Educación sin un único
lenguaje privilegiado, sin una voz en monólogo que colonice a las demás voces.
Habitamos un mundo configurado lingüísticamente, no hay lenguaje con clave
definitiva para decir lo que el mundo es y debería ser. Somos múltiples voces. Los
lenguajes son plurales y ambiguos, los seres humanos han de comprender que no
hay una única verdad, un único sentido, única realidad, sino el sentido, la
verdad, la realidad, son finitos, relativos a los múltiples contextos históricos
en que se manifiesta.
Educación sin esencias fijas.
Educación sin palabra inicial ni final. Habitantes de un momento, un instante
que no hemos necesariamente elegido, nos sabemos contingentes, sabemos que somos,
pero podríamos no ser, somos de tal manera, pero podríamos ser de otra, en la
libertad de decidir. Es que habitamos un mundo incierto, impredecible,
inconstante, heraclitiano, cambiante.
Educación escéptica, pero
no en sentido habitual de quienes dicen no saber nada, sino de los que no saben
nada absolutamente, al margen de la
relación y el contexto. Educación que dice adiós a dogmas absolutos, doctrinas
petrificadas, ideologías expiradas, pero no significa educación sin supuestos,
sin valores, sin un modo de qué y cómo pensar; siempre nos sostienen y guían
creencias, ideas, alguna fe, aunque provisoriamente a pasar el crisol de la experiencia reflexiva que decida cómo y
por qué vivir.
Educación subversiva que
cuestiona todo orden institucional creído incuestionable. Es innegable que las
instituciones ponen en marcha mecanismos sociales, psicológicos, legales y
morales para el control del discurso y regimentación de prácticas. Una educación
auténtica cuestiona radicalmente esos mecanismos, no en función de una utopía
metafísica política o antropológica. La subversión es tal porque sabemos todo
orden institucional es el primer paso del poder que tiende al autoritarismo. Las
instituciones sociales que pretenden educar tienen fuertes ordenamientos anti-educativos,
en las maneras de estandarizar al sujeto mediante exámenes arbitrarios que
clasifican tipologías falsas e inhumanas, surgidas de siglos pasados en modelos
clínicos de patologías psicológicas/pedagógicas.
Educación sin pretensión
de neutralidad, imparcialidad, objetividad. Posicionamientos epistémicos,
éticos, estéticos, políticos en educación no renuncian a una aspiración del
bien común universal, especialmente en ética, pero sabemos no es posible
ninguna afirmación de universalidad al margen de lo particular. De ahí que la práctica
educativa atiende lo insustituible, lo singular, lo concreto, lo espontáneo, la
creatividad del instante, del sujeto en busca de autenticidad, un sujeto cuya
educación es por necesidad idiosincrática.
Educación sensible al otro, la palabra del otro, su
presencia. Educación atenta y cuidadosa al dolor, al sufrimiento, a nuestra fragilidad,
somos vulnerables, nos necesitamos en compasión y cuidado.
Educación sin centros de
comando externos, lejos de la práctica educativa para asegurar su poderío de
mando, puesto jerárquico, inmunidad. La educación no es acción bélica,
educadores-educandos no se sitúan en pelea en línea de batalla, no son soldados
de fila que requieren generales dirigiendo las operaciones en larga distancia,
porque asumen saben más o son mejores u otro privilegio.
Educación en que quienes
enseñan aprenden y quienes aprenden enseñan. Roles educador-educando se
intercambian. Los mejores momentos hacen a educadores innecesarios.
Educación en rostros presentes
que se miran y conversan en un clima de calidez emocional. Le emocionalidad es
central en la educación, en otras palabras, el sentimiento de estar con otros,
junto a otros, en experiencia de común-unidad en las diferencias y semejanzas.
Educación como experiencia presencial, a darse permiso libre para dar la mano,
saludar, dar abrazo, sentir que nos acogemos en un tiempo y un espacio de
aprender a ser humanos. Dudamos que esa educación pueda acontecer en líneas
tecnológicas, sobre todo durante la infancia, niñez, adolescencia, que se necesita
el calor de la comunidad presente sin la que no hay auténtico sentimiento
sustentando aprender a ser humanos. No se malinterprete esto como reacción
retrógrada a las innovaciones en ciencia y tecnología. Eso es estúpido. Las tecnologías
de diversa índole son útiles en la didáctica de la enseñanza, dependiendo del
conocimiento y la habilidad que se desee enseñar. Por supuesto que eso no se
objeta. Pero las tecnologías son medios de transmisión de data, no fines de
educación. Data transmitida en líneas no constituye en sí conocimiento. Es el
sujeto quien interiormente -pensamiento, volición, sentimiento- experimenta el proceso
interior de conocer, en el contexto de su vida, necesidades e intereses. Nada
de eso es transmisible tecnológicamente, al menos en este tiempo sin
humanoides-cyborgs.
Educación convencida de
que el sentido de la vida nunca se descubre desde un sentido pre-hecho de
antemano, sino que se inventa en cada momento. En un mundo plural en que
totalitarismos han de desaparecer para sobrevivir la especie humana, no podemos
educar con absolutos sin respetar libertades y diferencias. El sentido no se
des-cubre, no se quita el velo que cubre un absoluto que no se ve por oculto,
disimulado o disfrazado. El sentido se inventa o reinventa, porque siempre
surgen instantes, sucesos o acontecimientos que sorprenden y nos piden
responder con la imaginación del presente, no del ayer ni del mañana.
Educación no es
formación. Es transformación, o mejor, metamorfosis. La formación busca formar,
y formar presupone forma previa a la que se ha de moldear, troquelar al sujeto
inerte, in-formado, sin sustancia propia. Toda formación depende de un
arquetipo ideal, es decir, la forma, a la que se ha de encajar, encajonar,
ensamblar al sujeto humano. Ahí se establecen estándares en acreditación para examinar
a todos por igual, en la misma línea de manufactura industrial de fábricas de
la Revolución Industrial; insumo materia prima (humano), procesa en ingeniería
del sistema (currículo), se obtiene producto final (perfiles del “educado”), que
representan mercancía a circular en mercados de oferta y demanda; acreditan
grados por créditos/hora, asignaturas que se fragmentan como piezas separadas
del conocimiento; devienen en diplomas, títulos, etcétera. Eso es sólo instrucción
para aprendizajes en conocimientos, destrezas, habilidades, comportamientos, es
importante. Pero no es educación.
Educación en transformarse,
quien se transforma sabe es incierto su devenir en el tiempo, ha de crear. La
realidad está a medio hacer, en espera de que hagamos algo con ella. Educación
auténtica en la praxis, la metamorfosis, la metanoia, el despertar, la liberación,
la salvación, hay mil maneras de decirlo en el lenguaje preferido, educere, salir de la caverna, soltar las
cadenas, voltear la mirada al sol, volver en si en la consciencia del hijo
pródigo, la luz del ser que ama y es amado.
Por ahí nos parecen los
caminos de la educación auténtica.