Al pensar con actitud filosófica hemos de tomar en cuenta que la realidad es enormemente rica y compleja. No basta un solo punto de vista para conocerla ni una sola metodología para estudiarla. Demos un ejemplo fácil de entender. Tengo un libro de poesía. ¿Quién me lo explica? ¿Un físico? Él me dirá lo que pesa, el tamaño que tiene, su densidad, color y otras propiedades materiales de ese objeto, y nada más. Un químico me dirá de qué está hecho, de celulosa, que tiene carbono en las palabras impresas y nada más. El librero me explicará la producción e impresión del libro, los costos y ventas. ¿Quién me puede decir lo que hay allí de contenido, belleza, poesía? Ni el físico, ni el químico ni el librero pueden decirme eso con respecto al libro y su contenido por más experimentos, medidas y análisis comercial que hagan. Si esto es verdad con respecto a una simple obra humana en mis manos, tan sencilla, también es cierto cuando se trata del universo o la vida Puedo preguntar al químico qué es el ser humano y me puede decir desde su ciencia que tiene típicamente en su cuerpo tantos gramos de carbono, tantos de oxígeno, tantos de calcio, de hierro, sodio, etc. ¿Es eso el humano? Si me ponen todos estos elementos en un frasco sobre la mesa ¿ese eres tú y yo?
El humano es una realidad que no se explica en términos de física, química, biología y otras ciencias particulares que analizan los componentes físicos y orgánicos de la vida. Es menester pensar con otras categorías conceptuales que nos aproximen a encontrar lo que significa ser una persona capaz de buscar la verdad, la belleza, el bien, la libertad, la paz, ser sujeto de derechos y deberes, de sentido de justicia, y por eso, ser capaz de tener responsabilidades y de relacionarse con otros seres humanos a diversos niveles, desde contratos sociales amplios a las relaciones de amistad, los vínculos de amor.
El astrónomo me puede explicar de qué están hechas las estrellas, su temperatura, la distancia de la Tierra y el tiempo que toma llegar su luz a nosotros, pero no puede decirme nada si le pregunto por qué existe el universo o qué hacemos nosotros en este espacio sideral. Ninguna ciencia puede dar respuesta, ni siquiera explorar preguntas profundas de la filosofía: ¿por qué hay algo en lugar de nada?, ¿qué soy, de dónde vengo, qué debo hacer con mi vida? La historia de la humanidad atestigua el afán de conocer todo lo que nos rodea y nosotros mismos. Como el conocimiento espontáneo sensorial no es muy fiable ni responde por completo a los interrogantes, el humano necesita razonar, relacionar datos y extraer conclusiones. Así, a partir de la información insuficiente que proporcionan los sentidos llegamos a conocer aquello que no podemos observar directamente.
Desde antiguo se da el nombre de ciencia a este tipo de conocimiento que nos lleva más allá de la experiencia ordinaria y de la opinión corriente. La palabra deriva del vocablo latino scientia, un sustantivo que procede del verbo scire, que significa saber. Ciencia y filosofía son conocimientos que buscan la verdad, con independencia del diferente grado de verdad que puedan conseguir y del inevitable margen de error que puedan contener. Si no fuesen sistemas de verdades provisionales y parciales, su inclusión en los currículos educativos sería una tomadura de pelo universal, un fraude de proporciones gigantescas inducir a estudiantes a aprender lo que es falso, un engaño. El valor de una experiencia educativa es, precisamente, iniciar o desarrollar el gusto por investigar la verdad con respecto a la materia de estudio. Los estudiantes y maestros asumen ese axioma pedagógico como parte incuestionable de su haber, lo que no significa, en un mundo de cambios tan rápidos y radicales, que la verdad provisional de hoy no sea falsedad mañana, y de nuevo a empezar otra vez la investigación y estudio, la constante e inacabable exploración del conocer.
El conocimiento científico nace de la experiencia y es racional, pues se refiere a un mundo físico cuyas regularidades y patrones -ciclos biológicos o astronómicos, por ejemplo- quiere explicar y predecir con leyes mediante un método. Método (del griego méthodos camino), es el camino inteligente que recorre la ciencia entre hipótesis y comprobaciones, hasta lograr leyes y teorías que pueden demostrarse, darse a conocer públicamente, y que expresen conocimientos ciertos, pero en constante redescubrimiento. El método científico es hipotético-deductivo, cuya clave es unir la matemática con el experimento.
Pero la filosofía no es, no pretender ser, ciencia en este sentido. Ciencia y filosofía son disciplinas intelectuales distintas, pero esa distinción no es aislamiento ni mucho menos oposición. Porque al estudiar problemas comunes y estrechamente relacionados, ambas se necesitan mutuamente. Los grandes temas fronterizos y de máxima importancia, como el origen del universo, el origen de la vida y el origen humano son a la vez temas filosóficos y científicos inseparables, aunque las metodologías y los enfoques varíen.
La filosofía, convertida en ciencia o en conocimiento empaquetado, pierde su fuerza vital. Se toman exámenes, se dan notas, se escriben tesis, se organizan congresos y… se puede olvidar pensar. Hay que retornar al arte socrático de dar a luz al pensamiento mediante la reflexión compartida en que preguntar y responder para preguntar de nuevo son la actitud incesante de filosofar, que se reconoce por la falta de evidencias finales y el aprecio de paradojas y ambigüedades. La actitud filosófica no se instala en el saber absoluto, ni tampoco renuncia a buscarlo; le interesa el devenir, el movimiento que conduce del saber a la ignorancia y viceversa. Se filosofa preguntando. Pero no hay una pregunta en nosotros cuya respuesta esté en las cosas. También en nosotros están las respuestas.
No se filosofa desconectándose de la realidad existencial. La filosofía vive en la situación humana. No se filosofa como espectador. Nuestra relación con el ser que somos y con la vida entera pasa por los otros y adentro de uno. O vamos a la verdad con ellos o no es la verdad lo que encontramos. No hay verdad sin otro, tampoco hay verdad sin encontrarla en uno. La actitud del pensador socrático causa malestar en quienes están totalmente seguros de sus ideas, porque les inflige la injuria de hacerles dudar de sí mismo, de cuestionar sus certezas. Lo entendió Ortega, que repetía “no es eso, no es eso”. También Unamuno cuando decía “ni lo uno ni lo otro”. Actitud filosófica sabia del que sabe que sabe poco o nada.
Pedro Subirats Camaraza