Monday, May 7, 2012

Comenzar a filosofar la educacion: mito y filosofia


Universidad de Puerto Rico
Recinto de Río Piedras
Facultad de Educación

Fundamentos Filosóficos de la Educación (EDFU 4019)
Pedro I. Subirats Camaraza

Un comienzo de filosofar la educación: mito y filosofía

Iniciamos la filosofía educativa con una narración mítica y una tradición filosófica. El mito es el origen de la condición humana en el Paraíso del Edén. La tradición filosófica proviene de la antigua Grecia. Este ensayo es tu primer análisis del Portafolio de Filosofía Educativa. Primero el mito, luego filosofía y después filosofía educativa.

Volvamos al Paraíso en los capítulos II al IV del Génesis. “Paraíso”, del griego paradisos, un huerto” en la región del Edén. “Edén” en hebreo significa “placer”. En ese lugar hay todo lo placentero para los primeros humanos. Sin culpas, ni castigo, sin ceguera, ni pecado. Sin tragedia. Estamos en el Edén. Hay ríos, árboles, hay sombra, hay frutos, hay varón y mujer. Son felices. ¿Qué es la felicidad? Lo dice el Génesis en el libro II: “estaban ambos desnudos. El hombre y la mujer, pero no se avergonzaban”. ¿Por qué habrían de avergonzarse?

Nuestra lectura es que en el mito algo falta a Adán y Eva mientras se pasean por el paraíso original. Una doble ignorancia los sitúa en el Edén: no saben lo que sólo el fruto del árbol del conocimiento les revelará; tampoco saben de un saber que ignoran: del bien y del mal[1]. Esa ignorancia es inocencia original. Y es respecto de ella que entendemos la tentación a que se rinden Adán y Eva. Lo que les tienta no es sólo un saber prometido, sino algo más profundo: la creencia de tener ese saber conservando la inocencia del paraíso; que pueden saber sin pagar por ello el precio de tal saber que es perder su condición inocente. La palabra tentación, “tentatio”, tiene doble significado en latín: impulso, y prueba o experimento. Lo que les impulsa es probar lo desconocido sin que ello los transforme en otro ser. Al probar el fruto del saber tendrán el instante de goce del que sabe, pero creyendo siguen inocentes. Dilema existencial. Por un lado, tentación irresistible de experimentar el saber del bien y mal y ceder a la inclinación a probar lo prohibido. Por otro, esperarían no sucumbir al mal una vez experimentado; al probar lo prohibido ¿tendrán voluntad de no corromperse?



Con el término “corrupción” designa Aristóteles un cambio de sustancia, desaparece algo y se convierte en otra cosa, se pervierte lo que le hace ser lo que es. En filosofía política la corrupción significa abusar el poder del gobierno, que se pervierte en personas y sistemas por arbitrariedad, injusticias y favoritismos, derrochando los recursos y robando los bienes comunes. La forma más grave de corrupción es la institucionalizada, que al convertirse en costumbre cumple la sentencia de Séneca: “lo que antes fueron vicios, ahora es costumbre”. El desafío post-tentación del Paraíso es precisamente no convertir en hábito los vicios de la condición humana.

La mitología tiene profundas y extensivas ramificaciones en las instituciones del poder social: religioso, político, económico, jurídico, educativo, por sólo mencionar las principales. Muchas y peligrosas son las deformaciones mentales que provienen de imágenes arquetípicas de caída, pecado, culpa, condena, pérdida de inocencia, expulsión del paraíso, que obliga a la pareja humana a esconderse avergonzados del cuerpo y disimulando la sexualidad.      

