1. El horizonte del griego se encontrará formado por la multitud de cosas que le rodean, las cuales necesita expresar, decir qué son. Su necesidad gira en torno a saber decir lo que son estas cosas. Ahora bien, está rodeado por dos tipos de cosas: las que conocen como naturales y eso llamado “el otro”, el hombre, su semejante. Se encuentra con árboles, mar, animales y los hombres… todo esto se le presenta en movimiento, un movimiento que las transforma: el árbol va cambiando, el mar cambia, el sol sale nuevo cada día, las estrellas aparecen y se ocultan. Heráclito describe estos movimientos de naturaleza y del humano.
2. También el griego es testigo del nacimiento de grandes ciudades y de su ruina, las ha visto florecer y las ha visto destruir. ¿Por qué? Y ese por qué se extiende a lo más grave porque en ello le va su propia vida, su existencia, al observar que nace, crece, envejece, muere. Ciudades y humanos nacen y se arruinan. El griego se sabe entre las cosas, pero al mismo tiempo observa cómo se escapan y se desvanecen, no puede apoyarse en ninguna. Para poder existir es menester que encuentre algo permanente, algo que no cambie, algo que sea en medio de cosas que son y dejan de ser. Si encuentra este algo podrá sentirse seguro. La filosofía griega se planteará este problema: ¿qué es lo que permanece en medio del cambio? Las respuestas serán múltiples, desde Tales que dirá es el agua, hasta Platón que dirá son las Ideas.
3. El griego se servirá de dos instrumentos para contestar la pregunta que se ha planteado: la vista y la palabra (logos). Las cosas que le rodean cambian; pero es posible que haya algo en ellas que no cambie, que permanezca. Pues bien, para que se pueda captar este algo permanente, que no cambia, es menester ver bien, ver con atención, con cuidado. Si se sabe ver bien una cosa, entonces se sabrá qué es. El primer problema para el filósofo griego será el ver bien, de manera distinta a como ve el común de los mortales. Heráclito dice: “La masa no se fija en aquello con que se encuentra, ni lo nota cuando se le llama la atención sobre ello, aunque se imagine hacerlo” (fragmento 5). Saber ver bien es difícil, porque es buscar lo inesperado, por ello, no visto antes, aunque haya estado presente a su alrededor o en él. “Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás, porque es penoso y difícil de encontrar” (fragmento 7). Porque “la naturaleza ama el ocultarse” (fragmento 10). Porque al igual que “El Señor cuyo oráculo está en Delfos, ni dice, ni oculta, sino hace señales” (fragmento 11). Mirando bien es como se captan esas señales, las señales de lo que permanece. Esta es la razón por la cual “los ojos son testigos más exactos que los oídos” (fragmento 15).
4. Conocer tiene así para el filósofo griego el sentido de ver bien una cosa. La misión, pues, del filósofo es ver bien las cosas. Platón le llamará Philotheamón, “mirón empedernido”. Del ver bien hará un arte, y este arte será la teoría. Teoría: arte de ver bien. Pero dedicado a contemplar, al puro ver, el filósofo se sentirá fuera del mundo doméstico. Cuantas menos ligas y cuantos menos líos tenga el filósofo con el mundo cotidiano que le rodea, más atención pondrá en ver las cosas; las podrá ver mejor.
5. Pero no basta ver bien las cosas, es menester dar otro paso, que será decir cómo son las cosas que se han visto bien. Esta es la operación del logos en su doble acepción: razón y palabra. El ver bien está en relación con el hablar bien. Es necesario ver bien las cosas y decir bien lo que son; el que las ve bien, puede decir bien qué son. Heráclito vuelve a decirnos: “Malos testigos los ojos y los oídos para los hombres que tienen alma de bárbaros” (fragmento 4). Bárbaro es aquí el que tartamudea. Para el griego el bárbaro es aquél que no sabe hablar bien el griego, que no sabe expresarse. No saben ver ni hablar. El conocimiento entra por la vista y los oídos. Por la vista cuando se tiene la paciencia de ver con cuidado las cosas que rodean al hombre; o por el oído, es decir, por medio de la palabra, cuando el que no pudiendo ver bien, sabe oír lo que el filósofo ha visto. El logos tiene función divulgadora: el que sabe ver bien, sabrá también contar a los demás lo que ha visto. Recuérdese a Aristóteles que decía que una de las características de la filosofía era la de ser una ciencia didáctica, una ciencia que se puede enseñar a los demás. Y si el oyente está preparado, la aprenderá. ¿En qué consiste esa propedéutica? En querer ver.
