I
Educar es transformar al recién nacido en
un humano -nacemos idénticos al ancestro chimpancé de hace 200 mil años con 99%
ADN-. Nacemos parecidos al animal, con una diferencia problemática: la
tendencia autodestructiva: destruimos el hábitat, al prójimo y a uno mismo. El
placer de la crueldad y la inclinación a la estupidez. Nuestros ancestros
animales no exhiben semejantes idioteces.
Educar es humanizar al salvaje que
llevamos adentro, amaestrarlo, domesticarlo, hacerlo capaz de una convivencia
más o menos racional consigo y más o menos benevolente con el prójimo.
En la especie humana no existe transmisión
hereditaria de cultura. Sólo existe transmisión genética corporal. La humanidad
en cada persona es una adquisición: se nace hombre o mujer, pero uno se vuelve humano. Convertirse en humano
es un logro de la educación. Quién actúa como salvaje no se apropia de procesos
educativos que humanice. Recordemos no hacer equivalencias entre educación y
las instituciones “educativas”, que no pocas veces suelen ser anti-educativas,
como se evidencia por largos siglos de graduados universitarios canallas,
corruptos y salvajes (recuérdese la Alemania nazi del siglo XX sofisticada en
cultura, ciencias, tecnologías). Las instituciones podrán transmitir la
herencia cultural de determinados valores, creencias, saberes, en la forma de
programas, currículos y grados académicos, pero esa transmisión, por importante,
no constituye en sí misma educación.
La generación adulta que asume voluntariamente la misión de educar a nuevas
generaciones, no debería cometer la estupidez y la crueldad de inculcarles a
reproducir errores históricos del mundo inhumano que les legamos. No estemos
complacientes ni orgullosos del mundo. Si no sabemos crear uno mejor, al menos
no impidamos a nuevas generaciones a que encuentren sus propios caminos. Lo
menos que podemos hacer es crearles espacios de confianza, de libertad, y, por
qué no, de amor. Lo menos que deberíamos hacer es no estorbar sus vidas con
nuestras locuras y maldades.
¿Qué no es educar? No es adiestrar,
instruir, obligar, manipular, forzar, enseñar, aprender, evaluar… todo eso se
puede hacer con eficacia de resultados medibles. Tampoco es transmitir
información de un aparato tecnológico al ser humano. Las tecnologías virtuales
ordenan, almacenan y transmiten data. Nada más. Es un error fraudulento nombrar
esas tecnologías como educación “a distancia”. Desde distancia mirando
pantallas algo se transmite, pero sin
la doctrina que ese algo educa.
La educación se muestra en la experiencia intersubjetiva de convivir, no se
demuestra en papeles.
Seamos radicales, pues: la única asignatura educativa es saber
vivir bien, la sabiduría.
II
Se habla, escribe, planifica, ordena,
legisla, se hacen infinidad de actividades, a las que se adscribe el nombre
“educación”. La educación se considera crucial al destino humano, está en boca
de todos, de los medios y redes de comunicación, familias, iglesias, partidos
políticos, corporaciones, sindicatos, escuelas, universidades, asociaciones
profesionales, es un constante hablar de educación como la gran panacea y
solución a todo. Pero es superstición y brujería creer que nombrar una cosa la
hace realidad. La educación no sale por sortilegio como el conejito del
sombrero del mago.
La mayoría de la gente presume saber de
educación por haber experimentado la acción de diversos tipos de instituciones escolares,
universitarias. Y de haber experimentado en la familia algo que se nombra educación. Es un fenómeno
curioso. A diferencia de otras áreas del conocimiento y trabajo, como
ebanistería o trasplantar riñones, que exigen entrenamientos especiales y
demostrar pericia, por el contrario, en educación, acontece una democracia en que
la mayoría de la población asume conocer sobre educación. Hay algo razonable en
esa creencia. En algún sentido, partir de nuestras experiencias y reflexiones
sobre ellas, en la familia o las instituciones, uno se siente capacitado para
opinar -a veces con vehemencia- sobre qué debe hacerse o no hacerse en
educación. Más curioso es el fenómeno de personas que dirigen instituciones
“educativas”, y no obstante, hacen disparates que son inexcusables para quienes
saben de educación.
Así como hay gente que hace ebanistería
hermosa y funcional, y gente que extirpa un riñón y coloca otro manteniendo
vivo al paciente, somos muchos los que no sabemos hacer esas operaciones con
madera y cuerpos humanos. Y no hay inmodestia en los que decimos saber de
educación.
Si preguntamos qué es educación, se pudiera
responder diciendo es saber cosas y saber actuar de determinada forma de
acuerdo a lo establecido por la sociedad, la cultura o el grupo de pertenencia.
De este modo juzgamos si alguien está bien o mal educado. Y se asume saber qué
es educación si la persona estudia en una institución que le acredite haber
“pasado” por un programa curricular. Y se asume saber de educación si se le
confiere certificado para un trabajo, oficio o profesión. En estos sentidos, de
forma coloquial, identificamos educación más como un resultado que se
manifiesta en identidades sociológicas de titulaciones, más que acción interna
de cada persona consigo misma.
