Monday, June 1, 2015

Educación: significado conceptual



 La educación es una de esas realidades –como también política o religión- que parece ser conocida suficientemente por todo el mundo; al menos así lo parece cuando se observa la seguridad y la rotundidad con que cualquiera opina sobre ella. Hay una razón que lo justifica: prácticamente todo el mundo ha recibido educación o cuando menos, ha sido sometido a unas actividades que conoció con ese nombre; existe por tanto una experiencia más o menos común y compartida que apoya suponer que se conoce, y consecuentemente, se puede opinar sobre educación, como se dice, con conocimiento de causa. Sin embargo, oyendo tales opiniones, se percibe una discrepancia notable en cuanto a los matices e incluso respecto de los rasgos esenciales de qué, para qué y cómo educar. El significado conceptual de educación, a primera vista, no está claro, y su mismo referente es confuso. También ocurre con otros conceptos vinculados a la educación, a cuyo valor se asume conocer o asentir, pero su sentido y alcance resulta discutido a penas se empieza a hablar con cierta precisión: verdad, justicia, bien, libertad, igualdad, responsabilidad, derechos, enseñar, aprender, evaluar, etc. Conviene, pues, como primera tarea para el conocimiento del quehacer educativo, hacer una reflexión sobre el término y el concepto de educación[1].

El término educar tiene una etimología polisémica y ambivalente, pues procede tanto de educare como de educere, términos latinos de gran riqueza significativa. Educare significa “criar, cuidar, alimentar, formar o instruir”. Educere significa “sacar, extraer, avanzar, elevar”. Tal polisemia originaria, lejos de connotar ambigüedad, manifiesta la analogía lógica que expresa la pluralidad de dimensiones de la educación. Su significado no es vago o confuso, sino al contrario, rico en precisiones y referencias conceptuales, análogamente a como es fecunda la profunda realidad humana que denota.

En primer lugar, se descubre una referencia a actividades materiales como alimentar y extraer. La relación con nutrición es más que una metáfora ocasional. También el término griego paideia, que designa la educación, significa originariamente “nutrición”, y en este sentido es más que un dato histórico, pues perdura a lo largo del tiempo, casi hasta nuestros días: todavía a finales del siglo pasado se podía encontrar un libro titulado La educación de las abejas que era un tratado de apicultura de la nutrición y cuidado de las abejas. La etimología de “educación”, en su conjunto, muestra unos sentidos materiales correspondientes a actividades físicas en la sociedad, que son imágenes o semejanzas de la acción educativa. De la consideración de tales sentidos, puede concluirse ya ciertas notas conceptuales implicadas en la noción de educación:

a) la educación no es tanto “poner dentro”, sino más bien “sacar afuera”, o sea, extraer, lo cual supone que hay algo en el educando, un potencial latente cuya actualización le da sentido a la responsabilidad y autodeterminación que es esencial en educación;

b) “criar”, más ampliamente que “alimentar”, sugiere la existencia de un dinamismo propio del educando que debe favorecerse o promoverse; no se trata, pues, de una tarea productiva o fabril; la causa propia de tal dinamismo es ajena al educador, que puede, eso sí, potenciarla, ayudarla, pero la causa radica en el sujeto, el agente educando;

c) el significado de “avanzar” supone progreso, perfección; la acción de educar conlleva una mejora para quien se educa;

d) “elevar”, por otra parte, acentúa este sentido de mejora, en la dimensión simbólica de ‘altura’, esto es, de las aspiraciones y las realizaciones más elevadas en la vida humana;

e) “conducir” remite a una acción intencional e inteligente de quien educa, orientada por una finalidad o un propósito, no hay neutralidad en ello; el término “conducir” es fuerte si se toma por manipulación y control, pero esa no era la idea griega de paideia;

f) por último, en todos estos sentidos se recoge implícitamente el carácter de relación que tiene la acción de educar; no es nada que un sujeto -educador o educando- pueda realizar por separado o sin contar con reciprocidad en la actuación del otro; en otras palabras, no se puede educar uno mismo fuera de un contexto socio-cultural; ni tampoco se puede educar sin contar con la acción activa de quien se educa.

Trascendiendo el plano de actividades físicas a que se refiere originalmente el término “educación”, debe atenderse las implicaciones de tales elementos en acciones espirituales. Teniendo referencia originaria material, y no perdiéndola del todo en diferentes culturas, ya desde muy pronto paideia y educare empiezan a representar la actuación propiamente humana. Así Aristóteles cuando plantea si la paideia debe ocuparse más de la inteligencia o del carácter del alma[2], es decir, si al educar debe atenderse más al desarrollo del entendimiento (hoy se llama pensar crítico) o a la formación de la conducta (hoy se llama educación en valores). Aún en nuestro tiempo continúa vigente la pregunta de Aristóteles y la dificultad que le mueve a plantearla: no hay común acuerdo sobre la naturaleza intelectual o moral de la virtud -areté-. La educación, pues, se consolida como acción espiritual desde su origen, lo que es un proceso frecuente en la evolución semántica de las lenguas clásicas; así, por ejemplo, de liber –el adolescente que alcanza la capacidad de generación sexual-, viene libertas, la capacidad de obrar desde sí.

