El tacto pedagógico denota la sensibilidad del educador al realizar su tarea educativa. Es fundamental para un docente. Intuitivamente y por experiencia, muchos estudiantes se quejan de esta carencia cuando afirman de un docente que es insensible, se cree mejor o superior, no les “llega”, no tienen relación humana con ellos. Los estudiantes podrán no conocer la materia, pero perciben si el maestro o profesor demuestra genuino interés en ayudarles a aprender. De ahí nacen la confianza, el respeto y el afecto, condiciones del proceso educativo.
J.F Herbart (1776-1841) fue el primero en referirse al tacto pedagógico. El pedagogo tomó la palabra tiempo usada en música que se mide por la aguja de un metrónomo que oscila entre dos polos, que son la pura teoría y la acción no razonada. Con la noción de tacto se expresa la necesidad del educador de vincular los extremos. Es un obrar en un espacio intermedio entre teoría y práctica; un juicio rápido realizado en la acción en una situación determinada que no requiere aplicar directamente una teoría preconcebida. Si se tiene una teoría educativa reflexionada y verificada en la experiencia, formando parte de la mentalidad actitudinal del educador, entonces esa teoría opera en el trasfondo de la consciencia. La intuición del educador se “encarga” de adaptar o modular la teoría a la situación concreta. El tacto pedagógico es una habilidad de la razón práctica y del juicio intuitivo que decide en la inmediatez. Se aprende en la práctica al actuar con tacto. Es apropiado y aconsejable el juego de palabras: que el contacto educativo sea con tacto.
El tacto pedagógico se relaciona con el concepto alemán Bildung, una idea central en filosofía educativa, de difícil traducción, que significa en sentido amplio “formación” que integra el conocimiento y el sentimiento: la auténtica formación integral en que fluyen armónicamente sensibilidad y carácter, el intelecto refinado en una moral profunda.
Miremos el tacto pedagógico en dos sentidos: una sensibilidad especial en las relaciones humanas que ayuda a no violar o invadir la intimidad de la persona; y una capacidad o disposición del educador en su modo de interpretar y comprender la realidad de los educandos. En el primer sentido, el tacto se identifica con las virtudes éticas del trato entre personas y en la sociedad: justicia, buena fe, generosidad, tolerancia, compasión, prudencia, urbanidad -virtud olvidada-, buen humor, solidaridad, camaradería, etc., esas grandes cualidades en la formación humana en sociedades que privilegian y custodian la dignidad, los derechos, la libertad, en un civismo ciudadano. El tacto pedagógico es la capacidad de percepción de las situaciones en actuar correctamente cuando el educador carece, respecto a la situación, de un saber seguro derivado de teorías generales. Por ejemplo, en el relato del Buen Samaritano, el maestro Jesús no supone que hubo cálculo premeditado y analítico derivado de una teoría moral (que de hecho debió ser en el sacerdote y el levita, doctores en ley mosaica, quienes ignoraron al herido en el camino). El obrar del Samaritano no resulta de aplicar una teoría a la práctica, sino de un obrar espontáneo fruto de una disposición de ánimo que es compasiva en un hábito natural. Pero ello no implica que personas virtuosas carezcan de la reflexión, la investigación y la meditación de su experiencia; entonces sí aparece la teoría que aclara, ilumina e inspira la práctica. También de acuerdo con este sentido, el tacto es la cualidad por medio de la cual somos capaces de mantener distancia, de evitar lo chocante, de herir, del excesivo acercamiento y la violación de la esfera privada e íntima, como ocurre con el chisme, el entrometimiento o la indiscreción, en que se humilla y burla a los demás.
En el segundo sentido, el tacto es una manera de conocer (episteme), de ser (ontología) y de obrar (ética), en unión indisoluble. Es función propia de la formación intelectual, ética, estética e histórica, que define la idea alemana de Bildung, un concepto central en filosofía educativa, de difícil traducción, que significa en sentido amplio “formación” que integra conocimiento y sentimiento; la formación integral en que fluyen armónicamente la sensibilidad y el carácter de un intelecto refinado con una moral profunda. Lo que en el sentido anterior supone una cierta dotación natural, en este segundo sentido el trato se convierte en educable. La formación intelectual discierne lo verdadero de lo falso; la formación ética diferencia el bien y mal; la formación estética distingue lo bello de lo grotesco; la formación histórica comprende lo posible y lo deseable por experiencias pasadas, que capacitan prever el futuro.
