La educación es una de esas realidades –como también
política o religión- que parece ser conocida suficientemente por todo el mundo;
al menos así lo parece cuando se observa la seguridad y la rotundidad con que
cualquiera opina sobre ella. Hay una razón que lo justifica: prácticamente todo
el mundo ha recibido educación o cuando menos, ha sido sometido a unas actividades
que conoció con ese nombre; existe por tanto una experiencia más o menos común
y compartida que apoya suponer que se conoce, y consecuentemente, se puede
opinar sobre educación, como se dice, con
conocimiento de causa. Sin embargo, oyendo tales opiniones, se percibe una
discrepancia notable en cuanto a los matices e incluso respecto de los rasgos esenciales
de qué, para qué y cómo educar. El significado conceptual de educación, a
primera vista, no está claro, y su mismo referente es confuso. También
ocurre con otros conceptos vinculados a la educación, a cuyo valor se asume
conocer o asentir, pero su sentido y alcance resulta discutido a penas se
empieza a hablar con cierta precisión: verdad, justicia, bien, libertad,
igualdad, responsabilidad, derechos, enseñar, aprender, evaluar, etc. Conviene,
pues, como primera tarea para el conocimiento del quehacer educativo, hacer una
reflexión sobre el término y el concepto de educación[1].
El término educar
tiene una etimología polisémica y ambivalente, pues procede tanto de educare como de educere, términos latinos de gran riqueza significativa. Educare significa “criar, cuidar,
alimentar, formar o instruir”. Educere
significa “sacar, extraer, avanzar, elevar”. Tal polisemia originaria, lejos de
connotar ambigüedad, manifiesta la analogía lógica que expresa la pluralidad de
dimensiones de la educación. Su significado no es vago o confuso, sino al
contrario, rico en precisiones y referencias conceptuales, análogamente a como
es fecunda la profunda realidad humana que denota.
En primer lugar, se
descubre una referencia a actividades materiales como alimentar y extraer. La
relación con nutrición es más que una metáfora ocasional. También el término
griego paideia, que designa la educación,
significa originariamente “nutrición”, y en este sentido es más que un dato
histórico, pues perdura a lo largo del tiempo, casi hasta nuestros días:
todavía a finales del siglo pasado se podía encontrar un libro titulado La educación de las abejas que era un
tratado de apicultura de la nutrición y cuidado de las abejas. La etimología de
“educación”, en su conjunto, muestra unos sentidos materiales correspondientes
a actividades físicas en la sociedad, que son imágenes o semejanzas de la acción
educativa. De la consideración de tales sentidos, puede concluirse ya ciertas notas
conceptuales implicadas en la noción de educación:
a) la educación no es
tanto “poner dentro”, sino más bien “sacar afuera”, o sea, extraer, lo cual
supone que hay algo en el educando, un potencial latente cuya actualización le
da sentido a la responsabilidad y autodeterminación que es esencial en
educación;
b) “criar”, más ampliamente
que “alimentar”, sugiere la existencia de un dinamismo propio del educando que
debe favorecerse o promoverse; no se trata, pues, de una tarea productiva o
fabril; la causa propia de tal dinamismo es ajena al educador, que puede, eso
sí, potenciarla, ayudarla, pero la causa radica en el sujeto, el agente
educando;
c) el significado de
“avanzar” supone progreso, perfección; la acción de educar conlleva una mejora
para quien se educa;
d) “elevar”, por otra
parte, acentúa este sentido de mejora, en la dimensión simbólica de ‘altura’,
esto es, de las aspiraciones y las realizaciones más elevadas en la vida
humana;
e) “conducir” remite
a una acción intencional e inteligente de quien educa, orientada por una
finalidad o un propósito, no hay neutralidad en ello; el término “conducir” es
fuerte si se toma por manipulación y control, pero esa no era la idea griega de
paideia;
f) por último, en
todos estos sentidos se recoge implícitamente el carácter de relación que tiene la acción de educar;
no es nada que un sujeto -educador o educando- pueda realizar por separado o
sin contar con reciprocidad en la actuación del otro; en otras palabras, no se
puede educar uno mismo fuera de un contexto socio-cultural; ni tampoco se puede
educar sin contar con la acción activa de quien se educa.
Trascendiendo el
plano de actividades físicas a que se refiere originalmente el término
“educación”, debe atenderse las implicaciones de tales elementos en acciones
espirituales. Teniendo referencia originaria material, y no perdiéndola del
todo en diferentes culturas, ya desde muy pronto paideia y educare empiezan
a representar la actuación propiamente humana. Así Aristóteles cuando plantea
si la paideia debe ocuparse más de la
inteligencia o del carácter del alma[2],
es decir, si al educar debe atenderse más al desarrollo del entendimiento (hoy
se llama pensar crítico) o a la formación de la conducta (hoy se llama
educación en valores). Aún en nuestro tiempo continúa vigente la pregunta de
Aristóteles y la dificultad que le mueve a plantearla: no hay común acuerdo
sobre la naturaleza intelectual o moral de la virtud -areté-. La educación, pues, se consolida como acción espiritual
desde su origen, lo que es un proceso frecuente en la evolución semántica de
las lenguas clásicas; así, por ejemplo, de liber
–el adolescente que alcanza la capacidad de generación sexual-, viene libertas, la capacidad de obrar desde
sí.
En la etimología de
“educar” se apuntan también otros rasgos conceptuales derivados de los aspectos
inmateriales supuestos en su significado:
a) la educación es
una acción de humanos, no de cosas y objetos; esto es obvio, sin duda, pero sus
implicaciones no lo son tanto. Cuando se estudia la educación, por ejemplo,
debe adoptarse un talante diverso al de otras ciencias y saberes de carácter
teórico o práctico. La realidad humana educativa se constituye desde el conocimiento
del humano educando; yo puedo conocer
lo que han hecho otros en astrofísica o ingeniería sin tener que “meterme en su
piel” al decir de Unamuno; pero no conoceré verdaderamente una acción educativa
hasta que no la haya realizado según mi conocimiento del fin y de los medios.
