Wednesday, May 25, 2016

Reflexiones sobre educar



I

Educar es transformar al recién nacido en un humano -nacemos idénticos al ancestro chimpancé de hace 200 mil años con 99% ADN-. Nacemos parecidos al animal, con una diferencia problemática: la tendencia autodestructiva: destruimos el hábitat, al prójimo y a uno mismo. El placer de la crueldad y la inclinación a la estupidez. Nuestros ancestros animales no exhiben semejantes idioteces. 

Educar es humanizar al salvaje que llevamos adentro, amaestrarlo, domesticarlo, hacerlo capaz de una convivencia más o menos racional consigo y más o menos benevolente con el prójimo.

En la especie humana no existe transmisión hereditaria de cultura. Sólo existe transmisión genética corporal. La humanidad en cada persona es una adquisición: se nace hombre o mujer, pero uno se vuelve humano. Convertirse en humano es un logro de la educación. Quién actúa como salvaje no se apropia de procesos educativos que humanice. Recordemos no hacer equivalencias entre educación y las instituciones “educativas”, que no pocas veces suelen ser anti-educativas, como se evidencia por largos siglos de graduados universitarios canallas, corruptos y salvajes (recuérdese la Alemania nazi del siglo XX sofisticada en cultura, ciencias, tecnologías). Las instituciones podrán transmitir la herencia cultural de determinados valores, creencias, saberes, en la forma de programas, currículos y grados académicos, pero esa transmisión, por importante, no constituye en sí misma educación.

La generación adulta que asume voluntariamente la misión de educar a nuevas generaciones, no debería cometer la estupidez y la crueldad de inculcarles a reproducir errores históricos del mundo inhumano que les legamos. No estemos complacientes ni orgullosos del mundo. Si no sabemos crear uno mejor, al menos no impidamos a nuevas generaciones a que encuentren sus propios caminos. Lo menos que podemos hacer es crearles espacios de confianza, de libertad, y, por qué no, de amor. Lo menos que deberíamos hacer es no estorbar sus vidas con nuestras locuras y maldades.

¿Qué no es educar? No es adiestrar, instruir, obligar, manipular, forzar, enseñar, aprender, evaluar… todo eso se puede hacer con eficacia de resultados medibles. Tampoco es transmitir información de un aparato tecnológico al ser humano. Las tecnologías virtuales ordenan, almacenan y transmiten data. Nada más. Es un error fraudulento nombrar esas tecnologías como educación “a distancia”. Desde distancia mirando pantallas algo se transmite, pero sin la doctrina que ese algo educa.

La educación se muestra en la experiencia intersubjetiva de convivir, no se demuestra en papeles.  

Seamos radicales, pues: la única asignatura educativa es saber vivir bien, la sabiduría.

II

Se habla, escribe, planifica, ordena, legisla, se hacen infinidad de actividades, a las que se adscribe el nombre “educación”. La educación se considera crucial al destino humano, está en boca de todos, de los medios y redes de comunicación, familias, iglesias, partidos políticos, corporaciones, sindicatos, escuelas, universidades, asociaciones profesionales, es un constante hablar de educación como la gran panacea y solución a todo. Pero es superstición y brujería creer que nombrar una cosa la hace realidad. La educación no sale por sortilegio como el conejito del sombrero del mago.

La mayoría de la gente presume saber de educación por haber experimentado la acción de diversos tipos de instituciones escolares, universitarias. Y de haber experimentado en la familia algo que se nombra educación. Es un fenómeno curioso. A diferencia de otras áreas del conocimiento y trabajo, como ebanistería o trasplantar riñones, que exigen entrenamientos especiales y demostrar pericia, por el contrario, en educación, acontece una democracia en que la mayoría de la población asume conocer sobre educación. Hay algo razonable en esa creencia. En algún sentido, partir de nuestras experiencias y reflexiones sobre ellas, en la familia o las instituciones, uno se siente capacitado para opinar -a veces con vehemencia- sobre qué debe hacerse o no hacerse en educación. Más curioso es el fenómeno de personas que dirigen instituciones “educativas”, y no obstante, hacen disparates que son inexcusables para quienes saben de educación.

Así como hay gente que hace ebanistería hermosa y funcional, y gente que extirpa un riñón y coloca otro manteniendo vivo al paciente, somos muchos los que no sabemos hacer esas operaciones con madera y cuerpos humanos. Y no hay inmodestia en los que decimos saber de educación.

Si preguntamos qué es educación, se pudiera responder diciendo es saber cosas y saber actuar de determinada forma de acuerdo a lo establecido por la sociedad, la cultura o el grupo de pertenencia. De este modo juzgamos si alguien está bien o mal educado. Y se asume saber qué es educación si la persona estudia en una institución que le acredite haber “pasado” por un programa curricular. Y se asume saber de educación si se le confiere certificado para un trabajo, oficio o profesión. En estos sentidos, de forma coloquial, identificamos educación más como un resultado que se manifiesta en identidades sociológicas de titulaciones, más que acción interna de cada persona consigo misma.