6. Decíamos que el griego entendía la función del logos como razón y palabra. Hablar bien sobre algo es haber entendido, y entonces poder expresar lo que se había entendido. Sólo quien sabe bien puede hablar de eso. La función lógica es doble: entender y decir. La primera función es lo que entendemos por razonamiento; razonar es ponerse a sí mismo en claro las cosas. La segunda es la función divulgadora, hablar de ellas, decir qué son.
7. La filosofía griega se enfrenta y resuelve los problemas de su circunstancia pasando por las fases: la primaria es del desconcierto, extrañeza, lo que Platón y Aristóteles llamaron admiración (ad-mirar, querer mirar más allá de). El griego se admira de que las cosas cambien, que no permanezcan, de no poder apoyarse en ellas con seguridad. La segunda fase es enfocar; después de admiración, que es un deslumbramiento, un quedarse sin ver por la sorpresa y extrañeza, en esta fase el filósofo enfoca su vista, ve con cierta distancia y cuidado qué es lo que lo deslumbró. Ver con distancia es dar un paso atrás, abrir un espacio entre las cosas y uno para tener otra -y nueva- perspectiva, un nuevo punto de vista. Ver con cuidado quiere decir aclarar lo que parecía oscuro. El filósofo se pone en claro lo que las cosas son. Pero poner en claro algo es entender ese algo como si nos hablara. Esa es la función racional: el filósofo entiende dentro de sí mismo lo que las cosas son, esto es, traducir su lenguaje a nuestro lenguaje, hacer las señales de la naturaleza palabras como las nuestras. Eso dijo Heráclito: “el Señor… el Oráculo… hace señales…” Estas señales hay que convertirlas en palabras, se tienen que traducir a nuestro lenguaje. Una vez traducidas las señas de la naturaleza, se pasa a la fase de decir a los demás lo que las cosas son, denunciar a las cosas que se escondían. Filosóficamente esto equivale a decir a los demás qué es lo que permanece en medio del cambio, qué ocultaba el movimiento.
8. Para el griego, lo familiar, lo que puede llamarse horizonte, era vivir entre las cosas, considerándose él mismo como una cosa más entre las demás. Lo extraño, lo no familiar, es que estas cosas, incluyéndose a sí mismo, cambiasen. El griego veía a las cosas en movimiento, y era este movimiento el que ocultaba el verdadero ser de ellas. El griego no sabía lo que son las cosas porque cambiaban, las cosas estaban ocultas por el cambio, si pudiese arrancar a las cosas de este movimiento, entonces sabría lo que eran. Se trataba, pues, de poner fin al movimiento, de limitarlo: está es la función del logos, el instrumento del intelecto para arrancar al movimiento el ser de las cosas.
9. Cuando en medio de la multiplicidad de triángulos, hombres, mares, de las cosas, el griego pueda decir: el triángulo es una figura cerrada por tres lados, el hombre es un ser de razón, la mar es de la naturaleza del agua, el Ser es el ser de todas las cosas, entonces ha arrancado al ser de las cosas del movimiento. Habrá multitud de triángulos, grandes y pequeños, de lados equiláteros e isóceles, de madera, piedra o metal, pero todos son necesariamente figuras cerradas por tres lados. Los hombres podrán nacer y morir, ser jóvenes y viejos, buenos y malos, pero sólo serán hombres en cuanto tengan razón.
10. Decir lo que las cosas son es decir la Verdad, Aletheia. En la verdad las cosas se detienen, muestran su ser. Se sabe una verdad cuando se sabe qué es una cosa. Aletheia quiere decir descubrimiento, descubrir, quitar el velo que cubre algo, pues Ietheia es velo, y por ello, aletheia desvelar. Conocer la verdad es quitar a cada cosa el velo que oculta su ser; no se olvide que lo que oculta su ser, el velo que lo encumbre, es el movimiento. La verdad arranca de las cosas, les quita su moverse continuamente, y ella, la verdad, es el ser que es, reposa o habita en el ser, diría siglos después Heidegger. El instrumento para develar el ser de las cosas, repetimos, es el logos.
