Thursday, May 26, 2016

¿Qué educación merecemos?


Día 1 clases en escuela. Escena: maestra observa entrada de niños en kínder. Se dice “empiezan catorce años escolares”. Y filosofa  “¿qué educación merecen?”. Es la pregunta que debe hacer todo maestro/a en toda escuela; todos los que trabajan en todas las escuelas; todas las familias; toda la sociedad; todo universitario de todas las Facultades de Educación. Es la pregunta que se debe pensar, dar respuestas, ponerlas en duda, buscar respuestas bien fundadas por adecuadas al humano y pertinentes al contexto, es decir, en filosofía educativa decimos teoría, situación, praxis. Y prevenirnos de las usuales respuestas descontextualizadas, irrelevantes y estúpidas.

Desde Platón al presente sobre educación se escribe y se habla ad infinitum en analizar, definir, prescribir, alabar, atacar, proponer qué hacer y por qué; sigamos esa tradición filosófica en los siguientes asuntos: 1 interpretaciones de educación, 2 el problema del mal, 3 los rostros de la educación, 4 etimología del vocablo, 5 tres tradiciones culturales.        

1 Educación es palabra polisémica con diversas interpretaciones. Por ejemplo… Históricamente, educación es transmisión de cultura en mantener y mejorar la sociedad. Antropológicamente, educación es iniciar a jóvenes generaciones en los ritos de paso que les prepare a participar como miembro activo en sociedad adulta. Sociológicamente, educación es internalización e institucionalización de las tradiciones culturales en sociedad. Políticamente, educación es la preparación para la ciudadanía en la vida cívica, pública. Económicamente, educación es la adquisición de conocimientos, valores, habilidades en el entrenamiento del capital intelectual y laboral. Institucionalmente, educación es formalidad de saberes históricos a transmitirlos en programas que ofertan grados y títulos. Existencialmente, educación es la concienciación de ser y estar en el mundo con un sentido de vivir. Religiosamente, educación es ascesis salvífica. Ecológicamente, educación es desarrollar sensibilidad de cuidar y preservar el hogar planetario en interdependencia con seres sintientes. Hay mejores interpretaciones, todas son constructos teóricos, es lenguaje simbólico. La educación no acontece en esos lenguajes interpretativos.  

2 El mal es un punto de partida en educación que no se considera en Facultades de Educación. Paradoja: la educación sería inexistente si fuésemos perfectos en bondad y felices inmortales. Al no ser uno ni otro, parecería razonable que ese dato empírico fuese suficiente para estudiar el asunto o problema del mal. Digo más: el mal (y la muerte) son la materia prima educativa. Dejemos la muerte aparte, ella es paciente. El mal es por milenios tópico preferido en literatura, arte, teatro, filosofía, religión, mitología. Del mal tenemos innumerables testimonios de quienes sufrieron horrores de holocaustos, violencias, guerras, también nosotros somos testigos diarios de lo inhumano. Exploremos brevemente.

Del siglo XVI al XXI las sociedades occidentales interesadas en liberar la subjetividad humana de ataduras y formar sujetos autónomos, el más delicado problema filosófico, político y educativo, es asegurar que el sujeto acceda por sí mismo a los conocimientos de las ciencias, la cultura, el bien común, y garantizar, también por sí mismo, una conducta moral como ciudadano que haga posible, a todos, disfrutar bienes materiales y culturales. En dos palabras: civilizar, humanizar. Las grandes conquistas históricas de libertad, justicia, derecho, paz, solidaridad, han consistido en enfrentar y resolver el problema de la humanización. La humanidad no es una esencia inmutable, es historia, que es, primero natural en la hominización, y segundo en la culturalización. La hominización es el proceso biológico por el que el Homo sapiens se distingue progresivamente por mutaciones y selección natural de las especies que desciende. Un primer aspecto de evolución natural, acompañado de evolución cultural. Evolutivamente, es necesario volverse humano, en sentido normativo: no es hominización, sino humanización. La segunda sin la primera es imposible; la primera sin la segunda es vana, no produciría sino un simio más.

Humanizar al sujeto en doble sentido: virtuoso y culto. Ser virtuoso (areté, excelencia) es vivir cívicamente. Ser culto es vivir civilizadamente en saberes y prácticas de convivencia. El vocablo cultura tiene interesante etimología: la raíz primigenia proviene del sánscrito cult-ur, cultivar luz, vida y verdad, mirar al Sol, el “fiat lux” bíblico, el “magnum opus” del alquimista medieval que convierte el metal (su personalidad) en oro (su espíritu), del ser que se ilumina al descubrir la belleza, verdad y bien, que irradia sensibilidad; a ese sentido me refiero al hablar de sujetos “cultos” y “civilizados”, no es arrogancia intelectual pedantería o diletantismo. Son dos conceptos con seriedad intelectual y hondura ética.

