Friday, August 12, 2016

Filosofar comienza con grandes ideas


No basta con repetir que la filosofía concierne a todos o que el humano tiene propensión a filosofar -animal racional que busca conocer, según Aristóteles-. Por más que se repita la importancia de la filosofía, de poco vale si la persona no se habitúa a filosofar su vida diaria. Sólo al filosofar se valora la “utilidad” de la filosofía. ¿Por qué? Por las grandes ideas. Ideas para comprenderse, ideas para ver qué pasa en el mundo y saber navegar con inteligencia. Ideas en el vocabulario de la vida cotidiana. A diferencia de los conceptos de las ciencias particulares sólo conocidos por especialistas, las palabras que nombran las grandes ideas pertenecen a toda persona que quiera pensarlas. Ideas accesibles a todos.  

Hasta cierto punto, todos nos involucramos en filosofar en el curso de nuestras vidas. En la niñez estamos ante las cosas, actuamos con ellas y preguntamos sobre ellas: ¿Qué es? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Cómo? El humano desde su infancia está inmerso en la vida con personas, situaciones y cosas, tiene que interactuar con la realidad de su entorno, debe descifrar los signos del mundo con sus antenas de conocimiento vital -sentidos, imaginación, intuición, pensamiento, experimento- con los cuales se conoce a sí mismo, a las demás personas, a la cultura, a la naturaleza planetaria, con los animales, tan próximos a nosotros, y con quienes solemos ser crueles y hemos de aprender a cuidarlos. Desde nuestra niñez es evidente esa tendencia a preguntar por querer saber y por necesitar vivir.

Pero algo ocurre en los primeros años cuando los adultos empiezan a inhibir las preguntas, a decir “no”, a dar respuestas torpes o falsas a las inquietudes infantiles, válidas, profundas, pertinentes. Tan pronto entran en la escuela, ocurre lo mismo, con sistemas curriculares y pedagógicos que reprimen la curiosidad por descubrir, plantear preguntas y problemas… El adulto saca el recetario de respuestas a memorizar en exámenes a evaluar. Tragedia.  

Nos urge recuperar el gusto de filosofar en la universidad, la aventura de pensar la vida, rescatar el asombro y curiosidad con el mundo maravilloso de las ideas, las grandes ideas.
¿Es verdad? ¿Es falso? ¿Cómo saberlo? ¿Qué criterios ayudan a saber la verdad o la falsedad de algo? ¿Qué queremos decir con “verdad”? ¿Es bueno? ¿Es malo? ¿Por qué? ¿Qué es el bien y el mal? ¿En qué se fundamentan los juicios para calificar el bien y el mal? ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué la violencia y el odio? ¿Es la guerra inevitable? ¿Es posible la paz? ¿Qué significa paz? ¿Es justo? ¿Es injusto? ¿Qué es la justicia? ¿Hay principios para discernir lo justo de lo injusto? ¿Somos libres? ¿Libres de qué? ¿Libres para qué? ¿Es la libertad un engaño? ¿Soy libre, cómo saberlo? ¿Estamos determinados? ¿Podemos ser felices? ¿Qué es la felicidad? ¿Se acaba la vida individual al morir? ¿Existe un “más allá”? ¿Qué es? ¿Cómo saberlo? ¿Existe Dios? ¿Qué significa decir “Dios”? ¿Hay razones para creer en Dios? ¿Ser ateo pudiera ser un acto de racionalidad inteligente? ¿Qué es creer? ¿Creer y conocer es igual? ¿Qué es amar? ¿Qué es la realidad? ¿Qué es la mente? ¿Qué es la conciencia? ¿La vida humana tiene sentido? Verdad, realidad, bien, justicia, paz, felicidad, sufrir, amar, muerte… grandes ideas a filosofar ¿Para qué filosofarlas? Hay cuatro razones, entre otras.  

Para comprender que las palabras que nombran ideas se usan con diversos significados y contextos, por lo que se necesita clarificar el lenguaje. Para comprender que las ideas implican preguntas y problemas relevantes en la cotidianeidad. Para comprender que las ideas están conectadas entre sí, ninguna está apartada de otras. Para saber que las ideas son el nutriente mental, en ellas, por ellas, la mente piensa. Clarificar el lenguaje. Formular preguntas y problemas. Conectar las ideas. Alimentar la mente. Cuatro buenas razones. 

Filosofamos grandes ideas en la experiencia, las situaciones límites, el asombro y la duda.

La experiencia. Partimos del mundo familiar cotidiano en que experimentamos vivir, en el laboratorio de la vida, en otras palabras, filosofar es el experimento de la experiencia de vivir. Es una forma precientífica y transcientífica de la experiencia cotidiana en la cual el mundo está abierto a conocer y actuar. Heidegger interpreta la experiencia precientífica como el estar-en-el-mundo. Aristóteles describe la experiencia (empeiria) diciendo la “ciencia y el arte proceden de la experiencia” (Met. I,1, 980b-981a).

Situaciones límites. Filosofamos cuando la familiaridad de la experiencia cotidiana pierde sentido. Karl Jaspers acuñó la expresión “situaciones límites”: la muerte, el sufrimiento, la lucha, la culpa, el desencanto con la vida, con uno mismo, soledad, angustia, tristeza, la falta de sentido del vivir al hilo del suicidio. Ante las situaciones límites, ¿qué más hacer?

El asombro. Platón escribe (Teeteto 155d): “El asombro es la actitud de un hombre que ama verdaderamente la sabiduría; más aún, no hay ningún otro comienzo de la sabiduría que no sea éste…”. Aristóteles recoge ese mismo motivo (Metafísica I, 2, 982b): “Antes lo mismo que hoy el asombro induce a los hombres a filosofar…”.

Dudar. Es un error no reconocer que lo que creíamos cierto, es falso, lo que pensábamos es verdad, resulta mentira, es un grave error intelectual no reconocer que uno pudiera estar en error en lo que se cree y piensa. Eso ocurre a los inseguros, los fanáticos, los dogmáticos, gente terca e inflexible, los estúpidos, los que viven en la caverna de ideas religiosas, ideas políticas, ideas sexuales, y otras maneras de pensar y vivir que hacen daño a otros y a sí.

La filosofía es antídoto al dogmatismo y la terquedad de no reconocer la ignorancia. Por eso la duda que pregunta, la duda que cuestiona, la duda que problematiza, es fundamental en filosofar. Quien aspira a fundamentar su saber sobre la roca sólida de evidencias, razones, coherencia, sentido común, pertinencia, utilidad, etc., que comience por la duda profiláctica de cuestionar sus ideas y creencias. Así, la filosofía se convierte en un gigantesco plumero que sacude las telarañas mentales que impiden pensar, que inhiben cuestionar y preguntar.

Rehabilitemos la mente, habituada a dormir distraída, con la energía nutritiva de filosofar, nos hace bien pensar para vivir bien y vivir bien pensando la vida que conviene vivir bien.



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