Tuesday, July 26, 2016

Perspectiva filosófica y filosofía educativa


En este ensayo sugerimos una perspectiva de la filosofía en su adecuación a la educación, es decir, en una filosofía educativa. El junte de filosofía y educación no es fácil, son dos campos del pensamiento y acción muy complejos cada uno en sus significados y matices. También veremos unas objeciones que se hacen a la filosofía educativa como estudio y experiencia, en otras palabras, el problema de la teoría y práctica en filosofar la educación.

Desde sus orígenes en Grecia, hace más de 26 siglos, la filosofía se constituye como un saber general, radical, acerca de la realidad, la verdad, el conocimiento, el bien, de todo lo existente, mediante el uso de la razón, sin apelar a narraciones mitológicas ni a creencias religiosas. En la tradición socrática, con la que simpatizamos, la filosofía es pensar la vida buena y vivir ese pensamiento: vida y pensamiento inseparables.     

Etimológicamente, la filosofía desde el pensar pre-socrático, siglos VII-IV a.C., significa un amor a la sabiduría, en griego: philein= querer, amar, y sophía= sabiduría o conocimiento teórico y práctico a la vez; esta derivación semántica da pie a decir que filosofía es un saber del humano, distinto de otros saberes sobre el humano. En la época de las grandes escuelas filosóficas griegas, la filosofía no era comentario reflexivo sobre nociones abstractas, que tipifica la enseñanza de la filosofía en universidades. No, era ante todo una práctica, porque se buscaba sabiduría, el arte de vivir, y no sólo el de la palabra abstracta o del pensamiento especulativo, sino la vida en la cotidianeidad con lucidez, serenidad, felicidad, en lo posible. Por ello, en sus escuelas, los filósofos incitaban a sus discípulos a practicar “ejercicios de ética” o de sabiduría, porque lecciones aprendidas teóricamente eran aprendidas en verdad si prácticamente se vivían en experiencias cotidianas: es la experiencia de vida.

La búsqueda y vivencia de la sabiduría, el arte de vivir mejor, más lúcidos, libres y serenos, es lo que indica la etimología de “amor a la sabiduría”, si entendemos a la persona sabia como aquella que se libera del miedo a vivir, el mayor de todos, la finitud, la muerte, el hecho de ser limitados en el tiempo y destinados a desaparecer algún día a los que amamos, empezando por uno mismo. En este sentido, filosofía comparte con la religión la búsqueda de salvación, una por vía divina, otra por el camino del pensar liberado de la Caverna[1].

Por eso la filosofía no es ciencia, ni técnica, ni un saber más al lado de otros. Y por eso decía Kant que no se aprende filosofía, sino a filosofar. En un texto famoso, él resumía la filosofía a cuatro preguntas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar? ¿Qué es el hombre? Las tres primeras “se remiten a la última”, (Lógica, Introducción, III). Y todas al interrogante socrático ¿cómo vivir?  Preguntas éticas, epistémicas, ontológicas, nos conciernen en la cotidianeidad. Pero en la enseñanza universitaria de filosofía, la reflexión tiende a un nivel especulativo desvinculado de la experiencia personal, de ahí la  mala fama de filosofía como complicada, aburrida, inútil. No debe ser así.

De hecho, en la propia vida es que filosofamos para entender la vida, que se auto-interpreta y comprende a sí en su vivir. La existencia humana no es inmediata y transparente, ya que está mediada por su auto-comprensión en ideas, creencias y valoraciones.

Es desde esta perspectiva filosófica que interpretamos la filosofía educativa. Para decirlo de la manera más sencilla posible, la filosofía educativa es un “saber práctico”, de y para la acción, en y desde la acción. No especula la educación en abstracción teórica desvinculada de la práctica educativa. No busca una comprensión desinteresada del fenómeno educativo, sino la mejora de la acción educativa. No es un conocer teórico que después se aplica a la práctica, sino un saber que se realiza en la acción misma de educar, porque el conocimiento práctico sólo se establece en la propia praxis, término griego que significa acción, cuyo único fin es la acción misma, pues al hacerla el sujeto se transforma[2].