11. Se tiene una verdad cuando se ha definido una cosa, se la limita, cuando habita en una palabra o conjunto de palabras, esto es, cuando se define. Definir es poner límites al ser de las cosas, encerrarlas en unas palabras. Decir que el triángulo es “___”, es no permitir que se escape a otra cosa. Los problemas surgirán siglos después con el análisis filosófico del lenguaje y debates ontológicos y epistemológicos sobre la realidad, pero estamos ahora en el universo filosófico del griego antiguo.
12. Y lo que hace el griego con cada cosa particular, el filósofo griego lo hará con el todo. Ya ha visto que el problema de la filosofía es el problema del todo que permanece en el movimiento de las cosas particulares. La filosofía se encuentra con que no sólo le es extraña esta cosa o esta otra, sino que le es extraño el todo. La tarea filosófica es saber no sólo qué son las cosas en el ser de cada una, qué son los entes, sino también qué es el todo donde estas cosas se presentan, qué es el ser que hace que estas cosas sean lo que son. Pero no se olvide que en el todo está también incluido el movimiento. Para saber qué es el Ser, que es todo, hay que contar con el movimiento. Pues bien, el movimiento es el paso de un ser a otro ser, dejar de ser una cosa para ser otra, pero siempre algo. El Ser siempre permanece en el cambio, no cambia, sólo cambian las cosas. Las cosas son porque están sostenidas por el Ser, las sostiene en el cambio perpetuo, pero aunque en el Ser cambien las cosas -o éste las haga cambiar-, el Ser nunca cambia, está oculto en el cambio. Cada cosa no es más que un simple rapto del ser, un simple instante momentáneo del todo. Una gota de agua que instantáneamente sale de la y regresa al océano del Ser.
13. El griego ha dado al todo el nombre de phisis, naturaleza. La naturaleza se oculta entre las cosas que rodean al hombre; no son más que expresiones de la naturaleza, señales de su existencia. Si el hombre se fija con cuidado y atiende estas señales, es posible que capte el todo. El filósofo interroga a las cosas para develar el Ser que las contiene. El ser o la naturaleza habla en el lenguaje de las cosas; el filósofo traduce este lenguaje (señales) al lenguaje de los hombres, a palabras, logoi.
14. La búsqueda del ser la realizará el griego mediante pasos semejantes a los que hemos visto, necesita dar para saber lo que las cosas son. Primero, una actitud de atención plena, teorética, contemplativa, mirando a la naturaleza para captar sus señales, procurando captar el perfil típico de las cosas, siguiendo con la vista sus rasgos y movimientos: a esto hemos llamado ver. A continuación, o mejor dicho, simultáneamente, hallar en cada cosa fisonomías que le sean comunes a otras y expresar estos perfiles en palabras que valgan para una generalidad, que lo que se diga de un triángulo valga para todos. Pasar de una especie a un género cada vez más superior, más inclusivo, pasar de las diferencias a lo común, de fragmentos a conjuntos, hasta llegar al género supremo, a lo que es igual para todas las cosas, al todo, a la totalidad. Porque este todo será el principio y el fin de todas las cosas que existen, será lo que permanezca en medio del cambio, el Ser. El Ser será la última, y la primera, palabra, el Logos supremo, nada más se podrá decir de él. Su definición será algo semejante a la mudez: el Ser es el ser.
