Thursday, July 25, 2013

Conciencia del Presente I

Conciencia del Presente I

Imagínate cómo sería tu día si al despertar cada mañana, y durante el día, te acompaña este pensamiento de Facundo Cabral: 

“De mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo; ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los noticieros que te envenenan desde la mañana, a los que quieren dirigir tu vida por el camino perdido. Ahora mismo le puedes decir basta al miedo que heredaste, porque la vida es aquí y ahora mismo. Que nada te distraiga de ti mismo, debes estar atento, porque todavía no gozaste la más grande alegría, ni sufriste el más grande dolor. “  

El cantautor latinoamericano, gracias a su sensibilidad, toca el corazón humano, el espacio interior sagrado en que habitan verdades profundas que sólo el corazón intuye y conoce. ¿Qué nos dice el corazón? La voz sutil y silenciosa del corazón se puede escuchar si ponemos atención. Se llama corazonada, que intuye la verdad. No basta con sólo escuchar la voz. Necesitamos obedecerla y aplicar sus consejos. 

El corazón nos aconseja a vivir plenamente el momento presente. Es una de las enseñanza esenciales del misticismo y la filosofía perenne. Sócrates decía que una vida no examinada, no conciente, no vale la pena de vivir; examinar la vida es meditar para qué vivimos, qué sentido tiene vivir, qué hacemos en el mundo, qué debemos hacer por los demás, cómo ser felices, cómo vivir conscientemente.

Llega un momento en nuestra vida –tarde o temprano- en que esa voz interna del corazón nos llama, nos pone alerta, nos concita a vivir plenamente el presente.  Ese momento suele ser en tiempos duros y difíciles de una enfermedad mortal, de la muerte de un ser querido, cuando sobreviene una desgracia o una pérdida muy grande; o momentos existenciales de “crisis” en que una angustia generalizada, no localizada, nos hace dudar si vale la pena tanto sufrir; o momentos cuando tenemos la sensación de sentirnos extraños en el mundo, de que estamos en medio del bullicio de la gente, en una fiesta, en un alboroto, y repentinamente sentimos la extraña sensación de que estamos ahí pero no somos de ahí. 

¿Recuerdas tu niñez cuando filosofabas con espontánea naturalidad preguntando a mamá y papá ¿por qué, por qué? Tu pureza inocente de esa etapa te abría de par en par la conciencia a la verdad y la realidad. La conciencia eres tú. La con-ciencia es la ciencia de estar contigo plenamente presente. De saber quién eres, de amarte con amor generoso y compasivo, no narcisista ni egoísta.  

La conciencia de vivir el momento presente nos hace vivir de manera creativa y positiva. Se eliminan los patrones mentales negativos de experiencias pasadas que detienen y paralizan: rencores, resentimientos, venganzas, odios, despechos, amarguras, tristezas, vergüenzas, culpas. ¿Cómo liberarnos de esa rígida, negativa y estancada manera de pensar y de sentir que nos hace infelices? 

Grandes sabios desde la antigüedad hasta nuestros días, por más de 3,000 años, han legado sabiduría de vivir: Lao-Tsé, Confucio, Buda, Sócrates, Jesús, Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, Marco Aurelio, Epicteto, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Rumi, Tagore, Kalil Gibrán, M. Gandhi, Thomas Merton… son incontables sabios y místicos que practicaron el arte de vivir bien en medio de las duras pruebas del sufrimiento, sin amarguras, ni cinismo ni pesimismo. Al contrario, supieron cómo enfrentar, atravesar y salir de las pruebas más duras con una fe renovada, con mayor confianza, con más equilibrio, con fortaleza y paz interior. 

En apenas quince palabras se resume esta gran lección: 

Nunca desanimarse por el pasado, 
ni angustiarse por el futuro, 
sino vivir plenamente el presente. 

La clave es proponerse una norma de vida a partir de esas palabras. Palabras no para que floten en la mente con mera curiosidad intelectual, para sino hacerlas realidad, para que cobren vida concreta en la realidad cotidiana.

Imagínate jugando mentalmente con este juguete… Es un edificio en miniatura, un edificio mecánico. Si le quitas un tornillo o bisagra, inmediatamente se abren tres apartamentos independientes uno del otro. Esa imagen mental la podemos aplicar a nuestra vida. Yo soy ese edificio. Puedo dividirlo mentalmente en tres apartamentos nítidamente separados: el pasado, el presente y el futuro. Me propongo no ir a vivir con la imaginación al pasado, que está lleno de muertos, mis pasados muertos ya no existen, ya no hay nada que pueda hacer, porque dejó de ser real. Ni irme a vivir en el futuro que está lleno de los no nacidos, lo que podrá suceder pero también no suceder. 

Así, pues, de ahora en adelante, voy a dedicarme a vivir plenamente mi presente, la única realidad existente, con serenidad, tranquilidad, ecuanimidad, equilibrio. Vivir con conciencia del presente. Vivir con paz interior. 

Me haré el inmenso favor de cerrar la puerta que lleva al apartamento del pasado. Dejaré que los muertos entierren a los muertos, como en la enseñanza bíblica. No sobrecargaré mi hoy de ayeres muertos, ni añadiré miedos al futuro inexistente. Atenderé concientemente el único presente que soy, ahora y aquí. 

Un Gran Maestro de la Humanidad, Jesús de Nazarea, nos aconsejó que oremos por el pan de cada día. Jesús sabía la razón de ese sabio consejo, El sabía por qué orar sólo por el pan de hoy. ¿Por qué? 


