Pensar
I
Hay maneras de pensar. Filosofar es
una manera de pensar. No hay una única manera de pensar, aunque a lo largo de
la cultura occidental greco-latina se impone una forma sobre el resto y casi
siempre asociado la acción del pensamiento a la racionalidad deductiva, lógica,
formalmente argumentativa. No hay consenso sobre qué significa pensar cuando
pensamos el pensar. No hay consensos sobre nada, en realidad, y mucho menos si
se trata del pensamiento; o sea de aquello desde lo cual pensamos todo, incluso
pensamos al pensar en que no estamos de acuerdo sobre lo que significa lo que
hacemos cuando pensamos. Pero ¿qué es pensar?
¿Podemos pensar el pensamiento? ¿El
pensar se puede desdoblar para verse desde fuera de sí? ¿Se educa el
pensamiento? ¿Educar y enseñar es lo mismo? El pensamiento ¿se puede evaluar?,
¿cómo? Si se puede ¿se debe? ¿Cómo aprender a pensar? En definitiva, si hay
algo definitivo en pensar, que lo dudo más allá de que pensamos, ¿qué es pensar?
Filosofar la educación es un quehacer
que hacemos quienes nos gusta pensar la educación.
Pensarla en el qué, quiénes,
por qué, cómo, dónde, del acontecer educativo. Gusto y sabor se relacionan. En
el origen del término “filosofía” se rastrea un vocablo sánscrito que significa
sabor, el sabor de vivir gustando la
vida o al contrario el disgusto de vivir. Al saborear hay gusto o disgusto. Es
también el origen del vocablo sabiduría, saber vivir bien. Philo-sophia, sabor,
pasión, amor, un talante anímico, amar el vivir, la vida pensada que se merece
vivir y se vive. Sabiduría. ¿Pero qué es pensar?
En principio diríamos es una actividad
de nuestra mente, pero duplicamos el problema: ¿qué es la mente?, ¿con qué
pensamos?, ¿con el cerebro, las neuronas, el alma, el lenguaje, con la razón?,
¿cómo se relacionan cerebro y mente al pensar?, ¿al pensar razonamos?, ¿qué es
la razón?, ¿es algo separado del cuerpo o también es una acción corporal que no
se asume como tal? Lo interesante es que, sea como fuere, no hay una única
manera de pensar, aunque en nuestra cultura, en escuelas y universidades, se
asocie el pensamiento con racionalidad, y un cierto tipo de racionalidad.
En todo caso, podemos así abordar una
primera relación entre la razón y la filosofía. De hecho, es clásico hablar del
origen de la filosofía a partir del uso de la razón, que se distancia de un “pensar”
mítico-religioso-mágico-supersticioso, que, así se piensa, no es un pensar como
debería ser un pensar correcto, un pensar que propiamente pensado sea un pensar
bajo la tutela de la razón. Así, se habla del origen de la filosofía a partir
del uso de la razón -el logos- en la
Antigua Grecia.
Hay un pensamiento abstracto que logra
trascender la cotidianeidad de lo real, que se distancia de preocupaciones
corrientes del estar viviendo; es un pensar que pregunta por el fundamento de
las cosas, de lo real, el arjé, pensar
en busca del principio, de lo que está detrás que lo sostiene a todo, lo que
está por encima que cobija a los entes, lo que es adentro en el sustrato de lo
existente, y sin embargo, no todo pensamiento es en ese sentido abstracto de
desprendimiento de la cotidianeidad.
En mi curso asistió una estudiante de
diecinueve años, cuarto mes embarazo, su parejo la deja, su familia se
desentiende, la echan de la casa, se muda con amiga, hace cuentas en su
libreta, pensando gastos del mes, ingresos de su trabajo de mesera y beca
federal, ella piensa al hacer cuentas, piensa su situación contando cuentas. Pensar
es un acto cotidiano, tanto en el ocio como en el agobio.
Hacer cuentas es un modo de pensar, no
es el único, pero predomina, en sentido de darse cuenta. Al pensar opciones y
decisiones, deducir consecuencias o conclusiones de un razonamiento, etc., son
maneras de pensar que se privilegian en nuestra sociedad, en particular, en
instituciones escolares y universitarias. Nuestra razón aísla, abstrae fenómenos de la cotidianeidad en estructuras lógicas y así podemos entender, por
ejemplo, si entro al ascensor en el piso 1 y aprieto el botón piso 9, es porque
voy a subir. Si A es B y B es C, naturalmente A es C. Ese “naturalmente” es el
paso lógico, la inferencia que nuestra mente realiza a partir de ciertas
premisas.