En esa comprensión afrontamos obstáculos. Uno, de las personas corrientes que suelen ver la “filosofía” como algo etéreo en las nubes, sin pertinencia cotidiana, inútil, un lenguaje esotérico irrelevante, además, y peor, un estudio sin empleo. Es una objeción que merece atención. 

Ciertamente, no despreciemos el pensar teórico, que en las ciencias y la mayoría de los conocimientos importa. La abstracción se usa para alcanzar un nivel de generalidad necesario en razonar principios, reglas o patrones que rigen los fenómenos estudiados; pero al situarse en ese plano, lo que se gana en precisión de principios y generalidades, se pierde en riqueza vital de la experiencia; ésta es, en definitiva, la ventaja y el inconveniente de toda formalización, como matemática, y otras ciencias naturales y sociales. Por eso, hay en filosofía un espacio legítimo para la abstracción y especialización del lenguaje, pero se justifican en la medida que son necesarias para elaborar razonamientos sobre temas de vital importancia para cualquier persona de la calle, y no iniciados selectos a la filosofía.

Otra objeción proviene de quienes se apropian ser expertos en filosofía y educación, con ideas limitadas y limitantes ¡paradoja! en filosofía y educación. Si cambian el giro mental, pueden apreciar que la filosofía educativa es una reflexión radical -va a las raíces- sobre las razones para educar, las condiciones que la hacen posible y las acciones que las realizan. Es un saber que piensa la educación como práctica con dos exigencias: apelar a una imagen del humano educable, y la atención a condiciones contextuales en que se realiza la acción educativa. En ambas exigencias, la teoría y la práctica son indivisibles.

Una objeción contra la filosofía de la educación proviene de los docentes de la filosofía, por considerarla disciplina de segunda categoría, una rama de la filosofía que toma una actividad particular como objeto de estudio, por ejemplo, derecho, ciencia, arte, religión. Para que pueda desarrollarse un saber auténticamente filosófico, dirán, sería preciso averiguar previamente si tal actividad tiene entidad epistemológica suficiente como para constituir objeto idóneo para el tratamiento filosófico. Es una objeción importante.

En otras palabras, habría que determinar cuáles son las condiciones que debe satisfacer la actividad “X” para elaborar una “Filosofía de X”, porque cualquier materia no es adecuada para la filosofía. No se filosofa sobre infinidad de asuntos. En aquellos en que la filosofía es pertinente a “X”, es por tener una estructura racional de una complejidad suficiente como para originar un número considerable de preguntas y problemas para su comprensión. Se sostiene que, para que una actividad pueda convertirse en objeto adecuado para un saber filosófico, debería suscitar preguntas del tipo genérico: “¿cómo es esto posible?”. Cuando algo constituye un reto al pensar filosófico, es su misma posibilidad lo que se cuestiona, cómo eso puede ser posible. El principal ejemplo es Filosofía de la Ciencia. Es una actividad teórica y experimental en que se pueden formular preguntas sobre la posibilidad y las limitaciones del conocimiento científico, los criterios de verdad y falsedad, las operaciones cognitivas del sujeto que conoce, los instrumentos utilizados, etc., cuestiones aptas para la reflexión filosófica. Igual es Filosofía del Derecho, Filosofía de la Religión, Filosofía del Arte.

Y bien, ¿cuántas preguntas del tipo “cómo es posible” se pueden formular respecto de la educación? Pues muchas, por ejemplo, ¿cómo es posible que aumente el conocimiento?, o ¿cómo es posible que haya enseñanza sin adoctrinamiento?, o ¿cómo es posible que exista democracia educativa en relaciones asimétricas entre educador y educando?, o ¿cómo es posible que la enseñanza y el aprendizaje sean asuntos separados?, o ¿cómo es posible que el tiempo sea variable dependiente de la evaluación del educando que no domina el tiempo en que lo examinan?, o ¿cómo es posible que conocer un valor moral no conlleve practicar ese valor?, etc. Pero ¿son suficientes en número y categoría para justificar la existencia de la disciplina autónoma filosofía educativa?

