¿Qué es la Verdad? preguntó Pilatos. No obtuvo respuesta.
El diablo y un amigo caminaban calle abajo, de pronto ven a un hombre delante de ellos que levanta algo del piso. Lo observan y ven que se guarda algo en el bolsillo. El amigo pregunta al diablo “¿Qué levantó ese hombre?” El diablo responde: “Levantó un fragmento de la Verdad”. El amigo dice: “Eso es un mal negocio para usted”. El diablo: “Al contrario. Mi negocio es dejar que el hombre la organice”. Tan pronto se organiza, deja de ser Verdad, se convierte en objeto de consumo a vender por quienes creen poseerla en exclusiva propiedad. Son los mercaderes de política, negocios, religiones, que se apropian de fragmentos haciendo creer que esos pedazos son la totalidad.
La Verdad no puede ser organizada, ni controlada por nadie. Nadie la define. Ninguna organización la posee. No hay conocimiento que la contenga. No tiene fronteras. Su horizonte es ilimitado. Es imposible capturarla con redes del intelecto. No hay ciencia que la vislumbra. Ni experimento que la demuestre. Escapa a fórmula y protocolo.
Cada uno puede ser discípulo de la Verdad si comprende que para llegar a la Verdad no hay que seguir a nadie. El discípulo es su propio maestro.
Cuando la mente barre sus imágenes, rituales, creencias, símbolos, mantras, miedos, prejuicios… recién entonces puede empezar a percibir lo real. El resto son meras palabras, ornamentos, decoraciones, supersticiones sin significado.
El deseo de seguridad de querer poseer la Verdad crea una sutil autoridad externa que esclaviza la persona. No esclaviza la Verdad, sino la persona. Esa autoridad interpreta. Los intérpretes y exégetas se llaman sacerdotes, pastores, predicadores, reverendos, científicos, doctos, expertos, intelectuales, profesores, los explotadores de su verdad. Esa autoridad invalida el pensamiento propio, el único que libera.
El pensamiento recubierto por muchos símbolos (palabras, creencias, ideas, dogmas y doctrinas) impide ingresar naturalmente en un estado mental de receptividad alerta que no juzga, no compara, no culpa, no ataca, no condena, no excluye, no odia. La mente ofuscada por rígidos e inflexibles sistemas de ideas -ideologías- es incapaz de estar en estado de alerta receptiva para abrirse a la Verdad.
La mente deseosa de tener la “razón” por encima de la Verdad no puede percibirla.
Lo que se repite y se recita no es la Verdad. Por eso los libros “sagrados” no tienen importancia. Nada sacro hay en libros escritos por humanos.
Escuelas y universidades quisieran “educarnos” como miembros creyentes y militantes de algún grupo o ismo del tipo que sea, por tanto, respondemos con normas viejas sin originalidad ni frescor. Nuestras respuestas no nacen de adentro, no tienen validez personal ni convicción profunda, sólo decimos un repertorio de frases memorizadas en el inventario del catálogo de consignas del grupo militante. Escuchamos y leemos docenas de ideas que decimos en un parloteo, ritual o código desprovisto de sustrato.
El pensamiento rutinario y mecánico, el cotidiano de todos los días, es la respuesta de la memoria. No hay pensamiento sin memoria ni pasado. La memoria es el resabio de experiencias incompletas y selectivas que no han sido asimiladas ni comprendidas en plenitud. Esa experiencia incompleta que es la memoria produce el pensamiento mecánico automatizado del cual surge la idea fija y rígida que no puede ver el presente original, al estar atada a la memoria del pasado. Casi nadie ve lo que está presente ahora, por tanto, no se está en contacto con lo real.
¿Acaso el pensamiento es la forma más alta de inteligencia? ¿Podemos ir más allá y trascenderlo? ¿Por qué la zorra insiste al Principito en ver lo real con el corazón?
Si queremos ver algo nuevo, el pasado ha de estar ausente, la mente no puede estar obstruida por el temor a cambiar, por la culpa del error anterior, por el miedo a desprenderse de lo que la memoria identifica como nuestra identidad. El pensamiento con miedo, culpa, resentimientos y odio contamina la mente.
El miedo es el principal obstáculo de la inteligencia. Si alguien tiene miedo no puede estar profundamente atento al ahora, ni preguntar, ni observar, ni aprender. Sólo nos acercamos a la Verdad cuando estamos libres de temor.
La función de la educación es erradicar -interior y exteriormente- el miedo a ser libre y el apego a culpabilidad que juzga, condena y ataca, a uno primero en el inconsciente, y a otros enseguida, en la proyección del odio reprimido.
La Verdad al no pertenecer a nadie está “entre nosotros”. Saber en el medio de nadie, en el entre del día-logoi, eso significa en griego diálogo. Discutir impide dialogar.
El peligro liberador de la Verdad es poder destruir lo que uno creía verdadero.
La fe es un antídoto a la Verdad. Al contrario del amor.
Filosofar, amar el saber, aproxima a la Verdad, pero nunca la alzanca ni lo pretende.
Pedro Subirats Camaraza
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