15. Tales, Anaxímenes, Anaximandro, Empédocles, Anaxágoras, Pitágoras, Demócrito, Heráclito, Parménides… comienzan en el horizonte de Grecia el pensamiento racional, en la búsqueda y el intento de explicar la realidad simplemente estudiando sus principios, causas y elementos, si acudir a los dioses. Su visión era encontrar una teoría acerca de la naturaleza, phisis. Buscaban un primer principio, la realidad primordial, arjé. Preguntaron ¿de qué sustancia primordial han surgido todas las cosas? ¿Hay algo que sea un principio de todo y causa de la variedad que percibimos. ¿Hay un único principio o son varios? ¿Hay un elemento primordial fundamento de todo? Ese elemento, arjé, mediante ciertos procesos, se convertiría en los múltiples fenómenos naturales. Las respuestas fueron diferentes. Tales creía era el agua, Anaxímenes el aire, Anaximandro no nombró, él creía que era algo indefinido, ápeiron, de donde surgían todas las cosas.
16. Ha comenzado en la historia del pensamiento, de la ciencia, del saber, la búsqueda por excelencia. Empieza con la vista y el habla.
17. Ojos y boca, la vista y la palabra, son los medios sensoriales y mentales de que se vale el griego para enfrentarse al mundo, lo tiene en-frente, se sale de la familiaridad. Ese mundo al que se enfrenta, entonces como hoy es hostil, y siempre está cambiando. En ese mundo hostil que se opone, que presenta problemas, no hay mejor defensa que la vista. Con los ojos se abarca mayor extensión posible en el contorno. El que ve, se adelanta a sí mismo, a su cuerpo. Con la vista se toma contacto con lo que está más alejado. El ciego se defiende de los obstáculos y se orienta en el camino con un bastón, el vidente tiene en la vista un gran bastón defensivo y para orientarse. La vista es el primer instrumento de seguridad. Cuanto mejor vista se tiene, menor es el peligro que se corre. Los peligros se pueden evitar si se ve bien.
18. El griego, el primer hombre que se puso a filosofar, tendría que utilizar ese formidable instrumento de ver. Mirando las cosas había aprendido que el mundo es peligroso, que no se puede fiar de los sentidos, que las cosas cambian y no ofrecen seguridad (epistemología de Descartes se entiende sólo si entendemos el papel de la vista en la filosofía griega). Por medio de la vista ve el movimiento, y en este movimiento adivinó a su mayor enemigo. El problema era buscar en medio del movimiento lo que no cambie. Supuso el filósofo griego que si miraba con atención y cuidado, encontraría lo permanente, y una vez captado, podría expresarlo en palabras, definirlo.
19. La palabra se presenta así como la cristalización del ver. Es un ver a través de lo que se ha visto. Si la vista es una experiencia directa, la palabra es la experiencia indirecta. Un peligro se evita no solamente por la experiencia propia, sino también a través de la experiencia de los otros que dicen su experiencia. Un camino no sólo se emprende y sigue por la experiencia personal, sino por lo que otros dicen de sus experiencias en las rutas más seguras, los peligros, las señales a seguir si se quiere ir seguros y confiados a dónde se desea como destino. El explorador no necesita saber lo que es un pantano, ni haberse sumergido en uno, basta con que otro le haya dicho lo que es, y dónde está, para evitarlo. La palabra es así el instrumento al servicio del hombre en dos aspectos: como individuo y como ente social. No es necesario que todos vean bien, basta con unos cuantos, porque éstos harán ver con sus palabras lo que han visto sus ojos.
20. Así como la vista tiene una función defensiva y orientadora, la de pre-ver, la palabra tiene otra función, la de ordenar. Ordenar es poner las cosas en su debido lugar. Es lo que trató de hacer la filosofía griega. El triángulo es colocado dentro de las figuras, el hombre dentro de los seres racionales. Cada cosa, ya dijimos, será a su vez género y especie dentro del orden del logos.
21. La vista defiende y orienta en el espacio, y la palabra ordena en el tiempo. El que prevé peligros y caminos, se orienta mejor en el espacio; el que dice lo que las cosas son, puede prever y ordenar en el tiempo. Sabiendo lo que es una cosa, sabe también lo que será. Este fue el ideal filosófico de los griegos. Captar lo que de eterno es en el tiempo y lo infinito en el espacio, lo permanente en el cambio. Nace la tradición oral y escrita en filosofía.
22. San Buenaventura decía de tres formas de adquirir conocimiento: el ojo de la carne, el ojo de la razón y el ojo de la contemplación. El mundo, las ideas y Dios. Da que pensar.
Pedro Subirats Camaraza
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