Transformar al recién nacido en humano.
Nacemos idénticos al chimpancé, 99% ADN, pero con una diferencia radical: somos
destructivos. Destruimos al prójimo, a uno mismo, al mundo, los animales, al
planeta. Ancestros animales no exhiben esas idioteces. Educar es humanizar al
salvaje adentro, amaestrar, domesticar, eliminar si es posible tal utopía. En
la especie humana no existe transmisión hereditaria de cultura, sólo genética
corporal. La humanidad es una adquisición: nacemos hombre o mujer, nos transformamos
en humanos, en el quehacer del cuido y cultivo del bien. Quienes actúan para
destruir no se apropian de la educación que humanice.
Educar no es un privilegio exclusivo de
instituciones “educativas”, que no pocas veces maleducan. La evidencia histórica
es abrumadora. No son analfabetos campesinos ni gente sencilla y buena en
campos y montañas quienes destruyen el mundo, no, son graduandos de instituciones
quienes se disponen a destruir con injusticias, corrupción, iniquidades. Instituciones
sólo transmiten herencia cultural de lenguaje, ideas, creencias, conocimientos,
prácticas, en programas que otorgan diplomas y grados. Esa transmisión, por
importante, no constituye en sí educación.
Adultos que asumen la tarea de educar nuevas generaciones no deberían cometer
la infamia de inculcarles a reproducir los errores históricos del mundo
inhumano. Si no sabemos, podemos o no queremos legarles un mundo mejor, lo
menos que deberíamos hacer es no impedirles que encuentren sus propios caminos,
no estorbarles con nuestras locuras y atrocidades. Lo menos que debemos hacer
es darles la confianza, facilitar la libertad, guiarles con inteligencia y
benevolencia a fin de que ensayen mejores maneras de ser mejores humanos.
¿Qué no es educar? No es enseñar, aprender,
instruir, evaluar, todo eso se puede hacer con eficacia, resultados medibles o
fingir cumplir estándares. Pero ningunas de esas acciones en sí y de por sí
educa; son neutras, dependen de intencionalidad
y mentalidad. Educar no es transmitir información del gadget tecnológico al
humano. Tecnologías virtuales sólo almacenan y transmiten data. Nada más. No existe
eso de “educación a distancia”. Mirar la pantalla transmitiendo información que
se lee, memoriza, quizá se aprende, y se vierte en test que califique, no es ipso
facto educar. Es data informativa acumulada en la mente. Ninguna información
educa. In-formación es data sin forma ni contexto, sin significado. Información
no es conocimiento, ni comprensión, sólo es data in-formada sin forma. Educar acontece
cuando el sujeto se apropia del bien al interiorizar la relación yo-tu-nosotros
en la profundidad y la intensidad de vivir bien, con inteligencia y
benevolencia. Ninguna institución educa, las instituciones no aman.
Se habla, escribe, legisla, planifica actividades
que se dicen “educar”. Una palabra en boca de todos. Un constante hablar de
educación. Es superstición creer que proferir la palabra “educación” una y otra
vez convierte la palabra en experiencia educativa. Educar no es un abracadabra
del mago que saca el conejito de su sombrero: digo “educar” y acontece la
educación. Eso es hechicería.
Si preguntamos qué es educación, se pudiera
responder que es saber cosas y actuar de determinada forma de acuerdo a lo
establecido por la sociedad, la cultura, la institución. En este sentido
coloquial se identifica educación como identidades sociológicas -roles, títulos-.
Apenas se piensa la educación como acción interna de cada persona en extraer, educere, lo mejor de sí en ser y estar
en el mundo. Educación como una transformación del ser, o mejor, con Nietzsche,
la metamorfosis del espíritu.
¿Pudiéramos decir algo sobre educación que
sea inequívocamente claro, verdadero? John Dewey lo incita a pensar en 1938 (conferencia
Kappa Delta Pi, sociedad honoraria de educación): “The basic question concerns the nature of education with no qualifying
adjectives prefixed. What we want and need is education pure and simple, and we shall make
surer and faster progress when we devote ourselves to finding out just what
education is and what conditions have to be satisfied in order that education
may be a reality and not a name or a slogan. It is for this reason alone that I
have emphasized the need for a sound philosophy of experience” (Experience and Education). ¿Por qué Dewey interpela a “finding out just what education is? Precisamente
porque nos pide filosofar la experiencia
educativa.