El tacto pedagógico es una cualidad relacional en la interacción que el educador ejercita en situaciones que le exigen actuar de modo inmediato en respuesta a una situación. Es un “tono” o tonalidad en el comportamiento del educador con sensibilidad y flexibilidad en cada situación. Se traduce en amabilidad, autenticidad, sin rigidez, en saber cambiar percepciones prejuiciadas por miradas más positivas, en que el educador ve lo mejor del educando, su potencial que quizá él o ella subestiman; similar al coach deportivo que ve, cree y crea las condiciones de éxito de los jugadores, porque puso mirada en el potencial no realizado. Es asimismo una cualidad reflexiva que opera con decisiones rápidas en contextos singulares en que suele haber incertidumbre, donde los problemas que tiene que resolver el educador aparecen como únicos. El tacto pedagógico exige confianza propia y libertad de improvisar. Es una lástima que en la formación de educadores se ignore la dimensión teatral y el papel importantísimo de lo lúdico en la vida humana. Es un saber antropológico que debería estudiarse. Pues nadie como los actores para saber la importancia crucial, por un lado, de la disciplina mental de reflexionar en y sobre la actuación, y por otro, en dejarse fluir en la improvisación del momento –cada momento es irrepetible e irreversible, pero se aprende de ellos-.
En el tacto pedagógico conecta la voluntad del educador con la necesidad del educando. El educador no educa “a la fuerza”; no se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado, o a quien no sabe necesita ayuda y la rechaza; el educador ha de jugar necesariamente con una variable definitiva: la libertad del educando. Así, es necesario reflexionar sobre las mejores condiciones en las la libertad puede ser orientada y asumida por el educando en hacerse responsable de su vida.
Respetar la autonomía y la esfera de intimidad del educando es esencial. Si actúa con criterio pedagógico, el educador podrá influir, pero esa influencia no es autoritaria, controladora, dominante, posesiva, manipuladora. El educador podría dar la impresión de ayudar, pero es hipocresía que encubre egocentrismo e inseguridad.
El tacto pedagógico comporta estas características, entre otras:
• preserva el espacio de libertad e intimidad del educando
• protege lo que es vulnerable
• previene y defiende del daño
• acentúa y busca el bien del otro
• acompaña el aprendizaje del educando.
En verdad, el tacto educativo no se puede planificar. Podrá estar inspirado por ideas, pero se rige por los sentimientos y la afectividad. Tener tacto es ser capaz de tener en cuenta los sentimientos de los demás –es la compasión budista que siente el sufrimiento y la vulnerabilidad del prójimo-. Es ver una situación que reclama sensibilidad, entender el significado del acontecer en saber qué hacer y cómo. El tacto educativo subraya la dimensión terapéutica que puede tener la educación, rehaciendo lo que se ha roto. En la modernidad se perdió la tradición de paideia y therapeia que constituyen la educación en su función sanadora. El ser humano sufre, dato indiscutible, y el educando -niño, joven, adulto- está en una relación educativa con su carga de malestar, inseguridad y frustraciones. ¿Se desentiende la educación de esa condición humana? Hanna Arendt advirtió el fracaso de la civilización en el Holocausto. La rotura profunda del mal-estar no se rehace con tecnologías ni artificios instrumentales.
La verdadera revolución copernicana en educación consiste en volver la espalda al proyecto del doctor Frankestein en que educar es fabricar. La educación, en realidad, ha de centrarse en la relación entre el sujeto y el mundo humano que lo acoge. Su función es permitirle construirse a sí mismo como sujeto en el mundo, heredero de una historia en la que sepa qué está en juego: salir de la ley de la selva y la barbarie, y entrar resuelto en la humanización que hospeda a todos en dignidad y paz.
Educar el tacto educativo, así, consiste en descubrir con mirada delicada las aptitudes y capacidades del educando, y del propio educador, y hacerlas efectivas en la creación del mundo que se pudiera y debiera habitar. Es la mirada amorosa.
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