Extraer conclusiones debidamente
fundamentadas es una manera de pensar, pero no es la única. De hecho, el verbo
“contar” admite el significado de contar números y contar cuentos. Y está
claro, al pensar ese lenguaje, que no es lo mismo una cuenta que un cuento. Hay
otras maneras de pensar, si pensamos que en la vida existen diversas maneras de
ver, comprender y vivir la vida, de pensar en la variedad de conocimientos con diversas
maneras de pensar. Es improbable la maestra de poesía tenga idéntico librito pedagógico
que la maestra de álgebra, dada la alta probabilidad que el gusto de aprender
poesía difiera del gusto de aprender álgebra en motivación, en interés, en el
contexto del aprendiz, su disponibilidad
-idea central en educación-, o indisponibilidad.
No pocas situaciones de kínder a universidad indisponen al estudiante a que aprenda.
Evaluación que registra notas que clasifican a estudiantes en estereotipos con
lenguaje subyacente de bien y mal (buenos estudiantes, malos estudiantes), que
se registran en récords públicos vitalicios, evaluación fundada en exámenes o
pruebas que poco o nada dicen de la posibilidad y disponibilidad del sujeto, es
una de las infamias más terribles del sistema institucional educativo. Luego
volvemos a ello.
Hay maneras de pensar. Ejemplo, cuando
buscamos el fundamento de todo partimos de situaciones que se presentan en la
vida cotidiana e intentamos entender su razón, su proveniencia, su sentido,
pensando el sentido en el por qué, no
¿por qué uso el tren urbano?, un pensar que razone la utilidad práctica de mi
preferencia o situación cotidiana, sino ¿por qué hay tren?, no en sentido de
porque alguien fabricó, sino ¿por qué hay
trenes? O sea, ¿para qué? ¿Con qué sentido? ¿Por qué el universo en esta ínfima
porción cósmica de un planeta necesitó que hubiera
trenes? Tampoco se trata de pensar hay trenes porque la gente necesita
transportarse, y necesita transportarse porque tiene que llegar temprano al
trabajo o al estudio, y necesita llegar temprano porque tienen prisa de hacer
un montón de cosas exigidas para el salario laboral o la calificación en
estudios, y esa prisa suele ser con presión de problemas preocupantes, y ello para
que la sociedad funcione y todos cumplan su rol taxativo y productivo, y unos
pocos se llenen sus bolsillos de dinero y unos muchos se agobien trabajando
para los pocos; no, no me refiero a esas preguntas con maneras de pensar lo
cotidiano en pensamientos de carácter sociopolítico, económico, sociológico,
histórico, etc., no, es otro pensar. ¿Por
qué nos movemos? ¿Por qué nuestros cuerpos vinieron así? ¿Y por qué hay cuerpos? ¿Y por qué con esas
características? ¿Y por qué hay humano
si pudo no haberlos? ¿Y por qué hay algo
cuando pudo no haber nada?
Heidegger, mente exquisita en la
historia del pensamiento, pensó esas maneras de pensar. Antes que él, Descartes,
gran matemático, fino filósofo, estupendo pensador. Y hay locos en manicomios,
y fuera, que piensan esas cosas. Locos lúcidos. ¿Por qué hay algo en vez de
nada?
¿Por qué el ser? ¿No ser? Si es no
ser, es algo llamado no-ser, si es algo ¿es sólo lenguaje que nada dice? Pero
si es no ser en sentido de nada, ¿es posible pensar sin contenido del pensar? ¿Por
qué algo y no nada?
Y la respuesta es “no sé”. O no se
sabe. O nunca se podrá saber. O es irresoluble. O quien dice saber, no sabe,
sólo se inventa una creencia metafísica o religiosa o mitológica que apacigua
la pregunta en la ansiedad, la angustia de la pregunta, para no seguir pensando
respuestas. O no se trata de preguntas que busquen ser respondidas de modo
definitivo. O preguntas sin respuestas, que no invalida preguntar, no es ¿por
qué el triángulo no tiene cinco ángulos? no es ese tipo de pregunta, es
pregunta sin una lógica de razonar, sin argumentos a cavilar. ¿Pensar el
misterio? ¿El no-pensar?