Desde los Gulag, Auschwitz, guerras y terrorismo; en la corrupción de gobiernos y empresas; en las dictaduras de estados; las violencias de toda índole; la injusticia, pobreza, miseria; la destrucción ecológica del planeta; la crueldad con animales; las experiencias de lo inhumano, la ferocidad de la barbarie, la impiedad… en todo eso, la educación no puede ignorar el mayor obstáculo a la vida civilizada, digna, la vida buena: la maldad. El gran problema de la educación que supera e incorpora cualquier otro problema, es enfrentar la tendencia al odio y la maldad. La gran tarea de la educación, que contiene a las demás, es educar al ser humano en relaciones de convivencia cívica y civilizada.

Esa educación es anhelo, aspiración perenne del humano condensado en la palabra felicidad. Proyecto colosal y grandioso, sólo se colma solidariamente, nadie es feliz por cuenta propia. Esa fue en los griegos clásicos la necesidad de fundar la felicidad individual en la felicidad de la polis, la felicidad política, el primer espacio público de construir ciudades fundadas en ética y el derecho público. La humanidad luchó por siglos para que naciones establecieran el ideal de felicidad pública en las constituciones democráticas y las declaraciones de derechos humanos. Ser felices políticamente, públicamente, es un postulado que declara la existencia de un bien de todos y para todos, un bien común, no propiedad privada de nadie, porque todos, en principio, han de poseerlo como un derecho inherente. Tardó siglos en que la humanidad se percate que la educación es uno de esos bienes comunes, un bien público. No privilegio de castas, ni de herencias familiares, ni de oligarquías ni de clases dominantes.

¿Qué régimen político, qué contrato social, qué sistema económico, qué educación, qué  ética cívica, tiene más posibilidad de favorecer semejante aspiración pública y política? ¿Qué forma de gobernar la cosa pública, da garantías de defender la justicia, salvaguardar la libertad, proteger los derechos humanos y procurar la paz? Los griegos atenienses dieron su respuesta: democracia, régimen de convivencia social razonable a la polis y la paideia. Pero a pesar de los esfuerzos del pensamiento por milenios y los sacrificios en instaurar modos de convivencia civilizados, la barbarie y la maldad siguen imparables su curso.

Otra ironía: siglo 21 es cuando más personas acceden a la educación institucional en escuelas y universidades. El tiempo de revolución tecnológica global en información y comunicación. Es la época de mayor incremento exponencial del conocimiento intelectual y científico. Es el siglo en que las religiones conversan en intento ecuménico. El siglo de constante proclamar la paz. Pero la inhumanidad no se apacigua y parece empeorar.

3 Educación también puede entenderse acentuando uno u otro de sus muchos rostros. En el uso diario al hablar de educación se entiende como actividad conectada con determinadas personas en roles -maestros, profesores, tutores, etc.- que tienen una relación interpersonal e intencional dirigida a las nuevas generaciones para enseñarles el lote cultural en instituciones sociales. En la familia, núcleo sociológico, se habla del derecho de padres a educar a sus hijos. También se dice educación como proceso formativo. Otras veces se habla de educación para indicar resultados a evaluar; por ello, educación como estándares de logros. Por lo cual, también se habla de fines de educación. Al referirse a lo macro-social en agencias nacionales y locales, educación comparada internacional, en entidades privadas, se habla de educación como sistema en un conjunto de elementos y factores organizacionales.

Por si son pocos rostros, la educación se realiza no sólo o no tanto en escuelas, familias, iglesias, entidades tradicionales, sino sobre todo en la calle, en la vida del barrio, con los amigos, en los grupos espontáneos, en juegos libres, en las acciones autodidactas, en que la educación es per se, una experiencia personal e intersubjetiva sin adjetivos. En definitiva, la educación asume muchos rostros en muchas direcciones, intenciones, necesidades, intereses.

4 Etimología: educación proviene fonética y morfológicamente de educare, en sentidos de nutrir, alimentar, cultivar, conducir, guiar, orientar. Semánticamente, educere hace referencia a intervención intencional: sacar, hacer salir, extraer, dar a luz, desarrollar. La fusión de ambos conceptos plantea unos interrogantes: nutrir o alimentar ¿qué?, conducir o guiar ¿hacia dónde?, hacer salir, dar a luz ¿qué, cómo? En sentido educare, la etimología indica acciones exteriores que la sociedad adulta transmite a nacientes generaciones. En sentido educere, la etimología se refiere a acciones interiores de uno mismo para sí. En otras palabras, es la heteroeducación y la autoeducación.