¿Habrá analfabetos educados y alfabetizados maleducados? En la oficina del burócrata académico cuelga su diploma universitario; me habla con persuasión sin disimular su orgullo sobre planes de ofertas curriculares y las pruebas estandarizadas con estándares cuantitativos que se harán, porque la educación cuesta $ y el financiamiento se ata a las acreditaciones, etcétera. Mi única salvación es hacer yoga respiratorio e invocar a los dioses. Le sonrío discretamente. No es posible que él (o ella) se asome más allá de su cerebro a ver otras posibilidades ontológicas, epistémicas o éticas.

En definitiva, ¿podemos decir algo sobre la educación que sea inequívocamente verdadero? 

John Dewey en 1938 en su conferencia a la Kappa Delta Pi, sociedad honoraria de educación, dijo: The basic question concerns the nature of education with no qualifying adjectives prefixed. What we want and need is education pure and simple, and we shall make surer and faster progress when we devote ourselves to finding out just what education is and what conditions have to be satisfied in order that education may be a reality and not a name or a slogan. It is for this reason alone that I have emphasized the need for a sound philosophy of experience”. Se publicó en Experience and Education.
¿Por qué Dewey interpela a “finding out just what education is?

Es justamente porque nos pide pensar una filosofía de la experiencia educativa. Los adjetivos “pure and simple”, ¿no parecen extraños al aplicarse al sustantivo educación? ¿Qué debería ser una experiencia pura y simple educativa? El célebre filósofo educativo nos pide pensar la educación con devoción -fidelidad a la verdad-, sin adjetivos. Pensar filosóficamente, como Sócrates en la Atenas de su tiempo. Éstas son las preguntas que él invitó a considerar:

·         ¿En qué consistiría una experiencia que merezca llamarse educativa?
·         ¿Cuál es la naturaleza de la educación sin adjetivos prefijados que la cualifiquen?
·         ¿Qué es educación, pura y simple?
·         ¿Qué condiciones se necesitan para que educación sea realidad y no un nombre o eslogan?

Las tres primeras parecen similares. La cuarta es diferente. O la misma pregunta en variaciones.

¿Hay algo que sea fundamental a la experiencia educativa? Hoy, como en siglo XX con Dewey, y hace 2,300 años con Platón, nos interpela filosofar la educación.

¿Qué es educar? ¿Para qué educamos?

III

La conversación filosófica sobre educación empieza con Platón al concebir el ideal educativo de La República con la idea de entregar el cetro de su utopía a los más listos -los filósofos- para disolver así en su raíz la tensión de la verdad con el poder. Esa idea no es despreciable desde el contexto en que se escribe y el pensamiento platónico del Bien. Pero hoy nos resulta antipática bajo el prisma de siglos de reflexiones filosóficas y de experiencias sociopolíticas. Como sea, Platón sigue vigente en nuestro tiempo, al menos, en el esfuerzo magistral de pensar alto, ancho y profundo (hoy infrecuente). Y las preguntas de Dewey continúan animando la conversación educativa.

¿Qué te parece si consideramos tres rasgos de educar? Hay otros, por supuesto.

Fines. La educación es tan compleja que no asombra usar diferentes términos para dar razones de educar: meta, objetivo, competencia, habilidad, valores, conocimientos, actitudes. Según el autor que aborde esos términos le dará unos matices u otros, dependiendo de su filosofía educativa. Usaré “fines”. Fines educativos son inseparables a los fines de la vida humana, dependen de las respuestas a la pregunta ¿la vida humana tiene alguna finalidad? En la historia se han propuesto diversas ideas: desarrollo humano integral, realización del bien, unidad del ser, la felicidad, excelencia o plenitud de vida, sentido de vivir, la salvación en sentido religioso, progreso cultural, evolución, etcétera. La cuestión es ¿qué significan esos conceptos en concreto, en contexto, en contenido, en implicaciones?

Permanente. Tal parece que educación se inicia en la natalidad. De ahí en adelante, su característica es la ubicuidad en cada tiempo, en cada etapa de desarrollo, en cada circunstancia. La educación sin bordes, permanente, impredecible de antemano por otro rasgo -espontaneidad- acontecerá según los sujetos y la cultura. Lo importante es que el acontecimiento educativo sea una experiencia en educere, extraer del ser humano lo mejor de sí. Dirán Platón y Aristóteles al unísono, educación en el bien, para el bien: bien personal (felicidad) y bien público (justicia).

Autoeducación. Es experiencia subjetiva de cada persona consigo misma, en el ejercicio inteligente de su libertad y responsabilidad en decidir quién debe ser, quién quiere ser y cómo ha de vivir con los demás en el mundo, en la experiencia intersubjetiva en que yo-tú-nosotros se conjugan.

¿Para qué la educación? Por extraño que parezca, educar no tiene un para qué, no sirve para nada externo a ella. Su valor es intrínseco: aprender a ser humanos. La educación auténtica tiene que no servir para nada, sino lo fundamental de humanizarse. ¿Para qué la educación?

 Para ser educados.




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