Thursday, May 26, 2016

Felicidad: el saber por excelencia


Los humanos sabemos infinidad de cosas. Yo sé peinar mi hermoso cabello, un saber práctico y estético hoy inútil por mi creciente calva. También sé explicar a Platón, saber en apariencia teórico, sin embargo de consecuencias prácticas, como es en toda teoría de la vida humana y la educación. Otros saben muchísimas cosas que yo ignoro, teóricas y prácticas Todos sabemos muchísimo de muchos asuntos. ¿Habrá un saber democrático que toda persona puede saber, debería saber, le convendría conocer? ¿Teórico y práctico? Sí, ser feliz. ¿Qué sabemos de la felicidad? ¿Podemos ser felices? ¿Cómo? Preguntas razonables que investigamos en sucesivos ensayos. 

Una pregunta se investiga según el ámbito de conocimiento o de realidad propio de la pregunta. No todo se estudia con los mismos métodos, razonamientos o evidencias. Hay cuestiones de fe: “¿existe Dios?” En cuestión de fe es mejor no discutir, que cada cual crea lo que le guste, sin imponerlo al prójimo. Hay cuestiones opinables: “¿cuál es el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos?” En cuestión de opinión depende de información, datos y argumentos del opinante. Hay cuestiones debatibles: “¿debe legalizarse la mariguana, el matrimonio gay?” En cuestiones de debate intervienen posturas éticas, políticas, legales, filosóficas, religiosas, económicas, etc. Hay cuestiones lógicamente imposibles: “¿podemos hacer del triángulo un cuadrado?” En cuestión lógica se acatan reglas simbólicas y matemáticas. Hay cuestiones misteriosas: “¿existe vida después de morir?” Ante el misterio somos ignorantes, mejor es callar con humildad. Hay cuestiones delicadas: “¿Por qué no te quitas tu peluca?” En asuntos delicados mejor ser delicado. Y también hay cuestiones que se pueden responder con bastante certeza al aplicar el pensar racional, las evidencias, el sentido común, la experiencia. La felicidad es cuestión teórica/práctica que responde a una pregunta: ¿existe un anhelo universal que todo ser normal y racional busca por encima de todo? Desde los tiempos remotos la humanidad busca ese anhelo: ser feliz.  

¿Ser feliz? Quizá no lo decimos con esa palabra o no lo admitimos abiertamente, pero la mayoría de los actos se hacen por motivaciones profundas e inconscientes de querer ser felices. Sea éxito en trabajo o profesión, bienestar económico, salud física, ser amado, gozo sexual, viajar,  diversiones, nos percatamos que lo que hacemos o buscamos es porque pensamos que en última instancia nos hará feliz. Nadie cuerdo invierte tiempo, esfuerzo y dinero con el fin de ser un desgraciado infeliz. Pero ¿podemos ser felices? Intentemos aclarar confusiones, ver evidencias y estimular la práctica.   

Las confusiones sobre felicidad vienen en falsas ideas sobre su significado y posibilidades. Al decir es imposible ser feliz en sufrimiento; que depende de cambiar las circunstancias; que se encuentra afuera de uno; que es inalcanzable; que es algo permanente; que depende del destino o la suerte; que la da el dinero, la fama o el poder… Esas ideas son falsas.  

Las evidencias sobre la felicidad aparecen en la historia humana desde tiempos remotos en que preguntamos por el sentido de vivir, quiénes somos, qué hacemos en la vida, cómo apaciguar la tristeza, soportar la dureza del mundo, enfrentar la muerte. Los humanos hemos creado narrativas que relatan los actos heroicos en buscar felicidad o lamentar su ausencia: literatura, filosofía, política, arte, religiones, economía, psicología, medicina, ciencias cognitivas, meditación… todo un universo de saberes y experiencias en que grandes mentes de la humanidad han explorado la búsqueda de la felicidad en medio de los sufrimientos.

Las prácticas de ser feliz tienen su origen en el Oriente en un majestuoso despliegue de originalidad en el entrenamiento metódico de respirar, control corporal, el autodominio mental, silencio y ayuno, meditación, todo un inmenso tesoro de prácticas espirituales accesibles a quien desee experimentar sinceramente. De Oriente a Occidente en filósofos, literatos, artistas, científicos, que experimentan las condiciones y las virtudes de la felicidad. Las confusiones se aclaran, las evidencias se constatan y la práctica atestigua: podemos ser felices si existen condiciones materiales indispensables; si se tiene la mentalidad correcta; y si se persevera en practicar habitualmente.

A pesar de la evidencia histórica sobre el estudio y la práctica la felicidad, no sabemos qué extraño prejuicio existe en las instituciones educativas que ignoran el asunto o lo menosprecia. A pesar de que la felicidad se establece en Constituciones, Declaraciones de Independencia y Cartas de Derecho de países libres y democráticos como bien inalienable, derecho inherente a la dignidad humana, de bienestar social en justicia y paz, a pesar de ello, es paradójico que la educación ignore la felicidad como asunto primordial de la vida humana. Desde Aristóteles se piensa la finalidad del ser humano en la plenitud de su ser: ser feliz.

Extraña paradoja que la finalidad de la educación es consecuente con el sentido de la vida humana, y que ese sentido sea aspiración a ser feliz, y que escuelas y universidades ignoren y menosprecien. Todas materias o asignaturas del currículo -conocimientos, valores, técnicas, conductas, actitudes, hábitos, destrezas- vienen en segundo lugar, lo primero a lo primero, el principio se empieza por el principio, ser felices. Escuelas y universidades podrán instruir conocimientos, valores y conductas, podrán certificar con diplomas y títulos, podrán hacer alarde de su aportación a la sociedad, pero si los seres humanos que asisten a esas instituciones y adquieren sus certificados de estudio, son seres desgraciados, envilecidos, corruptos, de nada les vale sus conocimientos y profesiones y titulaciones, incluso, hasta ese “poder” de ser graduados podría ser un factor que malogre sus vidas y la sociedad.

En la década del noventa del siglo pasado, diversos conocimientos convergen en estudiar el tema de la felicidad: economía, sociología, psicología, filosofía, espiritualidad, medicina, empresas y negocios, y otros. Estudios rigurosos, metódicos, sofisticados, de Premios Nobel. Ojalá llegue el día, mejor antes que tarde, que escuelas y universidades aprovechen el conocimiento sobre la felicidad derivado de las investigaciones. Nuestros hijos y descendientes tienen el derecho de saber sobre el saber más importante de sus vidas. ¿Por qué negárselo?

La experiencia empírica demuestra que la peor manera de convencer en asuntos existenciales, es intentarlo. Puesto que la ignorancia desdeña la felicidad, y sin pretender convencer, confío no ser tan anacrónico al decir que la educación debería estudiar el saber por excelencia: el arte de ser felices.




¿Qué educación merecemos?


Día 1 clases en escuela. Escena: maestra observa entrada de niños en kínder. Se dice “empiezan catorce años escolares”. Y filosofa  “¿qué educación merecen?”. Es la pregunta que debe hacer todo maestro/a en toda escuela; todos los que trabajan en todas las escuelas; todas las familias; toda la sociedad; todo universitario de todas las Facultades de Educación. Es la pregunta que se debe pensar, dar respuestas, ponerlas en duda, buscar respuestas bien fundadas por adecuadas al humano y pertinentes al contexto, es decir, en filosofía educativa decimos teoría, situación, praxis. Y prevenirnos de las usuales respuestas descontextualizadas, irrelevantes y estúpidas.

Desde Platón al presente sobre educación se escribe y se habla ad infinitum en analizar, definir, prescribir, alabar, atacar, proponer qué hacer y por qué; sigamos esa tradición filosófica en los siguientes asuntos: 1 interpretaciones de educación, 2 el problema del mal, 3 los rostros de la educación, 4 etimología del vocablo, 5 tres tradiciones culturales.        

1 Educación es palabra polisémica con diversas interpretaciones. Por ejemplo… Históricamente, educación es transmisión de cultura en mantener y mejorar la sociedad. Antropológicamente, educación es iniciar a jóvenes generaciones en los ritos de paso que les prepare a participar como miembro activo en sociedad adulta. Sociológicamente, educación es internalización e institucionalización de las tradiciones culturales en sociedad. Políticamente, educación es la preparación para la ciudadanía en la vida cívica, pública. Económicamente, educación es la adquisición de conocimientos, valores, habilidades en el entrenamiento del capital intelectual y laboral. Institucionalmente, educación es formalidad de saberes históricos a transmitirlos en programas que ofertan grados y títulos. Existencialmente, educación es la concienciación de ser y estar en el mundo con un sentido de vivir. Religiosamente, educación es ascesis salvífica. Ecológicamente, educación es desarrollar sensibilidad de cuidar y preservar el hogar planetario en interdependencia con seres sintientes. Hay mejores interpretaciones, todas son constructos teóricos, es lenguaje simbólico. La educación no acontece en esos lenguajes interpretativos.  

