Palabra. La palabra “filosofía” aparece tardíamente en la historia y concretamente en Grecia hace unos 2,500 años. Consta de dos palabras griegas: “philos”, que significa amigo, familiar, enamorado; y “sophia” que equivale a sabiduría. Así, pues, filósofo es un amigo de la sabiduría o familiarizado con ella. Platón ha explicado la palabra “philos” en el sentido de que el filósofo es amante de la sabiduría, cuando todavía no la posee, sino que aspira a la misma. Lo pone en boca de Sócrates hablando con el joven Fedro, en el diálogo del mismo nombre: “Fedro, llamar sabio a alguien me parece algo grande, que sólo puede atribuirse a Dios; pero ser amante de la sabiduría o algo parecido, podría convenirle mejor y estar más a tono” (Fedro, 278d.). La filosofía no es un estado, sino un movimiento, se aleja de algo y se encamina hacia algo. A diferencia de la religión y los mitos, la filosofía no quiere creer sino saber. Se aleja de la superstición para pensar con la razón. La filosofía es la forma extrema del ansia humana de saber.
Significados. La palabra “filosofía” ha experimentado diversas concepciones o significados a lo largo de la historia, entre los cuales se destacan los siguientes:
- Pensar lo real, en sus causas, principios o fundamentos
- Clarificar el lenguaje en los usos y los contextos
- Crítica del pensar con respecto a qué, por qué, cómo, y los errores del pensamiento
- Analizar las ideas implicadas en una comprensión del mundo
- Especular cómo las cosas en sentido general cuelgan en el cosmos y se interconectan
- Pensar el sentido de vivir
A modo de ejemplo, aquí sólo destaco los dos primeros. En sentido habitual, filosofía indica una manera general de comprender la vida; así se habla de filosofía de una universidad, o la filosofía de una empresa, o la filosofía política de un país, etc. Diferente al uso corriente, en su sentido propio filosofía significa es la reflexión de los primeros principios y causas. Este concepto se remota al filósofo Aristóteles (384-322 a.C., en su Metafísica, libro I, apartado 2, 982b, 9-10). En ese sentido, la filosofía es la reflexión de los primeros principios de explicación de lo que es: qué es el mundo, qué es el universo, qué es el humano. En otras palabras, todo objeto de pensamiento es apropiado para pensar filosóficamente. Los temas o contenidos de filosofar pueden ser cualquier cosa, cualquier asunto, cualquier cuestión, que se desee pensar en profundidad sobre su sentido, su razón de ser, sus principios, sus implicaciones: un ratón de laboratorio, el humano, la Mona Lisa, internet, espacio y tiempo y todo lo que existe en esas coordenadas.
Un objeto se convierte en cuestión de la filosofía cuando se lo contempla desde el ángulo de determinadas preguntas. Una pregunta filosófica formula sencillamente: ¿qué es x? A esa x se le puede sustituir por cualquier objeto. Tal pregunta designa el paso desde una actitud operativa a la contemplativa o teórica. Los humanos nos hallamos inmersos en la actitud operativa frente al mundo. Nos servimos o manipulamos las cosas, sean las naturales o las creadas por humanos; utilizamos computadoras y equipos electrónicos, sin preguntar ¿qué es esto?, ¿qué es “inteligencia” artificial?, ¿pueden máquinas o artefactos llegar a dominar y dirigir al humano en aspectos privativos del ser? A veces decimos “necesito más espacio”, “dame más tiempo”, pero no preguntamos ¿qué es el espacio?, ¿qué es el tiempo? Hacemos experimentos con ratones, mas no preguntamos “¿qué significa para un ratón ser ratón?, o ¿con qué derecho el humano experimenta con ratones?”. Con frecuencia el humano utiliza a otros humanos y animales como medios para sus intereses personales que en nada les concierne o en mucho les perjudica; pero no preguntamos ¿qué es el humano?, sin hacer ninguna diferencia, entre persona, ratón y aparato técnico. En la vida ordinaria y por regla general, estamos tan inmersos en el mundo, vivimos automatizados, con piloto automático, como para ni siquiera poder formular tales preguntas. Es como si permaneciéramos en un estado de inconciencia, de somnolencia o durmiendo (la idea de que la vida es un sueño es legendaria en la literatura universal). Y el filósofo es quien perturba nuestro sueño; sus preguntas problemáticas son el wake-up call a vivir despiertos, conscientes, atentos.