Pedro Subirats Camaraza

Conciencia del Presente II

Conciencia del Presente II

Al decir que se viva plenamente el presente ¿no estaremos descuidando hacer planes para el futuro? Por supuesto que no. Eso sería irracional en los humanos, una especie que evoluciona a través del tiempo y que por necesidad tiene que ir superando las penurias del presente, proyectándose mentalmente al futuro, con la capacidad imaginativa de idear mejores condiciones en el por-venir. El poder de imaginar mejores opciones futuras pide dar pasos concretos en el presente. Así, la especie humana construye desde hoy su mañana. Proyecta la visión hacia un futuro que pudiera ser, pero ahora no es (una “utopía” realizable), y emprende esfuerzos para lograr lo proyectado. Somos seres con tendencia evolutiva de “planificar”, igual que infinidad de otras especies animales, desde insectos hasta mamíferos superiores. Hoy preparamos el mañana. Eso es hacer planes. 

La mejor forma de preparar el mañana es haciendo hoy lo que debemos hacer. Cuando Jesús recomendó orar el Padrenuestro, nos dijo: “Danos hoy nuestro pan de cada día” . No nos mandó a pedir el pan de todo el año, desde ahora, porque no quiere que comamos pan rancio y endurecido. Y tampoco nos recomendó que digamos: “Dios mío, qué peligro, viene un verano caluroso, un otoño terrible, una época de huracanes que nos va a tumbar las casas, nos pasaremos semanas sin luz ni agua, la vida está cara, esto nadie lo arregla, nadie puede confiar en nadie, el mundo se pierde, se nos acaba la comida, perderemos el trabajo…” 

No, Jesús no mandó a orar con esos miedos ni sustos, con esa angustia, no dijo que pusiéramos cara de tragedia, ni melodramáticos llorones como esas mujeres que contratan en velorios para caminar detrás del féretro dando gritos de llantos y sollozos. Jesús sencillamente aconsejó que pidamos hoy el pan de hoy y que dejemos para mañana pedir el pan de mañana. Porque el pan de cada día es el único que podemos comer cada día. ¿No es un consejo de puro sentido común? ¿Para qué andar afanados hoy por el pan que hoy no vamos a comer? La misma idea la expresaban los filósofos estoicos paganos Séneca, Cicerón, Marco Aurelio y Epicteto.  

Cuando Jesús recorrió los pueblos de su pequeño país, iba repitiendo de plaza en plaza y de campo en campo una bellísima frase, muy conocida, que repetimos (ver el texto completo Mt. 6, 25-34): “Por eso os digo, no andéis preocupado por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis… mirad las aves del cielo, no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?… Observad los lirios del campo, cómo crecen, o se fatigan ni hilan… Mi Padre Dios sabe muy bien lo que ustedes van a necesitar… no andéis pues preocupados del mañana, el mañana se preocupará de sí mismo…A cada día le basta su propio afán…”

¿Acaso podría uno pensar que éstas son palabras de un místico que no tenía los pies bien puestos sobre el suelo? Pues sépase que ese Jesús es uno de los seres más equilibrados, más sanos, más sabios y más realistas de la Humanidad. Hizo una revolución que cambió la faz de la historia. El sabía que andar hoy afanado por mañana es quemar energías inútilmente y sin verdadero provecho. Por eso dice “no se afanen”. Afanarse en pensar con susto y actuar con miedo. 

¿Pero no debo pensar en el mañana? Claro que sí, pero sin susto ni miedo, sin angustias, sin esa pre-ocupación que no deja ocuparnos de verdad, porque quien se pre-ocupa no se ocupa. Es indudable que debemos planear el futuro y preparar el porvenir por todos los medios: meditando, proyectando opciones, imaginando estrategias, definiendo la prioridad en cada momento, dando los pasos que son necesarios, hay que hacer todo eso, pero sin ansiedad, sin miedos, sin andar con rostros asustados. 

Se necesita un cambio de óptica mental. La diferencia entre el modo de pensar sano y correcto y el modo de pensar angustioso y tenso, es que el primero dedica tiempo a averiguar las causas que produjeron algún fracaso, para sacar de allí lecciones para el futuro, y analiza los peligros que se pueden presentar para evitarlos. En cambio, el modo de pensar equivocado dedica tiempo a entristecerse por fracasos del pasado, a maldecir por cosas que ocurrieron, a quejarse por las fallas que no se previnieron, a desanimarse por los errores, o peor, asustarse y angustiarse por los percances que pueden venir en el futuro. 

Por el contrario, la mente bien enfocada vive a plenitud  el tiempo presente. La conciencia del presente es un modo intuitivo de percibir la realidad de la vida. Es Kairós,"el momento justo", la divinidad mitológica griega y romana que invita a vivir la experiencia del momento oportuno. Los filósofos pitagóricos le llamaban Oportunidad. Kayros es el tiempo en potencia, tiempo atemporal, tiempo como duración del movimiento eterno, tiempo que se recrea constantemente, tiempo cualitativo de la ocasión, que es diferente al tiempo cuantitativo de la deidad mitológica Chronos, que rige el reloj, y nos rige tan inflexiblemente la vida. 

En Platón es el Bien. En Aristóteles es la Inteligencia Divina. En Plotino es lo Uno. Es la experiencia del “anjá”, de que llegó el momento adecuado para hacer algo, el momento maduro para tomar una decisión determinada, el momento de claridad, el “insight” que nos hace ver de manera diáfana una verdad. 

