Universidad
de Puerto Rico
Recinto
de Río Piedras
Facultad
de Educación
Departamento
de Fundamentos Educativos
Filosofía de
la Educación (EDFU 4019)
Pedro Subirats
Camaraza
Conceptos
de Educación IV
13. La polaridad
entre individuo (subjetividad personal) y sociedad (intersubjetividad social)
era un asunto polémico en educación. Esa discusión ya está agotada sin
soluciones que pongan fin a las contradicciones entre la persona, por un lado,
y la sociedad, por el otro. Los supuestos son incorrectos, están mal planteados.
No existe el individuo aislado, atomizado, con independencia total del entorno
sociocultural, así como tampoco existe la sociedad totalmente despersonalizada, amorfa, de sujetos. Lo que existe en la
condición humana es una dinámica muy complicada de un juego de factores externos
que condicionan a la persona, y al mismo tiempo, del poder interno de las
personas en ejercer su libertad -según la circunstancia lo permita y la persona
lo quiera- para cambiar la sociedad. Es una cuestión de equilibrio. Ni excesiva
autoridad externa que anule al individuo, ni excesivo “libertinaje” del
individuo en hacer lo que le venga en gana, indiferente al bien y derechos de los
demás. La tensión entre sociedad y persona, condicionamiento externo y autonomía
interior, es inevitable; similar a instrumentos de cuerdas, pide finura y
equilibrio para que esa tensión sea constructiva, afinada (hasta ahí la
comparación, no somos instrumentos).
14. Esa
discusión generó otra polémica infructuosa en la teoría y la práctica educativa:
si primero cambiar la sociedad para cambiar la escuela, o cambiar la escuela
para cambiar la sociedad. Otro debate inútil. Repito, un difícil equilibrio de muchas
fuerzas y actores en interacción complicada, por lo cual, las relaciones entre educación
y sociedad son relaciones de tensión. Las sociedades totalitarias usan el
sistema educativo para adoctrinar a las personas en las ideologías imperantes. Las
sociedades democráticas son más abiertas en la libertad y los derechos humanos,
pero no se crea ingenuamente que no ejercen su condicionamiento en la educación
para imponer, de modo explícito o sutil, las ideologías de los variados grupos
de poder político, económico, religioso, etc., que preponderan en esas
sociedades. Lo indudable es que los sistemas educativos en toda sociedad
–democrática o dictatorial- están al servicio de perpetuar las ideas, creencias
y valores de la sociedad, pues toda sociedad busca mantenerse y perpetuarse en
el tiempo. Es inevitable que la educación reproduzca los valores que se estiman
cruciales para el orden y la perpetuación de la sociedad. Eso no significa que
nos adherimos a una visión mecanicista entre educación y sociedad, esto es, una
concepción mecánica entre infraestructuras y superestructuras, como se concibió
en el marxismo primitivo. Es un error pensar que el sistema social cambia la
educación, o al revés, que ésta cambia la sociedad. No somos ni operamos como maquinarias.
Las relaciones sociales son orgánicas, o en un término filosófico de larga tradición,
son relaciones dialécticas[1].
15. Así pues,
en educación tenemos ambos polos. Por un lado, la educación es adaptación de
las personas a un sistema social dado, buscando en esa adaptación que se
perpetúe el sistema socio-político-económico-cultural como el modo válido o
ideal de vivir en esa sociedad determinada. Por otro lado, la educación es un
proceso por el que se guía a la persona para que desarrolle al máximo sus
potencialidades, al estilo socrático, que extrae del interior de la persona el
saber que tiene dentro de sí o con el potencial de conocer mediante el esfuerzo
propio de pensar. El proceso de guiar a otros, desde la antigua Grecia a hoy,
recae en la presencia del pedagogo, la persona que acompaña al niño en el
camino del conocimiento, valores y costumbres. Guiar es orientar, señalar, indicar, facilitar,
mostrar, aconsejar, todos términos sinónimos de ese proceso educativo en virtud
del cual la generación adulta acompaña -caminar al lado- a las generaciones jóvenes
en el descubrimiento y el desarrollo de su potencial creativo.
16. Recapitulemos:
la educación, como hecho social, es una transmisión de valores de una
generación a otra -lo que se considera válido por un grupo social para que la
propia comunidad tenga sentido- es un hecho intrínseco a la estructura de toda
sociedad que necesita hacer valer su propia existencia exigiendo que sus
propios valores se manifiesten en extensión (a la mayoría de la población) y en
el tiempo (en la continuidad temporal). Es una realidad que conlleva algo o
mucho (depende) de conservadurismo, aceptación y repetición de las experiencias
(valores) del pasado, y por lo tanto, la educación corre el peligro del
conformismo y el aprendizaje pasivo. En este caso, la educación-transmisión
valora la primacía de la sociedad sobre el individuo, como en las sociedades
cerradas y totalitarias, y por tanto, es fácil pasar de la autoridad al
autoritarismo, y los maestros en seres prepotentes y dogmáticos, cuya función,
más que la socrática de guiar, se convierte en amaestrar o adiestrar, con los
consiguientes métodos de disciplinas y obediencia (las sociedades teocráticas
son el mejor ejemplo, al fundar su educación en la obediencia ciega a la voluntad de una deidad; los países islámicos
representan esas teocracias modernas, conste no soy islamofóbico). Es el grave
peligro –frecuente- en la educación: que las estructuras y sistemas no dejen a
la persona el libre despliegue de su potencial de pensamiento libre.
17. Entiendo
que un gran reto educativo que enfrentamos hoy en Puerto Rico es crear una
teoría de la educación democrática[2].
Esa teoría debe traducirse en sistemas de escuelas y universidades que en su
organización, normas, métodos y procesos reflejen una auténtica
democratización. Y a la par, que esa educación democrática cumpla estándares de
calidad comparables con los mejores sistemas educativos del mundo -que no sea
una educación banal, mediocre, embrutecedora-. Esa educación democrática se
centra en un sujeto libre y solidario capaz de convivir en la diversidad, la
tolerancia y la búsqueda del bien común. No es fácil idear métodos de enseñanza
y aprendizaje fundados en un sujeto libre y solidario, porque no hemos sido
educados, nunca, en esa manera de vivir la subjetividad y la intersubjetividad.
Por fortuna, desde la década del 60 del siglo XX esa teoría cobra vigencia. Y
nos hace preguntar ¿cuál es el “resultado práctico” de una educación que
merezca el esfuerzo de pensarla y practicarla? Seguimos en el próximo ensayo.
[1] Término que procede de los griegos, dialectiké, usado primero por Platón, es el arte del diálogo
socrático por el que se llega a la
verdad mediante preguntas y respuestas; en Aristóteles es el arte de razonar
mediante opiniones opuestas, partiendo de premisas plausibles y abiertas (no
cerradas ni absolutas) que permitan argumentar a favor y en contra, tesis y
antítesis, en que los opuestos puedan encontrar una síntesis superior que los
integre; el término tiene una larga historia que llega a Kant, Hegel, Marx,
Kierkegaard y otros filósofos. Para nosotros, la dialéctica trata de una forma
de buscar la verdad en el pensamiento complejo, en la interdependencia y la no
separación. Para el dialéctico todo está en todo y recíprocamente. La verdad en
el pensamiento puede encontrarse en un esfuerzo laborioso de pensar las cosas
con mente integrada, de síntesis, abarcadora, que no suprime las partes.
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