Tuesday, July 26, 2016

Arte de Educar



Una idea educativa de la antigüedad y actual[1], es concebir la educación como acción cuyo fin es la acción-en sí que, como tal, activa las potencialidades que tienden al bien. En Platón el bien se identifica con la belleza y la verdad, importante vínculo en pensar la educación. En este ensayo es evidente la influencia de cierta tradición filosófica con la que simpatizo.

De Filosofía abundan definiciones, incluso no definir. Ahorremos ese tedioso debate de “ejercer razón crítica”, “argumentación lógica”, “análisis del lenguaje”. “ciencia de primeras causas”, etc. Propongo que las grandes visiones filosóficas desde Platón, Kant, Hegel, Nietzsche, vitalismo, personalismo, existencialismo, estudios del cerebro, mente y consciencia, sin excepción alguna, son grandiosas tentativas de ayudar a los humanos a acceder a una vida buena, superando miedos, odios, violencias, pasiones destructivas, que impiden vivir bien, ser lúcidos y, en la medida de lo posible, serenos, generosos, amantes. Si se designa como “sabiduría”, a ese amor al saber vivir, entonces, las grandes visiones filosóficas en la historia son ante todo modos de pensar la propia vida buena y vivir el pensamiento de esa vida. Sócrates da el primer paso en examinar una vida merecedora de ser vivida. Y la educación proviene de esa tradición.

A la belleza. El sentimiento estético desempeña un papel singular en la cultura griega, en artes, en el ámbito del pensamiento; de ahí que sus representantes más conspicuos establecieran un nexo entre to agathón (lo bueno) y to kalón (lo bello). Eso explica que Platón identificara el mal con la fealdad. Hoy estamos obstinados con la “crisis moral” sexual, sin advertir la fealdad de calles, arquitecturas, playas, espacios públicos, este basurero. La importancia estética también es parte de la cultura cristiana que conjuga la devoción íntima, cuyo elocuente testimonio es la expresión externa en templos, catedrales, monasterios, capillas, lugares de culto construidos para la oración silenciosa, el canto con música sacra, y también como obras de arte.

Hablamos, pues, de educación como obra de arte. Educación humana en cuidarse, atender su alma (en sentido poético, “te amo con toda mi alma” decimos enamorados). El cuidado de sí en elegir conscientemente el bien, la belleza, la verdad. Qué sean bien, belleza, verdad, en sus variaciones y sus contextos, es quintaesencia de filosofar la educación. Es una idea que merece ser considerada en este tiempo en que educar se confunde con empresarismo competitivo. 

La etimología de Educar proviene del latín educere, compuesto de ex y duco, significa ‘hacer salir’, ‘tirar hacia afuera’, ‘extraer desde adentro’, y por extensión ‘poner en el mundo’ en el sentido de ‘sacar del vientre de la madre’. Esa raíz indica un proceso interior, inherente al ser. Educación en que generaciones nacientes, ayudadas por adultos en condiciones favorables, son los sujetos que se educan a sí mismos en temprana edad. Educación como acción que nace del interior en aprender la libertad y la responsabilidad de la propia vida, en condiciones en que el naciente se siente en confianza de quienes lo cuidan y aman.   

La educación, en este sentido, no es actividad productiva de hacer cosas, objetos, artefactos, utensilios… Esas son actividades de entrenar, instruir, enseñar, aprender, son neutrales, podrán ser eficaces y exitosas, pero en sí no educan. Los conocimientos y habilidades aprendidas en escuelas y universidades son entrenamientos para diversos objetivos de alfabetizar, adquirir el lote cultural en la tradición, trabajar en un empleo, calificarse en una “profesión” laboral, etc. ¿Qué criterios les confiere “educativas? Escuelas y universidades hablan por siglos aduciendo que “educación” es el paso satisfactorio de asignaturas en currículos, otorgando diplomas y grados. Y por siglos graduandos diplomados con poderes político-económico-militar-religioso, van al mundo a destruirlo con eficacia sistemática. ¿De qué educados hablamos?  