Vivir el momento presente nos sensibiliza para intuir la decisión correcta, la acción adecuada, la actitud apropiada, la conducta justa, etc., a esa situación particular. Las decisiones correctas son aquellas que brotan de una profunda vida interior de paz, de tener buena voluntad y buenas intenciones, del deseo sincero de hacer el bien. 


Pedro Subirats Camaraza 

Conciencia del Presente III

Conciencia del Presente III

Entonces, una buena regla de sabiduría en el arte de vivir podría ser:
            
…sólo un día cada día, lo demás déjalo en manos de Dios...

Es que un día no nos asusta tanto. Lo que nos aterra y nos puede paralizar de miedo es el ponernos a pensar en las preocupaciones que nos traerán 365 días o en los próximos 3,650 días de los diez años que vienen. Eso aplasta hasta al más valiente. Pero un día cada día ¿quién no es capaz de sobrellevarlo?

Momento a momento, viviendo el instante presente, eso se puede llevar con facilidad y serenidad, se soporta la carga si es pesada. Estar con-centrado en el momento presente nos trae paz y calma, aún en medio de la tormenta por la que estemos “atravesando”. El ayer –que no existe- lo confiamos a la misericordia y el perdón; el mañana –que tampoco existe- lo dejamos a la Providencia que provee lo necesario. 

Cada hora de este día me afano por lo que hago, con la plena conciencia de hacer lo que debo hacer. Segundo a segundo, un paso a la vez, hasta que lleguen las horas que faltan para el sueño de la noche. Y por el día siguiente no me afano, no me pre-ocupo, porque llegará al levantarme. Si me levanto en la Eternidad, pues ese momento se disfrutará… a su debido tiempo en que desaparece el tiempo. 

Basta pues de nerviosismos inútiles que entorpecen la alegría de vivir y la paz del corazón. Los días de la vida son como un reloj de arena. El reloj de arena consiste en un embudo por cuya boca van pasando continuamente los granitos de arena, poquito a poco, cada uno a la vez, a su debido tiempo, sin prisa ni apurándose, pero terminan por pasar todos. Si nosotros quisiéramos que los granitos de arena pasaran más aprisa y rápidamente dañaríamos el reloj y éste ya no marcaría bien los segundos, los minutos, las horas. 

Imagina esta metáfora. Somos como relojes de arena. Cada día tiene que pasar por esa boca estrecha del reloj los miles de granitos de arena que componen la existencia de cada día. Pero uno después de otro. No todos al mismo tiempo. Y no podemos pretender que hoy pasen los granitos de arena que tienen que pasar mañana, ni que a las 9 pasen los que pasarán a las 12. 

Y si no aguardamos con paciencia a que cada granito pase a su tiempo, vamos a dañar y a destruir ese reloj que es nuestro sistema nervioso. Observe la vida. Fíjese cuán sorprendente es la vida. Es una combinación de azar, deliberación y Providencia. Algunas cosas las planificamos. Otras vienen por el azar, la suerte. Y otras nos parecen que ocurren por Providencia, como si una mano invisible abriera el camino. Es un gran misterio. Nadie sabe cuándo o cómo esa combinación se mezcla en un granito de arena. 

A veces nos sentamos deliberadamente a planificar algo, que podría o no ocurrir. Otras veces nos pasan o acontecen cosas, por buena o mala suerte; estábamos en ese lugar, a esa hora, con esa gente, haciendo eso, pues entonces lógicamente nos ocurrió eso. Otras veces viene un suceso, una persona, una palabra, una lectura, lo que sea, y de repente nos damos cuenta de que es un “mensaje” con una lección para nosotros, una oportunidad que se abre, un aviso para prestar atención… 

Plan, Azar o Providencia, hacen que los granitos estén a su hora exacta.  

Dejemos a cada acontecimiento llegar a su tiempo. Planifiquemos lo necesario. Hagamos la acción requerida. Estemos alertas a no descuidarnos, por si acaso la suerte o el caos están actuando. Y dejemos a Dios hacer su Voluntad. De seguro que sabe mejor que uno lo que más nos con-viene. Sin pretender que pasen hoy por nuestra mente las penalidades que pueden o no llegar mañana. Y sin resentir los sucesos que ya pasaron. Así realizamos el trabajo de cada día con eficiencia y sin fatiga, sin sensación de angustia y agotamiento que nos cansa y perturba. 

Estamos viviendo el presente entre esos dos falsos tiempos: pasado y futuro. La culpa del pasado se cura con perdón. El miedo al futuro se cura con la confianza en la Providencia. Así de simple, sin trucos mentales, sin terapias costosas, sin medicamentos artificiales. Confiar en Dios. Perdonar. ¿Habrá mejor fórmula para vivir? 

Los estoicos, antiguos filósofos de sabiduría práctica con sentido común, solían repetir cada día estos dos lemas: 

carpe diem (aproveche el día presente) 
age quod agis (haga bien lo que debe hacer, no se distraiga en otras cosas) 

Los estoicos anticiparon hace miles de años los experimentos modernos de las ciencias cognitivas, que plantean la eficacia mental de vivir en el “flow”, el fluir de la acción que estamos haciendo, en el estar con-centrado en lo que hago ahora, en estar atento, inmerso en la ocupación que me absorbe sin distracción. 

Fluir como el agua, que se adapta con flexibilidad y fluidez a cada recodo. Fluir en cada momento dando lo mejor de uno. Fluir con plena conciencia del presente eterno, kairós. Fluir con la conciencia despierta que brota del corazón compasivo.