2 El mal es un punto de partida en educación que no se considera en Facultades de Educación. Paradoja: la educación sería inexistente si fuésemos perfectos en bondad y felices inmortales. Al no ser uno ni otro, parecería razonable que ese dato empírico fuese suficiente para estudiar el asunto o problema del mal. Digo más: el mal (y la muerte) son la materia prima educativa. Dejemos la muerte aparte, ella es paciente. El mal es por milenios tópico preferido en literatura, arte, teatro, filosofía, religión, mitología. Del mal tenemos innumerables testimonios de quienes sufrieron horrores de holocaustos, violencias, guerras, también nosotros somos testigos diarios de lo inhumano. Exploremos brevemente.

Del siglo XVI al XXI las sociedades occidentales interesadas en liberar la subjetividad humana de ataduras y formar sujetos autónomos, el más delicado problema filosófico, político y educativo, es asegurar que el sujeto acceda por sí mismo a los conocimientos de las ciencias, la cultura, el bien común, y garantizar, también por sí mismo, una conducta moral como ciudadano que haga posible, a todos, disfrutar bienes materiales y culturales. En dos palabras: civilizar, humanizar. Las grandes conquistas históricas de libertad, justicia, derecho, paz, solidaridad, han consistido en enfrentar y resolver el problema de la humanización. La humanidad no es una esencia inmutable, es historia, que es, primero natural en la hominización, y segundo en la culturalización. La hominización es el proceso biológico por el que el Homo sapiens se distingue progresivamente por mutaciones y selección natural de las especies que desciende. Un primer aspecto de evolución natural, acompañado de evolución cultural. Evolutivamente, es necesario volverse humano, en sentido normativo: no es hominización, sino humanización. La segunda sin la primera es imposible; la primera sin la segunda es vana, no produciría sino un simio más.

Humanizar al sujeto en doble sentido: virtuoso y culto. Ser virtuoso (areté, excelencia) es vivir cívicamente. Ser culto es vivir civilizadamente en saberes y prácticas de convivencia. El vocablo cultura tiene interesante etimología: la raíz primigenia proviene del sánscrito cult-ur, cultivar luz, vida y verdad, mirar al Sol, el “fiat lux” bíblico, el “magnum opus” del alquimista medieval que convierte el metal (su personalidad) en oro (su espíritu), del ser que se ilumina al descubrir la belleza, verdad y bien, que irradia sensibilidad; a ese sentido me refiero al hablar de sujetos “cultos” y “civilizados”, no es arrogancia intelectual pedantería o diletantismo. Son dos conceptos con seriedad intelectual y hondura ética.

Desde los Gulag, Auschwitz, guerras y terrorismo; en la corrupción de gobiernos y empresas; en las dictaduras de estados; las violencias de toda índole; la injusticia, pobreza, miseria; la destrucción ecológica del planeta; la crueldad con animales; las experiencias de lo inhumano, la ferocidad de la barbarie, la impiedad… en todo eso, la educación no puede ignorar el mayor obstáculo a la vida civilizada, digna, la vida buena: la maldad. El gran problema de la educación que supera e incorpora cualquier otro problema, es enfrentar la tendencia al odio y la maldad. La gran tarea de la educación, que contiene a las demás, es educar al ser humano en relaciones de convivencia cívica y civilizada.

Esa educación es anhelo, aspiración perenne del humano condensado en la palabra felicidad. Proyecto colosal y grandioso, sólo se colma solidariamente, nadie es feliz por cuenta propia. Esa fue en los griegos clásicos la necesidad de fundar la felicidad individual en la felicidad de la polis, la felicidad política, el primer espacio público de construir ciudades fundadas en ética y el derecho público. La humanidad luchó por siglos para que naciones establecieran el ideal de felicidad pública en las constituciones democráticas y las declaraciones de derechos humanos. Ser felices políticamente, públicamente, es un postulado que declara la existencia de un bien de todos y para todos, un bien común, no propiedad privada de nadie, porque todos, en principio, han de poseerlo como un derecho inherente. Tardó siglos en que la humanidad se percate que la educación es uno de esos bienes comunes, un bien público. No privilegio de castas, ni de herencias familiares, ni de oligarquías ni de clases dominantes.

¿Qué régimen político, qué contrato social, qué sistema económico, qué educación, qué  ética cívica, tiene más posibilidad de favorecer semejante aspiración pública y política? ¿Qué forma de gobernar la cosa pública, da garantías de defender la justicia, salvaguardar la libertad, proteger los derechos humanos y procurar la paz? Los griegos atenienses dieron su respuesta: democracia, régimen de convivencia social razonable a la polis y la paideia. Pero a pesar de los esfuerzos del pensamiento por milenios y los sacrificios en instaurar modos de convivencia civilizados, la barbarie y la maldad siguen imparables su curso.

Otra ironía: siglo 21 es cuando más personas acceden a la educación institucional en escuelas y universidades. El tiempo de revolución tecnológica global en información y comunicación. Es la época de mayor incremento exponencial del conocimiento intelectual y científico. Es el siglo en que las religiones conversan en intento ecuménico. El siglo de constante proclamar la paz. Pero la inhumanidad no se apacigua y parece empeorar.

3 Educación también puede entenderse acentuando uno u otro de sus muchos rostros. En el uso diario al hablar de educación se entiende como actividad conectada con determinadas personas en roles -maestros, profesores, tutores, etc.- que tienen una relación interpersonal e intencional dirigida a las nuevas generaciones para enseñarles el lote cultural en instituciones sociales. En la familia, núcleo sociológico, se habla del derecho de padres a educar a sus hijos. También se dice educación como proceso formativo. Otras veces se habla de educación para indicar resultados a evaluar; por ello, educación como estándares de logros. Por lo cual, también se habla de fines de educación. Al referirse a lo macro-social en agencias nacionales y locales, educación comparada internacional, en entidades privadas, se habla de educación como sistema en un conjunto de elementos y factores organizacionales.

Por si son pocos rostros, la educación se realiza no sólo o no tanto en escuelas, familias, iglesias, entidades tradicionales, sino sobre todo en la calle, en la vida del barrio, con los amigos, en los grupos espontáneos, en juegos libres, en las acciones autodidactas, en que la educación es per se, una experiencia personal e intersubjetiva sin adjetivos. En definitiva, la educación asume muchos rostros en muchas direcciones, intenciones, necesidades, intereses.

4 Etimología: educación proviene fonética y morfológicamente de educare, en sentidos de nutrir, alimentar, cultivar, conducir, guiar, orientar. Semánticamente, educere hace referencia a intervención intencional: sacar, hacer salir, extraer, dar a luz, desarrollar. La fusión de ambos conceptos plantea unos interrogantes: nutrir o alimentar ¿qué?, conducir o guiar ¿hacia dónde?, hacer salir, dar a luz ¿qué, cómo? En sentido educare, la etimología indica acciones exteriores que la sociedad adulta transmite a nacientes generaciones. En sentido educere, la etimología se refiere a acciones interiores de uno mismo para sí. En otras palabras, es la heteroeducación y la autoeducación.

La etimología evidencia la polisemia de educación, por ejemplo, los vocablos siguientes se usan como sinónimos: aprendizaje, desarrollo, formación, adiestramiento, instrucción, enseñanza, socialización; cada uno de acuerdo a los contextos, responsabilidades, derechos, deberes, y por supuesto, con los problemas y los desafíos inherentes a cada vocablo. No son iguales.

5 Al trasplantar la cultura europea al Nuevo Mundo, colonizadores trajeron consigo antiguas tradiciones culturales y educacionales de Israel, Grecia, Roma, la cristiandad, y otros períodos históricos (Edad Media, Renacimiento, Ilustración) que dejaron su impronta en los sistemas escolares hasta nuestros días. Veré groso modo algo de tradiciones hebreas, griegas y romanas.

El pueblo hebreo fue orientado y guiado -entre otros- por los profetas. Esto es lo que le han dado su carácter y permanencia a lo largo de la historia. El hebreo es un pueblo con gran sensibilidad por la cultura; entre 1200-586, a.C., con la destrucción de Jerusalén, comienza el empleo de escritura y la necesidad de su aprendizaje. El Deuteronomio da la razón suprema para que no haya esclavos entre los judíos, su misma historia: “Acuérdate que tú mismo fuiste esclavo” (Dt 15, 14-15; 24, 21-22). Semejante argumentación histórica encierra un profundo sentido del qué educar, qué hacer, en un pacto con la divinidad y consigo mismo en mantener el vínculo fraternal con su prójimo cultural-religioso. Ya se siembran las raíces de rostro del otro, idea fundante de posteriores filosofías del personalismo comunitario.