Educación es otra acción, circunspecta, silenciosa, contemplativa, acogedora del ser interior. Es acción espiritual, en sentido profundo. El hecho primordial: nacen humanos desprovistos de instintos de sobrevivir, a diferencia de animales. El humano necesita el cuidado atento, cálido, en su inicio en la humanidad. En Arendt, la esencia filosófica de la educación es el acogimiento de la natalidad, el cuidado que necesita el ser humano en su primer nacimiento de separación corporal materna; luego, en sucesivas etapas del desarrollo, acogernos unas a otros en modos de ser y de estar en el mundo en el arte de vivir bien, la sabiduría. Al recién llegado al mundo se le ha de guiar a ese fin primordial. Ayudar a capacitarle a la acción a través de la cual revela su ser y palabra a la pregunta planteada a todo recién nacido: ¿quién eres tú? Descubrir quién soy, en mi ser y estar en el mundo, es implícito en actos y palabras.

Educar la búsqueda del bien, la belleza, la verdad. Los griegos consideraban que la forma más alta de la moral (o ética) tiene como fin el bien de la comunidad, lo que explica que, para ellos, los conceptos “política” y “ética” fueran sinónimos. Como Platón explica en su Politeia, el reino supremo del espíritu constituye anábasis (ascenso) a las cimas más altas del conocimiento y la moral. Es a través de este anodós (camino hacia arriba) como el humano se libera de las percepciones falsas de los moradores de la caverna[2] para acceder al ámbito de la idéa pura, que en la terminología cristiana se llamará “ascenso al Reino de los Cielos”. Educar para recordar al  Oráculo de Delfos, “conócete a ti mismo”. No necesito subrayar que el ser humano actual vive a mil leguas de distancia del recuerdo de su ser, en el olvido de sí, distraído por tecnologías.  

El nacer es estar en proceso de llegar a ser, un devenir en que el nacido articula su identidad, del nacer al morir, en una cadena de inicios, acciones, novedades, la capacidad de accionar en confianza, libertad y responsabilidad, experiencias educativas primarias en los seis años en que se aprende el cuidado del ser (¡a ver quién explica el descuido de la educación en esos años!). El acogimiento de la natalidad al inicio de la vida, y en el renacer cotidiano a lo largo de la vida, es el cuidado en ágape, el amor que se da y se compadece, la no violencia, el amor de ternura y delicadeza, y en philia, el amor que comparte y se alegra, la amistad que trasciende el yo.

La “educación” como trabajo empresarial convierte escuelas y universidades en fábricas para moldear (formar) productos humanos destinados a competir, a “ser” emprendedores. No. El ser humano no se fabrica, sino nace. No es ejecución de idea previa, no es “formación” que forma a partir de un modelo, prototipo, al que sujeto humano ha de imitar, encajar. Cruel idea. Primero, educar para fabricar personas hace violencia al humano. Segundo, supedita el fin a los medios. Tercero, hay comienzo que se acaba en el tiempo al otorgar grados o títulos. Cuarto, el fin se predetermina en metas medibles con exámenes pre y post. Quinto, es proceso reversible, se puede volver atrás en tiempo y etapas, si el objeto fabricado (estudiante) se nota fallido, le suspenden de grado (cómo si los grados-edades-tiempos fuesen criterios educativos). Sexto, al objeto fabricado se le compara con otros objetos fabricados, idénticos en la industria curricular según estándares iguales para todos.     

Desde que escuelas y universidades se colonizaron con el positivismo, en pretender una ciencia educativa y la pedagogía tecnológica, la educación se piensa como forma de trabajo desplegado hacia afuera, no acción en el interior al ser. Los estudiantes van a escuelas y universidades para salir formados a competir, competir en competencias, “perfiles”, que se califican en laberíntico aparato evaluativo de letras y números… para el cuidado amoroso del ser.

La educación no fabrica personas, ni mercadea profesiones, no hace juicios clasificatorios que separa y segrega en tipologías que excluyen y marginan. No jerarquiza. Conviene repasar la idea de educación del humano, en el ser humano, con el ser humano y para el ser humano. Educar para humanizar. Educar en acoger sentimientos de afecto, generación en generación, cuidarnos en contactos con tacto, somos seres frágiles, vulnerables, sufrimos, necesitamos al otro. Educar en acciones de experiencias intersubjetivas en el trato bondadoso, prudente, acogedor.