¿De qué tipo de pensar se trata? ¿Qué
manera de pensar no resuelve sino abre? ¿Y para qué sirve abrir? ¿Todo tiene
que servir para algo? ¿Y por qué tienen que haber respuestas definitivas? ¿Y
por qué no abrir sin asumir debe haber un cierre? ¿O por qué no abrir al
silencio? ¿Y por qué no pensar en un vacío, o es que todo pensar necesita un
algo a pensar? ¿Por qué estamos los humanos? ¿Por qué hay algo en vez de nada? ¿Qué
hacemos en el mundo mientras nos destruimos?
Abrir esas preguntas es pensar
nuestras vidas, desde la rutina cotidiana de levantarse cada día para vivir
abriéndonos paso, a la angustia existencial de levantarnos pensando si vale la
pena levantarse otro día más, así pensó Camus.
Hay muchas maneras de pensar. Deducir,
argumentar, comparar, diferenciar, analizar y sintetizar, y sobre todo imaginar.
Volvemos luego a imaginar. El mundo de nuestra consciencia se amplía cada día
más con las maneras de pensar, en estos tiempos con los desarrollos
tecnológicos que hacen de la realidad
algo que se transforma todo el tiempo en nuevas formas.
Está claro, al
pensarlo, que no es lo mismo la acción de imaginar
antes o después de la invención de la electricidad o el avión, o que no es igual
asociar antes y después de las redes de
informática. Está claro, también que las grandes preguntas en esencia no han mutado mucho, y seguimos
pensando los mismos asuntos, las mismas cuestiones, mismos temas, seguimos pensando
los mismos interrogantes que nos dejan intrigados, curiosos o perplejos, no nos
dejan quietos, no les damos la espalda indiferente por mucho tiempo, vuelven con
intensidad, urgencia o necesidad imperiosa: el amor, la muerte, la felicidad,
el tiempo, el sufrimiento, la guerra, el odio, la pobreza, la fragilidad de las
relaciones, el sentido o no de vivir.
Hay maneras de pensar. Yo escribo en
lenguaje ¿todo lenguaje es pensamiento?, ¿el pensar supone por necesidad un
lenguaje?, ¿para saber si alguien piensa debe ella o él efectuar alguna
actividad corporal demostrable a quien interese saber si en efecto piensa? Yo
escribo en lenguaje, pero ¿todo lo que estoy ahora pensando lo transcribo en
esta maquinaria de escribir?, ¿soy consciente de todo lo que estoy pensando?, si Freud y la tradición psicoanalítica
aciertan, ¿hay estratos en mi mente que piensan sin yo saberlo?, ¿o sin querer
saberlo por alguna represión inconsciente?
Escribo en lenguaje y eventualmente tú
lees este lenguaje. ¿Puedo asumir que lo estás pensando? ¿Podría saber con
precisión (evaluativa) lo que piensas mientras lees si luego al conversar me
dices lo que pensaste cuando leíste, al recordarlo? ¿O me dices lo que piensas al
momento de conversar? ¿Es posible agregar o eliminar algo del pensamiento
original al leer? Si yo te digo lo que pienso, ¿eso significa dije todo lo que pienso? Y ¿qué es ese todo? ¿Pensamiento
y memoria se relacionan? ¿Y la emoción tiene algo que ver con pensar? Pensar
¿se aprende con personas en contextos sin mediar instrucciones programadas? Los
exámenes que intentan probar y evaluar el pensamiento ¿se han pensado con estos
pensamientos en forma de preguntas que acabo de escribir y tú leerás, ahora?
Personas que intentan educar a otras
personas para que aprendan a pensar ¿qué hacen? ¿Enseñan a pensar? Si alguien me
dice “Pedro, necesitas te enseñe a pensar”, ¿yo aprendo a pensar en virtud de
su enseñanza directa, intencional, obligada? ¿O aprendo a pensar gracias a su
ejemplo inspirador, al ambiente de aprender? ¿Aprenderé a pensar, digamos,
críticamente, en un ambiente no crítico?