Es un pueblo en busca de sabiduría, no al estilo griego del pensar filosófico centrado en la razón y la argumentación dialéctica de contrastar opiniones, sino en una sabiduría revelada por una fuente sagrada de deidad única de la creencia semita. Aún para agnósticos como yo, esa tradición es importante a considerar y respetar. El libro de los proverbios, que es en realidad un manual de educación moral, contiene consejos valiosos que fueron seguidos e inculcados de generación en generación por el pueblo hebreo: “Mejor es adquirir sabiduría, que oro preciado, y adquirir inteligencia vale más que la plata” (Prov 16,16). Es pueblo en tránsito, peregrinaje, para salir de opresión y esclavitud. Es evidente que la educación hebrea por ser religiosa, les dotó de una unidad sólida, consistente, que por siglos se defiende hasta hoy.

La educación griega es la progenitora de la educación en pueblos de occidente. Sócrates, con su mayéutica, ayudaba a sus conciudadanos a dar a luz lo que tenían dentro de sí (educere ¿recuerdas?). Esa luz eran las virtudes del bien, la verdad, el conocer. Como rasgos distintivos de la herencia griega destaquemos algunos que, en diversas formas y contenidos, se perpetúan a nuestro tiempo. El descubrimiento del valor humano, independiente de cualquier autoridad religiosa o política. El reconocimiento de la razón autónoma, la inteligencia crítica. La creación del orden, la ley, el sentido del cosmos que unifica en un destino común. La invención de la vida ciudadana, el estado,  la organización política al inicio de la democracia ateniense. La invención de la épica, la historia, la literatura dramática, la filosofía, la física. El principio de competición y selección de los mejores en la vida y la educación, es decir, ser siempre el mejor y distinguirse de los demás. El cultivo de las virtudes morales e intelectuales, unidas al cultivo del cuerpo y la belleza física. Un legado cultural inmenso que con variantes y matices continúa en la educación actual. Qué lástima que desaparecieron los cursos de Historia de la Educación.  

De educación romana, posterior a las anteriores, resalto algunas características. La importancia de la vida familiar, sobre todo el rol del padre (los hijos acompañaban al padre a los tribunales y las sesiones del Senado). La necesidad del estudio individual del alumno, que acentuaba voluntad y esfuerzo, cualidades bastante ausentes entre nosotros. El énfasis y la valoración de las actividades prácticas y realistas del diario vivir como parte de la educación, a diferencia del idealismo y abstracción del pensamiento que cultivaban los griegos. Recordemos ese gran logro histórico romano: fueron los artífices en crear normas jurídicas, el Derecho. Y recordemos al gran Quintiliano, uno de los más influyentes pedagogos, tanto en su tiempo, como en épocas posteriores, en particular el Renacimiento; defensor de la educación en la familia, de la escuela y del ambiente que rodea al niño (Montessori lo estudió) y de cultivar los talentos del maestro. Si reencarna hoy Montessori, vuelve a morir tan pronto visite al DE en sus absurdas prácticas con la niñez y a través del sistema escolar.

¿Qué educación merecemos?, es la interrogante al filosofar la educación, conversemos, pues.



Wednesday, May 25, 2016

Filosofía: palabra, significados y cuestiones



Palabra

La palabra “filosofía” aparece en Grecia hace unos 2,600 años; consta de vocablos “philos”, que significa amigo, familiar, enamorado; y “sophia” que equivale a sabiduría. Así, filósofo es amigo de la sabiduría Platón explica la palabra “philos” como amante de la sabiduría, que no la posee, ni lo pretender, sino que aspira a la misma en simplicidad de vivir sabiamente. Lo pone en boca de Sócrates hablando con el joven Fedro: “Fedro, llamar sabio a alguien me parece algo grande, que sólo puede atribuirse a Dios; pero ser amante de la sabiduría o algo parecido, podría convenirle mejor y estar más a tono” (Fedro, 278d.). La filosofía no es un estado, sino un movimiento, se aleja de, y se encamina, a algo. Diferente de religión y mitos, la filosofía no busca creer sino saber; se aleja de superstición y se encamina a la razón.

Significados

En la historia del pensar filosófico vemos tradiciones con estos significados: 1) modos de comprender la vida, el mundo, al humano; 2) pensar principios de lo existente; 3) análisis del lenguaje; 4) interpretación de autores, textos y contextos; 5) pensar lógico, argumentar racional; 6) búsqueda del sentido de vivir. Y otros, que piensan toda cuestión imaginable.   

Cuestiones

Una cuestión se convierte en interés filosófico cuando se piensa desde ciertas preguntas: ¿qué es x?, ¿por qué x y no z?, ¿cómo es posible x?, ¿cómo saber la verdad o falsedad de x? y cuestionamientos similares sobre fundamentos, principios, razones de x. Tales preguntas designas el paso de la actitud mecánica de vivir, a la actitud teórica de comprender. Por lo general, estamos inmersos en actuar, hacer, manipular, las rutinas del piloto automático no cuestionadas: ¿qué es esto?, ¿por qué? Decimos “necesito espacio, tiempo”, sin preguntar ¿qué es espacio?, ¿qué es el tiempo? Experimentamos con animales, sin preguntar “¿qué significa para un animal ser animal?, o ¿con qué derecho los mato?, ¿sufren los animales?”. Utilizamos a humanos y animales para intereses personales que en nada les concierne y en mucho les perjudica. Ese vivir inconsciente e insensible, somnoliento, se perturba por preguntas filosóficas, el wake–up-call a vivir conscientemente.

El filósofo no se asombra de lo extraordinario, sino de lo habitual que generalmente ya no causa asombro. Así como uno deja de percibir un sonido cuando lo escucha de continuo, como ocurre con oleaje del mar (yo nací frente a la playa), así dejamos de prestar atención a lo habitual. Para el filósofo, lo habitual se convierte en asombro que pregunta. La filosofía no necesita, a diferencia de religión, de milagros. El filósofo contempla aquello que en razón de su omnipresencia insignificante por rutinaria, ya ni siquiera merece atención. El filósofo tiene algo que decir sobre lo que nadie dice nada. Tiene que hablar de aquello sobre lo que el mundo calla, no por no verlo, sino porque no lo “notan” por familiar. Como lo que pasa inadvertido suele ser lo obvio, eso precisamente es puesto entre paréntesis por la filosofía.

¿De qué?  De todo. Filosofía tiene al todo como cuestión, la razón como medio y la sabiduría como fin. Todo se filosofa si se hacen las preguntas adecuadas. Lo real. La existencia. El conocimiento. La verdad. El lenguaje. El bien y el mal. La causalidad y la casualidad. Lo que permanece y lo que cambia. La racionalidad. La emoción. El pensamiento. El poder y la autoridad. El estado y el gobierno. La cultura. La educación. El sufrimiento. La felicidad. La paz y la guerra. El crimen y el castigo. La religión. Dios. La muerte. La justicia. La igualdad y la equidad. El derecho y la ley. La virtud y el vicio. Las ciencias. Lo necesario y lo contingente. Las técnicas y las tecnologías. El arte y la belleza. El amor. Lo trascedente… El interrogante ¿qué es?, sirve para ilustrar estos ejemplos.

a) ¿Qué es lo que existe? Es la pregunta básica de la doctrina de lo que existe, del ser, (“doctrina” en sentido del término aristotélico del conjunto ordenado de ideas sobre algo, la ciencia, la sabiduría, no en el sentido de rigidez dogmática que suele entenderse hoy). Y en vez de doctrina del ser podemos también decir de qué “es” lo real. Aristóteles y muchos otros filósofos hasta nuestros días han considerado la cuestión acerca de lo que “es” como la pregunta fundamental de la filosofía. Cuando decimos “no todo lo que parece ser, lo es realmente” sobre una persona o una cosa, estamos diferenciando lo aparente de lo real, una importante diferencia que hizo el filósofo I. Kant (1724-1804), entre lo que se nos aparece como fenómeno y lo que en realidad es en cuanto noúmeno.

b) ¿Qué es el conocimiento? Esta es la cuestión fundamental que el filósofo francés René Descartes (1596-1650) antepuso a todas las demás. Porque el problema que él se plantea, es si no será un engaño todo aquello que nosotros creemos conocer, de modo que nuestra vida sería comparable a un sueño. Pero la finalidad de esta pregunta no es la de demostrar que nuestra vida es efectivamente un sueño (como lo hace un devoto de Vishnu).  Mediante un proceso de duda radical, es decir, la que afecta de raíz nuestra capacidad para conocer el mundo tal como es, Descartes quería más bien llegar a lo que es indudablemente cierto. La pregunta “¿qué es lo que conocemos?” se transforma entonces en la de “¿cómo podemos conocer algo, al saber con certeza que lo conocemos?”.