Hay filósofos que piensan no, desde una noción de filosofía de corte especulativo, en que se concibe despectivamente a la filosofía educativa por considerarla una reflexión filosófica realizada sobre cuestiones que tienen poca consistencia epistemológica, y que, por tanto, no avanzan el conocimiento filosófico ni acrecientan al conocimiento educativo. Es mejor dejar la educación a pedagogía y otras disciplinas de tipo psicológico, biológico, finanzas, gerencia y administración, tecnologías, política pública, con otras preguntas “manejables”,  que sin dejar de ser teóricas en sus principios, tienen más aplicación operacional en la actividad educativa.

También enfrentamos objeción de los mismos educadores, al decir que tanto filosofía como filosofía educativa, son inútiles por incapaces de orientar la acción. Y dado que la educación es, por su propia naturaleza, una actividad, un proceso, la filosofía tiene poco o nada que decir sobre ella o lo que dice es tan abstracto que es irrelevante. No conozco educadora que en su salón de clase busque el recetario de filosofía idealista, realista, pragmatista, para saber qué tipo de actividad pedagógica realizará con su grupo en la materia que enseña.

Es objeción razonable, porque en ocasiones la filosofía de la educación se ha desarrollado más como reflexión del lenguaje que empleamos al hablar de educación, o análisis de conceptos, o estudiar tradiciones de ideas filosóficas (idealismo, realismo, pragmatismo) como palancas que al moverlas podemos aplicarlas eficazmente a la acción educativa. Es el absurdo de exámenes para certificar maestras/os, en preguntas estúpidas en PCMAS, o del College Board.

Por último, hay obras en filosofía educativa que se ocupan de cuestiones autorreferenciales tales como definir su estatuto epistemológico, su vinculación con otras materias, el lugar que le corresponde en el conjunto de saberes filosóficos o pedagógicos, o subsistencia como disciplina académica. Interesantes cuestiones, pero no merece la pena detenerse en ellas. 

Pensamos que estas objeciones contra la filosofía de la educación no suponen, en el fondo, un rechazo a filosofar la educación, sino que apuntan más bien hacia modos concretos de llevarla a cabo que se muestran irrelevantes de cara a la acción. A este respecto conviene señalar que la filosofía no es ciencia “útil” en el sentido que lo pueden ser las matemáticas, las ingenierías, las ciencias de la salud, pero es de gran utilidad para el ser humano, porque cumple una función vital en un ser pensante, que debería guiarse por la reflexión, la crítica, el discernimiento de las opciones, el conocimiento de la experiencia de vivir, de una vida que se examina a sí y se pregunta ¿vale la pena? Pena no tanto de lamento, sino de esfuerzo y dedicación y compromiso.

Filosofía y filosofía educativa, como saberes prácticos, no son conocimientos desligados de la vida cotidiana, al contrario, plantean cuestiones fundamentales a las que es necesario dar una respuesta, aunque provisional. Como señalamos, todo proyecto educativo necesita una imagen previa del ser humano, una noción del sujeto de la educación, por qué, para qué educarle, en qué mundo, qué valoraciones, cuáles acciones, en que teorizar y practicar son lados del mismo rostro, podrán mirar en direcciones distintas, pero con óptica de praxis.   

Quien se dedique al ejercicio de un trabajo precisa adquirir una especie de instinto para problematizar y preguntar sobre cuestiones de su actividad, y discernir respuestas. Esa habilidad instintiva e intuitiva es parte del oficio en todo trabajo y profesión.

Claro está, al momento de realizar una acción, no hay que ponerse a pensar explícitamente en principios, teorías o modelos de esa actividad, como censor en second guessing, pues lo sabemos, el análisis es parálisis si se exagera a destiempo.

En educación la intuición juega un papel central. Lástima que se ignore filosofar la intuición en la formación de educadores. Es que la educación es prima de la vida teatral sin libretos.

Bueno, suficiente lo dicho hasta ahora, conversemos esta perspectiva filosófica en la filosofía educativa, esas objeciones y otras, más ideas que se te ocurran.

 






[1] Ver ensayo La Caverna.
[2] Ver ensayo Sobre la teoría y la práctica en educación.

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