Pensar el pensamiento da qué pensar. Por
ejemplo, hay quienes tienen intención bienintencionada de averiguar si Juan o
Isabel son hábiles en pensar críticamente, y los examinan para verificar si, en
efecto, piensan bien o defectuosamente en cuyo caso se requiere mejorar su
habilidad o destreza. Pregunta razonable: ¿pensar se descompone en destrezas
discretas, habilidades específicas? Pensar el pensamiento da qué pensar. Pensar
las condiciones para aprender a pensar, por ejemplo.
II
Desde que el humano piensa, se piensa,
no digo se piensa el pensamiento, sino simplemente que se piensa. No sabemos a
ciencia cierta cuándo, cómo, ni por qué. En arqueología, paleontología y
antropología, se aproximan a ciertos datos que pensamos son evidencias de si es
gorila o humano quién dibuja en cueva, fabrica artefacto, entierra cadáveres,
cocina con fuego, etcétera, y esos datos dan a pensar que los hallazgos son
evidencia de humanoides antecesores pensantes. No tenemos, sin embargo,
escritos o récords sobre qué decían de su pensamiento.
Al investigar a nuestros ancestros se
asume que pensamientos y lenguaje ocupan constantemente la mente humana en su
origen evolutivo para sobrevivir, procrear, constituirse en grupos, defenderse
de otros grupos, lo de siempre. Pero hoy como entonces, la naturaleza del
pensamiento es elusiva. ¿Pensamientos son imágenes vistas en el ojo de la
mente? Así pensó San Anselmo. ¿O narraciones verbales en el oído de la mente?
Lo decía Stanislavski a sus estudiantes de teatro.
La mayoría de los seres vivientes (en
bella frase budista) pasan por la vida sin pensar, o al menos, humanos
pensantes no vemos ni sabemos si piensan. Plantas no piensan, aunque todo
campesino y abuela que cultiva orquídeas sabe que plantas sienten. Y es muy
dudoso que los insectos piensen, aunque hormigas de mi patio son de
inteligencia aguerrida. Estas formas vivientes son capaces de obtener alimentos
y reproducirse sin concurso del pensamiento. La mayoría de los seres humanos
gusta reflexionar y encontrar el sentido al mundo que habitan. A eso se llama
reflexión, la flexión de la mente sobre sí, que podemos decir provisionalmente
y de modo nada perentorio, pensar.
Sin embargo, no sabemos cuándo, cómo, por
qué pensamos. No lo sabemos con certeza. En asuntos humanos sólo conocemos aproximaciones,
no certidumbres, más allá del dato obvio: un cerebro con anatomía conocida,
alimentos se digieren en intestino delgado, hablamos en diferentes lenguajes, nos
reproducimos sexualmente, cantamos salsa y ópera, nos socializamos en variedad
de culturas, construimos túneles, fabricamos armamentos para la guerra, son certezas
que se pueden afirmar factuales, sin razones fuertes para dudar. Pero el hecho
evidente de que pensamos rutinariamente es algo obvio sin saber en qué consiste
eso que hacemos llamado pensar.
Por extraño que parezca, a pesar de
las evidencias que sugieren humildad intelectual y prudencia, a la luz de intentos
fallidos y contraproducentes de didácticas para enseñar y medir el pensamiento,
a pesar de ello persiste en educación la pretensión de buscar y encontrar
respuestas puntuales sobre cómo se enseña, aprende y se evalúa pensar, por
ejemplo, el pensar apodado crítico.
Por extraño que parezca, a pesar de
experiencias educativas que alertan a reconocer que no existe en el aprendizaje
humano una relación causa-efecto, como maquinarias o ratoncitos, en que 1) hay un
comienzo de entrada, el punto inicial, un insumo de un humano, 2) hay un proceso
pedagógico, actividades curriculares, palancas de enseñanza programadas controladas
que 3) dan por resultado un producto final del humano formado a partir de formas,
prototipos o modelos previos contenidos en estándares traducidos en perfiles de
competencias, en este caso, de un pensador crítico según referentes de
criterios o rúbricas. La evaluación consistirá, pues, en 1) diagnóstico de
pretest inicial, 2) efectividad del proceso formativo, 3) eficacia del producto,
postest. Semejante sistema de control que fiscaliza y penaliza, incluso
excluyendo a los estudiantes del sistema, eso supone que alguien asume
responsabilidad de enseñanza y aprendizaje programados en tal mecanismo
(mecánico), por supuesto, maestras/os quienes cargan las cuentas de familias,
sociedad, desaciertos del sistema.