Empezamos a despertar cuando comenzamos a pasmarnos, asombrarnos. Es por eso que desde Platón la capacidad de asombro se considera como el comienzo de la filosofía: “Pues ésta es la experiencia característica de un filósofo: el asombro. Ahí, en efecto, comienza la filosofía y en ningún otro lugar, y parece que quien llamó a Iris hija de Thaumas no iba desatinado en cuanto a su genealogía” (Teeteto, 155d.). Iris es el arco iris, que aún hoy continúa asombrándonos en su magia y esplendor, como cuando los enamorados están ante un arco iris, símbolo de la verdad de su amor. Y Thaumas, el dios marino, padre de Iris es precisamente el asombroso. Aristóteles reafirma: “Pues mediante el asombro empiezan a filosofar los hombres, lo mismo ahora que en tiempos pasados” (Metafísica, libro I, apartado 2, 982b 12-13).
El filósofo no se asombra de lo extraordinario, sino de lo habitual. Algo que generalmente ya no suele causar asombro. Así como dejamos de percibir un sonido cuando lo escuchamos de continuo, como ocurre por ejemplo con el oleaje del mar (yo nací frente a la playa), así también dejamos de prestar atención a lo corriente, justo porque nos hemos habituado a ello. Para el filósofo, lo habitual se convierte en extraordinario, en aquello que merece nuestro asombro, por consiguiente, nuestro cuestionamiento: ¡preguntar! La filosofía no necesita, a diferencia de la religión, de milagros y espectáculos sobrenaturales. El filósofo se convierte, por así decir, en un “especialista” de aquello que en razón de su omnipresencia insignificante por rutinaria, ya ni siquiera merece atención, asombro, contemplación, deseo de interrogar. El filósofo tiene algo que decir sobre lo que por lo demás nadie dice nada. Tiene que hablar de aquello sobre lo que todo el mundo calla, no por no verlo, sino porque no lo “notan”. Como lo que pasa inadvertido suele ser algo común, ocurre que a diferencia del especialista de una disciplina determinada, el filósofo es el científico de lo general. Y lo general es teórica y prácticamente todo.
Contenidos. Podemos resumir las ideas anteriores diciendo que la filosofía tiene el todo como objeto, la razón como medio y la sabiduría como fin. Son ilimitados los contenidos a filosofar. Cualquiera de estos temas es oportunísimo para empezar a filosofar en la escuela.
Realidad. Causalidad. Azar. Principio. Tiempo. Espacio. Cambio. Permanencia. Ser. Conocer. Verdad. Mentira. Razón. Mente. Emociones. Poder. Libertad. Igualdad. Equidad. Justicia. Lenguaje. Sufrimiento. Bien. Mal. Sufrimiento. Muerte. Felicidad. Paz. Guerra. Política. Derecho. Estado. Ciudadano. Ciencia. Técnica. Arte. Amor. Educación. Escuela. Naturaleza. Cultura. Conciencia. Trascendencia. Religión…
Todo contenido de reflexión filosófica reviste la forma de preguntas sobre el qué, por qué, cómo, para qué, quién. En términos generales podemos identificar cinco grandes cuestiones que por milenios se han pensado filosóficamente.
a) ¿Qué es lo que existe? Es la pregunta básica de la doctrina de lo que existe, de la doctrina del ser (“doctrina” en el sentido aristotélico de conjunto ordenado de ideas sobre algo, la ciencia, la sabiduría, no en el sentido de rigidez dogmática que suele entenderse hoy). Y en vez de doctrina del ser podemos también decir de la realidad, qué “es” lo real. Aristóteles y muchos otros filósofos hasta nuestros días han considerado la cuestión acerca de lo que “es” como la pregunta fundamental de la filosofía. Cuando decimos “no todo lo que parece ser, lo es realmente” sobre una persona o una cosa, estamos diferenciando lo aparente de lo real, una importante diferencia que hizo el filósofo I. Kant (1724-1804), entre lo que se nos aparece como fenómeno y lo que en realidad es en cuanto noúmeno.
b) ¿Qué es el conocimiento? Esta es la cuestión fundamental que el filósofo francés René Descartes (1596-1650) antepuso a todas las demás. Porque el problema que él se plantea, es si no será un engaño todo aquello que nosotros creemos conocer, de modo que nuestra vida sería comparable a un sueño. Pero la finalidad de esta pregunta no es la de demostrar que nuestra vida es efectivamente un sueño (como lo hace un devoto de Vishnu). Mediante un proceso de duda radical, es decir, la que afecta de raíz nuestra capacidad para conocer el mundo tal como es, Descartes quería más bien llegar a lo que es indudablemente cierto. La pregunta “¿qué es lo que conocemos?” se transforma entonces en la de “¿cómo podemos conocer algo, al saber con certeza que lo conocemos?”.
