El término episteme, en los textos griegos clásicos es un vocablo polisémico, puede significar inteligencia, conocimiento o noción, saber, destreza o pericia, y ciencia. Este último significado es el propio del uso actual, un tecnicismo filosófico: ciencia.
Se recoge así el sentido presente de la noción de “ciencia”, proyectándolo sobre el término antiguo; pues en los varios significados de episteme se apunta hacia una referencia común: se trata de un conocimiento cierto y verdadero, frente a otras posibles formas del conocimiento determinadas por la duda, la incertidumbre o la inestabilidad.
Platón es el primero que empieza a valorar y perfilar el término episteme, a través de su reflexión sobre el conocimiento humano, principalmente en el Libro VI de su República. El latente dualismo que subyace en la antropología platónica, le lleva a considerar el conocimiento sensorial como opuesto al conocimiento racional; éste de las ideas puras, y aquél del devenir sensible. Episteme es conocimiento de lo que realmente es, mientras que doxa es conocimiento de la apariencia del ser.
Ciencia y opinión son conocimientos, pues ambas se oponen a la ignorancia; el hombre va pasando de la opinión al conocimiento gradualmente por medio de la educación. Así lo describe Platón mediante el mito de la caverna: en el mundo del conocimiento sensible, los hombres son como esclavos, encadenados en el interior de una caverna, y sólo pueden ver las sombras de los seres u objetos que se proyectan en el interior en virtud de un fuego que arde en el exterior. Por eso, sólo tienen conocimiento de la apariencia, borrosa y oscura de las figuras; esto es, sólo pueden tener opinión (doxa), y no ciencia (episteme). El hombre debe “salir de la caverna” para conocer verdaderamente la realidad; es decir, debe pasar de la opinión sensible de apariencias, al conocimiento verdadero de la ciencia.
La reflexión sobre la naturaleza de la ciencia, desde sus principios y métodos, ha dado lugar a una disciplina de fecundo desarrollo en el siglo 20 y el actual, la epistemología . En ella, principalmente en la epistemología neopositivista predominante, y casi indiscutida hasta hace poco, parece mantenerse una tesis semejante a la platónica, en cuanto que se distingue entre conocimiento natural, o pre-científico, y conocimiento científico; o entre experiencia común y experiencia científica; se correspondería análogamente a la doxa y a la episteme de Platón.
Recientemente, el filósofo francés M. Foucault, en sus reflexiones epistemológicas sobre las ciencias humanas, ha dado otro sentido al término. Para él, episteme es la estructura subyacente, “el lugar” en el que se inscribe el conocimiento científico; por tanto, tiene un carácter profundo e inconsciente y es un a priori del ejercicio del conocimiento.
De este modo, se llama la atención sobre las condiciones y determinaciones de la ciencia, lo cual es una crítica radical a la epistemología aún vigente en amplios sectores, la cual considera al conocimiento científico como plenamente objetivo, es decir, incondicionado y determinado por sí mismo.
Pero hoy, cae “por su base”, al decir de Foucault, lo que puede denominarse la imagen personal de la ciencia, en la cual los métodos y resultados vienen concebidos de modo unívoco, excluyendo cualquier tipo de interpretación. Por el contrario, debe reconocerse que la ciencia está hecha por hombres y que necesariamente sus contenidos están sujetos a interpretación que no sólo es personal –marcada por intereses, necesidades, ideologías y preconcepciones inconscientes-, sino además es contextual –cultura, época, sociedad-, y es técnica –instrumentos, procedimientos o métodos-. En rigor, la crítica es a la visión absolutista y objetivista de la ciencia, llamada cientificismo.
Por eso, incluso hasta bien entrada la Edad Moderna, no existe la figura del científico como un especialista; bien al contrario, es del sabio que se caracteriza por cultivar varias disciplinas, desde Galileo hasta Newton. Unidad del saber y fundamentación del objeto: estas dos premisas epistémicas indiscutidas caracterizan el desarrollo del conocimiento y la ciencia en la Antigüedad y la Edad Media y buena parte de la Edad Moderna. A partir de la física de Newton, y sobre todo de la valoración que de ella hace posteriormente la filosofía crítica de Kant, serán sustituidas gradualmente por sus opuestos: la ineludible división del saber -e irreversible división económica del trabajo- en las ciencias y los conocimientos particulares, y la definición y constitución epistémica de cada una de éstas por el objeto de conocimiento, el objetivo de para qué conocer, y el método empleado. No pueden sorprender algunas propuestas metodológicas en la comunidad científica para relativizar la ciencia (Feyerabend, Kuhn, Popper).
En el siglo 21 el saber humano se revela como inabarcable por la inmensa pluralidad de epistemes en sus objetos, enfoques y métodos. Tal situación recuerda el viejo dicho “los árboles no dejan ver el bosque”. El inextinguible afán de saber humano no se aquieta con la diversidad; necesita referencia permanente de integración, de unidad. Por eso, siendo imposible, retornar a los modos y actitudes de la antigüedad, el mismo desarrollo de la ciencia y los conocimientos, es una insistente y lúcida invitación a retomar su espíritu originario -episteme-: búsqueda incansable de la sabiduría.
Pedro Subirats Camaraza
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