Esa vida vale vivirse en paz, sin causar mal a otros, sin ofender a nadie, sin maltratar ninguna vida –animal, ecológica, humana-, vivir una vida en que ayudemos a aliviar todo sufrimiento. Todo pasa, todo se perdona, todo acontece ahora en este instante de vivir conciente-mente, amorosa-mente.  

Pedro Subirats Camaraza

Repensar de nuevo

Repensar de nuevo

En nuestro muy incierto y altamente complejo mundo actual, la sociedad y sus organizaciones requieren el desarrollo de un amplio espectro cultural y fluido, útil para orientarse en los vendavales con los que deben enfrentarse y con los problemas imposibles de conocer o anticipar antes que ocurran. Por espectro cultural me refiero a modos de pensar y vivir la realidad, y fluido porque la realidad no es estática ni fija en tiempo y lugar, sino en movimientos constantes, muchas veces en caos, sin dirección y sin control, no obstante lo  que digan racionalistas y voluntaristas antojados en ordenar las cosas a su capricho y arbitrio.

Se hace cada vez más necesario crear una atmósfera de repensar en que la gente en general y los miembros de las organizaciones en particular, a todos los niveles, se dispongan a comprender el mundo y responder con sabiduría a las vicisitudes actuales. Las cosas son como son, y pueden ser como pudieran ser. Mucho que es, es no sólo insatisfactorio, sino salvaje y brutal. Las cosas son como son, pero no tienen por qué ser así. En este sentido, al menos son cuatro los componentes necesarios para crear e internalizar un paradigma proactivo que permita repensar y responder a las nuevas situaciones. 

En primer lugar, teorizar sobre los fundamentos de la conducta humana en todos los saberes, a partir de las nuevas situaciones, efectuando una revisión crítica de los modelos mentales que sustentan las concepciones vigentes de la realidad, del ser humano, del conocimiento, del bien, y los modos de organizarse en grupos para propósitos comunes. En segundo lugar, teorizar sobre los fundamentos sistémicos y orgánicos de las organizaciones, practicando una revisión crítica de la teoría organizacional sobre la que se sustenta el diseño y funcionamiento de las organizaciones. En tercer lugar, conjugar teoría y práctica de tal modo que, en la interacción de pensar y de actuar, las personas se apropien de aprendizajes significativos que transformen sus vidas, y en lo posible, de las organizaciones, sobre todo, si ejercen liderazgo. Finalmente, en cuarto lugar la creación de métodos que hagan esto posible.
… 

Hagamos una suposición acerca de la naturaleza de las cosas, a saber, que los posibles resultados que una persona imagine respecto de una acción que él o ella pueda ejecutar, no se pueden enumerar a partir de un conocimiento, por completo que sea, de lo que es y de lo que ha sido. De aquí se deducen, entre otras, dos cosas. La decisión, mediante la cual una persona identifica y elige aquel de sus posibles actos que promete o sugiere el resultado que desea, no es una mera respuesta a las circunstancias, y contiene un elemento de inspiración o intuición -creatividad pudiera ser otro concepto-, que introduce una novedad en la secuencia histórica de las situaciones. La decisión se convierte así en el centro de una incesante creación de historia, y adquiere el significado que le dan la intuición, inspiración, creatividad, que son actitudes abiertas y activas, sin miedo a la vida, en vez de hacer -como pretenden racionalistas y voluntaristas- un cálculo secuencial de la conducta humana, un pasivo eslabón en cadenas de sucesos inevitables. En segundo lugar, al analizar la decisión, el empleo de una variable de incertidumbre distributiva, es decir, la probabilidad, resulta en un principio inadecuado, y ha de dar paso a una variable de incertidumbre no distributiva, es decir, como la posibilidad, entendida como una variable diferenciable de alguna manera en la emoción, la cognición y la espiritualidad, manifiesta en sorpresa del acontecimiento no previsto, en epifanía en un instante de lucidez, en asombro ante el misterio, en revelación de una idea.

El desafío está planteado. Libertad, inspiración, comprensión del mundo, fijación de propósitos, tesón por alcanzarlos, disponibilidad a crear de nuevo. El desafío es concreto, aunque nada sencillo: abandonar cualquier determinismo, dogmatismo, fundamentalismo, y aceptar la complejidad y la incertidumbre -el caos- como los puntos de partida de toda decisión, y todo conocimiento. 

Si tuviésemos que tener una definición precisa y exacta de los problemas, antes de proceder a estudiarlos o investigarlos, y antes de proceder a buscarles soluciones, y si para obtener la definición precisa y exacta tuviésemos que basarlas en adoptar una disciplina del conocimiento científico, intelectual, profesional, entonces la precisión exacta, y supuesta claridad que brinda la definición, se convierte en mayor confusión y frustración; entonces, los problemas iniciales se escapan de la comprensión, y lo que es peor, si se efectúan investigaciones y aplican soluciones, los problemas se agravan y esconden sus raíces. Al seleccionar un área del conocimiento o de una profesión, eliminamos otras rutas en las que pudimos explorar la naturaleza y dimensiones de los problemas y de las situaciones. En este sentido, la precisión, la claridad y la definición son un precio demasiado alto que pagar para entender y resolver los problemas, y para vivir eficazmente.

En la medida que universidades -y sistemas educativos en general- fragmenten conocimientos en parcelas custodiadas por la policía académica que se apropia del conocimiento, es decir, expertos; en la medida que se prosiga separando el conocimiento del ser humano, la vida y el mundo en fronteras de departamentos y facultades, en esa medida se incrementa la incapacidad universitaria para entender el mundo, la vida y el humano. Al faltar entendimiento, y actuar con un entendimiento deformado, las acciones se hacen torpes en el mejor de los casos, y perversas en el peor. 

