No basta
con repetir que la filosofía concierne a todos o que el humano tiene propensión
a filosofar -animal racional que busca conocer, según Aristóteles-. Por más que
se repita la importancia de la filosofía, de poco vale si la persona no se
habitúa a filosofar su vida diaria. Sólo al filosofar se valora la “utilidad”
de la filosofía. ¿Por qué? Por las grandes ideas. Ideas para comprenderse,
ideas para ver qué pasa en el mundo y saber navegar con inteligencia. Ideas en
el vocabulario de la vida cotidiana. A diferencia de los conceptos de las
ciencias particulares sólo conocidos por especialistas, las palabras que
nombran las grandes ideas pertenecen a toda persona que quiera pensarlas. Ideas
accesibles a todos.
Hasta
cierto punto, todos nos involucramos en filosofar en el curso de nuestras
vidas. En la niñez estamos ante las cosas, actuamos con ellas y preguntamos
sobre ellas: ¿Qué es? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Cómo? El humano desde su infancia
está inmerso en la vida con personas, situaciones y cosas, tiene que
interactuar con la realidad de su entorno, debe descifrar los signos del mundo
con sus antenas de conocimiento vital -sentidos, imaginación, intuición, pensamiento,
experimento- con los cuales se conoce a sí mismo, a las demás personas, a la
cultura, a la naturaleza planetaria, con los animales, tan próximos a nosotros,
y con quienes solemos ser crueles y hemos de aprender a cuidarlos. Desde
nuestra niñez es evidente esa tendencia a preguntar
por querer saber y por necesitar vivir.
Pero
algo ocurre en los primeros años cuando los adultos empiezan a inhibir las
preguntas, a decir “no”, a dar respuestas torpes o falsas a las inquietudes
infantiles, válidas, profundas, pertinentes. Tan pronto entran en la escuela,
ocurre lo mismo, con sistemas curriculares y pedagógicos que reprimen la
curiosidad por descubrir, plantear preguntas y problemas… El adulto saca el recetario
de respuestas a memorizar en exámenes a evaluar. Tragedia.
Nos
urge recuperar el gusto de filosofar en la universidad, la aventura de pensar
la vida, rescatar el asombro y curiosidad con el mundo maravilloso de las ideas,
las grandes ideas.
¿Es
verdad? ¿Es falso? ¿Cómo saberlo? ¿Qué criterios ayudan a saber la verdad o la
falsedad de algo? ¿Qué queremos decir con “verdad”? ¿Es bueno? ¿Es malo? ¿Por
qué? ¿Qué es el bien y el mal? ¿En qué se fundamentan los juicios para
calificar el bien y el mal? ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué la violencia y el odio?
¿Es la guerra inevitable? ¿Es posible la paz? ¿Qué significa paz? ¿Es justo? ¿Es
injusto? ¿Qué es la justicia? ¿Hay principios para discernir lo justo de lo
injusto? ¿Somos libres? ¿Libres de qué? ¿Libres para qué? ¿Es la libertad un
engaño? ¿Soy libre, cómo saberlo? ¿Estamos determinados? ¿Podemos ser felices?
¿Qué es la felicidad? ¿Se acaba la vida individual al morir? ¿Existe un “más
allá”? ¿Qué es? ¿Cómo saberlo? ¿Existe Dios? ¿Qué significa decir “Dios”? ¿Hay razones
para creer en Dios? ¿Ser ateo pudiera ser un acto de racionalidad inteligente? ¿Qué
es creer? ¿Creer y conocer es igual? ¿Qué es amar? ¿Qué es la realidad? ¿Qué es
la mente? ¿Qué es la conciencia? ¿La vida humana tiene sentido? Verdad,
realidad, bien, justicia, paz, felicidad, sufrir, amar, muerte… grandes ideas a
filosofar ¿Para qué filosofarlas? Hay cuatro razones, entre otras.
Para
comprender que las palabras que nombran ideas se usan con diversos significados
y contextos, por lo que se necesita clarificar el lenguaje. Para comprender que
las ideas implican preguntas y problemas relevantes en la cotidianeidad. Para comprender
que las ideas están conectadas entre sí, ninguna está apartada de otras. Para
saber que las ideas son el nutriente mental, en ellas, por ellas, la mente
piensa. Clarificar el lenguaje. Formular preguntas y problemas. Conectar las
ideas. Alimentar la mente. Cuatro buenas razones.
Filosofamos
grandes ideas en la experiencia, las situaciones límites, el asombro y la duda.
La
experiencia. Partimos del mundo familiar cotidiano en que experimentamos vivir,
en el laboratorio de la vida, en otras palabras, filosofar es el experimento de la experiencia de vivir. Es
una forma precientífica y transcientífica de la experiencia cotidiana en la
cual el mundo está abierto a conocer y actuar. Heidegger interpreta la
experiencia precientífica como el estar-en-el-mundo. Aristóteles describe la
experiencia (empeiria) diciendo la
“ciencia y el arte proceden de la experiencia” (Met. I,1, 980b-981a).
Situaciones
límites. Filosofamos cuando la familiaridad de la experiencia cotidiana pierde
sentido. Karl Jaspers acuñó la expresión “situaciones límites”: la muerte, el
sufrimiento, la lucha, la culpa, el desencanto con la vida, con uno mismo,
soledad, angustia, tristeza, la falta de sentido del vivir al hilo del
suicidio. Ante las situaciones límites, ¿qué más hacer?
El
asombro. Platón escribe (Teeteto 155d): “El
asombro es la actitud de un hombre que ama verdaderamente la sabiduría; más
aún, no hay ningún otro comienzo de la sabiduría que no sea éste…”. Aristóteles
recoge ese mismo motivo (Metafísica I,
2, 982b): “Antes lo mismo que hoy el asombro induce a los hombres a filosofar…”.
Dudar.
Es un error no reconocer que lo que creíamos cierto, es falso, lo que
pensábamos es verdad, resulta mentira, es un grave error intelectual no reconocer
que uno pudiera estar en error en lo que se cree y piensa. Eso ocurre a los
inseguros, los fanáticos, los dogmáticos, gente terca e inflexible, los
estúpidos, los que viven en la caverna de ideas religiosas, ideas políticas,
ideas sexuales, y otras maneras de pensar y vivir que hacen daño a otros y a
sí.
La
filosofía es antídoto al dogmatismo y la terquedad de no reconocer la
ignorancia. Por eso la duda que pregunta, la duda que cuestiona, la duda que
problematiza, es fundamental en filosofar. Quien aspira a fundamentar su saber
sobre la roca sólida de evidencias, razones, coherencia, sentido común, pertinencia,
utilidad, etc., que comience por la duda profiláctica de cuestionar sus ideas y
creencias. Así, la filosofía se convierte en un gigantesco plumero que sacude las
telarañas mentales que impiden pensar, que inhiben cuestionar y preguntar.
Rehabilitemos
la mente, habituada a dormir distraída, con la energía nutritiva de filosofar, nos
hace bien pensar para vivir bien y vivir bien pensando la vida que conviene
vivir bien.
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