Hablemos de una tradición pedagógica que define la
educación como “práctica de la libertad”. Empezó a fines del siglo 19 y alcanzó
su apogeo en las décadas 60 y 70 del siglo pasado con la obra de autores como
Paulo Freire, Iván Illich, Enrique Dussel, Orlando Fas Borda, Augusto Salazar y
Bondy, Ernesto Cardenal, Juan Luis Segundo. En Latinoamérica.
Hoy es recuerdo romántico -¡qué tiempos aquellos!-, es
desencanto -¡qué lástima ya pasaron!-, es sentimiento utópico -¡qué difícil lo
que dijeron, pero aún posible!-. En otros es actual aquí y ahora, práctica que
deciden practicar, al sentirse libres (antes que idea, la libertad es un
sentimiento). Y en otros es ignorancia, no estudian esos autores o ni saben
quiénes son.
La importancia que este modo de entender la educación
-praxis de liberación para el oprimido, excluído o despreciado- adquirió en
Latinoamérica se debe en gran parte a su convergencia con la misión educadora y
evangelizadora de la iglesia católica, jesuitas en particular. Yo no abogo por
una religión, pero reconozco el papel singular de los grupos católicos en
renovar la educación. La misma Maria Montessori, católica ferviente, fue quién dio
los primeros pasos en la educación infantil en un radical cuestionamiento,
precisamente, a la tradición escolar católica italiana…
Podemos decir que la teología de la liberación, por un
lado, y la filosofía de la educación de Freire, por otro, se sincronizaron en algún
buen karma, destino, alienación astrológica u otra coincidencia, pero cierto es
que la riqueza de perspectivas –filosófica, teológica, política- contribuyó al
desarrollo de una pedagogía específicamente liberadora, que en ninguna parte
del mundo se pensó y actuó. De esos autores conversaremos en los talleres. En
este ensayo esbozo dos rasgos fundamentales de esa tradición educativa que
conviene recuperar y realizar.
En primer lugar, esta tradición ve la educación como
expresión esencial de la excentricidad del ser humano, como la característica
que distingue al humano tanto de los animales (nacen adaptados a su entorno)
como de los dioses (supuestamente dotados de naturalezas perfectas,
inmutables). En contraste, el humano neonato es un ser incompleto que necesita
la educación como socialización espontánea o natural, como institución social, que le permite integrarse y
desarrollas sus aptitudes dentro de un mundo creado por otros humanos. La
educación es un proceso de humanización o socialización. Nacemos humanos, pero
hemos de humanizarnos. O el niño lobo de Aveyron.
En lecciones Sobre
la pedagogía (publicada por sus estudiantes en 1803) Immanuel Kant sostiene
que “El hombre sólo llega a ser hombre a través de la educación”. La educación
se convierte así en la más clara expresión de la humanidad humanizada y
humanizante, y por ello, la pedagogía propiamente dicha adquiere los caracteres
de una antropología filosófica. Educar supone una idea del ser humano, qué
somos, qué hacemos en el mundo, cómo vivir. La pedagogía se fundamenta en una
antropología filosófica, o en tradición alemana, una antropología pedagógica. Mi
amigo y colega Dr. Rafael Aragunde, en Puerto Rico, es quien mejor entiende ese
autor y esa orientación alemana.
En segundo lugar, la educación es tanto un arte como
una institución. Como arte, se trata una vocación que celebra la libertad
humana y por lo tanto fomenta el descubrimiento y renovación de nuevos enfoques
y métodos de enseñar y aprender, cuyo objetivo es facilitar que el ser humano
adquiera consciencia de su libertad y dignidad. En cuanto institución, el
sistema educativo es el principal medio por el cual culturas y sociedades
transmiten y conservan sus formas de entender el mundo. Esta tarea de
adaptación, asimilación o inculturación al orden establecido lleva consigo
implícita una tendencia conservadora en el sentido reaccionario del término.
Porque conservar, en sí, es positivo si nuevas generaciones deben conocer,
apreciar y preservar tradiciones culturales valiosas y necesarias. Nadie
empieza su vida en un punto 0 de la historia. Algo bueno del pasado ha de ser
conservado a continuar, sin que eso signifique perpetuar.
Si una lección enseña la Historia es que “el orden
establecido” propende a establecer el orden ordenando poderes -políticos,
económicos, religiosos, militares-. Es la crisis de encrucijada de la educación
institucional, o se adapta o asume tarea crítica si quiere definirse a sí como
práctica de la libertad. Por ello, enfoques, objetivos y métodos del proceso
educativo no pueden dejar de ser objeto de reflexión pedagógica. La pedagogía
debe ser una continua reflexión sobre la educación misma, y sólo así se
convierte en verdadera crítica socio-política. Debo aclarar qué entiendo por
“pedagogía”: la reflexión y la investigación científica o no, sobre y para la
educación, en cuanto a la enseñanza y aprendizaje en sus propósitos, formas,
procesos y contenidos, con particular atención a las relaciones
educador-educando.
La pedagogía de la liberación es parte integral de la
política de la liberación. De este modo, la educación liberadora constituye no
sólo una crítica del sistema social vigente, con sus pedagogías conservadoras y
domesticadoras, sino también una práctica política. La educación transforma al
individuo, humanizándolo a través de la socialización, pero a la vez transforma
el orden social. Tal es la teoría. Utópica ciertamente, deseable sin duda,
esperanzadora, noble. Y difícil.
Si la educación es la práctica de la libertad, debe
realizarse en un medio institucional que facilite esa libertad en la práctica,
no sólo en el ideario promocional del grupo. Si la educación ha de guiar la
vocación propia del ser humanizado, debe acontecer en una comunidad educativa
en que esa vocación de ser-con-otros, sea posible, y ello se posibilita en
alguna forma de democracia.
Educación como praxis de liberación funde política y
pedagogía. ¿Huevo o gallina? ¿Qué primero, qué después? No sabemos, ni circular
ni dialéctico. ¿Cambiar educación institucional para cambiar sociedad, o
viceversa, o simultáneo? Nudo gordiano. Cambios macro degeneran en otro orden
social peor por su absolutismo. Cambios del sistema educativo demasiado
estatales o demasiado privatizados comercialmente no son praxis de liberación.
¿Qué hacer?
Que excéntricos se agrupen en micro comunidades dispersas sin
autoridad central. Y que formen redes locales y globales de colaboración, sean
buenos estrategas, con buena formación y hay que decirlo claro: cojones.
[1] Apuntes para el Módulo 5 del Certificado de Educación Alternativa, ofrecido por la División de
Educación Continua y Estudios Profesionales (DECEP) del Recinto de Río Piedras,
Universidad de Puerto Rico, 2015.
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