Las ideas que tienen un arraigo superficial pueden cambiarse fácilmente, pero no ocurre lo mismo con las que nos exigen reorganizar nuestra imagen del mundo. Por el contrario, estas despiertan hostilidad. No obstante, desde hace mucho tiempo escuchamos hablar cotidianamente acerca de cambios profundos, significativos, velocísimos y amplios, es decir, cambios que exigen transformar nuestra imagen del mundo. 

Pero la frecuencia con que se pronuncian esas palabras hace que ya no nos conmuevan, que carezcan de verdadero significado y que hayan pasado a engrosar el nutrido conjunto de clichés con que nos sentimos seguros y confiados en nuestra vida diaria. Para las organizaciones humanas en particular, y de modo muy particular, para las universidades, ese nuevo cliché se ha convertido en la amenaza más peligrosa, incluso fatal, porque una vez vaciado de sentido, el cambio ya no les preocupa ni inquieta, cuando -en verdad- debería estremecerlas. Algunas instituciones de la sociedad, pongamos por caso, los partidos políticos y las iglesias -los ámbitos del poder religioso y del poder político- son naturalmente propensas al acomodo de las palabras que ocultan la realidad, esto es, son organizaciones que les conviene el uso reiterado del doble lenguaje paradójico, por un lado, hablar de la necesidad del cambio y la importancia de ser pertinentes a los nuevos tiempos, y por otro lado, no hacer nada al respecto. El poder tiende a autosatisfacerse en sí mismo, como fin, no como instrumento, en consecuencia, personas en poder se incrustan. Pero la universidad es el único espacio en sociedades libres, democráticas y pluralistas en que se busca la verdad -en verdad-, donde quiera que se encuentre o se descubra, y por cualquier camino que instrumente la búsqueda, sin más límites que no sean la inteligencia, inventiva y decencia humana. 

Las fuerzas del cambio actúan como avalanchas que pueden destruir a las organizaciones y a sus líderes. Sin embargo, los mapas conceptuales con que tratamos de comprenderlas y enfrentarlas están profundamente impregnados de determinismo y reduccionismo. Los esfuerzos de formulación de objetivos y ejecución de estrategias no han escapado de esa influencia sino que, por el contrario, han intentado resolverse mediante abordajes analíticos, mecanicistas y cuantitativos, preocupados por la modificación de las partes e incapaces de alertarnos a percibir totalidades complejas. 

Los conocimientos, en especial de las ciencias, ya incorporan el desorden, lo discontinuo y lo impredecible como coordenadas de sus desarrollos conceptuales. Las organizaciones comienzan a interpretarse como sistemas orgánicos adaptativos, que responden a una dinámica no lineal, en constante interacción con el entorno, sin precisión de bordes ni de interfaces claros, lo que significa deben ser entendidas como procesos caracterizados por un perpetuo estar haciéndose sobre la marcha. La arrogancia determinista se niega a reconocer, en función de los avances científicos actuales y potenciales, que la mayoría de las cosas que suceden a nuestro alrededor son imprevisibles. Que sabemos muy poco. Que convivir con el caos es un  factor crucial de supervivencia. Que mantener dos o más ideas simultáneas y contradictorias en la mente, sin sentirse incomodado, es un factor crucial de la inteligencia. Que ello es mucho más eficiente y efectivo que lamentarse de no poder vivir en un mundo más previsible y mejor controlable, pero -por eso mismo- más gravemente distorsionado y peligroso.

Así, conviene a ciudadanos democráticos repensar las cosas de nuevo. 
   

Pedro Subirats Camaraza

Moralizar

Moralizar

Un moralista es quien busca imponer a otros su visión de cómo deben vivir y comportarse. Todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión sobre qué constituye una conducta aceptable, en razón de creencias que considera las más apropiados. Todos tienen derecho a expresarlo tan convincentemente como puedan, con argumentos que justifican su opinión. Pero los moralistas van mucho más lejos. Ellos quieren no sólo que los otros se adapten a sus opiniones, sino que intentan lograrlo mediante la coerción, empleando medios desde la desaprobación social al control legal, ésta última la opción preferida. Al forzar a otros a someterse a sus preferencias demuestran, como mínimo, insensibilidad, intolerancia, incapacidad de empatía, ausencia de entendimiento, ignorancia de intereses y necesidades alternas de la experiencia humana, y arrogancia en la creencia de que el suyo es el  mejor camino. Defienden sus acciones diciendo que intentan proteger a otros del mal, reclamando de ese modo para sí no sólo el monopolio del juicio moral, sino también el derecho a decidir por otros lo que es bueno para ellos.

Cuando los moralistas atacan a las legislaciones liberales sobre temas como homosexualidad, aborto, prostitución, censura, hijos ilegítimos, separación de estado y religión, y asuntos similares, es su manera de manifestar hostilidad y odio a los estilos de vida que ellos personalmente rechazan; e imponer, en cambio, sus propias opciones, bajo la fantasía tradicionalista de “moral familiar”. Aseguran representar a la mayoría de la opinión pública -una bestia poco de fiar a la que pocos de ellos quisieran representar en otros temas- pero esa es una maniobra deshonesta, hipócrita. Sus verdaderos motivos son el miedo a actitudes y prácticas más relajadas de lo que ellos pueden permitirse: su timidez, sentimiento de culpa, ansiedades religiosas, su miedo a que ellos puedan ser o sean, digamos,, homosexuales o libidinosos, y más motivos personales que los llevan a impedir que el resto del mundo piense, vea o haga, lo que ellos tienen miedo de pensar, ver o hacer. O que de hecho hacen. 