c) ¿Qué es lo que decimos? Es la cuestión básica de la filosofía del lenguaje. Esta pregunta extiende la duda cartesiana de nuestro conocimiento al símbolo primario de comunicación, el lenguaje. ¿Es el lenguaje simplemente un medio para expresar nuestras ideas? ¿O puede también servir para orientar nuestras ideas en una dirección falsa? ¿Qué relación hay entre lenguaje y realidad, lenguaje y pensamiento? ¿Podría la palabra ejercer su poderío sobre la mente al extremo de dominarla? Entonces, ¿cómo es eso, por qué? Ludwig Wittgenstein (1889-1951) es uno de los pensadores más importantes entre aquellos que han convertido el conocimiento del lenguaje en la cuestión central de la filosofía. La pregunta “¿qué es lo que decimos?” se transforma para él en la de “¿Cuál es el significado de lo que decimos, o cuál es el significado de una palabra, o tiene sentido o no esa palabra?”.

d) ¿Qué es la verdad? Esta es la pregunta básica en una de las cuestiones fundamentales en la historia del pensamiento filosófico. Pero como no entendemos lo suficiente la expresión “verdad”, la doctrina de la verdad ha de empezar por aclarar la significación del término “verdad”. Y establecer unos criterios para saber cuándo podemos tener por verdadera una cosa, y cuándo por falsa otra cosa, o la misma que antes creíamos verdadera, pero, a juzgar por los criterios o estándares de verdad, ahora nos percatamos estábamos en un error. Y como ante esta cuestión pueden darse varios criterios contrarios, la filosofía tendrá que indagar finalmente cuál es el criterio de mayor fuerza racional, de más precisión científica o de mayor coherencia lógica.

e) ¿Qué es lo bueno?  Esta es la pregunta fundamental de la ética, porque la ética es la teoría filosófica de lo bueno. Y dado que también decir  “bueno” no se entiende por completo, o es una palabra elástica si no se aclara, incumbe a la filosofía moral -ética- explicar ante todo el significado de la expresión “bueno”. Porque aquello que es bueno también convendría o habría que hacerlo. Así, la pregunta ¿qué es bueno?, lleva a la cuestión ¿qué debemos hacer?, y ambas referidas a ¿existe una vida buena para el ser humano?

Ciertamente, con las preguntas por el “qué” no quedan formuladas todas las interrogantes de la filosofía. Es sólo para dar una idea de la importancia que debería tener la filosofía en la formación escolar y universitaria. Si algo carece el tiempo actual es la profundidad del pensar y si en algo se excede es la banalidad de ideas.

A quienes estudian educación, por vocación y profesión (profesan saber educación), es de gran utilidad saber filosofar la educación.  Recordemos que en un sentido la filosofía no es útil para nada, si se pretende entenderla como un instrumento de hacer cosas o técnica de lograr resultados. El pensar filosófico no consiste en descubrir nuevos hechos ni tampoco el desarrollo de nuevas tecnologías, ya sea para producir pan o fabricar bombas. La “utilidad” de la filosofía radica en afinar planteamientos.

Que las preguntas y problemas se planteen de modo comprensible, porque son demasiado frecuentes los planteamientos superficiales, las preguntas irrelevantes, los falsos problemas, las acciones estúpidas.

El hecho de plantear cuestiones filosóficas se debe no sólo a que vivimos en la oscuridad de la caverna, sino que somos conscientes de la oscuridad; y en ocasiones vemos la luz que penetra la oscuridad. Entonces experimentamos algo de la liberación que habla Platón en el mito de la caverna (República, libro VII, 514a-515a.).

Entonces podemos reconocernos como aquél género de ser que pasa de la oscuridad a la luz, de la inconsciencia a la conciencia, del sopor a la lucidez, de la barbarie a la dignidad, del odio al amor.  

Porque sin pan no se vive, pero no sólo se vive de pan, ni tampoco se muere sólo de bombas.




Tres ideas en filosofar la educación




Al describir o explicar una percepción, pensamiento, sentimiento o experiencias de la vida, usamos a veces tres ideas que en la antigua filosofía griega eran importantes. En Heráclito y Parménides eran centro de su metafísica. Sócrates dialogó con ellas. Platón les llamó Ideas. Aristóteles las clasificó, entre otras, en la primera categorización filosófica. De entonces a nuestro tiempo, las ciencias, las artes, los saberes culturales, las prácticas sociales, en algún sentido, general o particular, se ocupan de la verdad, la realidad y el bien.

¿Me amas de verdad? ¿Haré bien en ir? ¿Qué pasó en realidad? Preguntas no indiferentes. Nos condicionan o determinan a empezar, continuar, terminar o cambiar un trayecto de vida. Tarde o temprano, la verdad, la realidad y el bien nos llaman, solicitan, queramos o no, se impone pensar la verdad, la realidad y el bien en nuestra trama existencial.  

Filosofar es un arte de preguntarlo todo. Si respondemos, conviene colocar entre paréntesis las respuestas, a seguir la aventura por dónde nos lleva la búsqueda de la verdad, la realidad y el bien, en una acción, una decisión, una posibilidad, una manera de ser y estar en la vida.

Filosofar la educación es preguntar sobre el ser humano, el conocimiento, vivir y morir, el sufrimiento y la felicidad, el amor y el odio, la sexualidad, el tiempo, la libertad, la justicia, la esclavitud, la paz, poder y autoridad, premios y castigos, culpa y perdón, la conciencia, mitos y religiones, la trascendencia espiritual, todo lo imaginable en el ser y estar en el mundo… nada escapa a la curiosidad filosófica en pensar la educación que merece el humano.

Imposible educar sin una noción del ser humano, el mundo, la realidad, la verdad y el bien.

Al filosofar la educación te habitúas a pensar con preguntas y respuestas. Preguntar es la acción por excelencia de la inteligencia humana; espontánea en la infancia por el ansia de conocer, así Aristóteles caracterizó al humano, un ser que por naturaleza busca conocer.

El hábito de preguntar debería estimularse y cultivarse en la familia y la escuela. Lástima que se inhiba por temores a las preguntas sencillas del niño que incomodan al adulto al no saber dar respuestas, al tener miedo a no saber.

Sócrates preguntó para comprender la verdad, la realidad y el bien. Aristóteles aconsejaba al hijo Nicómaco que si tiene un problema debía hacer estas preguntas: ¿en qué consiste el problema?, ¿qué podría hacer?, ¿a quién podría consultar?, ¿cómo otras personas sabias lo han resuelto?, ¿cuál es la verdad de la situación?, ¿pudiera estar imaginando algo irreal?

En ocasiones, la vida depende de qué preguntas hacemos. Lo que yo pregunto me ayuda a saber qué quiero, en qué situación me encuentro, qué opciones tengo, qué hacer. Lo que descubro depende de lo que busco. La intensidad y profundidad de mis preguntas reflejan mi conciencia reflexiva. Y las respuestas abren o cierran el camino de las búsquedas.

Lo real, lo bueno y lo verdadero no hablan por sí. Pero responden, cuando interrogamos. Se llama pregunta al acto cognitivo que solicita a lo real, al bien y lo verdadero que nos hablen, que digan lo que necesitamos, que nos comuniquen lo que buscamos, que revelen lo oculto, a des-cubrir lo que está cubierto. Preguntar es hablar para hacer hablar. Preguntar es lanzar interrogantes buscando el sentido de algo, por lo cual, ese sentido, rebota sobre su llamada.

Hasta donde sabemos, preguntar es actitud propiamente humana, que los animales ignoran, aunque están dotados de lenguaje, pero no lenguaje apto para el diálogo, el libre acto cognitivo de preguntas y respuestas. En la mitología griega y romana los dioses envidian la capacidad del humano para preguntar. A fuerza de conocer todas las respuestas, a los dioses no les queda ya más que un gran embotamiento, una enorme falta de curiosidad, un gran hastío. El Olimpo no es lo que se cree. El sentido ya no rebota, eso es todo, y los dioses se aburren. Por eso han creado a los hombres, para distraerse mirándoles plantear preguntas.

En muchas relaciones educativas ocurre al revés: maestros que se endiosan desde su olimpo de poder magisterial para embotar a estudiantes no de preguntas, sino de respuestas. Es una manera de distraer la atención, de aburrir la mente y de inhibir la capacidad intelectual de buscar verdad, bien, realidad. Adultos gustan obligar a niños y jóvenes a memorizar y recitar respuestas a preguntas que no han hecho, no entienden, no interesan, a preguntas impertinentes, sin relevancia a sus vidas diarias, sus necesidades, sus etapas de desarrollo.

