Desde que Platón inicia filosofar
educación, se debate qué conocimientos deberían saber los ciudadanos que
habitan una polis, una ciudad, una
cultura, un pueblo, una civilización, y hoy
siglo 21, la ciudadanía global. Los conocimientos representan las tradiciones
culturales de valores, creencias, ideas, prácticas sociales, que se transmiten
de generación en generación. Las instituciones educativas son los ámbitos
sociales que intencionalmente se especializan en seleccionar, organizar,
transmitir y raras veces producir conocimientos. La manera habitual de ordenar conocimientos
es en asignaturas curriculares. Muchos conocimientos que se obligan a estudiar
colapsan bajo el peso de la irrelevancia, el fraude, el dogmatismo. Algunas
pocas instituciones se aventuran a ensayar enfoques transdisciplinarios, tarea
nada fácil ni sencilla, que requiere inteligencia, imaginación, creatividad y
amplia cultura. Tres autores que imagina nuevos conocimientos a educar son Edgar
Morin (7 Saberes al futuro), Joel
Spring (New Paradigm for Global School
Systems), y Humberto Maturana (Realidad ¿objetiva
o construida?). Resumo sus ideas para conversarlas en clase.
Educación que cure la
ceguera del dogmatismo. Todo conocimiento conlleva el riesgo de la ilusión
engañosa. El conocimiento es frágil, se expone a alucinaciones de percepción,
de mal juicio, perturbaciones emocionales, ruidos cognitivos, la influencia
distorsionadora de las pasiones, condicionamientos, conformismo, supersticiones
ideológicas y simplificadoras de todo tipo. Necesitamos una educación para
detectar y subsanar errores de conocimientos fundamentalistas y fanáticos. Educación
para pensar las ideas con sentido común y crítico, y si se dice “esta idea me
parece cierta o importante”, cuidarse de no ser destruidos por ella.
Educación de conocimientos
pertinentes. Ante la información abrumadora y manipuladora, necesitamos
educación para saber qué es relevante y verdadero. Ante tantos problemas,
necesitamos discernir reales de ficticios, causas de efectos, central de
periférico, prioritario de accidental. Educar para comprender los contextos, lo
multidimensional, la interacción compleja de los elementos. Educar para preguntar ¿ese conocimiento nos
hace mejores personas, más felices, más solidarias, más compasivas, en paz, amorosos?
Educación para saber convivir
con la condición humana. Conocimiento es contextualizado: quiénes somos es
inseparable de dónde estamos, de dónde venimos, a dónde vamos, con quiénes
estamos, qué hacemos en la vida. Lo humano se desarrolla en bucles: i)
cerebro-mente-cultura; ii) razón-afecto-impulso; iii)
individuo-sociedad-especie; iv) local-global.; v) inmanente-trascendente; vi)
adentro-afuera. El desarrollo humano integra estos bucles.
Educación para la identidad
planetaria. La historia humana comenzó con una dispersión, la diáspora
humana hacia regiones que eran aisladas durante milenios, produciendo gran
diversidad de lenguas, culturas, religiones, formas de gobierno. La revolución
tecnológica y la globalización conectan pueblos y culturas. Necesitamos una
educación en la tolerancia de las diferencias. Más allá de globalización
comercial, es una educación del desarrollo mental y espiritual en reconocer
habitamos un mismo territorio planetario, una misma ecología.
Educación para
enfrentar incertidumbre serenamente. Sociedades creen su perpetuación se produce de forma natural. El Imperio
Romano, dilatado en tiempo y espacio, fue paradigma de la seguridad de
pervivir. Se derrumbó, como todo imperio. El siglo XX destruyó la
predictibilidad del futuro como extrapolación del presente. Educar para vivir
sin certezas, navegar en océano de incertidumbres, en archipiélagos de
certezas, no a la inversa.
Educación para la
comprensión. Comprensión de sí. Comprensión de otros. Comprensión de
los contextos y las ideas. Comprensión de las relaciones. La comprensión es
amenazada por la incomprensión de códigos éticos, costumbres, opciones
políticas y religiosas de otros. Los grandes enemigos son egoísmo,
etnocentrismo y sociocentrismo. Educar la comprensión hace pensar la
conveniencia de sociedades democráticas, pluralistas, tolerantes, libres.
Educación en ética
universal. Siglos 15 y 16 fueron históricos por viajes de
descubrimiento que demostraron vivimos un mundo esférico. Siglo 18 fue la
primera declaración universal de derechos humanos. Siglo 20 hizo posible viajar
al espacio y mirar desde afuera al Planeta Tierra, literalmente, como un solo
mundo. En siglo 21 hemos de educar una ética universal capaz de detener la destrucción
del Planeta y desarrollar modos de convivencia en paz, en justicia, libertad,
derechos y deberes ciudadanos, saber cuidarnos con más amor.
Educación transdisciplinaria. Los currículos se conforman en disciplinas fragmentadas
en especialidades. Se empobrece la visión holista del conocimiento, se pierde el
sentido de unidad antropológica en la diversidad, no permite un pensamiento
complejo y sistémico de comprender la realidad. Necesitamos educación que
trascienda las disciplinas segregadas, en conjuntos de conocimientos más
vastos, integrados y dinámicos.
Educación en y para la
ética compasiva. El Evangelio
de Lucas (Lc 10, 30-38) relata que un samaritano responde al dolor de un hombre
herido. Intento exégesis. La historia comienza
cuando un doctor de la Ley pregunta a Jesús “¿quién es mi prójimo?”. Jesús
invierte radicalmente la pregunta. No quién
es su prójimo sino de quién él es
prójimo. Lo relevante no es “quien es mi
prójimo”, sino “de quién soy
prójimo yo”. Jesús en el relato del samaritano le dice al doctor de ley que ser
ético es partir del dolor del otro y responder compasivamente a su dolor. Lo decisivo no es el deber moral, sino la respuesta ética, porque los tres
caminantes poseen moral, pero sólo uno, el samaritano, responde a la interpelación
del otro, y, lo más importante, la da en
contra del “yo moral” del sacerdote y el levita interesados por el deber.
El samaritano intenta adecuar su
respuesta a una situación singular, sabiendo que nunca será suficientemente
adecuada, porque él no es competente en responder, no sabe cómo debe responder, porque su respuesta no puede “encajar” en una
norma, todo lo contrario, la tiene que infringir. Si el samaritano hubiera
actuado por deber respetando la ley, nunca se habría detenido a ayudar al hombre
herido. Lo decisivo en la ética de la compasión no es la obediencia al deber,
al imperativo kantiano, sino la forma de responder a la interpelación ajena, a
la presencia y la ausencia del otro, a su necesidad. No hay manera apriorística
de saber la respuesta correcta antes de
la interpelación. Si hay ética es precisamente porque no se es competente
moralmente, no podremos serlo, siempre vivimos en la provisionalidad, la
revisión, la recontextualización, por tanto, no puede existir una “buena
conciencia ética” (la arrogancia moral del religioso). Para ser compasivo el
samaritano tuvo que desobedecer la ley moral de su imaginario social del
judaísmo. El samaritano improvisa respuesta
al dolor del prójimo en la espontaneidad
de su corazón compasivo. Ser ético es no
sentirse nunca lo suficientemente bueno, no alardear rectitud ante Dios y los
demás, y, sobretodo, retar las leyes morales que matan el espíritu del amor
compasivo que fluyó espontáneamente, sin un cálculo de pros y contras, sin
deliberar intelectualmente. El samaritano en la pureza del amor.
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