Cuando el cuerpo político es inmune a los moralistas, como en países civilizados del norte europeo, éstos aparecen meramente como figuras cómicas o patéticas, pedantes y cascarrabias que se quejan echando culpas a todo el mundo, rasgando sus vestiduras iracundos contra todo aquello que sea diferente a ellos mismos -o se parezca demasiado a sus propios deseos culpables-. Cuando el cuerpo político no es inmune a ellos, entonces son un peligro, causando no sólo irritación e inflamación en la convivencia social civilizada, sino, directamente, haciéndole la vida imposible a la gente cuyo estilo de vida difiere de ellos.

Cada época piensa está en crisis. Las cosas han empeorado, dicen los moralistas. Aumentan las desgracias -crimen, drogas, divorcios, libertinaje sexual- y baja la calidad de vida. Los moralistas tienden a pensar que la época que viven es tan atroz que quizá sean signos apocalípticos. Tales sentimientos son lamentables, porque parten de la premisa de una creencia según la cual, en algún lugar o alguna vez el mundo tenía algo que desde entonces ha perdido -una era dorada en la que no existían ni peligros exteriores ni ansiedades internas-. Los moralistas se apresuran a ensalzar los valores de su religiosidad, y aseguran que si retornamos a ellos lograríamos superar los problemas de nuestra sociedad supuestamente desmoralizada. Dicen tenemos que abrazar la vida familiar de hombre y mujer (aunque él goce de amantes), trabajar duro, etc.  

¿Cómo “medir” la desmoralización de la sociedad? Un parámetro frecuente elegido por Republicanos en EU, es el incremento de lo que denuncian como “nacimientos ilegítimos”. La mera noción de “ilegítimo” es tan anacrónica que uno se pregunta si los moralistas tienen siquiera un mínimo de entendimiento de los problemas de la sociedad moderna. Porque no hay nada remotamente malo en el nacimiento de hijos de padres no casados; pero sí es una infamia que haya niños que crezcan en la miseria y una tragedia que haya niños que crezcan con padre y madre legalmente casados sin amor. Todos los casamientos del mundo no han impedido que millones de niños nacidos en países con arraigo en religiones propensas al moralismo y fanatismo, se vieran física, mental y moralmente atrofiados por las iniquidades e injusticias de las sociedades donde la pobreza es demoledora y las fuerzas del mercado convierten la prostitución infantil en una de las principales industrias mundiales. 

Quienes estamos en un cómodo lugar en la cadena alimenticia, nos gusta mucho la idea de que quienes se encuentran en un nivel inferior se comporten bien, obedientes, limpios, viviendo vidas ordenadas, sobrias, autosuficientes,, manteniendo a hijos bajo control, trabajando no importa el salario porque deben agradecer trabajar en tiempos de desempleo, y en general, que no estorben. Así que hacemos una llamada a la moral personal de otros porque así nos conviene. Pero exhortar a las personas a ser sujetos morales desde la escuela o el púlpito, rara vez funciona. La solución moralista al crimen es exhortar a la gente a que sean  devotos, pidan fe a un Dios -antropomórfico, para colmo-; imaginen la respuesta que uno podría recibir al sugerirle semejantes cosas a un asaltante. 

El único modo práctico de que la gente mejore es a través de la moral comunitaria, esto es, una concepción -que se llega por medio del diálogo y la reflexión en nuestros mejores momentos de tolerancia y sentido común- sobre la manera, como sociedad, en que podemos ordenar nuestros asuntos rumbo a la equidad, la justicia y la dignidad. Pobreza, ignorancia, mala salud, desigualdades y crimen, no son meramente males en sí mismos, son un despilfarro de los recursos comunitarios -humanos, materiales-. Combatirlos requiere imaginación, inteligencia y determinación, y también inversión de capitales en donde realmente es necesario para el bien común.

La solución moralista es desear en vano que los pobres desaparezcan, que los ignorantes y criminales lean libros religiosos y se vuelvan más buenos; pero la única ventaja de este punto de vista es que es más fácil para el resto de nosotros. A estas alturas deberíamos haber aprendido con lo que vemos en nuestras calles y grandes ciudades, donde pordioseros y enfermos y drogadictos extienden sus manos, como en tiempo de Jesús, y duermen en las puertas de negocios y debajo de puentes, y se hacen delincuentes por desesperación; a estas alturas deberíamos haber aprendido, que los exhortos morales no son, en sí mismos, la respuesta.



Pedro Subirats Camaraza

Tolerancia

Tolerancia

La tolerancia es una virtud infrecuente e importante. El máximo nivel de tolerancia lo alcanzan más fácilmente quienes no están abrumados por sus convicciones. Consideremos la decisión de un juez que rechazó en Madrid una solicitud de la policía de la ciudad para que ordenara que las prostitutas de la Casa de Campo se vistieran más decorosamente. Las prostitutas van apenas vestidas con tops, una blusita sencilla transparente y la más mini de las minifaldas, que, al decir del jefe de la policía, es indecente. Pero el juez dictaminó que, como ese era el uniforme de las prostitutas, tenían derecho a usarlo. Igual que los policías tienen derecho, y deber, de conducirse uniformados en público. Había llegado un Daniel dispuesto a impartir justicia. La sentencia del juez es la tolerancia materializada.

