Filosofar
Nos pasamos la vida hacienda preguntas:
¿qué vamos a cenar?, ¿cómo se llama ese chico?, ¿cuánto me cuesta?, ¿a dónde
vamos de vacaciones?, ¿has ido a París?, ¿me dolerá?, ¿a qué temperatura hierve
el agua?, ¿cómo distingues Venus de Júpiter?, ¿qué decisión debo tomar?, ¿es
verdad lo que me dijo?, ¿voto sí o no?, ¿esta falda me queda bien para mi
primera noche con él?, ¿qué producto financiero conviene para capitalizar mi
dinero? Hacemos preguntas para satisfacer una curiosidad, resolver un problema,
atender una situación, decidir entre opciones, o sea, para conseguir lo que
queremos. En otras palabras hacemos preguntas para aprender a vivir mejor.
Quiero saber qué voy a comer, a dónde ir, si me conviene algo, qué ropa usar,
cuánto gastar, etcétera. Si tengo inquietudes científicas me gustaría saber
cómo volar un avión o controlar diabetes. De las respuestas a esas preguntas
dependerá si voy a NY, y me será muy conveniente saber que en avión tardaré tres
horas, en barco tres días, a nado aproximadamente un año si los tiburones no me
interrumpen. A partir de lo que aprendo con esas respuestas informativas,
decidiré si prefiero comprarme un ticket de avión, un pasaje en barco o un
traje de baño.
¿A quién tengo que hacer esas preguntas
tan necesarias para conseguir lo que quiero y para actuar del modo más práctico
posible? Pues deberé preguntar a quienes saben más que yo, a los expertos en
cada uno de los temas que me interesan: geógrafos si es de geografía, médicos
si salud, banqueros si es para mi dinero, agencia de pasaje para mi paseo,
etcétera. Por fortuna, aunque uno ignore muchas cosas, estamos rodeados de
expertos que pueden aclararnos la mayoría de nuestras dudas. Lo importante es
acertar con la persona a la que vamos a preguntar. Porque el plomero no nos
servirá en operar la vesícula, ni la monja del hospital sabrá aclararnos la
mejor ruta para escalar el Everest. De modo que la otra pregunta es ¿quién sabe
más de la cuestión que me interesa?, ¿dónde está el experto que puede darme la
información útil que necesito? Y en cuanto lo tengamos localizado -en persona,
en libro, en Wikipedia o como fuere- haré lo que tenga que hacer, y suelto la
pregunta, no la hago más porque ya la solucioné con una respuesta satisfactoria
en sentido de ser eficiente, práctica.
Como normalmente pregunto para saber qué
debo hacer, en cuanto conozco la respuesta me pongo manos a la obra y la
pregunta en sí misma deja de interesarme. ¿Cuánto tiempo tarda el agua en
hervir?, pregunto porque quiero comer un huevo de desayuno. Cuando lo sé, pongo
el microondas a ese tiempo y me olvido de lo demás. Y entonces me como el
huevo. Pero… ¿y
si de pronto se me ocurre una pregunta que no tiene nada que ver con lo que voy
a comer, la ropa a usar, el viaje a NY, mi dinero, la física o demás ciencias
que conozco… una
pregunta con la que no puedo hacer nada, con la que no sé qué hacer, sin
embargo, una pregunta que me inquieta curiosidad ¿entonces qué?
Otro ejemplo. Le preguntamos a alguien
qué hora es. Queremos saber la hora para llegar a tiempo a clase, cita amorosa
o entrevista de trabajo. Nos dice “seis menos cuarto”. Bueno, ya está, la hora
se deja a un lado, ahora apurarse. Pero imagínate que en lugar de preguntar qué
hora es se nos ocurre la pregunta “¿qué es el tiempo?”. Ahora sí que empiezan
las dificultades. Porque, para empezar, sea el tiempo lo que sea, seguiremos
viviendo igual: no saldremos más temprano ni más tarde para clase, cita o
entrevista. La pregunta por el tiempo no tiene que ver con lo que haré, sino
con quien soy. El tiempo es algo que te pasa a ti y a mi, algo que forma parte
de nuestra vida: queremos saber qué es el tiempo porque queremos saber quiénes
somos, conocernos mejor, porque nos interesa saber qué es todo este asunto -la
vida- en la que estamos metidos. Preguntar por el tiempo es algo parecido a preguntar ¿cómo soy yo?,
que vivo en tiempo pasado que es presente en recuerdos quizá dolorosos, tiempo
presente imperceptible y tiempo futuro que anticipo ansioso o temeroso pero no
es todavía. ¡Qué lío esto de qué es el tiempo! Cuestión nada fácil de
responder.
