Una idea educativa de la antigüedad y actual[1],
es concebir la educación como acción cuyo fin es la acción-en sí que, como tal,
activa las potencialidades que tienden al bien. En Platón el bien se identifica
con la belleza y la verdad, importante vínculo en pensar la educación. En este
ensayo es evidente la influencia de cierta tradición filosófica con la que
simpatizo.
De Filosofía abundan definiciones, incluso no definir.
Ahorremos ese tedioso debate de “ejercer razón crítica”, “argumentación
lógica”, “análisis del lenguaje”. “ciencia de primeras causas”, etc. Propongo
que las grandes visiones filosóficas desde Platón, Kant, Hegel, Nietzsche, vitalismo,
personalismo, existencialismo, estudios del cerebro, mente y consciencia, sin
excepción alguna, son grandiosas tentativas de ayudar a los humanos a acceder a
una vida buena, superando miedos, odios, violencias, pasiones destructivas, que
impiden vivir bien, ser lúcidos y, en la medida de lo posible, serenos,
generosos, amantes. Si se designa como “sabiduría”, a ese amor al saber vivir,
entonces, las grandes visiones filosóficas en la historia son ante todo modos de
pensar la propia vida buena y vivir el pensamiento de esa vida. Sócrates da el
primer paso en examinar una vida merecedora de ser vivida. Y la educación
proviene de esa tradición.
A la belleza. El sentimiento estético desempeña un
papel singular en la cultura griega, en artes, en el ámbito del pensamiento; de
ahí que sus representantes más conspicuos establecieran un nexo entre to agathón (lo bueno) y to kalón (lo bello). Eso explica que
Platón identificara el mal con la fealdad. Hoy estamos obstinados con la “crisis
moral” sexual, sin advertir la fealdad de calles, arquitecturas, playas,
espacios públicos, este basurero. La importancia estética también es parte de
la cultura cristiana que conjuga la devoción íntima, cuyo elocuente testimonio es
la expresión externa en templos, catedrales, monasterios, capillas, lugares de
culto construidos para la oración silenciosa, el canto con música sacra, y
también como obras de arte.
Hablamos, pues, de educación como obra de arte. Educación
humana en cuidarse, atender su alma (en sentido poético, “te amo con toda mi
alma” decimos enamorados). El cuidado de sí en elegir conscientemente el bien,
la belleza, la verdad. Qué sean bien,
belleza, verdad, en sus variaciones y sus contextos, es quintaesencia de
filosofar la educación. Es una idea que merece ser considerada en este tiempo
en que educar se confunde con empresarismo competitivo.
La etimología de Educar proviene del latín educere, compuesto de ex y duco,
significa ‘hacer salir’, ‘tirar hacia afuera’, ‘extraer desde adentro’, y por
extensión ‘poner en el mundo’ en el sentido de ‘sacar del vientre de la madre’.
Esa raíz indica un proceso interior, inherente al ser. Educación en que generaciones
nacientes, ayudadas por adultos en condiciones favorables, son los sujetos que se
educan a sí mismos en temprana edad. Educación como acción que nace del
interior en aprender la libertad y la responsabilidad de la propia vida, en
condiciones en que el naciente se siente
en confianza de quienes lo cuidan y
aman.
La educación, en este sentido, no es actividad
productiva de hacer cosas, objetos, artefactos, utensilios… Esas son
actividades de entrenar, instruir, enseñar, aprender, son neutrales, podrán ser
eficaces y exitosas, pero en sí no educan. Los conocimientos y habilidades aprendidas
en escuelas y universidades son entrenamientos para diversos objetivos de alfabetizar,
adquirir el lote cultural en la tradición, trabajar en un empleo, calificarse
en una “profesión” laboral, etc. ¿Qué criterios les confiere “educativas? Escuelas
y universidades hablan por siglos aduciendo que “educación” es el paso satisfactorio
de asignaturas en currículos, otorgando diplomas y grados. Y por siglos graduandos
diplomados con poderes político-económico-militar-religioso, van al mundo a
destruirlo con eficacia sistemática. ¿De qué educados hablamos?
