Yo te conozco, sé quién eres.
Frase típica cuando se quiere culpar, advertir, regañar, amonestar, diciéndonos
nos conocen, están seguro saber quién soy; quizá es cierto que alguien nos
conozca en un rasgo del carácter o alguna conducta. Pero cuidado con
afirmaciones tajantes. En realidad, nadie nos conoce, ni uno se conoce con certeza
indudable.
La
máxima “conócete a ti mismo” es aspiración vitalicia en buscar la autenticidad
del ser. Es el saber más valioso en educación. ¿Qué o quién soy?, pregunta
cumbre en filosofía, psicología, religión, espiritualidad, educación. Cuando yo
digo me conozco ¿quién es el “yo” que me dice me conoce?
Construimos
aparatos que ven galaxias, investigamos código genético en laboratorios,
creamos obras magistrales en literatura y artes, edificamos en arquitectura e
ingeniería obras magníficas.
Conocemos
mucho. Pero quien hace tantas maravillas apenas sabe de sí mismo.
Me
miro en el espejo. ¿Qué veo? Una imagen. ¿De quién? De mí mirándome. ¿Quién? De
un “yo” con señas que creo son mi identidad: rostro, nombre, raza, edad,
familia, cultura, mi biografía en un instante ante un espejo. El espejo es una
superficie de cristal cubierto de mercurio, una plancha de metal en que se
refleja la luz y las imágenes de los objetos. Ese rostro reflejado en el espejo
¿quién es? Quien fabrica espejos exactamente pulidos no sabe a ciencia cierta
quién es el fabricante de ese espejo.
Sube
el telón. Me dan mala noticia. No puede ser, cómo es posible, me digo furiosos.
Si me veo en el espejo ¿qué veo? Mi rostro enojado diciéndome ese desgraciado me las va a pagar. Veo mi
cara vengativa. Baja el telón. Cambia escena. Ahora me dicen riéndose era sólo un
prank
bromeando. Regreso al espejo, ¿qué veo? Otro rostro, otra mirada, otros
sentimientos.
El espejo
refleja en nuestro rostro estados de ánimo, sentimientos, pensamientos, del que
mira. ¿El “yo” furioso es el “yo” sonriente? ¿Personajes distintos en mí? ¿Hay
un yo dirigiendo la obra de mi vida? ¿Qué determina o condiciona mis
sentimientos, actitudes, pensamientos, acciones? ¿Fuerzas externas que no
controlo? ¿Decisiones internas? ¿Existe un “ser” independiente de mis múltiples
personajes? ¿En el trasfondo, en el fondo, en el centro, por encima, dónde está,
quién es, si es que existe, y si existe, es material o inmaterial? ¿Soy un
caos?
A
veces actúo con inteligencia. A veces actúo estúpidamente. Y en ambas ocasiones
me veo a mí, soy yo, inteligente y estúpido. Es una inconsistencia tan común,
tan familiar y generalizada que la damos como normal sin cuestionarnos ¿por qué
esa fragmentación interior? Y con los demás, ¿por qué somos a veces amables y a
veces entorpecemos la vida ajena? ¿Por qué?
Suponemos
la educación institucional -escuelas, universidades- ayuda a resolver la ignorancia,
el analfabetismo, mediante muchas materias en el currículo que se enseñan y se
aprenden. Pero tantas personas graduandas que son ignorantes de sí mismos,
analfabetos en leer su propia vida con sentido. ¿Por qué? Graduandos con diplomas, títulos y
profesiones, incapaces de profesar la auténtica sabiduría de saber vivir bien,
en el conocimiento de sí. ¿Por qué? Tanto dinero, tantos recursos, tanto tiempo
y tanta energía que se invierte o gasta en las escuelas, sin capacitarnos a
saber quiénes somos y cómo vivir dignamente. ¿Por qué?
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