1. El estudio sobre los insectos se llama entomología; el de la tierra, geología. En ambos, investigador y objeto se distinguen y podemos distanciarnos del objeto para verlo desde afuera. No así en filosofía educativa: el objeto estudiado es el mismo sujeto que investiga. Estamos implicados. No hay separación que distinga a la persona que estudia la filosofía o la educación, del estudio propiamente dicho. No es igual estudiar una hormiga que a Manolo tu vecino, aunque tenga cara de insecto. “Estar implicado” significa que estudiar al humano no es un acto neutral, no somos indiferentes, tenemos opiniones, prejuicios y puntos de vista al respecto, a veces tan arraigados e inflexibles que no nos damos cuenta.
Lo que pensemos sobre “filosofía” y “educación” tiñe nuestra manera de estudiar. Ambos conceptos conciernen al ser humano: filosofar es un modo sintético de comprender lo existente, de examinar la vida humana –diría Sócrates- para que tenga sentido, valga la pena vivirla, no “pena de castigo”, sino de esfuerzo y entusiasmo. Ten por seguro que en tu mente ya hay nociones sobre la filosofía y la educación: las aprendes en tu proceso de socializarte en tu cultura, en tu vivir en una historia determinada. Esas experiencias ya te dan, quizá inconscientemente, un modo de pensar acerca de esos dos vocablos, el eje que vertebra este curso: ¿qué es… filosofía… educación… filosofía de la educación?
Un modo de comenzar el curso es voltear tu mirada adentro de ti, ver tus pensamientos, ver qué piensas sobre estos asuntos. Vas aquí a pensar tus propios pensamientos, es decir, hacerte consciente de qué piensas, por qué. Este ejercicio mental no es fácil, toma tiempo habituarse a examinar la propia vida. Platón y Aristóteles fueron grandes maestros en este arte de filosofar. Los yogis, taoístas, maestros Zen son grandes pioneros en el arte de la introspección mental. De ellos hablaremos en clase.
2. ¿Te has percatado de lo mucho que estás pensando a través del día sin darte cuenta que tu mente está pensando? ¿Sospechas que parte de lo que piensas quizás sea equivocado, que tu mente esté errada al pensar que es verdad o real algo que es falso e irreal? ¿No te convendría examinar tus pensamientos de manera crítica para descubrir falacias y distorsiones? ¿No te convendría desaprender lo que crees que “sabes” y es erróneo? ¿No te convendría pensar de otro modo al darte cuenta que tienes ideas falsas, irrelevantes, intolerantes, dogmáticas, prejuiciadas, que no se ajustan a hechos, que se dan sin razones, que no hacen sentido ni lógica, que chocan con la realidad, distorsionan y tergiversan las evidencias? Pensar también es caer en la cuenta de que pienso mal y empezar a pensar de otro modo.
Desde los griegos predomina la metáfora de la vista sobre la del oído y se tiende a creer que pensar es ver, por la relación de la vista con la luz, que simboliza claridad y lucidez mental para percibir la verdad. Pero no sólo se piensa viendo, sino también escuchando. Grandes creaciones humanas se engendraron en el silencio. Por la escucha serena del corazón (corazonadas, intuiciones) uno se abre a lo que el poeta Rilke llamaba “el incesante mensaje hecho de silencio”. La filosofía es un modo de ver y escuchar la vida. Es un camino del pensamiento a la sabiduría.
3. No te fíes mucho de la idea del ser humano y de la sociedad que inconscientemente llevas dentro. El universitario debería liberarse de las ideologías de todo tipo que distorsionan la realidad y le impiden investigar con lucidez y apertura mental. La realidad es muy compleja, nos exige esfuerzo para discernir el trigo de la paja. Las ideologías simplifican lo real, ahorran el trabajo de pensar en profundidad y complejidad, tornando a las personas en dogmáticas, apasionadas en su fanatismo. Hagamos profilaxis mental. El universitario es un ser paradójico: a pesar de figurarse a sí mismo como un ser que piensa con libertad, criticismo y apertura, no obstante, tiene fuerte propensión a ser doctrinario e ideológico en sus ideas y creencias. Por eso conviene mirarse por dentro para investigar lo que pensamos, bajo qué supuestos, con qué intereses, desde cuáles motivos.
4. Cuando se trata de pensar al ser humano, y no pulgas o rocas, vemos “afuera” lo que llevamos adentro. Freud llamaba a ese fenómeno “proyección”: proyecto a otros lo que pienso de mí. Así, pues, revisemos nuestro propio pensar sobre el ser humano. Mucho antes de estudiar en la universidad, ya tienes en tu cerebro instalado unos programas mentales que te condicionan pensar sobre la sociedad y el mundo que vives. Mientras lees este escrito, ya tienes en tu mente nociones, más o menos claras o confusas, sobre política, educación, religión, el sentido o sinsentido de vivir, sobre las demás personas. Antes de filosofar la educación estás mentalmente instalado en ideas y creencias que absorbiste del entorno social y que has decidido libre-mente, paulatina-mente, aceptar como verdaderas o reales. La filosofía invita a “ver la mente”, a pensar qué pensamos, qué ideas tenemos sobre las cosas, por qué las creemos o nos convencen. Quizá uno vea que esta idea en particular no hace gran sentido, es tonta o quizá peligrosa.
Pero no se trata de arrancarlas como un barrito en la nariz, sino de hacernos responsable de esas ideas y creencias aclarándolas, repensándolas, corrigiéndolas, revisándolas. Para ello hay que explicitarlas, hacerlas conscientes, percatarnos de lo que inconscientemente influye en nosotros desde la matriz cultural en que estamos insertados. Entonces, das comienzo a tu filosofar educativo de manera personal y autobiográfica, viendo los condicionamientos inconscientes que te hacen pensar. De hecho, tanto a nivel personal e interpersonal, como institucional, estamos condicionados por lo inconsciente más de lo que sospechamos.
Adelante, pues, en esta invitación que te dispone a pensar una y otra vez las ideas sobre qué hacemos al pretender educar, por qué. Buena falta nos hace tomarnos nuestras dosis diarias del pensar filosófico a lo que nos rodea, esto es, a la sequía mental que vivimos.
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