La importancia de tal narración mítica tiene implicaciones en filosofía educativa. “Filosofía” es el nombre que podemos dar al segundo paraíso que Adán y Eva por un instante gozaron. El primer paraíso es inocencia sin saber, el segundo paraíso es saber con inocencia. Pero no “inocencia” en sentido del necio o ingenuo, sino en el sentido de Sócrates, Lao Tsé, Buda y Jesús[2] del saber no malicioso, inofensivo, sin daño[3]. La conciencia contradictoria de un ser escindido en dos voces (contra-dicción), tendencia a biofilia (vida) y necrofilia (muerte)[4]. Conciencia de la contradicción, pero sin desesperar, sin abandonar la lucha. Consciencia que en su perplejidad busca la sabiduría de vivir bien, a pesar de. Drama griego en tres tiempos. Inocencia ignorante. Experimento del bien y mal, poder de elegir. Elegir el segundo paraíso de la sabiduría socrática. El significado de “sabiduría” es gusto o sabor. Al sabio le sabe bien la vida buena, incluso a merced de la injusticia y la violencia, como Sócrates, Boecio, Ghandi y tantos héroes ejemplares en la historia. El dilema: ¿cómo ser y actuar con inofensividad en un mundo inclinado al mal? La filosofía introduce una transgresión en el mundo de violencia y odio. Transgresión de desobedecer la ley de sistemas políticos, económicos, religiosos, que se fundan en el individualismo y egoísmo: ley suma 0 en que para uno ganar otro tiene que perder. Desobediencia que transgrede el Leviathan en Hobbes de vivir en un estado de  naturaleza en guerra de todos. Transgresión del esclavo que se libera de la sombra en el mito de la caverna platónica. La apuesta: el mal no tiene la última palabra. Educar con esperanza de una vida que merece vivir, de lo contrario ¿valdría la pena educar o filosofar la educación?


La filosofía educativa, saber teórico y actuar práctico. Educar: práctica del bien. Filosofar: reflexión de la práctica. En el Prontuario describimos el curso según esa doble dimensión. De nuevo: filosofía educativa es la hermenéutica de un proyecto ético.

Pasemos del mito a la filosofía. En el arco de los conocimientos, la filosofía se sitúa hacia al polo teórico, y la educación hacia el polo práctico. No son opuestos sino complementarios. La educación como transmisión de vida social, no hereditaria, viene de lejano tiempo en nuestro ancestro australopitecus hace 3 millones de años, hasta el homo sapiens sapiens, hace 200,000 años. Ha sido una lenta conexión de cerebro y mano en domesticar la especie humana. No tenemos noticia de nuestros ancestros filosofando cómo preservarse en grupos. Sí sabemos cuándo, dónde y por qué nace la filosofía que piensa la educación para preservar la especie humana lo más humana posible. Entre el siglo V y IV la filosofía griega llega a su madurez en la era ateniense que producirá, además de Sócrates, dos figuras mayores de la filosofía: Platón y Aristóteles. El fracaso de  grandes síntesis cosmológicas anteriores exigía una concepción distinta a la tarea del pensar, y en parte por el cambio en las circunstancias sociales y el establecimiento de la democracia en Atenas, el centro de atención de la filosofía se desplaza hacia el tema humano. El alma, la conducta individual, los fundamentos de organización política, el conocimiento y la acción, se convierten en los grandes problemas de la filosofía. El espíritu humano deja a un segundo plano el estudio del mundo externo, y reflexiona sobre sí mismo. ¿Por qué conocer el mundo -pregunta Sócrates- si no me conozco a mi mismo? ¿Qué soy yo mismo, y mi razón, ese instrumento de que me valgo para conocer? Filosofar en este período es inseparable de la ética, la política y la educación.

El experimento histórico de un constituir gobierno democrático en ciudades estado griegas en los siglos VI-IV a.C., requería ciudadanos con virtudes de cultura política. En esa época no se diferenciaban, como hoy, los conocimientos y acciones que llamamos ética, política y educación. Es imposible delimitar los bordes que diferencian el ámbito de la conducta moral de una persona, del ámbito de la conducta cívico-política de los ciudadanos, del ámbito de una cultura educativa (paidea) que forma a seres racionales y libres, del ámbito público en que se intenta gobernar democráticamente. Para entender la mentalidad político-filosófica de la cultura griega, no podemos pensar con la mentalidad actual que distingue individuo de sociedad. La distinción entre el interés de la comunidad contrapuesto por definición al interés particular, no se concebía en la cultura griega. El interés general de la comunidad cívico-política no es agregación de intereses particulares, sino la expresión de un bien superior encarnado en virtudes intelectuales y morales del ciudadano como miembro orgánico de la ciudad, la polis. El vocablo “virtud” significa fortaleza de carácter que tiende al bien. La cultura que fomenta el desarrollo de virtudes es la paideia, la sociedad educativa por excelencia. Es el comienzo del experimento democrático en que los ciudadanos aprenden a convivir en el bien común, el bien de todos que es de nadie en particular. Un experimento difícil, lento en ser incorporado, asimilado e institucionalizado en una cultura y sociedad.