No temas preguntar sin encontrar respuestas.

Pero cautela con preguntar por preguntar, eso es diletantismo de tertulia, arrogante, estéril. Ni busques la respuesta o dogma o doctrina o ideología que te impide dudar, cuestionar, repensar, interpelar ¿por qué eso y no otro?

Las respuestas importan, y mucho, pero son provisionales, en espera de nuevas preguntas.

Entonces volvemos a preguntar de otro modo, con otros matices, otras miradas que enfocan un aspecto no visto, o algo qua antes vimos superficialmente, sin amplitud ni hondura. De nuevas preguntas nacen intuiciones, imaginaciones, inventivas, creaciones.

Dejémonos sorprender por la curiosidad, con mirada cristalina y desprejuiciada.

Recuperemos la frescura de preguntar.

A quien interese filosofar la educación, preguntar es un alimento nutritivo de la inteligencia y la imaginación, tan necesarias en este tiempo de mediocridad y estupidez generalizada. La inteligencia anda desnutrida, la imaginación anoréxica.  

Alimentemos el placer de las preguntas por la realidad, la verdad, el bien, en la situación en que estemos, el contexto que interese, la decisión que importe, la vida que valoremos.

¡Buen provecho!  ¡Salud!











Preguntar


En alguna parte el filósofo británico Bertrand Russell cuenta la ejemplar historia de aquel sabio hindú que dio en Londres una charla para neófitos sobre sus ideas cosmológicas. “El mundo -informó al devoto auditorio- se sostiene sobre el lomo de un inmenso elefante y éste apoya sus patas sobre el caparazón de una gigantesca tortuga”. Una señora pidió la palabra: “¿Y cómo se sostiene la tortuga?”. “Gracias a la enorme araña que le sirve de pedestal”, fue la amable respuesta. Insistió la dama: “¿Y la araña?” El sabio, imperturbable, repuso que se mantenía sobre una roca ciclópea. La oyente no se dio por satisfecha. “¿Y la roca?” Ya impaciente, el gurú la despachó diciendo: “Señora, le aseguro que hay rocas hasta abajo”.

Si en aquella sala de conferencia había alguien que mereciese ser llamado “filósofo” no era sin duda el charlista, que más bien era charlatán, sino su inquisidora. Porque el papel filosófico se compone de muchas más preguntas que respuestas. Y desde luego, excluye la posibilidad de señalar un punto doctrinal más allá del cual ya no cabe preguntar nada. Ningún filósofo tiene derecho a establecer de una vez por todas que “el resto es silencio” y, si lo hace, cualquier señora o señor de su público tendrá mucha razón en preguntarle: “¿Y después?”

Sin embargo, todo filósofo (o cualquiera de nosotros cuando hacemos de filósofos) decide que ha tocado tierra en algún momento: que estamos en el fondo y que ya todo son rocas “hasta abajo”, diría el gurú. Las preguntas asfixian; cuando se prolongan demasiado, falta el aire de certidumbres provisionalmente incuestionadas que permite la vida humana: quien pregunta bucea profundizando más y más, conteniendo la respiración, hasta que su instinto vital le dice que debe regresar a la superficie para respirar o estallarán los pulmones de su pensamiento; entonces vuelve a salir a flote y proclama que ha tocado fondo, pero no es verdad; es que ya no podía más. “¿Por qué murió abuelita?” pregunta la niña desconsolada. “Estaba viejita y enferma” dice la mamá confortándola. “¿Por qué estaba viejita y enferma?” “Porque uno se pone viejo y se enferma” apura la mamá. “¿Te mueres también mami?” clama la hija asustada. La mamá ya tocó fondo y recurre a la respuesta salvadora: “Dios nos llama para irnos con Él”. “¿Por qué Dios se llevó a mi abuelita?” Lectora, lector, ¿qué decir a esa niña (filósofa)? 

Puede fallar el instinto filosófico, como a la mamá, y sufrir intoxicación de las profundidades, que consiste en seguir bajando y bajando, hasta perderse. O hasta que los demás pierden contacto con ellos, como a los que preguntan en profundidad, y reciben sentencias doctrinales de quienes se creen autorizados de salvarnos. ¿De qué? De seguir preguntando más abajo.

Pero no juzguemos severos a los que se hunden. Después de todo el fondo siempre está fuera de nuestro alcance porque es nuestra pesquisa la que lo crea y también lo aleja, como la línea del horizonte. Y de lo que se trata es de pensar para vivir, de preguntar para ampliar el saber, de aguantar respiración para ensanchar los pulmones, de bucear para después respirar mejor a través de la porción de abismo explorada con preguntas.

Cuando yo era pequeño, mi padre me regaló mi primera enciclopedia, la única inolvidable: se llamaba El tesoro de la juventud. Cada uno de sus volúmenes estaba formado por diferentes “libros” (niños del futuro no sabrán qué es eso): el libro de las narraciones extraordinarias, el libro de los hechos heroicos, el libro de la naturaleza, el libro de las grandes exploraciones, el libro de los inventos maravillosos, el libro de la ciencia, el libro de la literatura universal, el libro de los chistes, el libro de máximas de sabiduría… Y cada una de esas secciones, estupendamente ilustradas, un verdadero placer sensorial, y auténtica joya estética, brindaba las más elocuentes lecciones de cosas diversas, contaba cuentos o describía paisajes. Una de mis favoritas se titulaba “el libro de los ¿por qué?” y respondía a multitud de inquietudes del pensar científico y racional: por qué hierve al agua, por qué flotan los barcos, por qué los gatos ven en la oscuridad, por qué caen los objetos, por qué hay cuatro coordenadas en las brújulas, por qué medir el tiempo, etc. Apenas recuerdo respuestas de ese fabuloso cuestionario y las que se me vienen a la cabeza quizá las aprendí luego en estudios menos gratos. Pero lo que no se me borra de la memoria es la satisfacción que me producían las preguntas en sí y su ansia para pensarlas. ¡Ah, el placer de preguntar, de preguntar no para saber sino para saber que se puede preguntar y preguntar!

Preguntar filosóficamente es preguntar para interpelar a quienes se creen saber o que quieren que aceptemos que saben. Lo que no implica que nosotros, los preguntones, sepamos más que él o ella. La disposición a preguntar para librarse de la red de certidumbres establecidas pero sin la prisa de sustituirlas por otras, es propia de Sócrates en los primeros diálogos platónicos; luego, por su falla o de Platón, se va haciendo cada vez más asertivo, más informativo.

A veces uno pregunta para podar la frondosidad de creencias vigentes, de su aparentemente infrangible dictadura. Los dogmas no son concluyentes sino ocluyentes: taponan el libre juego de nuestra razón. No hay dogma cuando alguien dice “ésta es mi roca de fondo, ya no me haré más preguntas”, sino cuando se pretende públicamente imponer que algo es la roca de fondo y ya no está permitido hacer más preguntas.

Entonces urge hacer las preguntas, porque la certeza incuestionable decretada por la autoridad y a la que no hemos llegado por propio esfuerzo como a la playa por el nadador exhausto, es más asfixiante que la serie asfixiante de dudas.

En cuanto el gurú ahueca la voz para dar por sentado que el mundo cabalga sobre un elefante o Dios creó el mundo en seis días, o un señor abrió de par en par un océano, el niño impertinente, la señora puntillosa y el filósofo preguntan a coro: Hellooo! ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cómo lo sabe?




Reflexiones sobre educar



I

Educar es transformar al recién nacido en un humano -nacemos idénticos al ancestro chimpancé de hace 200 mil años con 99% ADN-. Nacemos parecidos al animal, con una diferencia problemática: la tendencia autodestructiva: destruimos el hábitat, al prójimo y a uno mismo. El placer de la crueldad y la inclinación a la estupidez. Nuestros ancestros animales no exhiben semejantes idioteces. 

Educar es humanizar al salvaje que llevamos adentro, amaestrarlo, domesticarlo, hacerlo capaz de una convivencia más o menos racional consigo y más o menos benevolente con el prójimo.

En la especie humana no existe transmisión hereditaria de cultura. Sólo existe transmisión genética corporal. La humanidad en cada persona es una adquisición: se nace hombre o mujer, pero uno se vuelve humano. Convertirse en humano es un logro de la educación. Quién actúa como salvaje no se apropia de procesos educativos que humanice. Recordemos no hacer equivalencias entre educación y las instituciones “educativas”, que no pocas veces suelen ser anti-educativas, como se evidencia por largos siglos de graduados universitarios canallas, corruptos y salvajes (recuérdese la Alemania nazi del siglo XX sofisticada en cultura, ciencias, tecnologías). Las instituciones podrán transmitir la herencia cultural de determinados valores, creencias, saberes, en la forma de programas, currículos y grados académicos, pero esa transmisión, por importante, no constituye en sí misma educación.