La etimología evidencia la polisemia de educación, por ejemplo, los vocablos siguientes se usan como sinónimos: aprendizaje, desarrollo, formación, adiestramiento, instrucción, enseñanza, socialización; cada uno de acuerdo a los contextos, responsabilidades, derechos, deberes, y por supuesto, con los problemas y los desafíos inherentes a cada vocablo. No son iguales.

5 Al trasplantar la cultura europea al Nuevo Mundo, colonizadores trajeron consigo antiguas tradiciones culturales y educacionales de Israel, Grecia, Roma, la cristiandad, y otros períodos históricos (Edad Media, Renacimiento, Ilustración) que dejaron su impronta en los sistemas escolares hasta nuestros días. Veré groso modo algo de tradiciones hebreas, griegas y romanas.

El pueblo hebreo fue orientado y guiado -entre otros- por los profetas. Esto es lo que le han dado su carácter y permanencia a lo largo de la historia. El hebreo es un pueblo con gran sensibilidad por la cultura; entre 1200-586, a.C., con la destrucción de Jerusalén, comienza el empleo de escritura y la necesidad de su aprendizaje. El Deuteronomio da la razón suprema para que no haya esclavos entre los judíos, su misma historia: “Acuérdate que tú mismo fuiste esclavo” (Dt 15, 14-15; 24, 21-22). Semejante argumentación histórica encierra un profundo sentido del qué educar, qué hacer, en un pacto con la divinidad y consigo mismo en mantener el vínculo fraternal con su prójimo cultural-religioso. Ya se siembran las raíces de rostro del otro, idea fundante de posteriores filosofías del personalismo comunitario.

Es un pueblo en busca de sabiduría, no al estilo griego del pensar filosófico centrado en la razón y la argumentación dialéctica de contrastar opiniones, sino en una sabiduría revelada por una fuente sagrada de deidad única de la creencia semita. Aún para agnósticos como yo, esa tradición es importante a considerar y respetar. El libro de los proverbios, que es en realidad un manual de educación moral, contiene consejos valiosos que fueron seguidos e inculcados de generación en generación por el pueblo hebreo: “Mejor es adquirir sabiduría, que oro preciado, y adquirir inteligencia vale más que la plata” (Prov 16,16). Es pueblo en tránsito, peregrinaje, para salir de opresión y esclavitud. Es evidente que la educación hebrea por ser religiosa, les dotó de una unidad sólida, consistente, que por siglos se defiende hasta hoy.

La educación griega es la progenitora de la educación en pueblos de occidente. Sócrates, con su mayéutica, ayudaba a sus conciudadanos a dar a luz lo que tenían dentro de sí (educere ¿recuerdas?). Esa luz eran las virtudes del bien, la verdad, el conocer. Como rasgos distintivos de la herencia griega destaquemos algunos que, en diversas formas y contenidos, se perpetúan a nuestro tiempo. El descubrimiento del valor humano, independiente de cualquier autoridad religiosa o política. El reconocimiento de la razón autónoma, la inteligencia crítica. La creación del orden, la ley, el sentido del cosmos que unifica en un destino común. La invención de la vida ciudadana, el estado,  la organización política al inicio de la democracia ateniense. La invención de la épica, la historia, la literatura dramática, la filosofía, la física. El principio de competición y selección de los mejores en la vida y la educación, es decir, ser siempre el mejor y distinguirse de los demás. El cultivo de las virtudes morales e intelectuales, unidas al cultivo del cuerpo y la belleza física. Un legado cultural inmenso que con variantes y matices continúa en la educación actual. Qué lástima que desaparecieron los cursos de Historia de la Educación.  

De educación romana, posterior a las anteriores, resalto algunas características. La importancia de la vida familiar, sobre todo el rol del padre (los hijos acompañaban al padre a los tribunales y las sesiones del Senado). La necesidad del estudio individual del alumno, que acentuaba voluntad y esfuerzo, cualidades bastante ausentes entre nosotros. El énfasis y la valoración de las actividades prácticas y realistas del diario vivir como parte de la educación, a diferencia del idealismo y abstracción del pensamiento que cultivaban los griegos. Recordemos ese gran logro histórico romano: fueron los artífices en crear normas jurídicas, el Derecho. Y recordemos al gran Quintiliano, uno de los más influyentes pedagogos, tanto en su tiempo, como en épocas posteriores, en particular el Renacimiento; defensor de la educación en la familia, de la escuela y del ambiente que rodea al niño (Montessori lo estudió) y de cultivar los talentos del maestro. Si reencarna hoy Montessori, vuelve a morir tan pronto visite al DE en sus absurdas prácticas con la niñez y a través del sistema escolar.

¿Qué educación merecemos?, es la interrogante al filosofar la educación, conversemos, pues.



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