La corriente dominante de la filosofía política griega pensaba que el gobierno justo era aquél en que los gobernantes se subordinaban a esa ética cívica, un ethos situado por encima y al margen de los intereses particulares. El intento de crear una democracia de ciudadanos libres con voluntad de argumentar racionalmente las decisiones del bien común en el foro público no tuvo éxito -condenan injustamente a Sócrates en un juicio irracional- pero legó a la historia la aspiración de constituir una sociedad de ciudadanos libres y racionales, formados en una cultura cívica-política-educativa, la paideia. De Atenas a hoy Puerto Rico la filosofía educativa piensa la pregunta: ¿qué humano en qué mundo con qué educación?

Desde la insuficiencia de vivir con anhelo de felicidad no encontrada, desde la angustia de recuperar un bien perdido, en todos los tiempos y todas las civilizaciones, los humanos han imaginado tiempos mejores, épocas doradas, el Paraíso. Si al Paraíso aspiramos es porque de allí venimos, quizá del seno materno (Freud). La humanidad desde que toma conciencia de sí misma se vio rodeada de enfermedades, dolencias, carencias, sufrimiento, amén del bien. Hubo de preguntar a qué se debe la presencia del mal. Inteligentemente dijeron: busquemos la causa. Y no puede estar sino en nosotros mismos. La violencia, el odio, la injusticia se apoderan de nosotros, estamos desesperados por un poco de esperanza de paraíso perdido (la modernidad dice “utopía”). Por grandes palabras salimos del Paraíso; por grandes egoísmos estamos perdiendo el valor y goce de vivir. Hay que volver. No atrás, porque atrás jamás se vuelve. Volver a la raíz que está atrás y delante, la raíz del Yo-Tu-Nosotros en que tenemos necesidad de comunicarnos y de convivir. Para pensar en la salvación, o en palabras actuales, en la liberación de injusticia y violencia, hay que dejar de pensar en el exterminio, cuya raíz es que el otro es mi infierno dijo Sartre y por tanto hay que eliminarlo. El otro, si no es mi paraíso, es mi infierno. No es nadie, y si no es, tampoco yo soy, dirá Martin Buber. 

Nacemos y estamos fuera. Somos en el exilio del paraíso que fue la vida intrauterina, y luego el exilio del paraíso del pecho materno, y luego el exilio del encuentro que se desmorona en separación, abandono, soledad, división, del mal-estar que habla Freud entre el irremediable antagonismo de pulsiones personales y restricciones sociales. Miedo, paranoia, desconfianza. Dice el sociólogo Max Weber que en la modernidad el mundo ha sido des-encantado, privado de luminosidad de verdad y de bien. Filosofar y educar son modos de recuperar la inocencia inofensiva en el mundo que nos duele. Filosofía educativa es hermenéutica y ética, decíamos en el Prontuario. Añadimos ahora que es un saber que emplea dos herramientas: narración y raciocinio. Filosofamos la educación para contar razones por las que vale educar la vida buena. El mito abrazado a filosofía y la filosofía que inspira la educación. El fundamento del curso.


[1] Vocablos “bien” y “mal” no en sentido religioso, sino filosófico-psicológico con más elasticidad conceptual referidos a los aspectos nobles y viles del ser humano. Es la perplejidad existencial de un ser que se sabe escindido en su interior ante tendencias contrapuestas que le imponen elegir.  
[2] Grandes sabios que curiosamente no dejaron por escrito su voz.
[3] En Gandhi, el concepto satyagraha, alude al poder de la verdad y la paz. El ahimsa de Gandhi es el saber inofensivo de la paz. De esa tradición nacen los movimientos políticos de Mandela y Luther King. 
[4] Términos que acuña Erich Fromm en sus obras Miedo a la libertad; y Tener o Ser.

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