La generación adulta que asume voluntariamente la misión de educar a nuevas generaciones, no debería cometer la estupidez y la crueldad de inculcarles a reproducir errores históricos del mundo inhumano que les legamos. No estemos complacientes ni orgullosos del mundo. Si no sabemos crear uno mejor, al menos no impidamos a nuevas generaciones a que encuentren sus propios caminos. Lo menos que podemos hacer es crearles espacios de confianza, de libertad, y, por qué no, de amor. Lo menos que deberíamos hacer es no estorbar sus vidas con nuestras locuras y maldades.

¿Qué no es educar? No es adiestrar, instruir, obligar, manipular, forzar, enseñar, aprender, evaluar… todo eso se puede hacer con eficacia de resultados medibles. Tampoco es transmitir información de un aparato tecnológico al ser humano. Las tecnologías virtuales ordenan, almacenan y transmiten data. Nada más. Es un error fraudulento nombrar esas tecnologías como educación “a distancia”. Desde distancia mirando pantallas algo se transmite, pero sin la doctrina que ese algo educa.

La educación se muestra en la experiencia intersubjetiva de convivir, no se demuestra en papeles.  

Seamos radicales, pues: la única asignatura educativa es saber vivir bien, la sabiduría.

II

Se habla, escribe, planifica, ordena, legisla, se hacen infinidad de actividades, a las que se adscribe el nombre “educación”. La educación se considera crucial al destino humano, está en boca de todos, de los medios y redes de comunicación, familias, iglesias, partidos políticos, corporaciones, sindicatos, escuelas, universidades, asociaciones profesionales, es un constante hablar de educación como la gran panacea y solución a todo. Pero es superstición y brujería creer que nombrar una cosa la hace realidad. La educación no sale por sortilegio como el conejito del sombrero del mago.

La mayoría de la gente presume saber de educación por haber experimentado la acción de diversos tipos de instituciones escolares, universitarias. Y de haber experimentado en la familia algo que se nombra educación. Es un fenómeno curioso. A diferencia de otras áreas del conocimiento y trabajo, como ebanistería o trasplantar riñones, que exigen entrenamientos especiales y demostrar pericia, por el contrario, en educación, acontece una democracia en que la mayoría de la población asume conocer sobre educación. Hay algo razonable en esa creencia. En algún sentido, partir de nuestras experiencias y reflexiones sobre ellas, en la familia o las instituciones, uno se siente capacitado para opinar -a veces con vehemencia- sobre qué debe hacerse o no hacerse en educación. Más curioso es el fenómeno de personas que dirigen instituciones “educativas”, y no obstante, hacen disparates que son inexcusables para quienes saben de educación.

Así como hay gente que hace ebanistería hermosa y funcional, y gente que extirpa un riñón y coloca otro manteniendo vivo al paciente, somos muchos los que no sabemos hacer esas operaciones con madera y cuerpos humanos. Y no hay inmodestia en los que decimos saber de educación.

Si preguntamos qué es educación, se pudiera responder diciendo es saber cosas y saber actuar de determinada forma de acuerdo a lo establecido por la sociedad, la cultura o el grupo de pertenencia. De este modo juzgamos si alguien está bien o mal educado. Y se asume saber qué es educación si la persona estudia en una institución que le acredite haber “pasado” por un programa curricular. Y se asume saber de educación si se le confiere certificado para un trabajo, oficio o profesión. En estos sentidos, de forma coloquial, identificamos educación más como un resultado que se manifiesta en identidades sociológicas de titulaciones, más que acción interna de cada persona consigo misma.

¿Habrá analfabetos educados y alfabetizados maleducados? En la oficina del burócrata académico cuelga su diploma universitario; me habla con persuasión sin disimular su orgullo sobre planes de ofertas curriculares y las pruebas estandarizadas con estándares cuantitativos que se harán, porque la educación cuesta $ y el financiamiento se ata a las acreditaciones, etcétera. Mi única salvación es hacer yoga respiratorio e invocar a los dioses. Le sonrío discretamente. No es posible que él (o ella) se asome más allá de su cerebro a ver otras posibilidades ontológicas, epistémicas o éticas.

En definitiva, ¿podemos decir algo sobre la educación que sea inequívocamente verdadero? 

John Dewey en 1938 en su conferencia a la Kappa Delta Pi, sociedad honoraria de educación, dijo: The basic question concerns the nature of education with no qualifying adjectives prefixed. What we want and need is education pure and simple, and we shall make surer and faster progress when we devote ourselves to finding out just what education is and what conditions have to be satisfied in order that education may be a reality and not a name or a slogan. It is for this reason alone that I have emphasized the need for a sound philosophy of experience”. Se publicó en Experience and Education.
¿Por qué Dewey interpela a “finding out just what education is?

Es justamente porque nos pide pensar una filosofía de la experiencia educativa. Los adjetivos “pure and simple”, ¿no parecen extraños al aplicarse al sustantivo educación? ¿Qué debería ser una experiencia pura y simple educativa? El célebre filósofo educativo nos pide pensar la educación con devoción -fidelidad a la verdad-, sin adjetivos. Pensar filosóficamente, como Sócrates en la Atenas de su tiempo. Éstas son las preguntas que él invitó a considerar:

·         ¿En qué consistiría una experiencia que merezca llamarse educativa?
·         ¿Cuál es la naturaleza de la educación sin adjetivos prefijados que la cualifiquen?
·         ¿Qué es educación, pura y simple?
·         ¿Qué condiciones se necesitan para que educación sea realidad y no un nombre o eslogan?

Las tres primeras parecen similares. La cuarta es diferente. O la misma pregunta en variaciones.

¿Hay algo que sea fundamental a la experiencia educativa? Hoy, como en siglo XX con Dewey, y hace 2,300 años con Platón, nos interpela filosofar la educación.

¿Qué es educar? ¿Para qué educamos?

III

La conversación filosófica sobre educación empieza con Platón al concebir el ideal educativo de La República con la idea de entregar el cetro de su utopía a los más listos -los filósofos- para disolver así en su raíz la tensión de la verdad con el poder. Esa idea no es despreciable desde el contexto en que se escribe y el pensamiento platónico del Bien. Pero hoy nos resulta antipática bajo el prisma de siglos de reflexiones filosóficas y de experiencias sociopolíticas. Como sea, Platón sigue vigente en nuestro tiempo, al menos, en el esfuerzo magistral de pensar alto, ancho y profundo (hoy infrecuente). Y las preguntas de Dewey continúan animando la conversación educativa.

¿Qué te parece si consideramos tres rasgos de educar? Hay otros, por supuesto.

Fines. La educación es tan compleja que no asombra usar diferentes términos para dar razones de educar: meta, objetivo, competencia, habilidad, valores, conocimientos, actitudes. Según el autor que aborde esos términos le dará unos matices u otros, dependiendo de su filosofía educativa. Usaré “fines”. Fines educativos son inseparables a los fines de la vida humana, dependen de las respuestas a la pregunta ¿la vida humana tiene alguna finalidad? En la historia se han propuesto diversas ideas: desarrollo humano integral, realización del bien, unidad del ser, la felicidad, excelencia o plenitud de vida, sentido de vivir, la salvación en sentido religioso, progreso cultural, evolución, etcétera. La cuestión es ¿qué significan esos conceptos en concreto, en contexto, en contenido, en implicaciones?

Permanente. Tal parece que educación se inicia en la natalidad. De ahí en adelante, su característica es la ubicuidad en cada tiempo, en cada etapa de desarrollo, en cada circunstancia. La educación sin bordes, permanente, impredecible de antemano por otro rasgo -espontaneidad- acontecerá según los sujetos y la cultura. Lo importante es que el acontecimiento educativo sea una experiencia en educere, extraer del ser humano lo mejor de sí. Dirán Platón y Aristóteles al unísono, educación en el bien, para el bien: bien personal (felicidad) y bien público (justicia).

Autoeducación. Es experiencia subjetiva de cada persona consigo misma, en el ejercicio inteligente de su libertad y responsabilidad en decidir quién debe ser, quién quiere ser y cómo ha de vivir con los demás en el mundo, en la experiencia intersubjetiva en que yo-tú-nosotros se conjugan.