Tolerancia que hubiera sido aplaudida por el profeta más grande de esa virtud, John Stuart Mill. En su libro seminal Sobre la libertad, escribió: “la humanidad obtendrá más beneficio sin tolera que cada uno viva como le parezca mejor, en vez de obligar a cada uno a vivir como le parezca mejor a los demás”. Su observación conlleva importantes implicaciones. Define como intolerante a la persona que desea que los otros vivan como él cree que deben vivir, y que busca imponer sus prácticas y creencias a los demás. Afirma que la comunidad humana sale beneficiada al permitir y alentar el florecimiento de una variedad de estilos de vida y creencias sobre cómo vivir. Las creencias y estilos representan experimentos de la diversidad humana, con lo mucho que se podría aprender a cómo lidiar con la condición humana. Y articula la premisa -ética y ontológica- de que nadie tiene derecho a decirle a nadie cómo ser o actuar, en tanto que su actitud y comportamiento no dañe a un tercero. 
Estas son las bases del liberalismo, una bendición para la vida libre y democrática; y una maldición para quienes creen que, a menos que haya mano dura para los pensamientos y los instintos humanos, la tierra se abrirá y se soltarán los demonios.

La tolerancia es, sin embargo, no sólo la pieza central, sino una paradoja del liberalismo. Porque el liberalismo practica la tolerancia de puntos de vista opuestos, y permite que éstos se expresen, dejándole a la democracia de las ideas la decisión de cuál ha de prevalecer. El resultado suele ser, con frecuencia, la muerte de la misma tolerancia, porque aquellos que viven según rígidos e inamovibles principios en cuestiones de política, moral y religión, siempre que se les dé una mínima oportunidad, hacen callar a los liberales, porque el liberalismo, por naturaleza, amenaza la hegemonía que ellos quieren imponer. A la pregunta ¿debe el tolerante tolerar la intolerancia?, la respuesta es no. La tolerancia tiene que protegerse a sí misma. Puedo hacerlo fácilmente diciendo que todos pueden tener su punto de vista, pero que no se puede forzar a nadie a aceptarlo. La única “coerción” debería ser la del argumento, la única obligación debería ser la del razonamiento honesto. 

Tolerar es soportar uno mismo: cuando es otro el que soporta, ya no es tolerancia. Tolerar el sufrimiento de los otros, tolerar la injusticia de la que no se es víctima, tolerar el horror que no se sufre, no es tolerancia, sino egoísmo, indiferencia o algo peor. Tolerar a Hitler era hacerse su cómplice, al menos por omisión, por abandono, y esta tolerancia ya era colaboración. Una tolerancia universal sería tolerancia de lo atroz: ¡qué atroz tolerancia!

Pero esta tolerancia universal sería también contradictoria, al menos en la práctica, y por tanto, no sólo sería moralmente condenable, sino que estaría políticamente condenada, como han demostrado Karl Popper y Vladimir Jankélévith. Llevada al límite, la tolerancia acabaría por negarse a sí misma, ya que dejaría las manos libres a quienes quieren suprimirla. Así pues, la tolerancia sólo es válida dentro de ciertos límites, que son los de su propia salvaguarda, y los de la preservación de sus condiciones de posibilidad. Es lo que Popper llama “la paradoja de la tolerancia”. Moralmente condenable y políticamente condenada, una tolerancia universal no sería, pues, ni virtuosa ni viable. 

En otras palabras: hay muchas cosas intolerables, incluso y sobre todo para el tolerante. Moralmente es intolerable el sufrimiento ajeno, la injusticia, la opresión, cuando sería posible impedirlos o combatirlos con un mal menor. Políticamente es intolerable todo lo que amenaza efectivamente la libertad, la paz, la justicia o la supervivencia de una sociedad. Por lo tanto, todo lo que amenaza la tolerancia, desde el momento en que esta amenaza no es simplemente la expresión de una posición ideológica (que podría ser tolerada), sino un peligro real (el cual debe ser combatido, por la fuerza, si es necesario). Es intolerable tolerar la destrucción de la democracia, a sus incertidumbres y a sus riesgos, que no obstante, son preferibles a las comodidades y seguridades de un totalitarismo. 

Hellen Keller decía que "el logro más alto de la educación es la tolerancia”, y tenía razón; se puede confiar en que, en la mayoría de los casos, en una sociedad educada, el razonamiento equilibrado y desprejuiciado de una mente informada redundará en beneficio de lo que es bueno y verdadero.

La intolerancia es un fenómeno psicológicamente interesante, porque es sintomática del miedo y  la inseguridad. Los fanáticos que, si pudieran, hostigarían a quien fuera para que se adecuara a su modo de pensar, podrían esgrimir que estaban tratando de salvar su alma, a pesar de ellos; pero en realidad lo hacen porque se sienten amenazados. Sus temores e inseguridades, sus culpas y frustraciones, se reprimen al inconsciente -pocos están dispuestos a reconocer su miedo a ser libre-, pero la represión ha de salir por algún lado; se proyecta en los demás en forma de control.

El talibán, en Afganistán, obliga a las mujeres a usar velo, quedarse en casa, y abandonar el estudio y el trabajo, porque teme la libertad de las mujeres, que a su vez, se liberan de los hombres. Los viejos se vuelven intolerantes con los jóvenes cuando se alarman frente a la indiferencia de la juventud ante lo que ellos conocieron y quisieron. El miedo engendra intolerancia, y la intolerancia engendra miedo: el círculo es vicioso.