El acogimiento de la natalidad es experiencia interpersonal en abrir espacios de libertad, en que la confianza sea principio de relación mutua; es en la libertad y la confianza que aprendemos la responsabilidad de levantar-nos al caernos, tan frecuente, para seguir adelante, sin miedo, sin culpas ni castigos, sin “fracasos” penalizados con F, esa letra fatal de las notas. El acogimiento es toda la vida, cada etapa en sus necesidades, dificultades y posibilidades. Del recién nacido en seguridad, confianza amorosa, al anciano postrado en cama, tantas veces solitario, abandonado y necesitado de una presencia humana cálida, atenta, generosa, compasiva.

Educamos para aprender a educarnos. Nos educamos para ser humanos. 

¿Cuánto cuesta educar niños? Pregunta válida en la materialidad tangible que facilita mantener instituciones en costos de instalaciones, infraestructuras, tecnologías, servicios, salarios, etc. La pregunta no hace sentido en espíritu educativo. Niños no cuestan, estudiantes no tienen precio, al humano se le a-precia, en su valor intrínseco. Enfrentamos una tensión entre la materialidad en educación, elementos tangibles, medibles, y la humanidad en educación, presencia humana del tacto, delicadeza, buscar sentido a la vida. No es escoger lo material o lo espiritual, sino de situar en perspectiva lo primordial de lo secundario, el fin de los medios.

El arte educativo, no es ciencia ni técnica, ni materialidad ni instrumentos. Es poesía, es música, es imaginación en crear el ser en saber vivir bien. ¿Cómo decir a las familias que sus hijos, en el hogar, en la escuela, han de aprender a ser sus obras de arte? ¿A vivir en el bien, la belleza, la verdad, el amor de sí y del prójimo?  

La perversión de la educación en fabricar personas empresariales, se troquela cuando adultos preguntan a niños ¿qué quieres ser o hacer cuando seas grande? Sustantivo y verbo igualados: soy trabajo laboral, soy tal profesión, soy hacer un oficio, soy empresario competitivo.    

Aristóteles hizo una interesante distinción entre dos clases de acciones humanas, desplegadas en dos direcciones. La primera es producir o fabricar objetos (poiesis, griego), cuando el sujeto realiza algo exterior a sí, la actividad de producir cosas, objetos, utensilios, instrumentos. La segunda es la acción que no procura un efecto exterior, no produce nada material, es acción que queda en el sujeto que obra, transforma el ser, (praxis, griego).

Educación, insistamos, no es tarea productiva de cosas tangibles. Educación es praxis, educere, extraer del interior el mejor potencial (puedo extraer lo peor en violencia, odios). Sacar afuera lo mejor, superior, noble, digno, del ser en que nos transformamos (no formado), praxis. Educar es acción cercana a la creación artística, la artesanía, es idiosincrática, y como tal, orientada por la intuición, la espontaneidad, la improvisación en el presente, kairós.

¿Cómo se enseña el arte de educar? No es enseñable. Se aprende en la experiencia de vivir. Y como en la labor artística, los buenos resultados son fruto del entrelazamiento de condiciones naturales de talento, conocimientos adquiridos, experiencia reflexionada, y la acción adecuada, prudente en el momento; semejante a la agricultura, porque, a pesar de estímulos exteriores que dan el maestro, o el labrador, la motivación a realizar el ser, el crecimiento de la planta, provienen “desde adentro” del viviente.

Arte de educar: ágape, philia, el cuidado de sí, ser obra de arte, el amor yo-tu-nosotros.

Rainer Maria Rilke:

Todo es gestación y alumbramiento. Dejar que cada impresión y cada germen de sentimiento lleguen a la madurez por sí mismos en la oscuridad, en lo inexplicable, en el inconsciente, más allá del alcance de nuestra inteligencia, y aguardar con profunda humildad y paciencia el alumbramiento de una nueva claridad: sólo eso es la vida del artista. Ser artista no significa hacer cálculos y cuentas sino madurar como el árbol que no fuerza a su savia y permanece fuerte frente a las tormentas de la primavera sin temor a que después no llegue el verano. Llega. Pero sólo llega al que sabe esperar, al que está allí como si toda la eternidad estuviera extendida a sus pies, tan despreocupada, tan tranquila, tan vasta.




pedro subirats camaraza



[1] Sócrates, Platón y Aristóteles inician, Rousseau expande, se consolida en la Escuela Nueva, en Arendt, Heidegger, Lévinas, M. van Manen, L. Duch, Freire, Illich, y tantos, sin olvidar los jesuitas en sus innovaciones pedagógicas.
[2] Ver el ensayo La Caverna. 

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