¿Para qué la educación? Por extraño que parezca, educar no tiene un para qué, no sirve para nada externo a ella. Su valor es intrínseco: aprender a ser humanos. La educación auténtica tiene que no servir para nada, sino lo fundamental de humanizarse. ¿Para qué la educación?

 Para ser educados.




¿Qué es educación?




¿Qué es un mosquito? tiene respuesta clara y definida. Basta hacer tres tareas sencillas: ir al diccionario, buscar un mosquito o consultar un experto. Muchas cosas en el mundo y en la naturaleza tienen definiciones exactas y personas que pueden explicar su significado, por sus estudios, conocimientos y experiencias. Pero hay cuestiones difíciles de definir, sin un significado preciso, que no se explican fácilmente. ¿Qué es educación? no se responde con diccionarios ni expertos.

¿Qué es amor? ¿Qué es el bien? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es Dios? Quizá el modo de formular la pregunta “qué es” es incorrecto. En vez qué es, sería preferible dar una idea de lo que se piensa, aceptando lo imposible de definir realidades complejas como amor, bien, verdad, dios, con definición determinante que clausure pensar otras posibilidades.

Así es con “educación”, vocablo polisémico con infinidad de significados según los puntos de vista o perspectivas del que interprete. Lo hablado, lo escrito y lo practicado a nombre de la educación es incontable e inconmensurable. A veces nos sentimos abrumados con las innumerables charlas, congresos, ponencias, escritos, tesis, investigaciones, experimentos, “mejores prácticas”, leyes, pronunciamientos, reuniones, en descifrar el enigma educativo. Propongo ver la polisemia de la palabra en conocimientos que estudian la educación, más algunos ámbitos, rostros y prácticas que asume la educación.

Educación: históricamente, es transmisión de cultura en mantener y mejorar la sociedad; antropológicamente, es iniciar a jóvenes en ritos de paso que les prepare a participar como miembro activo en sociedad adulta; sociológicamente, es internalizar e institucionalizar las tradiciones culturales; políticamente, es preparación para la ciudadanía en la vida  pública; económicamente, es adquirir conocimientos, valores, habilidades en entrenar el capital laboral; institucionalmente, es ordenar saberes históricos a transmitirlos en programas que ofertan grados y títulos; existencialmente, es concienciación de ser y estar en el mundo con sentido de vivir; religiosamente, es ascesis de salvación en lo sagrado; ecológicamente, es desarrollar la sensibilidad de cuidar y preservar el hogar planetario. Etcétera.

La voz “educación” es elástica, se estira hasta donde se quiera con el significado de quien hable o escriba. Sin duda hay mejores interpretaciones que las mías. Pero todas son meros constructos teóricos, es decir, son lenguaje simbólico. Educación no es”, propiamente, esos lenguajes interpretativos. Nunca lo real es lo que se dice, se cree o se piensa. Lo real vuela por encima de las redes mentales que nos atrapan en doctrinas, dogmas, ideologías. 

Educación: también se comprende en varios sentidos, acentuando uno u otro de diversos modos en prácticas sociales, como por ejemplo... En uso cotidiano, al hablar de educación se suele entender una actividad conectada con determinadas personas en sus roles sociales -maestros, profesores, tutores-, con encargo de ‘educar’ nuevas generaciones en transmisión del lote cultural. También se cree que la educación ocurre en espacios y tiempos específicos en instituciones formales que otorgan grados y certificados.

Educación: en la familia como núcleo sociológico del nacer y del aprender básico, se habla del derecho educativo de las familias, del que surge el legítimo movimiento home-schooling.

Educación: de modo más amplio, se dice es un proceso de acción formativa en torno a fines educativos; o en sentido de resultados evaluados en función de logros; lo que implica, por lógica, que esos logros dependen de estándares y un aparato complicadísimo de protocolos, procedimientos, instrumentos, gente con peritajes para emitir juicios válidos y confiables.

Educación: en lo macro-social se habla de educación como sistema compuesto de factores organizacionales, financieros, tecnológicos, humanos, en la producción y la distribución de la educación como un bien socio-político, cultural, histórico en un tiempo/espacio dado. Y esos sistemas educativos habitan en lo privado y lo público, según la autoridad que legitima la educación, sea el estado o entidades privadas.

Educación: por si fueran pocos los anteriores ámbitos, rostros y modalidades, la educación acontece no sólo o no tanto, en escuelas, familias, iglesias, entidades privadas o públicas, seculares o confesionales, sistemas, y todo ello de manera intencional predeterminada, sino sobre todo, la educación acontece en la calle, el barrio, el vecindario, la comunidad, con amigos, los grupos espontáneos, en juegos libres, en acción autodidacta, en que educación per se es la experiencia personal e intersubjetiva sin adjetivos ni etiquetas.

¡Qué laberinto de caminos y destinos educativos! ¿Qué es educación? nadie sabe respuesta. Nadie puede saberla. Porque no existe. Santo y bueno así sea.

No encuadremos la educación, ella es libre y espontánea, experiencia y acontecimiento, en la zona epistémica intermedia entre el saber y el misterio.

Por sus frutos la conoceréis.

Educación: metamorfosis del humano en saber vivir bien. La sabiduría. ¿El amor?





¿Qué ver en la filosofía educativa de una institución educativa?


I

Si deseamos conocer aspectos de una institución educativa, digamos, currículo, pedagogía, reglas, salubridad, nutrición, áreas verdes, condiciones de trabajo, finanzas, planificación, y otros asuntos de organización, funcionamiento y dirección, ¿qué hacemos?, ¿qué ver? En cada caso abundan checklist templates gratuitos o baratos; son listas de cotejo con ítems de criterios o “estándares” (ay palabrita cuánto fastidias) para observar, recopilar información y verificar estado de situación o “cumplimiento” (ay, ay, qué dúo). A veces podemos medir con escalas desde 0 zona de desastre a 5 excelencia. Pero señores, no necesitamos peritaje ni instrumentos sofisticados al ver condiciones de los baños y decir que ni un puerco entra ahí. Ni ser expertos en paisajismo botánico al testimoniar belleza y funcionalidad del patio.

En fin, no vamos a oscuras a otra galaxia. De instituciones educativas sabemos lo suficiente en conocimientos, experiencia y sentido común para ver las condiciones que posibilitan una educación digna del humano, o al contrario.

La palabra “ver” se refiere a visión sensorial y a visión cognitiva. Esa fue una de las grandes aportaciones de la filosofía griega, destacar la visión intelectual, la aprehensión de Ideas, el lógos. ¿Viste qué feo el novio de Rodulfa? Sí feísimo, pero ella lo ve hermoso. Dos miradas diferentes. Al decir “veo lo que dices” no veo con ojos sensoriales las palabras. Si digo “veo la lógica de tu planteamiento” mi ver es cognitivo de un argumento. Bartolo dice “viendo ese arco iris me acuerdo de ti”, es cursilería, no importa, ese arco iris él lo ve con un ojo de su cara, porque es tuerto, y le recuerda escenas enamoradas. La palabra “ver” la vemos con mirada corporal y mirada del pensamiento.

“Ver” filosofía educativa es una visión de la inteligencia. No ciencia empírica experimental.
Es un modo filosófico de pensar. Un modesto oficio.

Para conocer la filosofía educativa de una escuela o universidad lo que hacemos es pensar su razón de ser en una comprensión del humano, del mundo y de la educación.

¿Métodos? Bastan tres: hablamos con gente, vemos documentos y pensamos. Pensamos:
-          con preguntas sobre aspectos filosóficos de la educación
-          sobre el lenguaje que se dice y las prácticas que se hacen
-          con sentido crítico que discierne, problematiza, cuestiona
-          las observaciones que hacemos y las intuiciones que sentimos

La filosofía educativa es el ADN del organismo educacional. Los cromosomas se forman por ideas, creencias, valores, utopías, cosmovisiones, que son elementos abstractos, intangibles, inmateriales, acerca del sentido de vivir, quién es y debería ser el humano, en qué mundo le conviene convivir, y otras consideraciones que luego veremos.

La filosofía educativa de una institución es el lógos, la justificación de existir, la legitimación social de ofertar un bien común, la educación.

El lógos es palabra filosófica que honra la presencia ontológica, epistémica y ética. Del logos nace el logotipo, emblema distintivo de la escuela o universidad. Palabras en latín, griego o español, con gráficos, incrustados en pared, inscritos en documentos oficiales. Si el logotipo lee “excelencia”, ¿qué quiere decir?, ¿qué acontece en la realidad cotidiana?, ¿cómo se sabe? Estamos en pleno ejercicio de filosofar la educación simbolizada en el logotipo.

Ese oficio de pensar está en extinción. Intentemos recuperarlo, ¿te parece bien?

