Sunday, August 7, 2016

Repensar las organizaciones educativas


En este incierto y complejo mundo, las organizaciones educativas requieren repensarse en concepción, diseño y funcionamiento. En los modos de pensar y vivir la realidad fluida, no estática en tiempo y lugar, en movimientos constantes sin dirección ni control, a pesar de los empeños ingenuos de planificadores racionalistas y voluntaristas que se antojan de ordenar las cosas a su capricho en planes a ejecutar en, por ejemplo -insólita estupidez- diez años, o planes estratégicos típicos que no se ejecutan por la imposibilidad misma del diseño inejecutable. Las organizaciones educativas -escuelas y universidades- enfrentan numerosos problemas que son imposibles de anticipar y conocer antes de que ocurran. 

Es necesario crear una atmósfera de pensamiento honesto y libre para repensar la realidad. No podemos seguir relacionándonos con el mundo como si la realidad tuviera una existencia de “objeto”, algo externo a nosotros como conocedores y actores, independiente del mismo acto de conocer y de las acciones efectuadas.

No niego la existencia objetiva de lo real, es absurdo, pero los elementos que disponemos para conocer y actuar, nos hacen prudentes a poner entre paréntesis esa objetividad, y a proceder en consecuencia.

Más aún: hemos de reconocer que la naturaleza elusiva de lo real, su indeterminación, no es solamente una condición dada por el observador, sino que es propia de la phýsis misma. La realidad aparece, en su condición propia, incierta, indeterminada, ambivalente, puesta en escena: enactuada, dice Maturana, en el proceso de nuestro relacionarnos cognitivamente. De un modo aún inexplicable, participamos en “producción” o “construcción” (metáforas de ingeniería inadecuadas a educar, pero son las más usadas), participamos, repito, de lo que constituye nuestra realidad, lo hacemos en cognición, valoración, emocionalidad. Nada hay que quede fuera de nuestra mente corporizada.

Conocer y saber no es lo mismo. El saber (“ya lo sé”) excluye la búsqueda, la duda, el continuo rehacerse que es propio del conocer. La certidumbre lleva a la falta de respeto por la opción diferente, a la imposición, la rigidez mental, el adoctrinamiento, el dogmatismo aferrado a ideologías. Las cosas son como son, y pueden ser como pudieran ser. Mucho de lo que es, no sólo es insatisfactorio, sino demente y brutal. Las cosas son como son, pero no tienen por qué ser así. Por lo menos, son cuatro los elementos que ayudan a imaginar un paradigma proactivo para repensar las organizaciones educativas.

Aclaro, por “teorizar” me refiero a reflexión autocrítica hecha en, desde y para la praxis. Primero, teorizar los fundamentos epistémicos de la conducta humana para una revisión radical de los modelos mentales que sustentan concepciones de la realidad, del humano, del conocimiento, del bien, de la cultura, las tecnologías, y modos efectivos de organizarse para lograr propósitos comunes. Segundo, teorizar fundamentos de la teoría organizacional educativa que actualmente sustenta su concepción, diseño y funcionamiento, y reconocer la visión mecanicista, burocrática, tecnócrata, en que se pretende, mediante el espejismo de relaciones pedagógicas causa-efecto, encajar, amoldar, “formar” al sujeto humano en moldes predeterminados y estandarizados. Tercero, conjugar la teoría y la práctica de tal modo que, en interacción de pensar y actuar, las personas se apropien de aprendizajes significativos que transformen sus vidas y de la propia organización como organismo de sujetos que conversan y aprenden juntos (conversar es estar juntos en algo, del latín, cum-versari). Nuestra vida social y organizacional es estar junto a otros en el enactuar de los múltiples universos en que podemos vivir. Cuarto, crear métodos sencillos que lo hagan posible, con minimalismo de reglas, normas, y de jerarquías que torpedean las iniciativas excéntricas, fuera del centro jerárquico.