A pesar de semejante sinsentido, sectores
en educación pretenden lo imposible. Freud decía de tres imposibles: gobernar,
psicoanalizar y educar; en cuanto educar, él se refería, como buen conocedor
del psiquismo en trucos del inconsciente, represiones y proyecciones, se
refería al error de pensar que educar equivale a enseñar. En nuestro caso, que
pensar críticamente es enseñable en educar un humano pensante en criticismo,
múltiples variantes del criticismo, cine, literatura, física, escultura,
escultismo, lectura del Tarot, y demás.
Por extraño que parezca, a pesar del
sentido común y la razón bien puesta, al decir de Ortega, aún se pretende en
algunos sectores educativos que el pensamiento (crítico) es demostrable por
vías de pruebas cuya certidumbre radica en la cuantificación aritmética en
virtud de la cual se asignan a estudiantes categorías de aprendiz del pensar
crítico, por ejemplo, Raimundo es excelente pensador crítico pero Rosendo necesita
mejorar el índice de sus rúbricas de pensar crítico habida cuenta que su pensar
no cuenta con suficientes evidencias de ser lo suficientemente crítico al
pensar una serie de ítems representativos que se requieren en currículo del
lote de éxito cultural, social, económico, profesional, etcétera, en su perfil
de competencias al final del proceso didáctico, etcétera, párrafo larguísimo
circunvalado para decir simplemente: pensar críticamente se piensa
críticamente.
Parece muy extraño que al pretender enseñar
y evaluar el pensamiento, el que sea, no se sometan al escrutinio de la duda
tal pretensión, dado que el pensar, precisamente, gira en torno a la duda, a
cuestionar, a preguntar, a problematizar qué, por qué, cómo, para qué, con
quiénes, en qué visión del humano, del mundo, de la educación, del papel de la
universidad, etcétera.
¿Cómo no cuestionar semejante pretensión de mecanizar
educar? ¿Cómo no dudar la idea que el pensar crítico, sea lo que fuere, se debería
evalúa con medidas cuantitativas procedentes de criterios cualitativos? ¿Cómo
no problematizar la idea instrumental de que pensar es enseñable directamente?
La noción de que una evaluación y diagnóstico del pensamiento, si se cree
defectuoso, se metamorfosea, ipso facto, en un tratamiento correctivo ¿no es
cuestión a ser pensada críticamente? ¿Cómo
no interrogarse de qué idea del humano-estudiante subyace en semejantes
pretensiones?
Y si pensar es un arte ¿qué hacemos?
III
La mente piensa. Más aún: a la mente
le cuesta mucho dejar de pensar. Hay que concentrarse más para no pensar que,
por ejemplo, para no respirar. La mente se apoya en un cerebro que dispone de
unos ochenta y cinco mil millones de neuronas, lo que significa a su vez un
número colosal de conexiones posibles. Esto da una idea del tamaño que puede
alcanzar un pensamiento en bruto, es decir, un pensamiento con todos sus
matices originales, un acontecimiento inventivo que aún no ha trascendido fuera
de la mente de la cual acaba de nacer, como la de Arthur Koestler. En el límite
se necesita una cantidad de información prácticamente infinita para reproducir
un pensamiento con una fidelidad perfecta. Por ello, en el límite todo
pensamiento pertenece sólo a la mente que lo ha creado o efectuado, o sea, es
irrepetible en toda su majestuosidad y plenitud para cualquier otra mente. Y es
inútil o bochornoso que otras mentes pretendan reproducir el pensar creativo,
crítico, imaginativo, curioso, dubitativo, como destrezas discretas capaces de análisis
en rúbricas discretas a reproducir con metodologías didácticas.
Sólo la autora del pensamiento lo
abraza en toda su integridad, su belleza, su presunta infinitud.
El infinito
del que aquí hablamos es un infinito práctico, como lo es el número de partidas
de ajedrez diferentes que se pueden jugar (del orden 10120).
En rigor el número es finito, pero en la
práctica de partidas que pueden jugarse antes que la humanidad se extinga,
podemos llamarle perfectamente infinito. Análogamente, a un poeta que escribe
un sublime soneto es difícil convencerle de que su creatividad equivale a
elegir un soneto entre los 10415 diferentes que son posibles.