Segunda complicación: si queremos saber
qué es el tiempo ¿a quién preguntamos?, ¿al relojero?, ¿al fabricante de
calendarios? La verdad es que no hay especialistas en el tiempo, no hay
“tiempólogos? A lo mejor un científico nos explica la teoría de la relatividad
y del tiempo en la astrofísica; un antropólogo puede describir las distintas
maneras de medir el paso del tiempo que han inventado las culturas; y un poeta
cantará las nostalgias del tiempo ido que nunca volverá. Pero ninguna de
esas o explicaciones nos conforta porque
lo que queremos saber es lo que el tiempo es realmente. Enseguida nos damos cuenta que no hay expertos en esa
materia. Pero hay otra característica sorprendente de esta interrogación que
nos hacemos. A diferencia de las otras preguntas, las que dejan de interesar en
cuanto se responden por quien sabe del asunto, en este caso la cuestión del
tiempo nos intriga más cuánto más la intentan responder unos y otros. Las
diversas contestaciones aumentan cada vez más nuestra curiosidad por el tema,
en vez de liquidarla: se despiertan más las ganas de preguntar más y más, no de
renunciar a preguntar. Y no tan sólo la pregunta por el tiempo; si queremos
saber qué es la libertad, el bien, la muerte, el Universo, la verdad, o…
grandes cosas así, nos ocurrirá lo mismo. No son ni mucho menos temas ‘raros’.
¿Acaso es una cosa extravagante la muerte de un ser amado o la libertad que
pide un preso político en China o Cuba? ¿Es raro preguntar por qué me va mal a
pesar de ser buena persona y por qué a un canalla le va tan bien? ¿Lo que sea
el bien y el mal es algo pintoresco e indiferente? ¿Por qué la maldad? ¿Qué es
felicidad? ¿Existiré después de morir? No son preguntas estrambóticas ni
insólitas, pero tampoco son preguntas corrientes, o sea, que no son prácticas,
técnicas ni científicas: son preguntas filosóficas. Llamamos “filosofía” al esfuerzo por pensar
esas preguntas, por responderlas en algún sentido y seguir preguntando después
a partir de las respuestas que nos dan o que encontramos uno mismo. Porque una
característica de ponernos en plan filosófico es no conformarse con la primera
explicación que nos dan o nos damos del asunto, ni con la segunda, ni siquiera
la tercera o cuarta, hasta que pudiera la pregunta ser en sí la respuesta.
Encontramos gente que para estas
preguntas, y para todas, nos prometen respuestas definitivas. Nos desalientan
preguntar, que no nos empeñemos a pensar, que aceptemos lo que nos dicen. Otros,
sin embargo, pudieran decir algo profundo porque han recorrido el camino de
filosofar y gracias a ellos no hay que empezar desde cero. Heráclito,
Parménides, Sócrates, Platón, Aristóteles, Plotino, Buda, Jesús, LaoTsé,
Epicúreo -en la antigüedad- y desde entonces innumerables filósofos han pensado
las preguntas que nos dejan perplejos y asombrados. Pero nuestra vida personal que
nos toca vivir en el mundo hay que pensarla uno. Es importante para filosofar:
saber que nadie piensa completamente solo porque recibimos ayuda de los demás
humanos, antes y ahora, pero nadie puede pensar por mí.
Pedro Subirats
Camaraza
No comments:
Post a Comment