Universidad de Puerto
Rico
Recinto de Río Piedras
Facultad de Educación
Fundamentos Filosóficos de la Educación
(EDFU 4019)
Pedro I. Subirats Camaraza
Un
comienzo de filosofar la educación: mito y filosofía
Iniciamos la filosofía educativa con una
narración mítica y una tradición filosófica. El mito es el origen de la
condición humana en el Paraíso del Edén. La tradición filosófica proviene de la
antigua Grecia. Este ensayo es tu primer análisis del Portafolio de Filosofía
Educativa. Primero el mito, luego filosofía y después filosofía educativa.
Volvamos al Paraíso en los capítulos II
al IV del Génesis. “Paraíso”, del griego paradisos,
un “huerto” en la región del
Edén. “Edén” en hebreo significa “placer”. En ese lugar hay todo lo placentero
para los primeros humanos. Sin culpas, ni castigo, sin ceguera, ni pecado. Sin
tragedia. Estamos en el Edén. Hay ríos, árboles, hay sombra, hay frutos, hay
varón y mujer. Son felices. ¿Qué es la felicidad? Lo dice el Génesis en el
libro II: “estaban ambos desnudos. El hombre y la mujer, pero no se
avergonzaban”. ¿Por qué habrían de avergonzarse?
Nuestra lectura es que en el mito algo
falta a Adán y Eva mientras se pasean por el paraíso original. Una doble
ignorancia los sitúa en el Edén: no saben lo que sólo el fruto del árbol del
conocimiento les revelará; tampoco saben de un saber que ignoran: del bien y
del mal. Esa ignorancia es
inocencia original. Y es respecto de ella que entendemos la tentación a que se
rinden Adán y Eva. Lo que les tienta no es sólo un saber prometido, sino algo
más profundo: la creencia de tener ese saber conservando la inocencia del
paraíso; que pueden saber sin pagar por ello el precio de tal saber que es perder
su condición inocente. La palabra tentación, “tentatio”, tiene doble significado en latín: impulso, y prueba o experimento. Lo que les impulsa es probar lo
desconocido sin que ello los transforme en otro ser. Al probar el fruto del
saber tendrán el instante de goce del que sabe, pero creyendo siguen inocentes.
Dilema existencial. Por un lado, tentación irresistible de experimentar el
saber del bien y mal y ceder a la inclinación a probar lo prohibido. Por otro,
esperarían no sucumbir al mal una vez experimentado; al probar lo prohibido
¿tendrán voluntad de no corromperse?
Con el término “corrupción” designa
Aristóteles un cambio de sustancia, desaparece algo y se convierte en otra cosa,
se pervierte lo que le hace ser lo que es. En filosofía política la corrupción significa
abusar el poder del gobierno, que se pervierte en personas y sistemas por arbitrariedad,
injusticias y favoritismos, derrochando los recursos y robando los bienes
comunes. La forma más grave de corrupción es la institucionalizada, que al
convertirse en costumbre cumple la sentencia de Séneca: “lo que antes fueron
vicios, ahora es costumbre”. El desafío post-tentación del Paraíso es
precisamente no convertir en hábito los vicios de la condición humana.
La mitología tiene profundas y
extensivas ramificaciones en las instituciones del poder social: religioso, político,
económico, jurídico, educativo, por sólo mencionar las principales. Muchas y
peligrosas son las deformaciones mentales que provienen de imágenes
arquetípicas de caída, pecado, culpa, condena, pérdida de inocencia, expulsión
del paraíso, que obliga a la pareja humana a esconderse avergonzados del cuerpo
y disimulando la sexualidad.
La importancia de tal narración mítica
tiene implicaciones en filosofía educativa. “Filosofía” es el nombre que
podemos dar al segundo paraíso que Adán y Eva por un instante gozaron. El
primer paraíso es inocencia sin saber, el segundo paraíso es saber con inocencia.