Educación es otra
acción, circunspecta, silenciosa, contemplativa, acogedora del ser
interior. Es acción espiritual, en
sentido profundo. El hecho primordial: nacen humanos desprovistos de instintos de
sobrevivir, a diferencia de animales. El humano necesita el cuidado atento,
cálido, en su inicio en la humanidad. En Arendt, la esencia filosófica de la
educación es el acogimiento de la
natalidad, el cuidado que necesita el ser humano en su primer nacimiento de
separación corporal materna; luego, en sucesivas etapas del desarrollo, acogernos
unas a otros en modos de ser y de estar en el mundo en el arte de vivir bien, la
sabiduría. Al recién llegado al mundo se le ha de guiar a ese fin primordial.
Ayudar a capacitarle a la acción a través de la cual revela su ser y palabra a
la pregunta planteada a todo recién nacido: ¿quién eres tú? Descubrir quién soy, en mi ser y estar en el
mundo, es implícito en actos y palabras.
Educar la búsqueda del bien, la belleza, la verdad. Los
griegos consideraban que la forma más alta de la moral (o ética) tiene como fin
el bien de la comunidad, lo que explica que, para ellos, los conceptos
“política” y “ética” fueran sinónimos. Como Platón explica en su Politeia, el reino supremo del espíritu
constituye anábasis (ascenso) a las
cimas más altas del conocimiento y la moral. Es a través de este anodós (camino hacia arriba) como el
humano se libera de las percepciones falsas de los moradores de la caverna[2]
para acceder al ámbito de la idéa pura,
que en la terminología cristiana se llamará “ascenso al Reino de los Cielos”. Educar
para recordar al Oráculo de Delfos,
“conócete a ti mismo”. No necesito subrayar que el ser humano actual vive a mil
leguas de distancia del recuerdo de su ser, en el olvido de sí, distraído por tecnologías.
El nacer es estar en proceso de llegar a ser, un
devenir en que el nacido articula su identidad, del nacer al morir, en una
cadena de inicios, acciones, novedades, la capacidad de accionar en confianza,
libertad y responsabilidad, experiencias educativas primarias en los seis años
en que se aprende el cuidado del ser (¡a ver quién explica el descuido de la
educación en esos años!). El acogimiento de la natalidad al inicio de la vida,
y en el renacer cotidiano a lo largo de la vida, es el cuidado en ágape, el amor que se da y se compadece,
la no violencia, el amor de ternura y delicadeza, y en philia, el amor que comparte y se alegra, la amistad que trasciende
el yo.
La “educación” como trabajo empresarial convierte escuelas
y universidades en fábricas para moldear (formar) productos humanos destinados a
competir, a “ser” emprendedores. No. El ser humano no se fabrica, sino nace. No
es ejecución de idea previa, no es “formación” que forma a partir de un modelo,
prototipo, al que sujeto humano ha de imitar, encajar. Cruel idea. Primero,
educar para fabricar personas hace violencia al humano. Segundo, supedita el fin
a los medios. Tercero, hay comienzo que se acaba en el tiempo al otorgar grados
o títulos. Cuarto, el fin se predetermina en metas medibles con exámenes pre y
post. Quinto, es proceso reversible, se puede volver atrás en tiempo y etapas,
si el objeto fabricado (estudiante) se nota fallido, le suspenden de grado
(cómo si los grados-edades-tiempos fuesen criterios educativos). Sexto, al
objeto fabricado se le compara con otros objetos fabricados, idénticos en la industria curricular
según estándares iguales para todos.
Desde que escuelas y universidades se colonizaron con
el positivismo, en pretender una ciencia educativa y la pedagogía tecnológica, la
educación se piensa como forma de trabajo desplegado hacia afuera, no acción en
el interior al ser. Los estudiantes van a escuelas y universidades para salir
formados a competir, competir en competencias, “perfiles”, que se califican
en laberíntico aparato evaluativo de letras y números… para el cuidado amoroso del
ser.
La educación no fabrica personas, ni mercadea
profesiones, no hace juicios clasificatorios que separa y segrega en tipologías
que excluyen y marginan. No jerarquiza. Conviene repasar la idea de educación
del humano, en el ser humano, con el ser humano y para el ser humano. Educar
para humanizar. Educar en acoger sentimientos de afecto, generación en
generación, cuidarnos en contactos con tacto, somos seres frágiles,
vulnerables, sufrimos, necesitamos al otro.
Educar en acciones de experiencias intersubjetivas en el trato bondadoso,
prudente, acogedor.