En la etimología de “educar” se apuntan también otros rasgos conceptuales derivados de los aspectos inmateriales supuestos en su significado:

a) la educación es una acción de humanos, no de cosas y objetos; esto es obvio, sin duda, pero sus implicaciones no lo son tanto. Cuando se estudia la educación, por ejemplo, debe adoptarse un talante diverso al de otras ciencias y saberes de carácter teórico o práctico. La realidad humana educativa se constituye desde el conocimiento del humano educando; yo puedo conocer lo que han hecho otros en astrofísica o ingeniería sin tener que “meterme en su piel” al decir de Unamuno; pero no conoceré verdaderamente una acción educativa hasta que no la haya realizado según mi conocimiento del fin y de los medios. La educación es un saber práctico, y no se rige por el conocimiento de la verdad de un objeto ni teoría de un fenómeno, sino por la experiencia de una praxis que transforma;
 
b) la educación conviene al humano en cuanto humano, aunque tengamos rasgos y genética animal de primates superiores; en la etimología educere y educare, según vimos, es posible hablar de la crianza y nutrición en los animales, pero esto se refiere sólo a los aspectos materiales u orgánicos; si tras la cría de animales cabe una actividad humana destinada a conseguir de ellos el ejercicio de determinadas habilidades que, de suyo, no se hubieran desarrollado en su ambiente natural, eso es ajeno a la crianza: es adiestrar, no educar. Si la cotorra Petunia dice “vete a la mierda” tiene mímica fonética, pero no es “maleducada”;

c) la educación tiene sentido integrador y de integridad; no cabe atender separadamente el cuerpo, sentimientos, mente, en sus diversas potencialidades o capacidades operativas; la unión sustancial que define ontológicamente al ser humano comporta que la educación sea integral, del ser humano entero; y más aún, los conocimientos que se aprenden deben reflejar esa integralidad epistemológica en los currículos educativos;

d) la educación, aunque atienda integralmente a todas las instancias operativas humanas, incide de modo primordial y directamente en las facultades mentales -pensamiento, razón, inteligencia-, de tal manera que pudiendo alcanzarse gran eficacia en el ejercicio de algunas habilidades corporales y sensoriales, no cabe hablar propiamente de educación si ese desarrollo no supone una mejora en la racionalidad, en la capacidad de pensar, en el uso de la inteligencia para guiar la vida; cuerpo robusto o atractivo por ejercicios o cirugías, con una mente malvada, mediocre o estúpida, no es la antropología educativa que proponemos;

e) el crecimiento corporal tiene tope, de lo contrario, la materia no sería finita; pero el humano como tal es capaz de crecer sin barra material, por eso vivir es radicalmente crecer en cuanto ser pensante, racional, y la educación, en cuanto que ayuda a ese crecimiento irrestricto, dura toda la vida; dadas las condiciones favorables, a pesar del cuerpo enfermo o envejecido, el humano es capaz de educar su sanidad mental con sabiduría y paz;

f) la educación es una acción recíproca, es imprescindible la concurrencia de las acciones del educador y del educando para que pueda hablarse realmente de educación. Se puede aprender por uno mismo, como también se puede enseñar sin ser atendido o comprendido; pero sólo cabe hablar de educación como una acción relacional interpersonal-social, esto es, como conjunción de acciones de los diversos sujetos. El tema polémico de la “educación a distancia” por medios tecnológicos lo trato en otro ensayo, aquí es evidente mi reticencia  a llamar educativa esa modalidad, dada la confusión entre información y conocimientos, y por el carácter eminentemente del trato humano relacional que comporta la educación;

g) la educación es una acción recíproca de ayuda; al educar se asiste a una acción del sujeto que aprende, se concurre al impulso natural propio del sujeto educando; éste no es materia informe e indefinida ante la educación, que no puede transformar algo inerte. El principio de actuación educativa no está en el educador, sino en el educando. Como toda ayuda, debe ser proporcionada a requerimientos o necesidades de quien la recibe, de quien realmente “se mueve” decía Montessori. Esta idea está preñada de consecuencias prácticas, derivadas del carácter protagonista del educando, que podría resumirse en la proposición de que lo primero en educación es el dinamismo propio del que aprende; afirmación que no es fruto de una benevolencia humanitaria sino del puro rigor lógico;

h) la educación es ayuda al perfeccionamiento humano; no es educativa la relación de ayuda que no busque intencionalmente elevar el bienestar y la integridad del educando, en mejorar sus potencialidades y extraer de su interior lo mejor de sí. Forzar adaptarse a que obedezca ciegamente, manipular sentimientos, hacer memorizar respuestas, dar resueltos los problemas, etc., no es educar en sentido auténtico. Por el contrario, la acción educativa consiste en suscitar dificultades, plantear problemas, incitar la superación de obstáculos, en crear una atmósfera de confianza para sentirse libre de buscar, de plantear preguntas y dudas, de cuestionar ideas y de abrirse mentalmente a la investigación de la verdad;

i) la educación es formación de hábitos, en particular, referidos al uso de la razón, del pensar inteligente. El ser humano se adueña de sí mediante sus actos; su perfeccionamiento no es una cualidad adventicia, sobrevenida a estirones como el crecimiento corporal en la pubertad. El ser humano se apropia de sí mediante su obrar consciente; los hábitos realizan esa autoposesión, que se adquieren a través de la repetición de actos; pero recordemos que hábito significa también incremento cualitativo de las virtudes -éticas e intelectuales- que forman el carácter de la persona.

Estas consideraciones conceptuales sobre “educación” pueden corregir el sentir común de que la educación se realiza principalmente en las instituciones escolares y en las aulas. Que se enseñe y se instruya en los centros escolares no significa lógica ni necesariamente, que esas acciones sean educativas. Está pendiente, pues, la cuestión de los contenidos y formas de acciones educacionales, es decir, la pregunta problemática: ¿cómo saber si una acción es educativa? Y veremos que aquí también somos herederos del pensar aristotélico.



[1] Ver nuestros ensayos Concepciones de Educación I-VII; Fines de la Educación I-V. 
[2] ARISTÓTELES, Política, IV, 15, 1337 b 37-40.

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