral, que la
política, en el sentido amplio de la polis, la política en la paideia, es en sí
la educación de un pueblo, y ello, sin duda, no es nada fácil cuando los
humanos hemos de actuar juntos con acuerdos y desacuerdos, con autoridad y
responsabilidad, en contratos y pactos que se aflojan por doquier, en una
ciudadanía con la mira bien puesta en el bien común que supedita los intereses
particulares, educación política lo es siempre, preferiblemente en altruismo,
civismo y sabiduría.
Desafío de repensar la “naturaleza”
del problema. Si tuviésemos que tener una definición precisa y exacta de los
problemas, antes de proceder a estudiarlos o investigarlos, y antes de proceder
a buscarles soluciones, y si para obtener la definición precisa y exacta, y las
soluciones, tuviésemos que adoptar una disciplina del conocimiento científico,
intelectual, profesional, entonces la precisión exacta, y supuesta claridad que
brinda la definición, se convierte en la mayor confusión y la frustración: los
problemas iniciales, y sus causas o fuentes profundas, escapan a la
comprensión, y si se efectúan investigaciones y se aplican soluciones, los
problemas se agravan y esconden sus raíces, al dar soluciones inadecuadas y al
confundir causas con efectos. Al seleccionar un área exclusiva del
conocimiento, postergamos otras rutas -experiencia, trabajo, otros conocimientos-
en que pudimos explorar la naturaleza y dimensiones de los problemas y las
situaciones.
En este sentido, la presión y prisa
por la precisión de definir “la problemática” o situación, a partir de un conocimiento particular, es un precio
demasiado alto que pagar para entender lo que está aconteciendo, en una
realidad muy fluida, se va entre los dedos a todo esquema teórico que la quiere
encuadrar en cuadritos esquemáticos. Ciertamente que definir con claridad los
problemas es exigencia conceptual y metodológica imprescindible. La cautela es
la práctica, en los actos concretos al interactuar en lo real, en querer
mejorar un estado de situación, pero con la prudencia de no atarse amarrados a
doctrinas ideológicas que se imponen ante, y sobre, el acontecer real.
Mientras universidades y escuelas
fragmenten los conocimientos en parcelas custodiadas por la policía académica,
y se prosiga separando el conocimiento del humano, de la realidad y el mundo en
bunkers departamentales, así se incrementa la incapacidad para entender al
humano, la realidad y el mundo. Al faltar entendimiento, y al actuar con
entendimiento deformado, las acciones son torpes en el mejor de los casos, y
perversas en el peor.
Las ideas con arraigo superficial
pueden cambiarse con relativa facilidad, pero no ocurre lo mismo con ideas que
exigen reorganizar nuestra imagen del mundo. Dan miedo, resistencia,
obstrucción. Paradoja: por mucho tiempo se habla de cambios radicales y
rápidos, pero la frecuencia con que se pronuncian esas palabras hace que ya no
conmuevan, que carezcan de verdadero significado y hayan pasado a engrosar el
nutrido conjunto de clichés con que nos sentimos seguros en nuestra
cotidianeidad. Ese cliché se ha convertido en la amenaza más peligrosa, porque
una vez vaciado de sentido, el cambio ya no preocupa ni inquieta, cuando
debería estremecer la consciencia colectiva. Cuando las organizaciones
educativas se estructuran alrededor del poder y la jerarquía, son propensas al
acomodo de las palabras que ocultan la realidad. Les conviene el uso reiterado
del doble lenguaje, por un lado, hablar de necesidad del cambio, de ser
pertinentes, y por otro, no hacer nada al respecto. Igual que los partidos
políticos y las iglesias.
Ese parece ser el caso, en ocasiones,
de procesos de acreditación institucional o profesional. El lenguaje en
auto-estudios, no pocas veces, son palabras -por más “críticas” que parezcan-
que buscan un objetivo primordial, el cumplir de algo para ser acreditado y
poder operar. Las organizaciones educativas no suelen encaminarse
voluntariamente al suicidio. Si es necesario fingir, ocultar, barrer el polvo
debajo de la alfombra, que así sea. Este caso no es atípico. Nos confirma
repensar los estudios autocríticos en organizaciones educativas: son ocasiones
de incorporar ideas, hallazgos, conclusiones, de la propia comunidad educativa,
en decisiones y acciones educacionales, gerenciales, financieras, políticas.
Los documentos no son letras escritas en tablas de piedra. Un autoestudio es
literalmente un estudio propio.
Y nos confirma recordar que la
realidad en que se mueve la
educación, los conocimientos, las prácticas sociales, ha de incorporar el
desorden, lo discontinuo y lo impredecible como coordenadas de sus desarrollos
conceptuales y sus actividades o prácticas.
Conviene a organizaciones educativas
repensarse como sistemas orgánicos adaptativos, que responden a una dinámica no
lineal, en constante interacción con el entorno, sin precisión de bordes ni de
interfaces, lo que significa deben ser entendidas como procesos caracterizados
por un perpetuo hacerse sobre la marcha.
La arrogancia determinista se niega a
reconocer que la mayoría de las cosas que suceden a nuestro alrededor son
imprevisibles. Que sabemos muy poco. Que convivir con caos es inevitable y
saludable. Que mantener ideas simultáneas y contradictorias en la mente, sin
sentirse incómodos, es sabiduría. Que es más eficiente y efectivo vivir en la
fluidez del Tao, que lamentarse de no poder vivir en un mundo previsible y
controlable, y por eso mismo más gravemente distorsionado y peligroso.
Repensemos organizaciones educativas.
Demos paso a que nuestras generaciones futuras disfruten su educación sin
miedos, desconfianzas, individualismo egoísta y competitivo.
Que naveguen en los conocimientos, en
sus habilidades, en sus talentos y vocaciones, sin la prisa ni la presión ni las
preocupaciones problemáticas de que el currículo educativo es una carrera en la
que son formados, es decir, se les fuerza (a subjetividad abierta y libre) las
formas predeterminadas de estandarizaciones de perfiles de competencias a
competir en empresarismo del juego de suma cero.
Repensemos la educación, y
organizaciones que se quieren legitimar educativas, para que nuestros descendientes
vivan más alegres, lúcidos, libres, en paz y a
la vez inquietos, porque se puede estar contentos e insatisfechos.
Y por qué no decirlo, una educación a
una vida más fraternal, más amorosa.
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