Adjetivos “pure and simple”, ¿no parecen
extraños al aplicarse al sustantivo educación? ¿Qué debería ser experiencia educativa
pura y simple? El filósofo educativo pide pensar la educación con devoción, es
decir, fidelidad a la verdad, sin adjetivos. Filosofar lo real, en lenguaje y razón
(logos), en que la experiencia de la palabra y el pensamiento transformen al
humano, como intentó Sócrates en Atenas. Las preguntas de Dewey: 1) ¿En qué
consistiría una experiencia que merezca llamarse educativa? 2) ¿Cuál es la
naturaleza de la educación sin adjetivos prefijados que la cualifiquen? 3) ¿Qué
es educación, pura y simple? 4) ¿Qué condiciones se necesitan para que
educación sea realidad y no mero nombre? Las tres primeras son similares. La
cuarta es diferente. O la misma en variaciones. ¿Hay algo fundamental a la
experiencia educativa? Hoy con Dewey y hace 2,300 años con Platón, nos interpela
filosofar la educación. ¿Qué es educar? ¿Para qué educamos?
Filosofar la educación se origina con
Platón, el primer filósofo que sistematizó un ideal educativo en La República, la idea de entregar el
cetro de su utopía a los más listos -los filósofos- para disolver así, en su
raíz, la tensión de la verdad con el poder. Esa noción no es despreciable en el
contexto en que se escribe y en la filosofía platónica del Bien. Es un asunto serio
sobre la aristocracia del ser y del saber y el poder de decidir, hoy en las
democracias, pero no trato ese tema. Como sea, Platón es vigente en su esfuerzo
de pensar con magistral rigor la educación, estemos o no de acuerdo con él.
Sugiero pensar dos rasgos sobre educar. Educar
supone algún fin que es permanente.
Fin.
Educación es tan compleja y tan variada con tantos rostros, que no asombran
ver diferentes términos para taxonomía: objetivo, meta, competencia, habilidad,
destreza, valores, conocimientos, actitudes, conducta. Esos vocablos denotan
los perfiles de lo que se considera, institucionalmente, la “persona educada”.
Uso el término fin en sentido de razones para educar; no llegada a un destino
predeterminado. Fines de educación son inseparables a los fines del humano en
vivir, y dependen de respuestas a la pregunta ¿vida humana tiene sentido? En la
historia educativa se han propuesto diversos fines: desarrollo humano integral,
bien común, unidad del ser, felicidad, excelencia o plenitud, sentido de vivir,
progreso social y cultural, avance de conocimientos, evolución de la consciencia,
igualdad, justicia, libertad, etc. ¿Qué significan esos conceptos en concreto, en
contexto, en contenido, en pertinencia personal y relevancia social? ¿Qué fines
son apropiados al humano y su tiempo histórico? ¿Se integran entre sí? Son preguntas
cruciales en filosofar los fines educativos.
Permanente. Educación se inicia en natalidad o el seno materno. De ahí en
adelante, es ubicua en cada etapa desarrollo, cada ámbito de la experiencia
interpersonal y social. Educación sin bordes, sin fronteras. Educación
impredecible, incierta, espontánea, permanente en la cotidianeidad. Lo que
importa es que el acontecimiento educativo sea una experiencia en educere, extraer del ser humano su
potencial de bien, verdad, belleza, dirán Platón y Aristóteles al unísono.
¿Para qué la educación? Por extraño que
parezca, educar no tiene un para qué, no sirve para nada externo a ella, su
valor es intrínseco. Educar tiene que no servir para nada; o si hay para qué, basta
ser feliz con sentido de vivir, un fin razonable de la educación
permanente. Que cada persona se de su proyecto de vida, lo que consideran da
amor a su vivir.
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