La educación es un saber práctico, y
no se rige por el conocimiento de la verdad de un objeto ni teoría de un
fenómeno, sino por la experiencia de una praxis que transforma;
b) la educación
conviene al humano en cuanto humano, aunque tengamos rasgos y genética animal
de primates superiores; en la etimología educere
y educare, según vimos, es
posible hablar de la crianza y nutrición en los animales, pero esto se refiere
sólo a los aspectos materiales u orgánicos; si tras la cría de animales cabe
una actividad humana destinada a conseguir de ellos el ejercicio de
determinadas habilidades que, de suyo, no se hubieran desarrollado en su
ambiente natural, eso es ajeno a la crianza: es adiestrar, no educar. Si la
cotorra Petunia dice “vete a la mierda” tiene mímica fonética, pero no es
“maleducada”;
c) la educación tiene
sentido integrador y de integridad; no cabe atender separadamente el cuerpo,
sentimientos, mente, en sus diversas potencialidades o capacidades operativas;
la unión sustancial que define ontológicamente al ser humano comporta que la
educación sea integral, del ser humano entero; y más aún, los conocimientos que
se aprenden deben reflejar esa integralidad epistemológica en los currículos
educativos;
d) la educación,
aunque atienda integralmente a todas las instancias operativas humanas, incide
de modo primordial y directamente en las facultades mentales -pensamiento, razón,
inteligencia-, de tal manera que pudiendo alcanzarse gran eficacia en el
ejercicio de algunas habilidades corporales y sensoriales, no cabe hablar
propiamente de educación si ese desarrollo no supone una mejora en la
racionalidad, en la capacidad de pensar, en el uso de la inteligencia para
guiar la vida; cuerpo robusto o atractivo por ejercicios o cirugías, con una
mente malvada, mediocre o estúpida, no es la antropología educativa que
proponemos;
e) el crecimiento
corporal tiene tope, de lo contrario, la materia no sería finita; pero el
humano como tal es capaz de crecer sin barra material, por eso vivir es
radicalmente crecer en cuanto ser pensante, racional, y la educación, en cuanto
que ayuda a ese crecimiento irrestricto, dura toda la vida; dadas las condiciones
favorables, a pesar del cuerpo enfermo o envejecido, el humano es capaz de
educar su sanidad mental con sabiduría y paz;
f) la educación es
una acción recíproca, es imprescindible la concurrencia de las acciones del
educador y del educando para que pueda hablarse realmente de educación. Se
puede aprender por uno mismo, como también se puede enseñar sin ser atendido o
comprendido; pero sólo cabe hablar de educación como una acción relacional
interpersonal-social, esto es, como conjunción de acciones de los diversos
sujetos. El tema polémico de la “educación a distancia” por medios tecnológicos
lo trato en otro ensayo, aquí es evidente mi reticencia a llamar educativa esa modalidad, dada la
confusión entre información y conocimientos, y por el carácter eminentemente
del trato humano relacional que comporta la educación;
g) la educación es
una acción recíproca de ayuda; al
educar se asiste a una acción del sujeto que aprende, se concurre al impulso
natural propio del sujeto educando; éste no es materia informe e indefinida
ante la educación, que no puede transformar algo inerte. El principio de
actuación educativa no está en el educador, sino en el educando. Como toda
ayuda, debe ser proporcionada a requerimientos o necesidades de quien la
recibe, de quien realmente “se mueve” decía Montessori. Esta idea está preñada
de consecuencias prácticas, derivadas del carácter protagonista del educando, que podría resumirse en la proposición
de que lo primero en educación es el dinamismo propio del que aprende;
afirmación que no es fruto de una benevolencia humanitaria sino del puro rigor
lógico;
h) la educación es
ayuda al perfeccionamiento humano; no es educativa la relación de ayuda que no
busque intencionalmente elevar el bienestar y la integridad del educando, en
mejorar sus potencialidades y extraer de su interior lo mejor de sí. Forzar
adaptarse a que obedezca ciegamente, manipular sentimientos, hacer memorizar
respuestas, dar resueltos los problemas, etc., no es educar en sentido
auténtico. Por el contrario, la acción educativa consiste en suscitar
dificultades, plantear problemas, incitar la superación de obstáculos, en crear
una atmósfera de confianza para sentirse libre de buscar, de plantear preguntas
y dudas, de cuestionar ideas y de abrirse mentalmente a la investigación de la
verdad;
i) la educación es
formación de hábitos, en particular, referidos al uso de la razón, del pensar
inteligente. El ser humano se adueña de sí mediante sus actos; su
perfeccionamiento no es una cualidad adventicia, sobrevenida a estirones como
el crecimiento corporal en la pubertad. El ser humano se apropia de sí mediante
su obrar consciente; los hábitos realizan esa autoposesión, que se adquieren a
través de la repetición de actos; pero recordemos que hábito significa también
incremento cualitativo de las virtudes -éticas e intelectuales- que forman el
carácter de la persona.
Estas consideraciones
conceptuales sobre “educación” pueden corregir el sentir común de que la
educación se realiza principalmente en las instituciones escolares y en las
aulas. Que se enseñe y se instruya en los centros escolares no significa lógica
ni necesariamente, que esas acciones sean educativas. Está pendiente, pues, la
cuestión de los contenidos y formas de acciones educacionales, es
decir, la pregunta problemática: ¿cómo saber si una acción es educativa? Y
veremos que aquí también somos herederos del pensar aristotélico.
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