Este volumen descomunal de información
no impide, sin embargo, que los pensamientos se puedan comunicar, como yo ahora
escribiendo pensamientos al futuro lector, le comunico como si ambos
estuviésemos hablando, uno escribe, otro lee, los dos pensando. En efecto, los
pensamientos pueden saltar de una mente a otra, en tiempo lineal de cronos y tiempo
presente de kairós.
Pueden, pero antes hay que convertir
el pensamiento en moneda de conocimiento. El recorte es notable, nada menos que
de una cantidad presuntamente infinita a otra necesariamente finita. Nos será
útil ensayar qué entiendo, de modo muy general, por conocimiento.
Conocimientos:
es
pensamiento simplificado, codificado, ordenado y empaquetado listo para salir
de la mente y capaz de atravesar la realidad externa a la mente pensante, para
así tener alguna opción de tropezarse con otra mente que lo descodifique. Para
pensar basta con una mente, para conocer se necesitan como mínimo dos, aunque
ambas mentes, la emisora y la receptora, sean la misma mente. En el caso de que
ambas coincidan la diferencia entre pensamiento y conocimiento está en que el
pensamiento se mueve sólo por dentro (sin salir de la mente) mientras que el
conocimiento se intercambia (se emite o se recibe) hacia o desde el exterior
(entendiendo por exterior el resto de la realidad del mundo). Ello tiene un
intenso contraste: mientras el pensamiento es una realidad íntima,
personalísima, presuntamente infinita, el conocimiento es un elaborado que es
transmisible, comunicable, necesariamente finito, enmarcado en el espacio y el
tiempo. Así me dicen colegas de diversos conocimientos, una ecuación de la
física empieza y acaba, una conjetura matemática ocupa un espacio determinado,
una partitura tiene una primera nota y una última, una pintura está limitada en
una superficie de dos dimensiones por un marco, una escultura cabe en un
paralelepípedo de tres dimensiones, hay novelas de dos mil páginas y novelas de
cien, pero todas empiezan con una palabra y terminan con otra.
Podemos redefinir conocimiento como un
pensamiento codificado y empaquetado con la ayuda de cierto lenguaje, un
lenguaje compartido por mentes que intercambian conocimientos. Un lenguaje es
un conjunto finito de elementos fundamentales que pueden combinarse para formar
paquetes o conjuntos de orden superior, que se codifican a su vez para
comunicar conceptos e ideas. Un idioma como el español es un lenguaje con
ochenta y cinco mil palabras en su diccionario, pero claro está, existen más
conceptos e ideas que palabras. Por eso necesitamos combinarlas para matizar y
afinar un pensamiento.
No hay inconveniente en llamar texto a cualquier pensamiento
empaquetado y codificado listo para saltar de la mente del pensante a la
realidad del mundo. Razón por la cual cuando los estudiantes me hacen la
clásica pregunta ¿qué texto usamos en clase?, me detengo a contar cabezas y
respondo as a matter of fact que usamos veinticinco textos (o el número de
cabezas que piensan en la clase).
Los pensamientos del pensante y el lenguaje
que se dice a sí mismo en ese diálogo interior que cada cual se habla consigo,
son inaccesibles a otras personas. Los conocimientos sí son comunicables. La
información que cada persona quiera dar, sepa dar o pueda dar, también es
transmisible, claro está, dependiendo de los condicionamientos intrapsíquicos y
socioculturales que favorecen o inhiben lo que se quiere, se sepa o se pueda
compartir.
IV
En la historia del pensamiento
filosófico en Occidente encontramos muchas concepciones sobre el pensamiento.
En filosofía Oriental el pensamiento es parte del todo, el Tao. Mejor no entrar
ahí.
En Descartes encontramos una
definición del pensamiento, por extensión acerca del ser: “¿Qué soy, pues? Una
cosa que piensa. ¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, concibe,
afirma, niega, quiere, no quiere y también imagina y siente” (Meditaciones II). Define el pensamiento
como experiencia o dimensión -en Freire consciencia- del sujeto (“el
pensamiento es un atributo que me pertenece”, ibid.) y sin duda no se puede definirlo de otro modo, porque toda
definición lo supone y se dirige a un sujeto que piensa. Si alguien no pensara
¿cómo podríamos hacerle comprender lo que es pensar? “Pensar -dirá Kant- es
unificar representaciones en una consciencia” (Prolegómenos II).