Pero no “inocencia” en sentido del necio o ingenuo, sino en el sentido de
Sócrates, Lao Tsé, Buda y Jesús del saber no malicioso, inofensivo,
sin daño. La conciencia contradictoria
de un ser escindido en dos voces (contra-dicción), tendencia a biofilia (vida)
y necrofilia (muerte). Conciencia de la
contradicción, pero sin desesperar, sin abandonar la lucha. Consciencia que en su
perplejidad busca la sabiduría de vivir bien, a pesar de. Drama griego en tres tiempos. Inocencia ignorante. Experimento
del bien y mal, poder de elegir. Elegir el segundo paraíso de la sabiduría socrática.
El significado de “sabiduría” es gusto o
sabor. Al sabio le sabe bien la vida buena, incluso a merced de la
injusticia y la violencia, como Sócrates, Boecio, Ghandi y tantos héroes ejemplares
en la historia. El dilema: ¿cómo ser y actuar con inofensividad en un mundo
inclinado al mal? La filosofía introduce una transgresión en el mundo de
violencia y odio. Transgresión de desobedecer la ley de sistemas políticos,
económicos, religiosos, que se fundan en el individualismo y egoísmo: ley suma
0 en que para uno ganar otro tiene que perder. Desobediencia que transgrede el
Leviathan en Hobbes de vivir en un estado de naturaleza en guerra de todos. Transgresión
del esclavo que se libera de la sombra en el mito de la caverna platónica. La
apuesta: el mal no tiene la última palabra. Educar con esperanza de una vida
que merece vivir, de lo contrario ¿valdría la pena educar o filosofar la
educación?
La filosofía educativa, saber teórico y
actuar práctico. Educar: práctica del bien. Filosofar: reflexión de la
práctica. En el Prontuario describimos el curso según esa doble dimensión. De nuevo:
filosofía educativa es la hermenéutica de
un proyecto ético.
Pasemos del mito a la filosofía. En el
arco de los conocimientos, la filosofía se sitúa hacia al polo teórico, y la educación
hacia el polo práctico. No son opuestos sino complementarios. La educación como
transmisión de vida social, no hereditaria, viene de lejano tiempo en nuestro
ancestro australopitecus hace 3
millones de años, hasta el homo sapiens
sapiens, hace 200,000 años. Ha sido una lenta conexión de cerebro y mano en
domesticar la especie humana. No tenemos noticia de nuestros ancestros
filosofando cómo preservarse en grupos. Sí sabemos cuándo, dónde y por qué nace
la filosofía que piensa la educación para preservar la especie humana lo más
humana posible. Entre el siglo V y IV la filosofía griega llega a su madurez en
la era ateniense que producirá, además de Sócrates, dos figuras mayores de la
filosofía: Platón y Aristóteles. El fracaso de
grandes síntesis cosmológicas anteriores exigía una concepción distinta
a la tarea del pensar, y en parte por el cambio en las circunstancias sociales
y el establecimiento de la democracia en Atenas, el centro de atención de la
filosofía se desplaza hacia el tema humano. El alma, la conducta individual,
los fundamentos de organización política, el conocimiento y la acción, se
convierten en los grandes problemas de la filosofía. El espíritu humano deja a
un segundo plano el estudio del mundo externo, y reflexiona sobre sí mismo.
¿Por qué conocer el mundo -pregunta Sócrates- si no me conozco a mi mismo? ¿Qué
soy yo mismo, y mi razón, ese instrumento de que me valgo para conocer? Filosofar
en este período es inseparable de la ética, la política y la educación.