Pero la tolerancia y la intolerancia no son sólo o siquiera invariablemente formas de aceptación o de  rechazo, respectivamente. Uno puede tolerar una creencia o práctica sin aceptarla en sí misma. Lo que subyace a la tolerancia es el reconocimiento de que hay suficiente lugar y espacio en el mundo para la coexistencia de alternativas, y que si uno se ofende por lo que otros hacen, es porque ha dejado que eso que hacen se le enquiste y le cause rencor. Excepción a ello, naturalmente, es cuando lo que otros hacen es lesivo a la dignidad, produce un evidente daño o es perjudicial al bien ajeno. 

Del mismo modo que la sencillez es la virtud de los sabios y la sabiduría de los santos, la tolerancia es la sabiduría y la virtud para aquellos de nosotros que no somos ni lo uno ni lo otro. Es una virtud modesta, pero necesaria, es una pequeña sabiduría, pero accesible. 

La tolerancia es, al igual que la urbanidad, una virtud que quizá desempeña en la vida colectiva el mismo papel que la urbanidad en la vida interpersonal: es un comienzo de la vida civilizada, será poco, pero al menos es uno. Toleramos mejor a otros cuando aprendemos a tolerarnos a nosotros mismos: aprender a hacerlo es un loable objetivo de la vida civilizada.


Pedro Subirats Camaraza

Verdades obvias en educación

Verdades obvias en educación

En educación hay asuntos controversiales y complejos sin respuestas fáciles a los problemas de los sistemas educativos. ¿A qué se debe? A tres razones primordiales: falta más investigación para obtener data confiable y conocimientos fiables; la complejidad y multiplicidad de factores que dificultan además del análisis, incluso conceptualizar la situación problemática; y aspectos emocionales e irracionales en ideologías sociopolíticas, económicas y religiosas muy rígidas. Más allá de ello, existen verdades obvias en educación que no requieren más estudio, comités, discusiones, debates, recursos, sólo basta un poco de cerebro para reconocerlas: por sentido común (niño alimentado aprende mejor que desnutrido), teoría (existen fases de desarrollo humano), y la práctica (medir saberes abstractos de modo cuantitativo es inútil). Una breve muestra… 

1. La mayoría del material obligado a aprender por vía de memoria, pronto se olvida. Mucho del material si se recuerda carece de significado o no se sabe qué hacer ni aplicar.

2.  “Conocer” un montón de datos no significa que uno es inteligente ni educado.

3. Estudiantes difieren en genética, psiquismo, talento, interés, necesidad, contexto social, por tanto, no hace sentido teórico/práctico imponerles el mismo sistema de enseñar y aprender.

4. Estudiantes aprenden con satisfacción y efectividad en actividades relacionadas con sus necesidades, talentos, capacidades y fases de desarrollo y acciones significativas.

5. Motivaciones intrínsecas son superiores a recompensas extrínsecas.  

6. Si hacer x aumenta puntación en prueba estandarizada, eso no significa se deba hacer x.

7. Estudiantes necesitan sentirse acogidos, queridos, respetados, emocionalmente seguros.

8. Que un libro, lección, actividad, examen, sea más difícil no significa sea mejor.

9. Niños no son adultos en miniatura, la educación debe respetar su nivel de desarrollo.

10. Incrementar más datos dispersos y más información sin contexto no es conocimiento.

11. No hay evidencia de relación directa entre enseñar moral y vivir éticamente.

12. El movimiento corporal se integra al movimiento mental. No hace bien al cuerpo ni la mente sentarse en pupitres por largas horas escuchando o mirando al adulto.

13. Experiencias sensorio-motoras en los primeros años configuran al cerebro.

14. El pensamiento determina hablar, sentir y actuar. Educar el pensamiento es lo primario.

15. El desarrollo del cerebro no es lineal: existen períodos sensitivos de maduración en que se está mejor preparado para aprender determinadas habilidades corpóreas y procesos mentales.

16. El humano tiene etapas evolutivas que provienen de la naturaleza, no de la sociedad.

17. Conceptos abstractos se aprenden mejor en contextos prácticos de significado.

18. El clima emocional de relaciones interpersonales es esencial en el proceso educativo.

19. El ambiente físico influye decisivamente en aprender.

20. Enseñar y aprender son procesos diferentes, sin relación necesaria de causa y efecto.

21. Se aprende mejor con alegría, contentamiento, y dando valor a lo que se aprende.

22. Se aprende mejor en un clima de confianza y libertad, no de desconfianza autoritaria.

23. Evaluación cuantitativa (letras, números) no revela la verdad de lo que se sabe y se puede.

24. Los conocimientos profundos que tocan la esencia del ser son inmedibles.

25. No se cambia la conducta externa sin transformar la mentalidad detrás de la conducta.

26. Los errores se corrigen, no se regañan ni penalizan con culpabilidad.

27. El humano es imperfecto, se equivoca, yerra, eso es parte de educarse.

28. Nunca, se le sustrae el afecto, el respeto, la consideración, al estudiante.

29. Educar para la democracia y la paz se hace educando en la democracia y la paz.

30. Aprendizaje que se generaliza es superior al aprendizaje aplicado sólo a lo específico.

31. La realidad es interconectada y el conocimiento que la estudia debe ser interconectado.

32. El currículo debería ser interconectado en todos los conocimientos de la realidad.

33. La educación es vida, no es preparación para vivir.

34. La educación se enriquece al cuidar la dimensión espiritual humana (no es religión).

35. La mejor -la única- gran enseñanza del maestro es la ejemplaridad de su vida.

36. La educación auténtica confía en la capacidad de cada persona a buscar la verdad y el bien.


Pedro Subirats Camaraza