Es la razón por la cual la labtop en
que escribo no piensa. Tiene potente procesador de palabras que me ayuda a
escribir, pero de una estupidez aplastante, que no deja de incomodarme. Pero no
es que piense mal, es que no piensa.
Pensar, etimológicamente, es pesar,
implica unidad de una balanza o una relación. El pensamiento es lo que pesa y
sopesa las razones, los argumentos, las informaciones, e incluso la pesada
misma.
¿Pensar? ¿Educar el pensamiento?
¿Enseñar a pensar críticamente? ¿Evaluar esa enseñanza?
Hay que pensarlo. No es
cuestión baladí. Heidegger, Dewey, Ennis, Lipman, tantas y tantos que piensan.
En filosofar la educación pensamos
eso, porque de eso trata filosofar la educación.
¿Pensar? ¿Pensar el pensamiento?
¿Educarlo?
Y si pensamiento es ese “diálogo
interior y silencioso del alma consigo misma” que evocaba Platón ¿qué pensar? Y
si pensamiento es arte, ¿qué pensar de métodos didácticos para enseñar a pensar?,
Y si pensamiento es cualidad del ser pensante ¿qué pensar de evaluaciones
cuantificables?
V
Pensar en una continua, única, abarcadora
función mental, movida por la imaginación. Imaginación incansable en imaginar: el
nutriente que alimenta pensar. Pensamiento no es colección de destrezas
singulares o habilidades discretas. A Pedro lo examinan y encuentran es
deficiente en una rúbrica que señala una destreza particular, es decir, aislada
del contexto. El pobre Pedro no aprende hasta que lo sometan a un régimen de
enseñanza. Es un pensamiento educativo simplista, reduccionista, mágico, busca la palanca de Arquímedes para mover la
motivación, aprendizaje, deseo de pensar.
Ello es objetable en seis sentidos.
Éticamente
incorrecto. Socialmente injusto. Epistemológicamente falso. Ontológicamente
indigno. Pedagógicamente inviable. Existencialmente sin sentido.
Aprender, recordar, comprender,
razonar, prever consecuencia, identificar y resolver problema, inventar o
crear, deliberar, discernir o efectuar una crítica, y otras manifestaciones del
pensamiento no son facultades especializadas ni destrezas en compartimentos
cerebrales o en zonas de la mente. Son reflejos de una constante imaginación
que mueve al pensamiento.
Aprender a pensar no tiene que ver con
enseñanza, sino con experiencia y oportunidad. Experiencia de ambiente empapado
de pensamiento. Oportunidad que haga posible la experiencia.
Todos pueden pensar. Educar, educere, el pensamiento depende de tres consideraciones
críticas: comprensión de lo que se
desea pensar, disposición a pensarlo, autoridad para pensarlo.
La comprensión provee familiaridad con lo pensado
y la confianza que subyace en la disposición a pensar con la autoridad para
hacerlo. Autoridad en sentido del pensante que se siente en libertad de pensar, en ser autor/a de su vida.
Todos estamos dispuestos a pensar
algunas cosas, otras no. Todo depende. El concepto “depende” es crucial en pensar
y aprender. Estoy dispuesto a pensar dependiendo del interés en pensarlo. Me
dispongo a pensar algo dependiendo si me siento
capaz, en confianza y en libertad de pensarlo. Como todo aprendizaje,
aprender a pensar depende de las personas con quienes estamos. Depende de mi
sentimiento conmigo, cómo me perciben otras personas y cómo yo percibo su percepción
de mí, y del papel que juego en las interacciones con esas personas.
Aprendemos a pensar rodeados de
personas pensantes. No que sistematizan una instrucción para obligar a pensar. Aprendemos
a pensar creativamente/críticamente con personas que piensan así, no con
actividades curriculares y lecciones que se monitorean y evalúan para
determinar el status de seres pensantes.
Hay tres características de una
escuela y universidad en que el pensamiento se valora y se fomenta. Características
de una atmósfera mental en que se respira pensamiento: interés, respeto, confianza.
Imaginemos primer día de clase en filosofar
la educación. Yo digo a estudiantes que se requiere dar sus nombres a un
informe público que registra su capacidad de ser pensadores críticos, o no.
Por favor, imaginemos la escena. Y pensémosla
críticamente.