El experimento histórico de un constituir
gobierno democrático en ciudades estado griegas en los siglos VI-IV a.C.,
requería ciudadanos con virtudes de cultura política. En esa época no se
diferenciaban, como hoy, los conocimientos y acciones que llamamos ética,
política y educación. Es imposible delimitar los bordes que diferencian el
ámbito de la conducta moral de una persona, del ámbito de la conducta
cívico-política de los ciudadanos, del ámbito de una cultura educativa (paidea)
que forma a seres racionales y libres, del ámbito público en que se intenta
gobernar democráticamente. Para entender la mentalidad político-filosófica de
la cultura griega, no podemos pensar con la mentalidad actual que distingue individuo de sociedad. La distinción
entre el interés de la comunidad contrapuesto por definición al interés
particular, no se concebía en la cultura griega. El interés general de la
comunidad cívico-política no es agregación de intereses particulares, sino la expresión
de un bien superior encarnado en virtudes
intelectuales y morales del ciudadano como miembro orgánico de la ciudad, la polis. El vocablo “virtud” significa
fortaleza de carácter que tiende al bien. La cultura que fomenta el desarrollo
de virtudes es la paideia, la
sociedad educativa por excelencia. Es el comienzo del experimento democrático
en que los ciudadanos aprenden a convivir en el bien común, el bien de todos que
es de nadie en particular. Un experimento difícil, lento en ser incorporado,
asimilado e institucionalizado en una cultura y sociedad.
La corriente dominante de la filosofía
política griega pensaba que el gobierno justo era aquél en que los gobernantes
se subordinaban a esa ética cívica, un ethos
situado por encima y al margen de los intereses particulares. El intento de
crear una democracia de ciudadanos libres con voluntad de argumentar
racionalmente las decisiones del bien común en el foro público no tuvo éxito
-condenan injustamente a Sócrates en un juicio irracional- pero legó a la
historia la aspiración de constituir una sociedad de ciudadanos libres y
racionales, formados en una cultura cívica-política-educativa, la paideia. De Atenas a hoy Puerto Rico la
filosofía educativa piensa la pregunta: ¿qué humano en qué mundo con qué
educación?
Desde la insuficiencia de vivir con
anhelo de felicidad no encontrada, desde la angustia de recuperar un bien
perdido, en todos los tiempos y todas las civilizaciones, los humanos han
imaginado tiempos mejores, épocas doradas, el Paraíso. Si al Paraíso aspiramos
es porque de allí venimos, quizá del seno materno (Freud). La humanidad desde
que toma conciencia de sí misma se vio rodeada de enfermedades, dolencias,
carencias, sufrimiento, amén del bien. Hubo de preguntar a qué se debe la
presencia del mal. Inteligentemente dijeron: busquemos la causa. Y no puede
estar sino en nosotros mismos. La violencia, el odio, la injusticia se apoderan
de nosotros, estamos desesperados por un poco de esperanza de paraíso perdido
(la modernidad dice “utopía”). Por grandes palabras salimos del Paraíso; por
grandes egoísmos estamos perdiendo el valor y goce de vivir. Hay que volver. No
atrás, porque atrás jamás se vuelve. Volver a la raíz que está atrás y delante,
la raíz del Yo-Tu-Nosotros en que tenemos necesidad de comunicarnos y de
convivir. Para pensar en la salvación, o en palabras actuales, en la liberación
de injusticia y violencia, hay que dejar de pensar en el exterminio, cuya raíz
es que el otro es mi infierno dijo Sartre y por tanto hay que eliminarlo. El
otro, si no es mi paraíso, es mi infierno. No es nadie, y si no es, tampoco yo soy,
dirá Martin Buber.
Nacemos y estamos fuera. Somos en el
exilio del paraíso que fue la vida intrauterina, y luego el exilio del paraíso del
pecho materno, y luego el exilio del encuentro que se desmorona en separación,
abandono, soledad, división, del mal-estar que habla Freud entre el irremediable
antagonismo de pulsiones personales y restricciones sociales. Miedo, paranoia,
desconfianza. Dice el sociólogo Max Weber que en la modernidad el mundo ha sido
des-encantado, privado de luminosidad
de verdad y de bien. Filosofar y educar son modos de recuperar la inocencia
inofensiva en el mundo que nos duele. Filosofía educativa es hermenéutica y
ética, decíamos en el Prontuario. Añadimos ahora que es un saber que emplea dos
herramientas: narración y raciocinio. Filosofamos la educación para contar razones por las que vale educar
la vida buena. El mito abrazado a filosofía y la filosofía que inspira la
educación. El fundamento del curso.