Universidad de Puerto Rico
Recinto de Río Piedras
Facultad de Educación
Departamento de Fundamentos Educativos
Fundamentos Filosóficos de la Educación (EDFU 4019)
Pedro Subirats Camaraza
Filosofar (la educación) I
Si te matriculas en un curso de Fundamentos Financieros de la Educación y el profesor empieza a conversar qué significa filosofar, por qué es pertinente para educar y dice a los estudiantes que van a leer filósofos importantes, tu pensarás: estoy en el salón equivocado o este profesor entró en el salón equivocado o el señor tendrá que explicar la relación de esos temas con las finanzas. Te aseguro no pienso trazar proyecciones de matrícula con un análisis de costos e ingresos. No me interesa por importante que sean las finanzas. Pues bien, ten por seguro que conversaremos, y mucho, sobre filosofar y la educación en este curso de Fundamentos Filosóficos de la Educación. Estas primeras lecturas sientan unas bases para comprender la relación entre filosofar (verbo) o filosofía (sustantivo) con la educación. De momento pongamos en paréntesis la educación.
2. Distingamos dos enfoques diferentes al estudiar filosofía, y por extensión, de filosofar. Uno entiende la filosofía como sistemas de conocimientos localizados “ahí afuera” en autores, textos y tradiciones. Enseñar y aprender filosofía se desnaturalizan, pierden la vitalidad y el dinamismo de filosofar, en una transmisión de conocimientos enlatados que con el tiempo se petrifican. Ese enfoque aburre a muchos estudiantes que se enfrentan a un lenguaje incomprensible que lo hablan docentes pedantes que complican la filosofía innecesariamente. Es cierto que filosofar pide a veces un nivel de abstracción o teorización que exige un pensar riguroso y esforzado. Hay un lenguaje técnico en filosofía que debes aprender. Pero no es sorprendente. Eso ocurre en todo conocimiento especializado. El mecánico de Pep Boys que me arregló el carro usó palabras que no tengo remota idea de qué significan ni logro “ver” su relación con el motor o los frenos. Pero no todos queremos ser expertos en mecánica automotriz. Sin embargo, todos deberíamos querer saber más y mejor de nuestra propia existencia, qué hacemos en el mundo, qué aspiramos ser en la vida. Tarde o temprano, los seres humanos deberíamos ser peritos expertos en el arte de vivir bien. De hecho, es una de las tradiciones cumbres en filosofía el deseo de conocerse uno mismo.
Lástima que la filosofía tenga mala fama de estudio inaccesible, inabordable o aburrido.
La ironía es que los grandes filósofos no tuvieron interés alguno en crear sistemas dogmáticos, cerrados o latosos. Eso lo hicieron sus discípulos más fieles y más rígidos, cuando intentaron -y lograron- vulgarizar las ideas creativas de su maestro. Aristóteles no propuso el aristotelismo, ni Tomás de Aquino el tomismo, ni Kant el neokantismo y tampoco Marx el marxismo. Cabe preguntarse si Buda intentó petrificar el budismo o Jesús fundar el cristianismo.
3. El segundo enfoque, más fructífero y de mayor vitalidad, entiende la filosofía como una actividad abierta, no como sistema cerrado. El filosofar se manifiesta en proponer preguntas, formular problemas, provocar pensamientos, evocar nuevas ideas e interpretaciones. El nervio vital de aprender filosofía consiste en fundamentar lo que se piensa, en cuestionar lo que se cree, en la crítica de lo que se dice y se hace. El ejemplo más antiguo y significativo de este filosofar es el diálogo socrático. Sócrates quiere romper el hielo de los conocimientos rígidos, congelados, y para ello, formula preguntas hasta que su interlocutor pierde la seguridad superficial de sus opiniones y cae en la situación paradojal de “saber que no sabe”. Al llegar a esta situación, empieza a cuestionar lo que pensaba verdadero, lo que creía cierto, y se dispone a investigar otros saberes y otros conocimientos que puedan llevarlo a superar la paradoja. Pero este proceso no termina con la solución del conflicto original. Sócrates solía invitar al grupo, con el cual dialogaba, a continuar al día siguiente: “mañana nos vamos a encontrar de nuevo y continuaremos nuestra conversación”.
4. Es lo que hace todo auténtico maestro. Empezar de nuevo en un diálogo abierto, libre, sereno, respetuoso y firme en seguir cuestionando lo que creemos saber, en preguntar el valor y validez de las ideas en que estamos instalados. Tal vez alguna convicción en que estamos convencidos convendría ser puesta “en cuestión” para repensarla de nuevo. El maestro socrático interroga las razones que fundamentan una idea, creencia, opinión. Nada escapa al ojo filosófico al preguntar ¿qué es eso?, ¿por qué?, ¿tiene que ser así?, ¿pudiera ser diferente?, ¿cómo saber si eso es beneficioso o perjudicial? Imagínate si “eso” fuese un sistema educativo…
5. El valor de la filosofía está, en realidad, en su propia incertidumbre. La persona que no tiene el deseo de filosofar pasa su vida aprisionado en sus prejuicios, derivados de creencias habituales, de opiniones no cuestionadas, de su edad, su cultura, de las convicciones que crecen en su mente, sin el consentimiento crítico de un pensar liberado. Para ese tipo de personas, el mundo tiende a ser definido, finito y obvio. Los objetos comunes y situaciones cotidianas no generan preguntas. Es incapaz de ver nuevas posibilidades, y mira con desdén a quienes dudan e interrogan porque quieren saber más a fondo. Filosofar puede remover las telarañas del dogmatismo de quienes nunca han viajado hacia las regiones de la duda liberadora, ese viaje exploratorio que mantiene vivo nuestro sentimiento de asombro al mostrarnos un aspecto desconocido de las cosas que creíamos familiares y conocidas, y de paso, que están en crisis. La crisis obliga a pensar. La crisis del mundo, de nuestras relaciones a punto de naufragar, de economía, política, cultura, son momentos de reflexionar. Si no ¿para qué pensar? Si nos va bien y estamos satisfechos en la política, los negocios, las religiones, la educación ¿para qué pensarlo? Pero si nos va mal en la vida, personal y colectiva, podemos llegar a pensar ¿para qué hago esto, para qué lo necesito, para qué me sirve, qué quiero hacer, quién quiero ser, mejora mi vida haciendo o pensando esto? Cuando el pensar se vuelca sobre los grandes temas vitales, el bien, la justicia, la libertad, la paz, los derechos, la felicidad, el bien común, cuando pensamos esas y otras cuestiones de similar talante, sin dejarse llevar por prejuicios, eso es filosofar.
La filosofía piensa toda acción humana, nada le es ajeno, si puede ser pensado.
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