Los
humanos sabemos infinidad de cosas. Yo sé peinar mi hermoso cabello, un saber
práctico y estético hoy inútil por mi creciente calva. También sé explicar a
Platón, saber en apariencia teórico, sin embargo de consecuencias prácticas,
como es en toda teoría de la vida humana y la educación. Otros saben muchísimas
cosas que yo ignoro, teóricas y prácticas Todos sabemos muchísimo de muchos
asuntos. ¿Habrá un saber democrático que toda persona puede saber, debería
saber, le convendría conocer? ¿Teórico y práctico? Sí, ser feliz. ¿Qué sabemos
de la felicidad? ¿Podemos ser felices? ¿Cómo? Preguntas razonables que
investigamos en sucesivos ensayos.
Una
pregunta se investiga según el ámbito de conocimiento o de realidad propio de
la pregunta. No todo se estudia con los mismos métodos, razonamientos o
evidencias. Hay cuestiones de fe: “¿existe Dios?” En cuestión de fe es mejor no
discutir, que cada cual crea lo que le guste, sin imponerlo al prójimo. Hay
cuestiones opinables: “¿cuál es el mejor jugador de baloncesto de todos los
tiempos?” En cuestión de opinión depende de información, datos y argumentos del
opinante. Hay cuestiones debatibles: “¿debe legalizarse la mariguana, el
matrimonio gay?” En cuestiones de debate intervienen posturas éticas, políticas,
legales, filosóficas, religiosas, económicas, etc. Hay cuestiones lógicamente
imposibles: “¿podemos hacer del triángulo un cuadrado?” En cuestión lógica se
acatan reglas simbólicas y matemáticas. Hay cuestiones misteriosas: “¿existe
vida después de morir?” Ante el misterio somos ignorantes, mejor es callar con
humildad. Hay cuestiones delicadas: “¿Por qué no te quitas tu peluca?” En
asuntos delicados mejor ser delicado. Y también hay cuestiones que se pueden
responder con bastante certeza al aplicar el pensar racional, las evidencias, el
sentido común, la experiencia. La felicidad es cuestión teórica/práctica que
responde a una pregunta: ¿existe un anhelo universal que todo ser normal y
racional busca por encima de todo? Desde los tiempos remotos la humanidad busca
ese anhelo: ser feliz.
¿Ser
feliz? Quizá no lo decimos con esa palabra o no lo admitimos abiertamente, pero
la mayoría de los actos se hacen por motivaciones profundas e inconscientes de
querer ser felices. Sea éxito en trabajo o profesión, bienestar económico,
salud física, ser amado, gozo sexual, viajar,
diversiones, nos percatamos que lo que hacemos o buscamos es porque
pensamos que en última instancia nos hará feliz. Nadie cuerdo invierte tiempo,
esfuerzo y dinero con el fin de ser un desgraciado infeliz. Pero ¿podemos ser
felices? Intentemos aclarar confusiones, ver evidencias y estimular la
práctica.
Las
confusiones sobre felicidad vienen en falsas ideas sobre su significado y
posibilidades. Al decir es imposible ser feliz en sufrimiento; que depende de
cambiar las circunstancias; que se encuentra afuera de uno; que es
inalcanzable; que es algo permanente; que depende del destino o la suerte; que
la da el dinero, la fama o el poder… Esas ideas son falsas.
Las
evidencias sobre la felicidad aparecen en la historia humana desde tiempos
remotos en que preguntamos por el sentido de vivir, quiénes somos, qué hacemos
en la vida, cómo apaciguar la tristeza, soportar la dureza del mundo, enfrentar
la muerte. Los humanos hemos creado narrativas que relatan los actos heroicos
en buscar felicidad o lamentar su ausencia: literatura, filosofía, política,
arte, religiones, economía, psicología, medicina, ciencias cognitivas,
meditación… todo un universo de saberes y experiencias en que grandes mentes de
la humanidad han explorado la búsqueda de la felicidad en medio de los
sufrimientos.
Las
prácticas de ser feliz tienen su origen en el Oriente en un majestuoso
despliegue de originalidad en el entrenamiento metódico de respirar, control
corporal, el autodominio mental, silencio y ayuno, meditación, todo un inmenso
tesoro de prácticas espirituales accesibles a quien desee experimentar
sinceramente. De Oriente a Occidente en filósofos, literatos, artistas,
científicos, que experimentan las condiciones y las virtudes de la felicidad. Las
confusiones se aclaran, las evidencias se constatan y la práctica atestigua:
podemos ser felices si existen condiciones materiales indispensables; si se
tiene la mentalidad correcta; y si se persevera en practicar habitualmente.
A
pesar de la evidencia histórica sobre el estudio y la práctica la felicidad, no
sabemos qué extraño prejuicio existe en las instituciones educativas que
ignoran el asunto o lo menosprecia. A pesar de que la felicidad se establece en
Constituciones, Declaraciones de Independencia y Cartas de Derecho de países
libres y democráticos como bien inalienable, derecho inherente a la dignidad
humana, de bienestar social en justicia y paz, a pesar de ello, es paradójico que
la educación ignore la felicidad como asunto
primordial de la vida humana. Desde Aristóteles se piensa la finalidad del
ser humano en la plenitud de su ser: ser feliz.
Extraña
paradoja que la finalidad de la educación es consecuente con el sentido de la vida
humana, y que ese sentido sea aspiración a ser feliz, y que escuelas y
universidades ignoren y menosprecien. Todas materias o asignaturas del
currículo -conocimientos, valores, técnicas, conductas, actitudes, hábitos,
destrezas- vienen en segundo lugar, lo primero a lo primero, el principio se
empieza por el principio, ser felices. Escuelas y universidades podrán instruir
conocimientos, valores y conductas, podrán certificar con diplomas y títulos,
podrán hacer alarde de su aportación a la sociedad, pero si los seres humanos
que asisten a esas instituciones y adquieren sus certificados de estudio, son
seres desgraciados, envilecidos, corruptos, de nada les vale sus conocimientos y
profesiones y titulaciones, incluso, hasta ese “poder” de ser graduados podría
ser un factor que malogre sus vidas y la sociedad.
En
la década del noventa del siglo pasado, diversos conocimientos convergen en
estudiar el tema de la felicidad: economía, sociología, psicología, filosofía,
espiritualidad, medicina, empresas y negocios, y otros. Estudios rigurosos,
metódicos, sofisticados, de Premios Nobel. Ojalá llegue el día, mejor antes que
tarde, que escuelas y universidades aprovechen el conocimiento sobre la
felicidad derivado de las investigaciones. Nuestros hijos y descendientes
tienen el derecho de saber sobre el saber más importante de sus vidas. ¿Por qué
negárselo?
La
experiencia empírica demuestra que la peor manera de convencer en asuntos
existenciales, es intentarlo. Puesto que la ignorancia desdeña la felicidad, y
sin pretender convencer, confío no ser tan anacrónico al decir que la educación
debería estudiar el saber por excelencia: el arte de ser felices.