El acogimiento de la natalidad es experiencia
interpersonal en abrir espacios de libertad, en que la confianza sea principio
de relación mutua; es en la libertad y la confianza que aprendemos la responsabilidad
de levantar-nos al caernos, tan frecuente, para seguir adelante, sin miedo, sin
culpas ni castigos, sin “fracasos” penalizados con F, esa letra fatal de las
notas. El acogimiento es toda la vida, cada etapa en sus necesidades,
dificultades y posibilidades. Del recién nacido en seguridad, confianza amorosa,
al anciano postrado en cama, tantas veces solitario, abandonado y necesitado de
una presencia humana cálida, atenta, generosa, compasiva.
Educamos para aprender a educarnos. Nos educamos para
ser humanos.
¿Cuánto cuesta educar niños? Pregunta válida en la materialidad
tangible que facilita mantener instituciones en costos de instalaciones,
infraestructuras, tecnologías, servicios, salarios, etc. La pregunta no hace
sentido en espíritu educativo. Niños
no cuestan, estudiantes no tienen precio, al humano se le a-precia, en su valor intrínseco. Enfrentamos una tensión entre la
materialidad en educación, elementos tangibles, medibles, y la humanidad en
educación, presencia humana del tacto, delicadeza, buscar sentido a la vida. No
es escoger lo material o lo espiritual, sino de situar en perspectiva lo
primordial de lo secundario, el fin de los medios.
El arte educativo, no es ciencia ni técnica, ni
materialidad ni instrumentos. Es poesía, es música, es imaginación en crear el
ser en saber vivir bien. ¿Cómo decir a las familias que sus hijos, en el hogar,
en la escuela, han de aprender a ser sus obras de arte? ¿A vivir en el bien, la
belleza, la verdad, el amor de sí y del prójimo?
La perversión de la educación en fabricar personas
empresariales, se troquela cuando adultos preguntan a niños ¿qué quieres ser o hacer cuando seas grande? Sustantivo y verbo igualados: soy trabajo laboral, soy tal profesión, soy hacer un oficio, soy empresario
competitivo.
Aristóteles hizo una interesante distinción entre dos
clases de acciones humanas, desplegadas en dos direcciones. La primera es
producir o fabricar objetos (poiesis, griego),
cuando el sujeto realiza algo exterior a sí, la actividad de producir cosas,
objetos, utensilios, instrumentos. La segunda es la acción que no procura un
efecto exterior, no produce nada material, es acción que queda en el sujeto que
obra, transforma el ser, (praxis, griego).
Educación, insistamos, no es tarea productiva de cosas
tangibles. Educación es praxis, educere, extraer del interior el mejor
potencial (puedo extraer lo peor en violencia, odios). Sacar afuera lo mejor,
superior, noble, digno, del ser en que nos transformamos (no formado), praxis. Educar es acción cercana a la creación
artística, la artesanía, es idiosincrática, y como tal, orientada por la
intuición, la espontaneidad, la improvisación en el presente, kairós.
¿Cómo se enseña el arte de educar? No es enseñable. Se
aprende en la experiencia de vivir. Y como en la labor artística, los buenos
resultados son fruto del entrelazamiento de condiciones naturales de talento,
conocimientos adquiridos, experiencia reflexionada, y la acción adecuada, prudente
en el momento; semejante a la agricultura, porque, a pesar de estímulos
exteriores que dan el maestro, o el labrador, la motivación a realizar el ser, el crecimiento de la planta,
provienen “desde adentro” del viviente.
Arte de educar: ágape,
philia, el cuidado de sí, ser obra de arte, el amor yo-tu-nosotros.
Rainer Maria Rilke:
Todo es
gestación y alumbramiento. Dejar que cada impresión y cada germen de
sentimiento lleguen a la madurez por sí mismos en la oscuridad, en lo
inexplicable, en el inconsciente, más allá del alcance de nuestra inteligencia,
y aguardar con profunda humildad y paciencia el alumbramiento de una nueva
claridad: sólo eso es la vida del artista. Ser artista no significa hacer
cálculos y cuentas sino madurar como el árbol que no fuerza a su savia y
permanece fuerte frente a las tormentas de la primavera sin temor a que después
no llegue el verano. Llega. Pero sólo llega al que sabe esperar, al que está
allí como si toda la eternidad estuviera extendida a sus pies, tan
despreocupada, tan tranquila, tan vasta.
pedro
subirats camaraza
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