Situémonos
en el siglo XVII. Comienzan los colegios-internados (jesuitas de entonces).
Esos internados tenían una finalidad específica: ofrecer a la juventud una vida
disciplinada y metódica, lejos de las turbulencias y problemas de la época y de
la edad juvenil. El papel del internado era instaurar un universo escolar-pedagógico
con dos rasgos básicos: separación del mundo exterior, y en el interior del
internado una vigilancia constante e ininterrumpida del alumno. La vida exterior
del mundo es considerada peligrosa y temida como fuente de tentaciones a los jóvenes
propensos por su debilidad y atracción al mal. ¡Qué demonios!
Esa época no
es un lejano pasado que ya pasó. El siglo XXI lo repite con variantes y
matices, pero en cimientos hay rezagos de ver al alumno diagnosticado con
patologías mentales, la escuela un centro de cuido maternal y juvenil, la
rigidez evaluativa de estándares y perfiles que se examinan con instrumentos y
mediciones que nada dicen de la educación del sujeto humano en su dignidad.
La
mentalidad escolar-pedagógica de los siglos XVII a principios del XX encuentra
perfecta expresión en el contenido de la enseñanza que se transmite y en la
forma en que se realiza la transmisión. El contenido era un retorno a la
antigüedad greco-latina y el lenguaje usado era el latín. Escuela en mundo
ficticio. Nada de lengua vernácula. Y las materias “relativas al mundo” (en
contacto con naturaleza y la vida real) eran relegadas a momentos restringidos
o vacaciones. Un eficaz sistema competitivo por las notas y los primeros
puestos imponía un esfuerzo individual de ganar por encima de todo. La noción de
que todos ganamos en ayuda recíproca colaborando,
como en Montessori, Polyana, Waldorf, Gnósticos, en tiempos actuales, una idea
antigua en comunidades “primitivas” hoy recuperado en la filosofía ética de la
alteridad… esa noción humana solidaria era impensable en el internado. Los
grupos se dividían en facciones, adversarios, deseosos de vencer al
contrincante para ascender de categoría. Grados, niveles entre los grados del
mejor al peor, victorias, fracasos, premios, castigos y otros procedimientos
inventados por el profesor, era la norma pedagógica.
No hay que
insistir mucho sobre el papel del maestro (adulto) en ese internado: él
organiza la vida y las actividades, vela por el cumplimiento de las reglas y
formas; él reina de manera exclusiva en este universo pedagógico cerrado. La
escuela es un estricto orden metódico en: a) horario, b) materias, c) distribución
de grupos, d) sistema homogéneo de enseñar, e) noción de que todos aprenden de
la misma manera, f) formas uniformes de evaluar, g) el ascenso o descenso del
alumno, y otras categorías disciplinarias en la imagen del humano.
Alumnos
deben acostumbrarse a hacer la voluntad de otras personas, no la suya propia. Se
desconfía de la “naturaleza” humana en su tendencia al mal (pecado). Alumnos
deben obedecer con prontitud, sin preguntar orden de sus superiores. En este
marco, la disciplina y el castigo físico juegan un papel preponderante, al
creer que así se les estimula el esfuerzo del alumno.
Esa escolaridad
institucionalizada en los internados otorga prioridad al estudio de los
conocimientos mediante la memoria, el copiar dictados, saber recitar fórmulas,
repetir con exactitud lo que el maestro dice -a veces en coro-. Eran maneras de
preparar para la vida y formar el carácter moral y psicológico de la persona
hacia su vida adulta.
Un aspecto
importante era la retórica, o el arte de disertar, hablar persuasivo y elegante
para ganar debates e imponerse al otro por la lógica de los argumentos y su
expresión. Los alumnos de esas escuelas, que llegaron a ser grandes líderes en
las sociedades europeas y de otros países, eran capaces de sostener debates y
discusiones brillantes, precisas y persuasivas sobre cualquier asunto que
estudiasen. Hasta cierto punto, las escuelas jesuitas hoy, mantienen la
formación retórica (Fidel Castro es ejemplo emblemático).
Encerrar
alumnos por largos años en espacios clausurados (aulas), con relojes marcando
el tiempo en que una asignatura termina y otra empieza, sentados en pupitres en
fila mirando al frente en que el maestro se sienta detrás del escritorio, y se
para en un proscenio para dictar la clase… ese sistema, por inverosímil que
parezca, es el mismo hasta hoy, desde el primer grado hasta clases doctorales
universitarias, al menos, en estructura física del salón de clases y mobiliario.
Es una psicología social de infantilismo en su versión escolarizada.
Mantener
alumnos obedientes, sumisos, controlados por la vía de sistemas evaluativos de
premios y castigos, autoridad indisputable del maestro sin afectividad ni compañerismo,
la vigilancia intensiva y constante, el ansia de competir para ganar, son características
que permanecen en nuestro tiempo, aunque ocultas o disimuladas. Y peor, por
perversidad del doble lenguaje: cimientos inalterados con narrativa pedagógica que
cuestiona esas mismas características que surgen de los cimientos de una
mentalidad de más de trescientos años.
La
fragmentación entre escuela y vida, lo abstracto y lo concreto, lo general y el
contexto, entre el cuerpo y la mente, entre la afectividad y el intelecto,
jugar y estudiar, entre alegría y seriedad, son fragmentaciones típicas
escolares de cuyos vestigios hoy emulamos, de alguna manera. En la estructura
organizacional, funcionamiento, en relaciones de poder, y en las maneras de
tratar al semejante, es fácil discernir las semejanzas, como hizo Foucault, entre
Prisión, Hospital, Fábrica y Escuela.
Las ideas de
libertad, democracia, justicia, solidaridad, creatividad, imaginación, confianza,
el cuidado de animales, protección de naturaleza, ecología escolar,
educandos-educadores en roles recíprocos, la espiritualidad… ideas que animan e
inspiran la educación desde fines del Siglo XIX y principios del XX, pero que
aún no se enteran las escuelas del estado y las privadas, salvo excepcionales excepciones.
Ideas germinadas por Rousseau, ensayadas en Europa por el movimiento de la Nueva
Escuela al comenzar el siglo XX y en la actualidad la llamada Educación
Alternativa. Ideas pujando por nacer y crecer. A esos esfuerzos, logros, fallas,
diversidad y posibilidad, exploramos en sucesivos escritos[1].
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