Friday, August 26, 2016

Sabiduría


La etimología del vocablo es clara, se puede consultar en cualquier fuente de referencia, con pocas variaciones de términos, todas indicando la misma idea, philosophia, en griego, es el amor o la búsqueda de sabiduría. Pero ¿qué es la sabiduría? Sabiduría ¿es un saber?, si es ¿cuál tipo de saber?, ¿habilidad?, ¿talento?, ¿disposición anímica?, ¿actitud ante la vida?, ¿virtud del carácter?, ¿creencias religiosas?, ¿contenido en la conciencia?

¿Un saber? Ciertamente es el significado original de la palabra, tanto en los griegos (sophia) como en los latinos (sapientia). La mayoría de los filósofos lo confirman desde Heráclito, en Platón es evidente, en los estoicos, Epicuro y Spinoza, en Descartes y Kant, sabiduría tiene mucho que ver con el pensamiento, con la inteligencia, el conocimiento, es decir, con una determinada manera de saber.  ¿De qué saber?

Se trata de un saber muy particular, no cualquiera en que se diga “yo sé tal o cual cosa”. No es un saber que ninguna ciencia describe, que ninguna demostración prueba, que ningún laboratorio comprueba, no hay lógica que lo explique, ningún protocolo lo prescribe. No se trata de pruebas, sino de experiencia. No se trata de experimentos, sino de práctica. No se debate con argumentos. No se trata de ciencia, ni de tecnologías, sino de vida.

En algunas ocasiones, los griegos opusieron la sabiduría teórica o contemplativa (sophia) a sabiduría práctica (phronesis). Es una incorrecta lectura de Aristóteles; hubo escolásticos que situaron vida contemplativa por encima de la vida práctica, malinterpretando también a Platón. 

Pero son inseparables, o mejor dicho, la verdadera sabiduría es su conjunción.

Es probable que unos estén mejor preparados para la contemplación, monjes por ejemplo, y otros estén mejor capacitados para la acción, deportistas, sin duda. Pero ninguna facultad -contemplativa o activa- hace sabios. Inteligencia no basta. Habilidad no basta. Cultura no basta. “La sabiduría no puede ser ni una ciencia ni una técnica” subrayaba Aristóteles. Se refiere menos a la verdad o a la eficacia que al bien, para sí mismo y para los demás. ¿Es un saber? Ciertamente. Pero un saber vivir bien.

Es la interpretación original de filosofía, un saber pensar, pero no pensar cualquier cosa en especulación, en lo abstracto, no es un filosofar desvitalizado. Es un filosofar que nos acerca a la sabiduría: se trata de pensar correctamente para vivir correctamente. La filosofía nos enseña a vivir bien. Pensar la vida que merecemos vivir. Vivir ese pensamiento. De la vida buena. Compasiva. Generosa. Del bien propio y del bien ajeno.

El que la vida sea tan difícil, frágil, peligrosa, que se sufre, cansados de luchar para vivir, cansados de vivir luchando, cansados, en definitiva, de estar cansados, eso constituye una razón suficiente para filosofar, para encontrar caminos de luz que atraviesan la oscuridad.

Para esto sirve la filosofía, útil a cualquier edad, al menos desde que se empieza a pensar y dominar la propia lengua. En la familia, madres y padres que estimulan a hijos e hijas a ver con curiosidad su entorno, a saber pensar preguntando, sin forzar respuestas, a dejar que las preguntas se metamorfoseen en respuestas, no cerradas, abiertas, a verlas nuevamente.

En la escuela, estudiantes que aprenden matemáticas, botánica, biología, geografía, historia, literatura, ¿por qué han de privarse de filosofar? Esos estudiantes que se preparan para ser contables, ingenieros, empresarios, maestros, psicólogos, abogados, trabajadores sociales, ¿por qué no estudian filosofía?

Esos adultos absortos en trabajos, ocupados en profesiones, preocupados con ocupaciones, ¿cuándo encontrarán tiempo de descanso para filosofar sus vidas? El fin de filosofar no es filosofar; filosofar es camino, el fin es aprender a vivir la vida más lúcida con menos locuras, más serena y menos prisa, más libre de ataduras, en paz, sin violencia. Por eso necesitamos la sabiduría. La vida más alegre que ve de reojo las desdichas, no las ignora, pero no les da poder sobre uno.   

¿Cómo he de vivir? Es la cuestión que se plantea la filosofía desde sus inicios. La respuesta es la sabiduría, encarnada, vivida en actos diarios, en aprender el bien.

Montaigne, en “De la formación de los niños” (Ensayos, I, 26), cita la fórmula de Horacio que Kant convertirá en lema de Ilustración “Sapere aude, incipe”, atrévete a saber, empieza,  atrévete a ser sabios, parafraseamos. ¿Por qué esperar más? ¿Por qué aplazar la felicidad?

Nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para filosofar, decía Epicuro, pues nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para ser feliz. Por esa razón, empecemos pronto a vivir bien. A ser felices aquí y ahora, pasado se dejó atrás, no hay futuro fuera del presente.

Los filósofos discrepan en muchas ideas y en las respuestas a sus preguntas. Pero en lo que sí están de acuerdo, al menos la mayoría, es en que la sabiduría se reconoce en cierta serenidad de espíritu, en una paz interior independiente de la circunstancia, en una inteligencia que razona con claridad. Inteligencia necesitada de bondad.

Es que hay tanta inteligencia en las ciencias, en las tecnologías, en los conocimientos, en los negocios, en las construcciones del mundo, pero esa inteligencia tan fácilmente se malogra y se pervierte en multitud de injusticias y crueldades. La inteligencia sola no basta. Le falta la bondad que la ilumina, la guía.

¿Qué es la sabiduría?

Es el máximo de felicidad posible, el máximo de lucidez posible, es la vida buena, como decían los griegos, responsable y digna.

Es la vida amorosa en Jesús, la compasiva del Buda.

El sabio no ama más la vida porque sea más feliz que nosotros. Es más feliz porque la ama.




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