c) ¿Qué es lo que decimos? Es la cuestión básica de la filosofía del lenguaje. Esta pregunta extiende la duda cartesiana de nuestro conocimiento al símbolo primario de comunicación, el lenguaje. ¿Es el lenguaje simplemente un medio para expresar nuestras ideas? ¿O puede también servir para orientar nuestras ideas en una dirección falsa? ¿Qué relación hay entre lenguaje y realidad, lenguaje y pensamiento? ¿Podría la palabra ejercer su poderío sobre la mente al extremo de dominarla? Entonces, ¿cómo es eso, por qué? Ludwig Wittgenstein (1889-1951) es uno de los pensadores más importantes entre aquellos que han convertido el conocimiento del lenguaje en la cuestión central de la filosofía. La pregunta “¿qué es lo que decimos?” se transforma para él en la de “¿Cuál es el significado de lo que decimos, o cuál es el significado de una palabra, o tiene sentido o no esa palabra?”.
d) ¿Qué es la verdad? Esta es la pregunta básica en una de las cuestiones fundamentales en la historia del pensamiento filosófico. Pero como no entendemos lo suficiente la expresión “verdad”, la doctrina de la verdad ha de empezar por aclarar la significación del término “verdad”. Y establecer unos criterios para saber cuándo podemos tener por verdadera una cosa, y cuándo por falsa otra cosa, o la misma que antes creíamos verdadera, pero, a juzgar por los criterios o estándares de verdad, ahora nos percatamos estábamos en un error. Y como ante esta cuestión pueden darse varios criterios contrarios, la filosofía tendrá que indagar finalmente cuál es el criterio de mayor fuerza racional, de más precisión científica o de mayor coherencia lógica.
e) ¿Qué es lo bueno? Esta es la pregunta fundamental de la ética, porque la ética es la teoría filosófica de lo bueno. Y dado que también decir “bueno” no se entiende por completo, o es una palabra elástica si no se aclara, incumbe a la ética explicar ante todo el significado de la expresión “bueno”. Pero aquello que es bueno también convendría o habría que hacerlo. Así, la pregunta ¿qué es bueno?, lleva a la cuestión ¿qué debemos hacer?, y ambas referidas a ¿existe una vida buena para el ser humano?
Simplificando mucho las cosas podemos decir que en la Antigüedad y Edad Media ocuparon principalmente las cuestiones del ser; en la Edad Moderna se plantearon sobre todo las cuestiones de la teoría del conocimiento -también llamadas gnoseología o epistemología-; en el siglo XX han adquirido especial relevancia las cuestiones atinentes a la filosofía del lenguaje o el análisis conceptual; ahora en el siglo XXI retorna la filosofía a reflexiones de la antigüedad -aristotélicas, estoicas, gnósticas- sobre el sentido de la vida, la finalidad del ser humano. También las preguntas, los problemas y las cuestiones filosóficas su juventud, su período de esplendor y en ocasiones su ancianidad, en la que pasan a un segundo plano. Otras cuestiones, en cambio, son más específicas de determinadas épocas de la filosofía. Claro está, en estas preguntas del “qué” no quedan formuladas todas las cuestiones. Pero en ellas están grandes ideas filosóficas que deberían ser parte de la formación escolar.
En un sentido, la filosofía no es provechosa para nada, si se pretende entenderla como un instrumento de solucionar problemas. El pensar filosófico no consiste en el descubrimiento de nuevos hechos ni tampoco el desarrollo de nuevas tecnologías, ya sea para la producción de pan o la producción de bombas. La “utilidad” de la filosofía radica en la elaboración y el afinamiento de los planteamientos, que las preguntas y problemas se planteen de modo comprensible, que hagan sentido, porque es frecuente planteamientos absurdos, preguntas sin sentido y falsos problemas, que hacen perder tiempo en elucubraciones tontas. Pero el hecho de que podamos plantear las cuestiones o ideas filosóficas, se debe no sólo a que vivimos en la oscuridad de la caverna, sino a que somos conscientes de la oscuridad; y en ocasiones vemos la luz que penetra la oscuridad. Entonces experimentamos algo de la liberación que habla Platón en el mito de la caverna (República, libro VII, 514a-515a.).
Entonces podemos reconocernos como aquél género que pasa de la oscuridad a la claridad: el humano. Porque no sólo se vive de pan, ni sólo se es destruido por bombas.
No comments:
Post a Comment