Hagamos una suposición acerca de la naturaleza de las cosas: que los posibles resultados que una persona imagine respecto de una acción que él o ella pueda ejecutar, no se pueden enumerar a partir de un conocimiento, por completo que sea, de lo que es y de lo que ha sido. De aquí se deducen, entre otras, dos consideraciones. La decisión mediante la cual una persona identifica y elige aquel de sus posibles actos que sugiere el resultado que desea, no es mera respuesta a circunstancias, y contiene dosis de inspiración, intuición, creatividad, que introduce novedad en la secuencia histórica de las situaciones. La decisión se convierte así en el centro de una incesante creación de historia, y adquiere el significado que le dan la intuición, inspiración, creatividad, que son actitudes abiertas y activas, sin miedos, en vez de querer hacer, como pretenden burócratas, un cálculo secuencial de la conducta humana, un pasivo eslabón en cadenas de sucesos inevitables.

Otra consideración es que al analizar la decisión, el empleo de variable de incertidumbre distributiva, es decir, la probabilidad, es un principio inadecuado, y dar paso a una variable de incertidumbre no distributiva, es decir, la posibilidad, entendida como variable diferenciable, ligada a emoción, cognición, espiritualidad, que se manifiesta en sorpresa del acontecimiento no previsto, epifanía del instante de lucidez, asombro ante el misterio, en revelación de una idea que no se sabe de dónde viene ni cómo se tiene acceso, de un encantamiento con la fluidez del presente.

Repensar: el desafío de abandonar determinismo, dogmatismo, reduccionismo, solipsismo, nada de eso es educativo, y todo eso permea las organizaciones educativas imprimiéndoles su sello; el reto de aceptar la complejidad e incertidumbre como puntos de partida del conocimiento, las decisiones y las acciones; reconocer que muchas decisiones y acciones responden a la experiencia intuitiva del vivir en la improvisación del momento, lo que no significa que la reflexión esté ausente, sino que le es inherente a la experiencia de vivir; reconocer que no existe educación neutral, que la política, en el sentido amplio de la polis, la política en la paideia, es en sí la educación de un pueblo, y ello, sin duda, no es nada fácil cuando los humanos hemos de actuar juntos con acuerdos y desacuerdos, con autoridad y responsabilidad, en contratos y pactos que se aflojan por doquier, en una ciudadanía con la mira bien puesta en el bien común que supedita los intereses particulares, educación política lo es siempre, preferiblemente en altruismo, civismo y sabiduría. 

Desafío de repensar la “naturaleza” del problema. Si tuviésemos que tener una definición precisa y exacta de los problemas, antes de proceder a estudiarlos o investigarlos, y antes de proceder a buscarles soluciones, y si para obtener la definición precisa y exacta, y las soluciones, tuviésemos que adoptar una disciplina del conocimiento científico, intelectual, profesional, entonces la precisión exacta, y supuesta claridad que brinda la definición, se convierte en la mayor confusión y la frustración: los problemas iniciales, y sus causas o fuentes profundas, escapan a la comprensión, y si se efectúan investigaciones y se aplican soluciones, los problemas se agravan y esconden sus raíces, al dar soluciones inadecuadas y al confundir causas con efectos. Al seleccionar un área exclusiva del conocimiento, postergamos otras rutas -experiencia, trabajo, otros conocimientos- en que pudimos explorar la naturaleza y dimensiones de los problemas y las situaciones.

En este sentido, la presión y prisa por la precisión de definir “la problemática” o situación, a partir de un conocimiento particular, es un precio demasiado alto que pagar para entender lo que está aconteciendo, en una realidad muy fluida, se va entre los dedos a todo esquema teórico que la quiere encuadrar en cuadritos esquemáticos. Ciertamente que definir con claridad los problemas es exigencia conceptual y metodológica imprescindible. La cautela es la práctica, en los actos concretos al interactuar en lo real, en querer mejorar un estado de situación, pero con la prudencia de no atarse amarrados a doctrinas ideológicas que se imponen ante, y sobre, el acontecer real.

