Filosofía desde lejos y de cerca
Para
saber qué es filosofía es indispensable adentrarse en ella y explorarla. No es
posible hacerse una idea de lo que es filosofía “de oídas”, “desde lejos”, sino
que es necesaria una aproximación y recorrido personal por sus regiones; y para
no perderse en lo que, tal vez, desde lejos se divise como selva impenetrable,
lo aconsejable es con guías expertos, aproximarnos a la experiencia filosófica con
quienes vivieron intensamente esa experiencia, los maestros pensadores.
La
verdadera experiencia filosófica, tal como Platón no sólo la definió sino que
la vivió, es como una llama que despierta otra llama. El fuego interior de la
sabiduría: saber vivir bien. El camino hacia la sabiduría es según Platón -uno
de los grandes filósofos de todos los tiempos-, el diálogo, en el que palabras que aluden a las perplejidades,
angustias y vicisitudes del espíritu, tienen el poder de despertar otras
palabras, en un intercambio participativo, vivo, abierto, amistoso y
conjuntamente inventivo hacia (diá) la
razón (lógos). Es el sentido
originario griego de ese noble vocablo tan mal usado o manoseado, diálogo. El prefijo diá indica espacio de división y separación a través del que se entra
con otras personas, interlocutores, en un espacio intermedio en el que los dialogantes se encuentran para
intercambiar los logoi, razones, palabras,
que buscan la verdad común en la diferencia. La manera de abrir ese espacio (entre) del diálogo es mediante la
pregunta. La actitud que sostiene ese espacio es lo que el filósofo Empédocles llamó
philótes, amor que atrae en dar y
recibir. Nadie como Platón ha mostrado en voz de su maestro Sócrates la
aventura de filosofar; sus Diálogos son la mejor aproximación a filosofar: Apología, Simposio, Fedro, Eutifrón, Menón,
Protágoras. Todo universitario debe haber filosofado con Platón.
Advirtamos
que el saber filosófico, así como toda ciencia y conocimiento, aún el
conseguido por la vía del diálogo, corre riesgo de cristalizarse sedimentándose
en sistemas, teorías e ideologías. El pensamiento sistemático pudiera terminar
en sistematizarse, es decir, en quedar atrapado en un sistema ideológico que
rechaza la divergencia o discrepancia. Ocurre con frecuencia en las ideas o
creencias políticas y religiosas, que tienden a endurecerse, hacerse rígidas
(cristalización) en su deseo de adquirir y perpetuar poder, por lo cual
necesitan de doctrinas solidificadas que arraiguen fuerte en la mente, aunque
sean ideas débiles, creencias torpes o incluso peligrosas, cuando se estudian con
la rigurosidad del ojo científico o la serenidad de la mirada filosófica.
Conviene al ser humano vacunarse mentalmente con la filosofía, ante la cantidad
inmensa de propaganda que vende todo lo innecesario y superfluo de objetos,
mercancías, ideas y creencias.
Es así
que la filosofía, en su sentido originario no era otra cosa que “amor a la
sabiduría”, “afán de saber”, “gusto de saber”, “sabor de vivir bien”,
significados que se remontan al sánscrito y al griego. Esa sabiduría filosófica
que se conversaba libremente en calles y paseos, se ha convertido en disciplina
académica en que doctos profesores exponen escritos de temas abstractos, con
una pedantería que aburre y quita ganas de estudiar filosofía. El acceso al
estudio de filosofía hoy se hace en clases en que se leen los escritos donde
los filósofos plasmaron su pensamiento, pero con la desventaja que muchos
fueron malos escritores, aunque buenos pensadores.
Conviene
atender una advertencia de Platón en su Diálogo Fedro respecto al modo adecuado de “aspirar a la sabiduría”, en
donde el personaje Sócrates narra el siguiente mito: En
Naucratis de Egipto vivió uno de los antiguos dioses de allá, aquél cuya ave
sagrada es la que llaman ibis y cuyo nombre era Theuth. Este fue el primero
que, entre otras cosas, inventó la escritura. Era entonces rey de todo Egipto
Thamus, cuya corte estaba en Tebas. Theuth vino al rey y le mostró su arte,
afirmando que debía ser comunicado a los demás egipcios. Thamus le preguntó
entonces qué utilidad tenía, y Theuth le replicó: “Este conocimiento, ¡oh rey!, hará más sabios a los
egipcios; es el elixir de la memoria y de la sabiduría, lo que con él he
descubierto”.
Entonces el rey Thamus le dijo: “O
Theuth, por ser el padre de la escritura le atribuyes facultades contrarias a
las que posee, pues ella producirá en el alma de los hombres el olvido de la
sabiduría, ya que, fiándose de la escritura, recordarán de un modo externo, no
desde su propio interior. Será, por tanto, la apariencia de la sabiduría, no su
verdad, lo que la escritura procurará a los hombres, y una vez que haya hecho
de ellos eruditos sin verdadera instrucción, su compañía será difícil de
soportar, porque se creerán sabios en lugar de serlo”.
Los escritos -advierte Platón-, en lugar
de hacer sabios a los hombres, pueden llevarle al olvido de la sabiduría,
producir en ellos engañosamente la ilusión de creerse sabios cuando tan sólo
son, si acaso, eruditos, y ello, cito de nuevo, porque no recordarán desde su interior, sino de un modo externo. La
compañía de estos hombres le resulta a Platón insoportable, y lo mismo le
sucede a otro gran filósofo, Nietzsche ¡Ah,
qué tedio me infunden esos hombres sabihondos y óptimos, esos cazadores que
vuelven sombríos de la selva del conocimiento puro! Tienen espinas, pero no veo
en ellos ninguna rosa.
Las palabras escritas son un tesoro en la
cultura, no para despreciar, pero no hay que dejarse impresionar demasiado por
la experiencia vicaria -de otros- de los libros si ello va en detrimento de la
experiencia viviente: la vida no es
lo que está escrito en una cosa. Razón, acaso, por la cual tres de los
pensadores más finos de la humanidad –Lao Tsé, Buda y Jesús- no dejaron un
escrito. Hay que concederlas razón en lo que la experiencia de un vivir activo
es insuplantable e insustituible. Las teorías y las construcciones conceptuales
que los libros proporcionan, precisa, para ser justamente entendidas, estar
fecundadas por la propia experiencia vital. A su vez, lo comprendido ante el
estímulo de lo escrito, sirve para que el vivir sea más consciente, más
enriquecedor. Con los escritos se puede dialogar, pero de modo limitado, ya que
si le preguntas para aclarar su significado, a no ser que el autor esté
disponible, seguirán expresando la misma cosa escrita; con el tiempo, en la maduración
interior, en el escrito aparecen nuevas intuiciones, pero como resultado del
proceso interno, no del papel. Un antiguo adagio dice: primum vivere, deinde philosophare (primero vivir, después
filosofar).
Desde lejos, tal vez, la filosofía provoca
sentimientos de algo alejado de la cotidianeidad de mi vida concreta
aquí/ahora. Desde cerca, sin embargo, es lo más cercano a vivir sabiamente.
Pedro
Subirats Camaraza
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