¿Habrá analfabetos educados y alfabetizados
maleducados? En la oficina del burócrata académico cuelga su diploma
universitario; me habla con persuasión sin disimular su orgullo sobre planes de
ofertas curriculares y las pruebas estandarizadas con estándares cuantitativos
que se harán, porque la educación cuesta $ y el financiamiento se ata a las
acreditaciones, etcétera. Mi única salvación es hacer yoga respiratorio e
invocar a los dioses. Le sonrío discretamente. No es posible que él (o ella) se
asome más allá de su cerebro a ver otras posibilidades ontológicas, epistémicas
o éticas.
En definitiva, ¿podemos decir algo sobre la
educación que sea inequívocamente verdadero?
John Dewey en 1938 en su conferencia a la
Kappa Delta Pi, sociedad honoraria de educación, dijo: The basic question concerns the nature of education with no qualifying
adjectives prefixed. What
we want and need is education pure and simple, and we shall make surer and
faster progress when we devote ourselves to finding out just what education is
and what conditions have to be satisfied in order that education may be a
reality and not a name or a slogan. It is for this reason alone that I have
emphasized the need for a sound philosophy of experience”. Se publicó en Experience
and Education.
¿Por qué Dewey interpela a
“finding out just what education is?
Es justamente porque nos pide pensar una
filosofía de la experiencia educativa. Los adjetivos “pure and simple”, ¿no parecen extraños al aplicarse al sustantivo
educación? ¿Qué debería ser una experiencia pura y simple educativa? El célebre
filósofo educativo nos pide pensar la educación con devoción -fidelidad a la
verdad-, sin adjetivos. Pensar filosóficamente, como Sócrates en la Atenas de
su tiempo. Éstas son las preguntas que él invitó a considerar:
·
¿En qué consistiría una experiencia que merezca
llamarse educativa?
·
¿Cuál es la naturaleza de la educación sin
adjetivos prefijados que la cualifiquen?
·
¿Qué es educación, pura y simple?
·
¿Qué condiciones se necesitan para que educación
sea realidad y no un nombre o eslogan?
Las tres primeras parecen similares. La
cuarta es diferente. O la misma pregunta en variaciones.
¿Hay algo que sea fundamental a la
experiencia educativa? Hoy, como en siglo XX con Dewey, y hace 2,300 años con
Platón, nos interpela filosofar la educación.
¿Qué es educar? ¿Para qué educamos?
III
La conversación filosófica sobre educación
empieza con Platón al concebir el ideal educativo de La República con la idea de entregar el cetro de su utopía a los
más listos -los filósofos- para disolver así en su raíz la tensión de la verdad
con el poder. Esa idea no es despreciable desde el contexto en que se escribe y
el pensamiento platónico del Bien. Pero hoy nos resulta antipática bajo el
prisma de siglos de reflexiones filosóficas y de experiencias sociopolíticas.
Como sea, Platón sigue vigente en nuestro tiempo, al menos, en el esfuerzo
magistral de pensar alto, ancho y profundo (hoy infrecuente). Y las preguntas
de Dewey continúan animando la conversación educativa.
¿Qué te parece si consideramos tres rasgos de
educar? Hay otros, por supuesto.
Fines. La educación es tan
compleja que no asombra usar diferentes términos para dar razones de educar: meta,
objetivo, competencia, habilidad, valores, conocimientos, actitudes. Según el
autor que aborde esos términos le dará unos matices u otros, dependiendo de su filosofía educativa. Usaré “fines”. Fines
educativos son inseparables a los fines de la vida humana, dependen de las
respuestas a la pregunta ¿la vida humana tiene alguna finalidad? En la historia
se han propuesto diversas ideas: desarrollo humano integral, realización del
bien, unidad del ser, la felicidad, excelencia o plenitud de vida, sentido de
vivir, la salvación en sentido religioso, progreso cultural, evolución, etcétera.
La cuestión es ¿qué significan esos conceptos en concreto, en contexto, en contenido,
en implicaciones?
Permanente.
Tal
parece que educación se inicia en la natalidad. De ahí en adelante, su
característica es la ubicuidad en cada tiempo, en cada etapa de desarrollo, en cada
circunstancia. La educación sin bordes, permanente, impredecible de antemano
por otro rasgo -espontaneidad- acontecerá
según los sujetos y la cultura. Lo importante es que el acontecimiento educativo
sea una experiencia en educere, extraer
del ser humano lo mejor de sí. Dirán Platón y Aristóteles al unísono, educación
en el bien, para el bien: bien personal (felicidad) y bien público (justicia).
Autoeducación.
Es
experiencia subjetiva de cada persona consigo misma, en el ejercicio
inteligente de su libertad y responsabilidad en decidir quién debe ser, quién
quiere ser y cómo ha de vivir con los demás en el mundo, en la experiencia
intersubjetiva en que yo-tú-nosotros se conjugan.
¿Para qué la educación? Por extraño que
parezca, educar no tiene un para qué, no sirve para nada externo a ella. Su
valor es intrínseco: aprender a ser humanos. La educación auténtica tiene que
no servir para nada, sino lo fundamental de humanizarse. ¿Para qué la
educación?
Para ser educados.
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