II

La filosofía educativa es como una atmósfera en relaciones intersubjetivas en que se tratan ideas, creencias, intereses, necesidades, problemas, soluciones, decisiones, acciones, en que sujetos intentan la convivencialidad (Iván Illich) en cuatro formas de comprensión:
-          comprensión de las personas en la alteridad y en lo común
-          comprensión de cada persona consigo misma
-          comprensión de la cuestión que se está tratando, qué, por qué, para qué
-          comprensión del proceso-en-sí de las relaciones-en-sí 

Es imposible definir esa atmósfera con precisión instrumental. Pero se siente. El humano posee sensores afectivos -biológicos y psicológicos- en que percibe el aire humano cuando es cálido, cordial, confiado, o por el contrario, de frialdad adversaria y desconfiada.

Estética, higiene y funcionalidad de la naturaleza, los edificios y los materiales, reflejan una concepción del humano habitando y conviviendo. Currículo, reglas, clasificar personas en rangos sociológicos, evaluaciones, autoridad, poder, enseñanza y aprendizaje, reflejan una concepción del humano en el acontecer educativo. 

Filosofía educativa lo impregna todo. Bella palabra ‘impregnar’. Las personas se empapan de ideas, creencias, acciones. El pensar tiene liquidez que nos moja anímicamente.

III

Al visitar una institución educativa preguntando ¿cuál es su filosofía educativa?, la persona que atiende podría disimular perplejidad inicial. Entendemos. Enseguida, para aliviarle el susto intelectual ante una pregunta compleja y respuestas ambiguas, le decimos ¿tienen un documento que describa su misión o metas?, ¿un panfleto informativo que dan a familias y estudiantes? Ya esa petición es más llevadera.

En alguna oficina podrían darnos documentos que contengan: la historia a vuelo de pájaro de la institución con fotos memorables, un enunciado de misión y objetivos educativos, las ofertas de programas curriculares y grados otorgados, perfiles de estudiantes, y ese tipo de información en que, de un modo u otro, se mencionan características de comportamiento, valores, actitudes, habilidades y conocimientos: el modelo ideal del estudiante-educado.

Manos a pensar. Leemos e interpretamos la documentación con ojo de detective filosófico. Manos a lupa de pensar. En palabras escritas, de manera explícita o implícita, veremos una antropología filosófica (concepción del humano), una filosofía sociopolítica (concepción del mundo) y una teoría sobre educación (concepción de educar). Pregunta no indiferente ni neutral: ¿qué humano, en qué mundo, con qué educación?

Valiosa pregunta. Nos va la vida en ella, en pensarla y en responderla.

IV

De la matriz conceptual de la pregunta nacen retoños filosóficos. Veamos nueve:

Idea del humano                   El humano educado              La vida buena
Fines educativos                   Mundo ideal                           Lenguaje
Conocimiento                        Currículo                                Pedagogía

El humano. Educar supone una concepción del humano a educar. Ya en nuestros ancestros hace 250,000 años hay dibujos expresando búsqueda de ¿qué somos?, ¿de dónde venimos?, ¿qué enfrentamos? La historia humana es la narrativa artística, religiosa, política, científica, filosófica, de nuestro origen y propósito. ¿El humano tiene una naturaleza igual en todos? ¿Nace egocéntrico o altruista? ¿El origen humano es evolución natural, devenir histórico, plan divino, inteligencia cósmica, azar? ¿Somos libres o determinados? ¿La vida humana tiene alguna finalidad? ¿Qué hacemos en el mundo? ¿Qué o quiénes somos?  

Humano educado. Es lógico suponer que educación educa. Supongamos vienen a mi hogar misioneros religiosos a salvarme, y les digo “no me jodan”. Si dicen ¡qué viejo maleducado!, ¿tienen razón? Pero si digo “gracias hermanos, recen conmigo, sálvenme del pecado”. Ya dirán de mí, ¡qué anciano tan educado! ¿Por qué una valoración de educado o maleducado? ¿Ser educado se define por cultura, persona, situación? ¿Hay características de la persona educada que se pueden determinar y observar? ¿Habrá graduandos universitarios canallas, corruptos, a pesar de estar educados en educación superior? ¿En qué consiste ser educado?

Vida buena. Educar para ser malo o estúpido es un contrasentido. Al hijo que no quiere ir al colegio no se le dice “debes ir para ser malo y morón”. Se asume educar hace un bien, como sea se defina. Los organismos internacionales identifican indicadores para determinar la calidad de vida en países. Premio Nobel hablan de felicidad, bien común, paz, derechos, de la democracia, justicia, etc., y los relacionan con la educación. ¿Por qué? ¿Qué es vivir bien? ¿Por qué tantos pronunciamientos que vinculan calidad de vida, el bien y la educación?

Fines educativos. Las instituciones educativas intentan educar, es decir, se proponen fines o razones para educar. ¿Qué o quién determina los fines de la educación? ¿De dónde surgen los fines? ¿Con qué derecho las personas, instituciones o gobiernos asumen autoridad para educar a otros? ¿Los fines educativos son iguales para todos? ¿Cómo saber si hacen bien? ¿Fines educativos son puntos de llegada de un proceso o son inherentes al proceso? ¿Puede haber educación sin fines? ¿Qué se entiende por fin educativo, en definitiva? ¿Pudieran los fines perjudicar y pervertir la educación? ¿Cuándo, cómo, y por qué pudieran beneficiar?

Mundo ideal. Itard no pudo educar al niño de Aveyron. Es axiomático: el humano se educa en el mundo humano. Pero ¿en qué mundo? Utopistas suelen decir que el humano es lo que es, lo que puede ser, lo que quiere ser y lo que debería ser. El desiderátum de educar es insatisfacción con el presente para mejor futuro. ¿Por qué no el mundo tal como es? ¿Deben instituciones educativas fomentar ideales políticos, económicos, socioculturales, religiosos? ¿Deben universidades y escuelas ser agentes de cambio? ¿Hay valores de un mundo ideal? ¿Perseguir un mundo ideal nos aleja de situarnos en el real? ¿Ideal de perfección no es una ingenuidad enajenante?

Lenguaje. El lenguaje nos constituye como seres de razón (en griego lógos es palabra y razón). El humano no sólo se expresa en palabras, sino existe a través de ellas. La filosofía se ocupa del lenguaje. Filosofar, entre otras cosas, es averiguar qué se dice con palabras. ¿Qué significan democracia, libertad? Educar es acto de comunicación y el lenguaje es la mediación comunicativa esencial. Necesitamos saber qué se dice, qué se quiere decir, si decir y hacer coinciden. En lenguaje educativo, como amor y negocios, queremos saber la verdad del decir, la intención de lo que se quiere decir y si palabras y actos corresponden.    

Conocimiento. El humano nace en un mundo que no hizo, lo hereda, y habrá de ingeniarse a sobrevivir entre las cosas y convivir con humanos; tendrá que conocer lo que le rodea, su entorno de vivir. “Conocimiento” es palabra clave del aprendizaje humano. La educación se sostiene por algo esencial: el recurso a la verdad como principio regulador. Preferimos los conocimientos verdaderos y confiables, a falsos y dudosos. ¿Cómo saber si un conocimiento es verdad? ¿Los conocimientos son objetivos o subjetivos, relativos o universales? ¿Hay conocimientos más importantes que otros para educar? ¿Qué es conocer?    

Currículo. El currículo escolar es análogo al menú del restaurant: oferta que se presume sabrosa y nutritiva. Currículo de conocimientos que agradan y hacen bien. ¿Cómo saberlo? ¿Qué razones determinan qué incluir y excluir del currículo? Astronomía sí, astrología no, ¿por qué, si su origen es igual? ¿El currículo, igual para todos, es diferente según personas y culturas? ¿Qué hace que un conocimiento sea en verdad educativo?

Pedagogía. Pedagogía entendemos teorías y prácticas de enseñanza y aprendizaje. Pregunta pertinente: ¿esa enseñanza, ese aprendizaje, esa experiencia pedagógica, es educativa? ¿Hay aprendizajes y enseñanzas no educativas en instituciones educativas? ¿Por qué? ¿A qué se debe que tantos estudiantes aprenden tan poco tan mal con tanta enseñanza durante tantos años? ¿Existen pedagogías demostradas en educar? Según Platón, el ser humano se motiva por éros, filía, ágape: afecto, pasión, amor al ser/saber. Parecería razonable que la pedagogía se impregne de afecto, pasión y amor. Pero no suele ser así. ¿Por qué? 

Al filosofar la educación buscamos claridad, coherencia y pertinencia en el decir y el hacer educativo. Filosofamos educación porque queremos hacernos un bien llamado educación.

Nada más y nada menos con el modesto oficio.