¿Para qué educar? ¿Por qué educar? I
1. ¿Para qué? es una pregunta que supone que una acción se hace para algo, es instrumental, su intención o razón está fuera de ella. ¿Para qué estudias en la universidad? El “qué” es tu razón que sueles dar en respuestas encadenadas, una pegada a la otra. Estudio para obtener un título, título para conseguir buen trabajo, trabajo para ganar dinero, dinero para… son muchas razones de “para qué” estudias en la universidad. Observa que las razones están fuera de la acción de estudiar. Son, por así decirlo, los medios para fines externos al acto-en-sí. Aprender a nadar ¿para qué?, para ser salvavidas, aprender leyes ¿para qué?, para ser abogado. Etcétera. Hay infinidad de acciones en nuestras vidas son medios para otra cosa. Ahondemos más a fondo en este asunto de sumo interés a quienes filosofamos la educación. Preguntemos ahora: ¿habrá actos sin para qué, acciones cuyo fin sea inherente a la misma acción?, ¿habrá motivaciones o intenciones de hacer algo que no tengan un para qué externo que las justifique?, o dicho de manera más positiva, ¿habrá acciones que al hacerlas ya se tenga su justificación, su gratificación, su recompensa, el gozo de efectuar la acción?
2. Te propongo considerar la educación como esa acción humana que en sí misma contiene su finalidad. Quizá te parezca extraño pensar eso a primera vista. Es que la “educación” (usemos la palabra entre comillas para significar que es muy elástica, que estira su definición hasta donde se quiera concebirla), repito, es que la “educación” es un concepto teórico y abstracto, y a la vez, una experiencia concreta o práctica, con la cual estás familiarizado porque la has escuchado y vivido durante muchos años “educándote” en escuelas y ahora en la universidad. Esa familiaridad es engañosa porque uno puede creer o pensar que conoce bien qué es la educación por haber estado incontables horas haciendo actos que se llaman “educativos”. Cuando eras niño y llorabas para no ir a la escuela, algún familiar te habrá dicho “tienes que ir para que no sea bruto, tienes que ir a educarte”. Y te forzaron ir al kínder en contra de tu recién estrenada y entrenada voluntad de querer y poder decidir. Apunta esa idea: usar el poder de la voluntad para decidir entre opciones y escoger la más adecuada o correcta, es uno de los mayores logros de la mente humana, y una de las grandes conquistas de la persona “educada”. Es una idea fundamental que defenderé filosóficamente en este curso. Volvamos a tu kínder. La familiaridad con la palabra “educar” también puede hacerte pensar, desde que te llevaron al preescolar, que la educación es lo que hacen las escuelas. ¿Qué hacen las escuelas? Pues te “educan” con unas maestras que enseñan unas asignaturas en horarios en salones. Lo que enseñan está más o menos prescrito en lo que se llama “currículo”, palabra que en latín significa carrera, primero era un corre-corre militar, y luego fue una carrera deportiva que simulaba guerras. Un curriculum vitae a un documento que escribes para documentar logros académicos, laborales y otros registros que señalan lo inteligente, culto y buena persona que eres para impresionar al buscar trabajo. Es decir, la carrera de pelear que has tenido en la lucha por vivir. Curiosa palabra esa de currículo.
3. Entonces, es fácil pensar, por esa familiaridad existencial y lingüística, que la educación es lo que se aprende en las materias escolares, o en lenguaje más pedagógico, que la educación es lo que se enseña y se aprende en los conocimientos académicos de asignaturas o materias que tienen nombres muy particulares y grandes en educación: álgebra, historia, cívica, física, mandarín (algún día lo aprenderemos en vez de inglés), y por ahí va la lista de tus cursos. Así, si te pones a jugar en el patio con amiguitos, esa no es una actividad “académica” porque ese juego no es un conocimiento (ahí va otra palabrita fuerte y densa: epistemología), repito, no es conocimiento con epistemología legitimada en la tradición de los conocimientos que tienen propiedad privada en expertos académicos que los enseñan en salones y laboratorios. Así, si te sientas a contemplar internamente qué vas a hacer con tu amigo que se enamoró de ti pero no te interesa, y no sabes qué decirle porque no quieres herir sus sentimientos, y la maestra te pregunta ¿qué haces?, y le dices filosóficamente “estoy meditando qué hacer con mi vida”, eso, hija mía, no es un acto académico legitimado en el currículo escolar, por lo cual estás distraída perdiendo tu tiempo. ¿Intuyes cuán interesante es filosofar la educación?
4. Dile al maestro, “Míster, por favor, déjeme tranquila que estoy haciendo el acto educativo por excelencia, conocerme a mí”. Ruega al Cielo que tu maestro haya estudiado cursos EDFU con los excelentes docentes de esta Facultad. Si tuvo esa fortuna, te comprenderá.
5. El fin de la educación es educar. El fin de la meditación es meditar. El fin de una creación artística es crear un arte. El fin de dibujar es dibujar. El fin de jugar es jugar. La acción-en-sí es ya gozarla. No es necesario pretextos, excusas, razonamientos complicados, justificaciones sofisticadas, que den una explicación de por qué lo hago más allá del placer de hacerlo. El fin de la acción (fin como finalidad, propósito, intención, motivo) es hacerla pues es una acción que se autosatisface a sí misma. Mi preferida es sentarme sin hacer “nada”. ¿Qué haces? me pregunta alguien y respondo sonriente “nada, disfruto estar conmigo”. Es un acto educativo emblemático de educarse: el contentamiento de estar conmigo. No es narcisismo egolátrico. Simplemente es amarme.
6. Pero en la vida no todo es blanco o negro. Hay mucho gris intermedio, matices de colores en acciones con ambas significaciones: para qué en sentido de razones externas y por qué en sentido de que lo hago porque quiero, me da la gana, siento las ganas del placer de hacerlo…
En filosofía y ciencias sociales se usa un lenguaje técnico para analizar dos tipos de acciones: la lógica de actos con fines instrumentales y la lógica de actos con fines inherentes. Esto nos interesa a la filosofía educativa porque el motivo, la necesidad, el interés, la justificación o la racionalidad de educar dependen de clarificar si los actos educativos son instrumentales para otros fines o actos con fines inherentes o una combinación de ambos.
Continuamos.
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