Moralizar
Un moralista es quien busca imponer a otros su visión de cómo deben vivir y comportarse. Todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión sobre qué constituye una conducta aceptable, en razón de creencias que considera las más apropiados. Todos tienen derecho a expresarlo tan convincentemente como puedan, con argumentos que justifican su opinión. Pero los moralistas van mucho más lejos. Ellos quieren no sólo que los otros se adapten a sus opiniones, sino que intentan lograrlo mediante la coerción, empleando medios desde la desaprobación social al control legal, ésta última la opción preferida. Al forzar a otros a someterse a sus preferencias demuestran, como mínimo, insensibilidad, intolerancia, incapacidad de empatía, ausencia de entendimiento, ignorancia de intereses y necesidades alternas de la experiencia humana, y arrogancia en la creencia de que el suyo es el mejor camino. Defienden sus acciones diciendo que intentan proteger a otros del mal, reclamando de ese modo para sí no sólo el monopolio del juicio moral, sino también el derecho a decidir por otros lo que es bueno para ellos.
Cuando los moralistas atacan a las legislaciones liberales sobre temas como homosexualidad, aborto, prostitución, censura, hijos ilegítimos, separación de estado y religión, y asuntos similares, es su manera de manifestar hostilidad y odio a los estilos de vida que ellos personalmente rechazan; e imponer, en cambio, sus propias opciones, bajo la fantasía tradicionalista de “moral familiar”. Aseguran representar a la mayoría de la opinión pública -una bestia poco de fiar a la que pocos de ellos quisieran representar en otros temas- pero esa es una maniobra deshonesta, hipócrita. Sus verdaderos motivos son el miedo a actitudes y prácticas más relajadas de lo que ellos pueden permitirse: su timidez, sentimiento de culpa, ansiedades religiosas, su miedo a que ellos puedan ser o sean, digamos,, homosexuales o libidinosos, y más motivos personales que los llevan a impedir que el resto del mundo piense, vea o haga, lo que ellos tienen miedo de pensar, ver o hacer. O que de hecho hacen.
Cuando el cuerpo político es inmune a los moralistas, como en países civilizados del norte europeo, éstos aparecen meramente como figuras cómicas o patéticas, pedantes y cascarrabias que se quejan echando culpas a todo el mundo, rasgando sus vestiduras iracundos contra todo aquello que sea diferente a ellos mismos -o se parezca demasiado a sus propios deseos culpables-. Cuando el cuerpo político no es inmune a ellos, entonces son un peligro, causando no sólo irritación e inflamación en la convivencia social civilizada, sino, directamente, haciéndole la vida imposible a la gente cuyo estilo de vida difiere de ellos.
Cada época piensa está en crisis. Las cosas han empeorado, dicen los moralistas. Aumentan las desgracias -crimen, drogas, divorcios, libertinaje sexual- y baja la calidad de vida. Los moralistas tienden a pensar que la época que viven es tan atroz que quizá sean signos apocalípticos. Tales sentimientos son lamentables, porque parten de la premisa de una creencia según la cual, en algún lugar o alguna vez el mundo tenía algo que desde entonces ha perdido -una era dorada en la que no existían ni peligros exteriores ni ansiedades internas-. Los moralistas se apresuran a ensalzar los valores de su religiosidad, y aseguran que si retornamos a ellos lograríamos superar los problemas de nuestra sociedad supuestamente desmoralizada. Dicen tenemos que abrazar la vida familiar de hombre y mujer (aunque él goce de amantes), trabajar duro, etc.
¿Cómo “medir” la desmoralización de la sociedad? Un parámetro frecuente elegido por Republicanos en EU, es el incremento de lo que denuncian como “nacimientos ilegítimos”. La mera noción de “ilegítimo” es tan anacrónica que uno se pregunta si los moralistas tienen siquiera un mínimo de entendimiento de los problemas de la sociedad moderna. Porque no hay nada remotamente malo en el nacimiento de hijos de padres no casados; pero sí es una infamia que haya niños que crezcan en la miseria y una tragedia que haya niños que crezcan con padre y madre legalmente casados sin amor. Todos los casamientos del mundo no han impedido que millones de niños nacidos en países con arraigo en religiones propensas al moralismo y fanatismo, se vieran física, mental y moralmente atrofiados por las iniquidades e injusticias de las sociedades donde la pobreza es demoledora y las fuerzas del mercado convierten la prostitución infantil en una de las principales industrias mundiales.
Quienes estamos en un cómodo lugar en la cadena alimenticia, nos gusta mucho la idea de que quienes se encuentran en un nivel inferior se comporten bien, obedientes, limpios, viviendo vidas ordenadas, sobrias, autosuficientes,, manteniendo a hijos bajo control, trabajando no importa el salario porque deben agradecer trabajar en tiempos de desempleo, y en general, que no estorben. Así que hacemos una llamada a la moral personal de otros porque así nos conviene. Pero exhortar a las personas a ser sujetos morales desde la escuela o el púlpito, rara vez funciona. La solución moralista al crimen es exhortar a la gente a que sean devotos, pidan fe a un Dios -antropomórfico, para colmo-; imaginen la respuesta que uno podría recibir al sugerirle semejantes cosas a un asaltante.
El único modo práctico de que la gente mejore es a través de la moral comunitaria, esto es, una concepción -que se llega por medio del diálogo y la reflexión en nuestros mejores momentos de tolerancia y sentido común- sobre la manera, como sociedad, en que podemos ordenar nuestros asuntos rumbo a la equidad, la justicia y la dignidad. Pobreza, ignorancia, mala salud, desigualdades y crimen, no son meramente males en sí mismos, son un despilfarro de los recursos comunitarios -humanos, materiales-. Combatirlos requiere imaginación, inteligencia y determinación, y también inversión de capitales en donde realmente es necesario para el bien común.
La solución moralista es desear en vano que los pobres desaparezcan, que los ignorantes y criminales lean libros religiosos y se vuelvan más buenos; pero la única ventaja de este punto de vista es que es más fácil para el resto de nosotros. A estas alturas deberíamos haber aprendido con lo que vemos en nuestras calles y grandes ciudades, donde pordioseros y enfermos y drogadictos extienden sus manos, como en tiempo de Jesús, y duermen en las puertas de negocios y debajo de puentes, y se hacen delincuentes por desesperación; a estas alturas deberíamos haber aprendido, que los exhortos morales no son, en sí mismos, la respuesta.
Pedro Subirats Camaraza
No comments:
Post a Comment