Mientras universidades y escuelas fragmenten los conocimientos en parcelas custodiadas por la policía académica, y se prosiga separando el conocimiento del humano, de la realidad y el mundo en bunkers departamentales, así se incrementa la incapacidad para entender al humano, la realidad y el mundo. Al faltar entendimiento, y al actuar con entendimiento deformado, las acciones son torpes en el mejor de los casos, y perversas en el peor.

Las ideas con arraigo superficial pueden cambiarse con relativa facilidad, pero no ocurre lo mismo con ideas que exigen reorganizar nuestra imagen del mundo. Dan miedo, resistencia, obstrucción. Paradoja: por mucho tiempo se habla de cambios radicales y rápidos, pero la frecuencia con que se pronuncian esas palabras hace que ya no conmuevan, que carezcan de verdadero significado y hayan pasado a engrosar el nutrido conjunto de clichés con que nos sentimos seguros en nuestra cotidianeidad. Ese cliché se ha convertido en la amenaza más peligrosa, porque una vez vaciado de sentido, el cambio ya no preocupa ni inquieta, cuando debería estremecer la consciencia colectiva. Cuando las organizaciones educativas se estructuran alrededor del poder y la jerarquía, son propensas al acomodo de las palabras que ocultan la realidad. Les conviene el uso reiterado del doble lenguaje, por un lado, hablar de necesidad del cambio, de ser pertinentes, y por otro, no hacer nada al respecto. Igual que los partidos políticos y las iglesias.

Ese parece ser el caso, en ocasiones, de procesos de acreditación institucional o profesional. El lenguaje en auto-estudios, no pocas veces, son palabras -por más “críticas” que parezcan- que buscan un objetivo primordial, el cumplir de algo para ser acreditado y poder operar. Las organizaciones educativas no suelen encaminarse voluntariamente al suicidio. Si es necesario fingir, ocultar, barrer el polvo debajo de la alfombra, que así sea. Este caso no es atípico. Nos confirma repensar los estudios autocríticos en organizaciones educativas: son ocasiones de incorporar ideas, hallazgos, conclusiones, de la propia comunidad educativa, en decisiones y acciones educacionales, gerenciales, financieras, políticas. Los documentos no son letras escritas en tablas de piedra. Un autoestudio es literalmente un estudio propio.

Y nos confirma recordar que la realidad en que se mueve la educación, los conocimientos, las prácticas sociales, ha de incorporar el desorden, lo discontinuo y lo impredecible como coordenadas de sus desarrollos conceptuales y sus actividades o prácticas.

Conviene a organizaciones educativas repensarse como sistemas orgánicos adaptativos, que responden a una dinámica no lineal, en constante interacción con el entorno, sin precisión de bordes ni de interfaces, lo que significa deben ser entendidas como procesos caracterizados por un perpetuo hacerse sobre la marcha.

La arrogancia determinista se niega a reconocer que la mayoría de las cosas que suceden a nuestro alrededor son imprevisibles. Que sabemos muy poco. Que convivir con caos es inevitable y saludable. Que mantener ideas simultáneas y contradictorias en la mente, sin sentirse incómodos, es sabiduría. Que es más eficiente y efectivo vivir en la fluidez del Tao, que lamentarse de no poder vivir en un mundo previsible y controlable, y por eso mismo más gravemente distorsionado y peligroso.

Repensemos organizaciones educativas. Demos paso a que nuestras generaciones futuras disfruten su educación sin miedos, desconfianzas, individualismo egoísta y competitivo.

Que naveguen en los conocimientos, en sus habilidades, en sus talentos y vocaciones, sin la prisa ni la presión ni las preocupaciones problemáticas de que el currículo educativo es una carrera en la que son formados, es decir, se les fuerza (a subjetividad abierta y libre) las formas predeterminadas de estandarizaciones de perfiles de competencias a competir en empresarismo del juego de suma cero.

Repensemos la educación, y organizaciones que se quieren legitimar educativas, para que nuestros descendientes vivan más alegres, lúcidos, libres, en paz y a la vez inquietos, porque se puede estar contentos e insatisfechos.

Y por qué no decirlo, una educación a una vida más fraternal, más amorosa.






























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